ACILBUPER - REVISTA DE Cs. SOCIALES www.acilbuper.com.ar
Seminario “Pensar Cali”
Instituto Departamental de Bellas Artes
Octubre 3 de 2003
EL EXTRANJERO DEL VIDRIO.
MODERNIDAD Y ESTÉTICAS SOCIALES.
El extranjero
Uno es su biografía, su circunstancia. Mi vida, mis
intereses, mi cuerpo, mi percepción, hasta donde no sé, han sido tocados por
Cali, por su clima y por su gente. En este sentido, un extranjero es atravesado
por el lugar donde reside, refracta más o menos el entorno, y por eso digo “el
extranjero de vidrio”: está expuesto al contagio de la manera local de ver, de
sentir, de vivir, y constituye una superficie donde los locales o “autóctonos”
pueden mirar-se, leer-se en lo que han hecho de él. (Por supuesto que no quiero
hacerlos responsables de todo lo que ven en mí.) El extranjero es un vidrio, un
espejo, una página; y como tal, es ocasión de refracción y de reflexión: espejo
que refleja y vidrio que refracta.
La ciudad de vidrio
He sido tocado por la creciente presencia silenciosa
del vidrio en la ciudad, manera como la Modernidad (de)genera sus formas de
vida en nuestra periferia: figuras de la modernidad social. Y así he formulado,
en mi contacto cotidiano con la ciudad, un programa de investigación en el que
todavía me encuentro y que he nombrado como La
estética urbana del vidrio en la época de la imagen del cuerpo. La
silenciosa tecnología del vidrio ha transformado nuestra socialidad
urbana, o mejor, ha intervenido de un modo determinante en la construcción de
nuestras maneras urbanas de vivir.
Tomen, en todo caso, esta rara lectura que propongo
como propia de un extranjero, es decir, como la mirada de quien vive el
cotidiano desde otro lugar, cargado de una historia que habla de otras tierras.
Un extranjero siempre es de alguna forma disonante, nunca acierta del todo en
el sentido de la ubicación: ésa es su marca, su “locura”, que se evidencia en
la mueca de molestia o de desconcierto que causa, pero también ahí está su
encanto. Por eso, de alguna manera hoy hablaré como un personaje urbano: “el
extranjero del vidrio”.
Llamo la atención sobre el lugar invisible del vidrio
como elemento estructural de la nueva teatralidad social, vidrios que vuelven
imagen los cuerpos y hacen posible el circo de las miradas en el que se
construye la modernidad social. Porque hoy estamos, en nuestra
cultura occidental y global contemporánea de esta Modernidad tardía, en el
“mercado de la mirada”: compramos y vendemos, consumimos, las miradas mutuas de
unos sobre otros. (Virilio 2000)
Modernidad y modernidades sociales
La Modernidad
europea se caracterizó por la transformación simbólica y el nuevo uso material
de la luz. La genealogía de la luz se hunde en la doble vertiente semítica y
greco-latina de la cultura cristiana europea occidental, sobre la que se
desarrolla la Modernidad (Ver Nieto Alcaide 1997).
Podríamos decir que en la Modernidad se produce una secularización de la luz:
la “luz natural” del conocimiento, la “luz de la Razón”, la “luz pública”, son
expresiones comunes en el lenguaje de los modernos. Simultáneamente, cobran un
gran desarrollo los estudios ópticos como campo de desarrollo del método
científico. La imagen del mundo que sostiene la ciencia moderna lo concibe
progresivamente inundado de luz, abierto, barrido de sombras, vuelto
transparente: sólo reflejos y refracciones de la Luz de la Razón a diestra y
siniestra, un mundo translúcido que multiplica representaciones. La luz y el
vidrio constituyen un conjunto tecnológico impulsado por las fuerzas más
primarias de la Modernidad.
