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El monte, el encantador de serpientes y la contaminación:

Teoría para convertir la queja en protesta

 

Lic. Fabián Sánchez
Diciembre 2006


foto Enrique Landsman

 

 

La contradicción que enfrentan los procesos de crecimiento económico y equilibrio ambiental, repercute indiscutiblemente en la base social, en las relaciones humanas y en los recursos naturales, cada vez más acechados por el frenesí del consumismo. ¿A dónde radica el equilibrio? ¿Hasta que punto el capital económico puede imponerse por sobre cualquier cuestión social?

Es evidente que el implacable desarrollo económico permitió mejor calidad de vida a los pueblos, pero al mismo tiempo los empujó hacia esa contradicción que señalaba: es decir, mejor la producción, la explotación de los recursos, que la virginidad de una economía que sólo traería aparejado un paroxismo. Sin economía, sin procesos de acumulación, sin materia primas abundantes, no habría –según las prescripciones economistas- satisfacción de las necesidades humanas. Pero, eso no es tan así, pues los medios no siempre justifican los fines. Crecimiento económico con consecuencias contaminantes seguiría afianzando la contradicción inicial.

En la historia de Santiago del Estero, mejor dicho en el nacimiento de la industrialización forestal, están documentados los hechos que evidenciaron el equivoco del crecimiento. Los montes santiagueños representaban un gran equilibrio ambiental, poblados de una fauna singular, explotado por lugareños en mínimas escalas. Sin embargo, la demanda de la madera desde la Pampa Húmeda y la cómplice penetración del ferrocarril, rompió la tranquilidad del monte iniciando así una devastación sin control político y sin demasiada resistencia social, pues quienes venían a expoliar el bosques traían la promesa del trabajo y el perjuro del progreso.

¿Cómo quedaron pueblos como Monte Quemado? ¿Departamentos como Alberdi, Copo? Son actualmente símbolos del saqueo, de la irracional industrialización foránea que despedazó recursos genuinos de nuestra geografía provincial. ¿Quiénes protestaron por estas atrocidades ambientales? ¿El Estado, la Sociedad Civil? Estos procesos de desmonte siguieron durante décadas y durante décadas también se los silenció. Un deshuese ambiental visto por muchos y resistido por pocos.

Durante el “Reinado del Silencio” conocido con el nombre moderno de juarismo, el valor que se le atribuía al monte era el mismo que se le atribuía a los sujetos opositores al régimen. El modelo político del caudillismo funcionaba a base de lealtades y los punteros políticos del interior lo eran. Esa pertenencia y obsecuencia les dio la autoridad y el poder en sus distritos para hacer del monte una economía ligera, familiar y esencialmente política.

Como lo señala Alberto Tasso, Juárez hacía magia en la cultura santiagueña: ante el público estupefacto y emocionado extraía de su galera puestos de trabajo, viviendas, agua, diplomas de cadetes de la Escuela de Policía y hectáreas de bosque. Para decirlo claramente, el bosque santiagueño nunca fue considerado una necesidad ecológica, sino parte de un botín político.

Este sistema perverso de “entregas” es a mi entender lo que paralizó la conciencia social, a la gente, al pueblo. La idea de que “no se podía hacer nada” se instaló en cada rincón de la sociedad. El sentimiento del fatalismo se hizo carne en cada uno de nosotros. Durante el juarismo, el sistema político montado desde el poder configuró una cultura del sujeto manso, del santiagueño buenito...

A partir de este desordenado punteo histórico, formulo la siguiente hipótesis: ¿Qué pasa hoy con los santiagueños? Dejamos de decir nada del monte porque quedó muy poco por decir. Pero también hemos renunciado a preguntar, a pedir una explicación por tanta desaparición. ¿Acaso esta sociedad está dispuesta a cambiar? Y si fuera así ¿qué cosas quisiéramos cambiar?

Si a muchos les preguntáramos que cosas cambiaría, estoy seguro dirían las prácticas políticas o la educación, o los hospitales, las universidades. Y las quejas seguirían llenando estos márgenes. Eso es justamente una de las preocupaciones de este artículo: caído el “Régimen del Silencio” no hemos podido como sociedad convertir la queja en una acción concreta, capaz de colectivizar lo social, lo popular. La queja es adaptación activa a la realidad, es negar la posibilidad de cambio, es simplemente aferrarse al disgusto, no al anhelo de transformar algo.

Este pueblo ha dejado atrás al “encantador de serpientes” y a los apalabradores de conciencia. Los santiagueños ya no caminan custodiados por espíritus fantasmagóricos que los perseguían hasta el baño. Por ello considero oportuno remarcar que existen condiciones sociales para saltar de la queja pasiva a la protesta. Entiendo la protesta como un proceso de organización social, como necesidad de juntarse con otros para un fin social.

Y tal vez resulte ofensivo, pero no observo que la sociedad  santiagueña se organice para la protesta, por ejemplo,  en contra de la contaminación del Lago de las Termas. ¿Por qué no llevamos el Festival de la Chacarera y el de la Salamanca al Lago como escenarios? ¿Por qué no amanecer en familia escuchando nuestras tradiciones y protestando al mismo tiempo por la contaminación? Dejemos de cantarle tantas metáforas al río y hagamos algo por él, que no nos pase lo mismo que la deforestación del bosque, porque las generaciones que vendrán solo tendrán añoranzas de lo que no supimos solucionar como sociedad. Hoy la contaminación de nuestra aguas debe servir de elemento organizador de este pueblo, nos permite superar la queja instalada, naturalizada en nuestra cultura. Es erróneo suponer que este problema ambiental es sólo una cuestión de Estados. Es una cuestión de vidas, de continuidad de los recursos que aún nos quedan. Los cortes de rutas en inmediaciones de las Termas de Río Hondo quedarán como anécdotas sino las llenamos de contenido social.

El mejor ejemplo lo tenemos dentro del país: Gualeguaychú. Los entrerrianos pasaron de la queja a la acción, no quedaron atrapados en el perverso discurso economicista que es mejor las papeleras que el desempleo. Los cortes en Fray Bentos debe alentarnos a los pueblos a debatir las condiciones de desarrollo económico, en el que los factores sociales y los ecológicos no sean relativizados por la idea de progreso.

La protesta tiene un sentido, la queja expresa un estado de ánimo. En el caso de Gualeguaychú el reclamo se transformó en la necesidad de exigir se pongan en marcha políticas públicas nacionales y regionales, pero genuinamente participativas que involucren a los dos pueblos afectados.

La transformación de la queja a la acción se refleja en distintas realidades: el pueblo de San Juan se levantó contra la contaminación de las mineras al igual que en Catamarca. Los autoconvocados de Mendoza, La Rioja y los viñeros de San Juan contra la enajenación de la tierra.

La defensa de los recursos naturales también deben representar el interés social. Es nuestra obligación como pueblo defender nuestro medio, ya que como seres humanos, no tenemos el derecho de hipotecar el futuro con la indiferencia.

 

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