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Observaciones en la convención de la ASA*

Martín Nikolaus

* Trabajo leído durante la Convención Anual de la ASA (Asociación Sociológica de los Estados Unidos), el 26 de agosto de 1968. El autor es miembro de Movimiento de Liberación de los Sociólogos.


Mis observaciones no van dirigidas al Secretario de Salud, Educación y Bienestar. Este funcionario aceptó voluntariamente servir como miembro de una institución gubernamental que actualmente libra, para sobrevivir, una batalla en dos frentes. Las guerras imperialistas, tales como la que se desarrolla contra el Vietnam, son por lo general contiendas de dos frentes: uno es el de la lucha contra los súbditos extranjeros, y el otro enfrenta a la propia población del país. El Secretario de Salud, Educación y Bienestar es el jefe militar de la lucha interna. La experiencia ganada en Vietnam demuestra que el diálogo entre los súbditos y sus gobernantes es un adiestramiento en la tolerancia represiva. Según las palabras de Robert S. Lynd, constituye un diálogo entre gallinas y elefantes. Él detenta cierto poder sobre mi persona: por lo tanto, aun siendo erróneos sus argumentos, ha de tener razón; y yo siempre estaré equivocado por más en lo cierto que esté. Me dirijo sí, a la audiencia que ha tenido el secretario. Hay cierta esperanza - si bien ya es muy tarde para ello - de que entre los miembros y simpatizantes de la sociología reunidos aquí, exista algunos cuya vida no se haya vendido y comprometido al punto de hallarse fuera de su propio control para iniciar cambios o enmendar errores.

La elite dirigente dentro de nuestra profesión ha invitado a un orador que tiene a su cargo lo que se llama Salud, Educación y Bienestar. Aquellos de ustedes que prestaron atención a lo que se vio obligado a decir, posiblemente estén de acuerdo en que esta definición, esta descripción de lo que hizo, lleva un mensaje preciso. Sin embargo, entre ustedes hay muchos, incluyendo los investigadores inflexibles, que saben o deben saber más. El departamento que encabeza se halla descrito con mayor precisión como la oficina que vela por la injusta distribución del mal evitable, por la consolidación de la propaganda interna y el adoctrinamiento, y por la preservación de una fuerza de trabajo barata y dócil para acaparar los salarios. Es el Secretario de Corrupción, Propaganda y Disolución de Huelgas.

Posiblemente ustedes -usted - consideren que me he expresado con demasiada energía; todo depende de la perspectiva que tenga cada uno, del punto de observación que ocupe. Vistos desde más allá de las paredes del hotel Sheraton, tales términos pueden parecer ofensivos, pero si ustedes, señoras y señores, tienen la bondad de hubicarce frente a la calle que lleva a Roxbury podrán obtener otra perspectiva y cambiar el vocabulario. Si desean observar el mundo social por los ojos de quienes se hallan inmersos en él, en su realidad, o sea por los ojos de la población, y si acuden a la misma perspicacia con que se estimulan mutuamente, entonces conseguirán un enfoque diferente de la ciencia social a que se hallan dedicados. Por todo lo dicho, esta convención es un embuste. No es la reunión de aquellos que estudian y conocen, o promueven el estudio y el conocimiento de la realidad social, sino un cónclave de sacerdotes, escribas, siervos intelectuales de alta y baja alcurnia, y sus inocentes víctimas, comprometidos en la mutua acusación de falsedad, en la común consagración de falsedad, en la común consagración de un mito. La sociología no es ni ha sido jamás una indagación objetiva de la verdad o realidad sociales. Históricamente, la profesión tiene como origen el tradicionalismo y conservadurismo europeos del siglo XIX, unidos al liberalismo de la magna empresa estadounidense del siglo XX.

Es decir que los ojos de los sociólogos, con pocas y honorables (o bien honorables pero pocas) excepciones, han sido dirigidos hacia abajo y sus palmas hacia arriba.

La mirada hacia abajo, para estudiar las actividades de las clases bajas, de la población sometida, de aquellas clases que crean problemas para el fácil ejercicio de la hegemonía gubernamental. Puesto que la clase gobernante en esta sociedad se define a sí misma como la sociedad auténtica - de igual modo que Davis y Moore en su oprobioso artículo de propaganda de 1945 identificaron a la sociedad con aquellos que la dirigen - los problemas de la clase gobernante han sido definidos como problemas sociales. La profesión se ha alejado ya de la etapa conmovedora: "problema social" no es más el término preferido. Pero la perspectiva subyacente es la misma. Las cosas que sociológicamente son "interesantes" son las que afectan a quienes se hallan en la cima de la montaña y sienten los temblores de un terremoto.

Los sociólogos montan guardia en la guarnición e informan a sus jefes de los movimientos de la población sitiada. Los más intrépidos se ponen el disfraz del pueblo y van a mezclarse con el paisano en el "terreno", para retornar con libros y artículos que rompen el secreto protector en que se envuelve la población oprimida, y la hacen más accesible a la manipulación y el control. El sociólogo, como investigador al servicio de sus amos, es precisamente una especie de espía. El ejercicio de la profesión difiere del espionaje tan solo en que esté cuenta con una complejidad relativamente mayor, gracias a las modernas técnicas electrónicas. ¿Es acaso un accidente que la sociología industrial haya surgido en el contexto de los nacientes "problemas laborales", que la sociología política haya evolucionado cuando las elecciones se vuelven menos predecibles, o que la sociología de las relaciones raciales esté floreciendo ahora? Y estos son nada más que algunos ejemplos.