Pero me interesa
ahora cuál ha sido el proceso social del cual la Modernidad es su síntoma
ilustrado y su discurso escrito: aquella modernidad social que se construye,
específicamente, en nuestra periferia latinoamericana. Señalo, en esta recontextualización, tres lecturas tecnológico-metafóricas
realizadas contra el fondo de tres estampas históricas: los cielos de la física
de los siglos XVII y XVIII, el arte gótico y el culto progresivamente
desarrollado por la cultura moderna a la velocidad y al flujo, que ha dado
lugar a la revolución de los transportes, a las tecnologías de comunicación e
información y a la proliferación de electrodomésticos. Tres lecturas
constitutivas de nuestras estéticas sociales, con las que me propongo
mostrarles hoy a ustedes la omnipresencia de los vidrios invisibles en nuestra
ciudad y en las más triviales relaciones de unos con otros:
·
El vidrio en su uso social será la escala urbana de los cielos transparentes de
la física europea de los siglos XVII y XVIII, transportada al escenario de lo
público: para la física, los cielos eran vidrios cósmicos que comunicaban mónadas solares; a escala urbana, los vidrios sociales
comunicarán mónadas subjetivas. (Ver Descartes 1989
pp. 228-231) Por lo que la categoría ético-estética del “individuo” no será
contradictoria con la publicidad permanente de la existencia social, sino más
bien su condición tecnológica de posibilidad: los “individuos autónomos” están
expuestos unos a otros, a sus mutuas miradas a través de los vidrios. La mirada
de los otros y mi apariencia son material necesario de mi trayectoria
“individual”: soy “yo”, con nombre y apellido, porque mi reflexión está
habitada por los otros que me ven, vigilancia de la norma y del ideal.
·
El vidrio público como superficie única, mural, en una tonalidad homogénea y
continua, que transforma los cuerpos en figuras; no vidrios de colores que
componen en mosaico la figura al ser atravesada por la inmaterialidad de la
luz, figura aérea, suspendida, en la verticalidad de la relación divina, como
en el arte gótico. (Nieto Alcaide 1997) El vidrio público produce la transfiguración
de los cuerpos, los suspende visual y horizontalmente en la apariencia: el
cuerpo es vuelto imagen.
Este vidrio mural abre la distancia de las imágenes
como nueva experiencia religiosa urbana: el vacío intermedio, el brillo, la
teología occidental de la luz, la gran ausencia insatisfecha del consumo y las
presencias sacramentales al alcance primero de los ojos y luego de las manos. [1]
·
La luz, su ininterrumpido movimiento entre
transparencias y espejos, en flujo, velocidad indetenible:
paradigma cultural que ha generado cambios cada vez más acelerados en los
transportes, en la comunicación, en la información y en los menesteres
domésticos. [2]
Fluir: dar vuelta una página, pasar de una cosa a otra, pasar, pasar,
pasar!!!... La superficie tersa, lisa, “líquida”, del vidrio permite seguir,
resbalar, deslizarse, pasar a otra cosa. [3] Metáfora
material de las trayectorias sociales: estar en el brillo de lo nuevo, la moda [4], lo otro
de mí, estar en pasarela concentrando las miradas, punto de convergencia en la
cresta de ola de la vanguardia, cometa incierto iluminando la oscuridad
imbatible del futuro, cuota efímera de popularidad, terror de caer, repulsión
de lo común, de empantanarse en el barro del pasado, heroísmo de la apariencia
herido de muerte.
Modernidad europea y modernidades sociales periféricas
La generalización de lo político durante los siglos
XIX y XX amplió la participación social, involucrando en el escenario
protagónico de la “ciudadanía” a los actores de los anteriores estratos de la
“sociedad barroca”. (Romero 1984) De una sociedad jerarquizada, estratificada,
heterogénea, regida por protocolos claramente diferenciados y establecidos de
acuerdo con las categorías sociales, “barroca” por su topografía de luces y
sombras, su opacidad y su espectro de relaciones, se pasó al nuevo escenario de
lo público, involucrando a sectores crecientes de la población en su calidad
única de “ciudadanos” para la gestión de lo común y que apostó a la ideología
de la transparencia. Por lo que, en ese proceso, la cultura ciudadana irá
cambiando según el criterio y las marcas estéticas de los sectores medios
ascendentes. Durante la primera mitad del siglo XX, la ampliación democrática
se consiguió a través de luchas sociales por el reconocimiento, por
reivindicaciones laborales y por la calidad de vida.
