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Los días  que corren

Por Luis Ruben Ponce

Antes que una crisis de carácter económico, se dió el colapso de un estilo  político-cultural o, sin temor a la exageración, de una forma de vida.  Se trata de una fe perdida desde siempre y que hoy queda sepultada.  La democracia representativa, al menos “ésta” (...), se fue para no volver. Y por suerte.

Como dice Habermas, “la razón comunicativa opera en la historia como una fuerza vengadora”. Hoy volvió por lo suyo. Entonces, también podríamos decir que, trágicamente montada en lo mejor y en lo peor de los últimos acontecimientos, lo que hoy termina o quiere morir es una sociedad gravemente enferma de irracionalidad.

Es imprescindible hacer una correcta lectura, en el nivel teórico si se quiere, de lo que pasó. El “efecto teoría es crucial en medio de la encarnizada lucha por lo real, que es en el fondo lo que se ha desencadenado y recién comienza. Es decisivo cómo se interprete lo que ocurre. Los plazos no nos favorecen. El clima es de un presente intenso, de un ahora o nunca. Qué puertas se deben cerrar definitivamente, qué construcción empezar a cimentar, dependen de esta lectura. La marcha peronista que se vuelve a cantar en la Rosada abarca muchas y diversas cosas, aun enfrentadas entre sí. La cantan privatizadores y estatizadores, devaluadores y dolarizadores. Es un bolsón de contradicciones al rojo que nos habla de una batalla que aún no terminó y que será dura.  Hay mucho que se resiste a morir y mucho que no termina de nacer.

El problema no es la gobernabilidad. Debemos ser ingobernables. Esto es justamente lo que permitió abrir este nuevo tiempo. La irracionalidad que nos enferma puede analizarse en dos aspectos al menos: por un lado, la soberanía del pueblo, absolutamente confiscada por la partidocracia, terminó en el bloqueo de  todo canal de participación o mera presencia del pueblo, de los afectados o como quiera llamarse a todo lo que no fuera gobierno, en las decisiones que involucraban a todos. Por años, sólo pudimos dedicarnos a ver por televisión cómo se malvendía el país por decreto de necesidad y urgencia, aludiendo a imperativos económicos insoslayables. Es decir, el primer  aspecto de la irracionalidad se da como la articulación por complementariedad entre la “constitucional” represión de la participación popular y la exacción y enajenamiento de los recursos público a favor del capital financiero transnacionalizado y de una intolerable concentración de la riqueza. La legitimidad de cualquier medida o, en sentido amplio, de cualquier principio de autoridad social , como dice Apel, sólo puede sostenerse en la asunción racional, libre de coacción, irrestrictamente debatida  por parte de los afectados, de las decisiones concertadas. Tiene sin duda un notorio interés teórico político, digno de otros desarrollos, el gran paralelismo de la era menemista  con lo relatado en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, un texto de 1848. Nos avisa de un problema estructural, inevitable: la necesaria presencia de la corrupción, el manoseo de los pactos constitucionales y el desconocimiento de las expectativas de los electores como condición de posibilidad del funcionamiento de democracias “frágiles” como la nuestra. Urge pensar el presente a esta  luz.

El segundo motivo de enfermedad social fue la total ausencia de Justicia Social en la teoría y en la práctica económico política. Una democracia sin justicia social es inviable. Una economía que a ello induce, degrada automáticamente toda pretensión de cientificidad,  que es como debería manifestarse la racionalidad en este campo. Su vaciamiento teórico cobra expresión en una inmunidad a crítica que posibilita el reingreso del dogma cerrado, la ideología de la pars pro toto (pensamiento único), de la univocidad. De allí a la presencia del ejército o de la policía montada en la calle hay un paso. La insustentabilidad de planteos que conllevan exclusión, desocupación y pobreza ha quedado a la vista. En cualquier contexto, ante cualquier grado de escasez de los recursos, no hay justificación de ninguna índole para que no alcance para todos y para que todos en la sociedad no deban sobrellevar por igual las cargas. La consigna de otros años “o navidad para todos o para ninguno” expresa, negativamente, la única racionalidad posible en este caso. Todo un  tema para el debate social sería la problemática articulación entre la economía científica al uso y el discurso moral de la justicia social. No sería improbable arribar, uniendo estas cuestiones, a la conclusión de Castoriadis sobre la incompatibilidad entre democracia y capitalismo.

En resumen, estamos ante una crisis de gobernabilidad deudora de la falta de legitimidad a que conduce la soberanía popular confiscada y la ausencia de justicia social. El mismo concepto de gobernabilidad está llamado a desaparecer luego de que la democracia representativa mostró su verdadero rostro en la patológica represión de mujeres, niños, viejos y jóvenes en Plaza de Mayo, el 20 de diciembre de 2001.  Lo que asoma es la democracia radicalizada, directa, sin especialistas en mandar y especialistas en obedecer. El “pueblo” en general y nadie en particular quiere ser gobernado de aquí en más por nadie. Ha llegado la hora de la democracia COMUNICATIVA.  Un camino de cornisa. Toda contraparte será de aquí en más interpretada como dictadura.

Rodríguez Sáa asume.  Hoy es 23 de diciembre. Y a quién interesa ?


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POLEMICA SOBRE EL FUNDAMENTALISMO ECONÓMICO

La ley de la Casa

 

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