Como sociólogos, ustedes deben su tarea a los organizadores de sindicatos que fueron sorprendidos y golpeados, a los votantes que llegaron al hastío, a los negros que han sido baleados. La sociología ha llegado a su actual prosperidad y eminencia gracias a la sangre y a los huesos del pobre y del oprimido; debe su prestigio en esta sociedad a la supuesta habilidad que tiene para brindar información y notificar a las clases gobernantes de los medios y caminos para mantener el pueblo reprimido.


Los ojos profesionales del sociólogo se adhieren a la gente de clase baja y sus palmas se atienden hacia las clases dominantes. No es un secreto ni un descubrimiento original, advertir públicamente que los sectores más importantes de la sociología se han dedicado a vender computadoras, códigos y cuestionarios, a la gente que tiene suficiente dinero como para permitirse este ornamento y que encuentra considerable utilidad en hacerse servir por cientos de hombres y mujeres inteligentes ocupados en perseguir una trivialidad inocua por las calles. No quiero decir con esto que cada investigador venda su cerebro a un bribón - si bien muchos de nosotros sabemos de proyectos de investigación donde ello ha sucedido- sino meramente que los estratos dominantes de la profesión, a los cuales todos sus miembros se hallan en cierta medida asociados son tales, que el servicio brindado a las clases gobernantes de esta sociedad es la forma más elevada de honor y la más grande proeza. El sociólogo laureado, el de alto status, el de abultado contrato, el sociólogo de alto turismo, el que publica un libro por año, y el que lleva la librea, el traje y la corbata de sus jefes, es el que da el tono y la ética de la profesión y en realidad no es ni más ni menos que un sirviente doméstico en la institución corporativa, un blanco Tío Tom intelectual no sólo para su propio gobierno y clase gobernante, sino para cualquiera de los existentes. Esto ayuda a comprender por qué los sociólogos soviéticos y los estadounidenses están descubriendo, tras tantos años de separación que, después de todo, tienen algo en común.
Formar, educar y entrenar, generación tras generación, a las mentes más brillantes que, en el así llamado sistema educacional de este país, han sido autorizadas a sobrevivir en la presente ética sociológica de la servilidad, y asociadas a la consiguiente sociocracia, es una empresa criminal, una de las muchas felonías que se cometen contra la juventud y de la que son responsables aquellos que se constituyen en una actitud loco parentis que en general es mucho más opresiva que cualquier verdadera relación paternal. El crimen que las escuelas para graduados cometen contra la mente y la moral de la gente joven es aún más imperdonable por el enorme potencial liberador que implicaría el conocimiento acerca de la vida social. A diferencia de lo que sucede con la investigación sobre los árboles y las piedras, el conocimiento de la gente afecta directamente lo que somos, lo que hacemos, y nuestras expectativas. El clan de gobernantes de esta sociedad no invertiría tanto en fomentar tal conocimiento si no confiriera poder. Hasta ahora, los sociólogos han estado desplazando este conocimiento a lo largo de un único camino: tomándolo del pueblo, y brindándolo a los gobernantes.

¿Qué sucedería si esta maquinaria se invirtiese? ¿Qué pasaría si los hábitos, problemas, actos y decisiones del rico y el poderoso, fueran directamente controlados por un millar de investigadores sistemáticos, observados cada hora, analizados y chequeados, tabulados y publicados en un centenar de baratas revistas populares escritas de tal modo que aún los adolescentes puedan entenderlo y predecir los actos del jefe de sus padres, manipularlos y controlarlos?, ¿Hubiese sido posible la guerra de Vietnam si la estructura, función y tácticas de la institución imperial de Estados Unidos hubiera sido materia de detallado conocimiento público hace diez años? La sociología ha trabajado para crear y aumentar la distribución injusta del conocimiento; ha laborado con el objeto de potenciar la estructura del poder y hacerla más cognoscible, y por lo tanto para reducir a la población a una mayor impotencia e ignorancia. En el pasado verano de 1968, mientras el partido político ahora en el poder era convocado con despliegue de alambres de púas y coches blindados, la profesión sociológica debió considerarse a sí misma especialmente favorecida y feliz, porque sus propias deliberaciones pudieron llevarse a cabo con una proporción entre policías y participantes menor de uno a uno. Quizás esto se deba a que el pueblo de Estados Unidos no sabe cuántos de sus problemas corrientes emanan de los casi olvidados (para citar la frase de Lord Keynes) garabatos de un oscuro profesor de sociología. O es posible que la sociología sea todavía una ciencia tan tosca que no represente ningún peligro claro e inmediato. En 1968 es tarde ya, muy tarde, demasiado tarde, para repetir una vez más lo que Robert S. Lynd y C. Wright Mills y centenares de otros han dicho durante mucho tiempo: que la profesión debe reformarse. En vista de las fuerzas y el dinero que hay tras la sociología como una práctica de servilidad intelectual, es irreal esperar que el cuerpo profesional dé un medio giro.

Cuando el alambre de púas circunde la convención de la ASA en un año futuro, la mayoría de sus miembros aún no entenderán por qué.

San Francisco, California.

(Traducción directa del inglés por Giovanna von Winckhler.)

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