Simultánea y progresivamente, las políticas del
mercado y del consumo en América Latina han continuado la ampliación de la base
social convocada a asumir estas formas de vida de sectores medios, aunque sin
que, correlativamente, las políticas económicas de los Estados hayan
garantizado de hecho el ascenso social. Esta inclusión se hizo (y se hace) bajo
el nuevo rigor de la publicidad mediática y de una “semiosis
social dirigida”. (Baudrillard 1995 p. 201)
Las clases medias, protagonistas de las ciudades en
acelerada expansión, se preocupan por la apariencia, usurpan identidad social
“adelantando el ser mediante el parecer”, apuestan a la magia performativa de apropiarse de las apariencias para tener la
realidad, de aferrar lo nominal para tener lo real, pretenden modificar las
posiciones en los enclasamientos objetivos
modificando la representación de las plazas ocupadas o de los principios mismos
de enclasamiento. (Bourdieu
1998. p.250)
“El pequeño-burgués es aquél que, condenado a todas
las contradicciones entre una condición objetivamente dominada y una
participación en intención y en voluntad en los valores dominantes, está
obsesionado por la apariencia que muestra al otro y por el juicio que el otro
tiene sobre su apariencia. Llevado a hacer demasiado por temor de no hacer
bastante, dejando ver su incertidumbre y su preocupación por encontrarse
preocupado como está al tener que demostrar
o dar la impresión, está destinado a
ser percibido, tanto por las clases populares, que no tienen esa preocupación
de su ser-para-otro (aunque de un modo creciente las va involucrando el mercado
y el consumo), como por los miembros de las clases privilegiadas que, seguros
de su ser, pueden desinteresarse del parecer (aunque también van siendo involucrados en la procura
compulsiva de marcar los signos de su distinción en el nuevo teatro público del
consumo), como el hombre de la apariencia, obsesionado por la mirada de los otros, y ocupado
continuamente en 'hacerse valer' a los
ojos de los demás. Al tomar partido por la apariencia, la que debe dar para
cumplir su función, esto es, para desempeñar
su papel, para hacer creer y para engañar, para inspirar confianza o
respeto y dar su personaje social, su 'presentación', su representación, como
garantía de los productos o de los servicios que propone ... pero también para
afirmar sus pretensiones y sus reivindicaciones, para hacer avanzar sus
intereses y sus proyectos de ascensión, se encuentra propenso a una visión berkeleyniana del mundo social, reducido así a un teatro en
el cual el ser nunca es otra cosa que un ser percibido o, mejor, una
representación -mental- de una representación -teatral-. ” (p. 250)
En este escenario
se desarrolla la historia oculta del vidrio en nuestra ciudad, por detrás de
otros factores más explícitos y evidentes: el vidrio todo lo transforma en
imagen, aportándole la magia y el aura de su brillo; el vidrio permite extender
la mirada sobre las diversas escenas, exteriores e interiores; el vidrio
disuelve el límite visual entre adentro y afuera, permite observar lo público
en sus diversos espacios, hace retroceder las paredes de lo privado; el vidrio
todo lo pone a la luz, “a la luz pública”; el vidrio devuelve la imagen que se
proyecta, pone en escena la mirada permanente del otro, combate el descuido,
impone la cotidianidad callejera del espejo. La profusión de vidrios en las
calles, en los interiores, paredes y vitrinas, crece junto con la preocupación
ciudadana por la apariencia, por la mirada sin descanso de los otros. Los
vidrios son las nuevas páginas para las lecturas urbanas de los cuerpos vueltos
imagen.
Ya desde finales
del siglo XIX y comienzos del XX la plaza-jardín-paseo (que sustituyó a la
plaza-mercado-gobierno), los paseos abiertos, grandes avenidas y alamedas,
calles-salón, constituyeron nuevos espacios de representación del estatus e
introdujeron en el consumo urbano de la imagen del otro, precursoras de las
democráticas peatonales y centros comerciales de la segunda mitad del siglo XX,
hasta hoy. [5]
El centro comercial controla las estéticas del olor, del sonido y de la proxemia/kinésica creando un
escenario para mostrarse, una pasarela social: silenciosa secuencia de los
vidrios como paredes: vidrieras/espejos, un gran campo abierto de brillo y de
luz para la visión, convocada y estimulada desde todos los límites aparentes
para el diálogo de los ojos y los cuerpos.
