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¿Un dogma o necesidad?

 

Por: Lic. Fabián C. Sánchez (*)

      Muchas veces cuando elaboramos modelos explicativos para dar cuenta o bien para definir la sociedad en la que vivimos, se nos vienen a la mente la palabra globalización.
foto de Carlos Olivares
 
Término que fue acuñado en este siglo con una cotidianeidad inusitada; no existe conversación, debate, seminario, congreso o discusión alguna, donde este complejo concepto este presente. ¿Hablar de globalización es vincular el debate con el rol de la tecnología y la ciencia? ¿Es posible insistir en un proceso totalizador, universal, cuando en forma progresiva las sociedades se fragmentan y la pobreza se polariza? ¿Qué relación guarda el cambio y la sociedad actual?


Las ciencias sociales han enseñado que detrás de todo sistema tecnológico existe un orden y una organización social y cultural, pero, hay una conciencia generalizada de que la tecnología no sólo tiene una primacía causal, sino que tiene estrecha vinculación con el crecimiento y el desarrollo económico de ese orden. Si diéramos por cierto esta relación, la pregunta que cabría formular es si las condiciones socioculturales, favorecen o mejor dicho tienen incidencia en el proceso social.

En uno de sus últimos libros Mariano Grondona efectúa un interesante análisis sobre la imperiosa necesidad de reconstruir los factores sociales de la Argentina. El escritor descree de que los problemas estructurales del país, como la desocupación, la pobreza, la exclusión, la violencia, la especulación financiera, la hibridez de las inversiones, la corrupción, la decadencia de la justicia, sean consecuencias únicamente de los avatares de la economía. De igual manera Aguinis, también en su última obra, explica que el atroz encanto de los argentinos ha sido atribuirle siempre a lo económico la razón de nuestra desazón y declinación social.

Siguiendo esta línea me resulta interesante pensar que algunas determinantes del estancamiento que padecemos en estos últimos años, se encuentran en la esfera de los valores sociales, pues la Argentina se ha convertido en un país que, poco a poco, restó importancia al valor positivo de un cambio a pesar de que hubo un fuerte espíritu de renovación y de utilización de nuevas invenciones en casi todos los campos de la ciencia.

Si trasladáramos este razonamiento a un contexto social como el de Santiago del Estero, podríamos percibir que el status quo de la estructura social, no sólo se debe a la ausencia del Estado en cuestiones vitales como salud, educación, trabajo, inversión, sino a la falta de creencia (acción cognitiva) de que otro orden social es posible. Decía un sociólogo europeo que “la gente tiende de modo inevitable a cargar el peso de la prueba sobre la nueva “invención” (sociedad) y por lo tanto se resiste a encontrar nuevas racionalidades para rechazar algo que exige la incomodidad de nuevas adaptaciones sociales”.

La creencia de que la sociedad en la que vivimos puede convertirse en un espacio mejor a través de un espíritu más crítico y reflexivo que se sume a los recursos materiales y humanos, es casi una utopía en sociedades como las nuestras. Sin embargo, la clase política y más aún los intelectuales, deben promover y poner en práctica la idea de que una sociedad moderna no puede resistir al cambio que, en definitiva, es el único que promueve una instancia superadora y cualitativamente superior. Hoy, más que nunca, debemos incorporar como dogma el significado del cambio, no sólo como progreso material, sino como transformación de lo ágrafo, desterrando para siempre la sempiterna dependencia del Estado y su asistencia, la cual se ha convirtiendo en estos últimos años en una total parálisis social. (Atilio Boron).

En virtud a lo planteado, creo que los actores sociales, quienes en definitiva son los verdaderos protagonista de la historia, deben promover desde sus espacios de poder, un sistema que estimule la “competencia social”, esto significa dinamizar la movilidad social, recompensando logros individuales, colectivos, empresariales, sectoriales etc., contexto en el cual el incentivo al trabajo social, económico, político, cultural tenga un alto valor agregado. En tal sentido hay que reforzar o reconstituir el marco legal del proceso en cuestión, pues su entera aplicación garantizará una estructura social que hará posible un nuevo orden social. Sin una estructura jurídica racional toda idea se obstaculiza.

Estamos equivocados si consideramos que el cambio sólo se favorece con el progreso tecnológico y la permanencia de la globalización. Sociedades como las nuestras están obligadas a priorizar el papel del sistema de valores, donde están contenidos factores como la educación, la ética, la moral, el espíritu empresarial, las ideas, la alfabetización, la cultura, la justicia, el pensamiento, la crítica constante, la especialización.

Sociedades como la de Santiago están lejos de asistir a un estadio de esa naturaleza. Pero, habrá que buscar caminos que nos acerquen a esta necesaria construcción.


(*) Sociólogo

Foto de Carlos Olivares


Otros trabajos del mismo autor :

Ruidos de una sociedad en paz

La modernidad y sus influencias. El debate incompleto

El abogado del diablo

¿Un dogma o necesidad?


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