A partir de los 80s, los vidrios se velan y se recubren de negro en Cali, generando el enigma de quien se muestra (y se quiere mostrar) ocultándose, para manifestar, por vociferante contraste, su ostentoso, veloz y cercado de peligros ascenso social. Asoma entonces una nueva estética: la de aquellos que desean ser (ad)mirados sin ser vistos. Los vidrios polarizados brindan un espejo rotundo a la ciudad, sin la ambigüedad del vidrio, donde los sectores medios pueden contemplar sus más oscuros deseos de ascenso social; son el rostro perverso de la modernidad social, una táctica desviada en los límites de la legitimidad y al filo de la muerte. Y esta marca de distinción también se amplía a los sectores pudientes, quienes asumen “por razones de seguridad” esta tecnología de defensa y esta estética de estatus.
Vidrios e interculturalidad
urbana
En nuestra modernidad social periférica, los vidrios urbanos ocultan y muestran la interculturalidad histórica que nos constituye.
La ciudadanía urbana, hegemónica, ha sido desbordada
en nuestro siglo por las tradiciones diferenciales de los migrantes.
Con los migrantes, lo urbano explota en la
heterogeneidad étnica y en las múltiples historias de procedencia, y se
ensancha en las periferias. Santiago de Cali es muy buen ejemplo de esto: en
los últimos cuarenta años asomaron a la escena social nuevos
"caleños" o no-caleños inauditos exigiendo espacio y reconocimiento.
Las identidades centrales han vivido este proceso creciente como
"invasión", y por eso tal vez suele ser común que los sectores medios
y altos locales se expresan respecto de la Cali actual sintiéndola ajena, como
si se hubiera vuelto exterior, desconocida, experiencia paradójica de
extranjeros natales que sólo en los recuerdos de infancia la sienten como
propia, querida, como el lugar raigal de pertenencia.
Un sentimiento de
creciente tenebrosidad vivenciado en los espacios públicos de las ciudades
latinoamericanas, por la inseguridad y la presencia temida de los otros, se
manifiesta en la protección del cuerpo tras los vidrios de vehículos que se
desplazan en tránsito veloz. Es un temor de sectores medios y altos, ante la
ciudad invadida por oscuros migrantes que despiertan
los terrores de la alteridad próxima. Los espacios públicos ya no son para
quedarse, para estar en ellos; si se lo hace, un monitoreo constante de los
alrededores, de la apariencia de los otros, de su gestalt gestual y kinésica, pone sobre aviso de lo no deseable o de lo
peligroso: los vidrios refractan sobre los transeúntes y vendedores de
semáforos los fantasmas de la barbarie. En las grandes ciudades latinoamericanas,
la comunicación a distancia, la bendición móvil del celular, conjura los
riesgos del espacio público: se vive conectado en familia, con “los suyos”, y
la red vial y el tránsito veloz aseguran la separación de todo contacto
fortuito (escamoteo de la interacción corporal, que es una de las figuras
periféricas de los “no-lugares” de Marc Augé). Los vidrios vehiculares protegen de los “otros” y
permiten el fluido rápido entre lugares propios.
Mientras, en los
vidrios-calle, vidrios-edificio, vidrios murales, se da un trabajo cultural
sobre la alteridad: los ciudadanos medios cargan con el peso rastrero de su
cuerpo y de su historia, pero rememoran para sí el modelo único, o la
diferencia estereotipada, del consumo; entonces, sus singularidades locales, sus
protuberancias, desaparecen de las pantallas, de los campos cotidianos de
visión y hasta de los espejos. Cada mirada busca en la imagen el molde que
ajusta su cuerpo a la normatividad que impone suavemente el consumo, rodeando
la cirugía de placeres. Para cada uno su propia disciplina, dulces rigores,
dolorosos reconocimientos. Los vidrios públicos han proliferado y la nueva
hegemonía del mercado global los ha reconvertido en vidrios de consumo: los
movimientos sociales son domesticados en el mercado de identidades. [6]
Las luchas simbólicas (Bourdieu 1998) (en
muchos casos silenciosa, en la mudez corporal) por los modos de percepción y
por la representación de la alteridad son el escenario invisible de nuestras
ciudades de vidrio. El centro comercial es la nueva ágora que reúne, no ante el
pasado y la memoria de la ciudad, sino ante el laberinto del consumo. Las
pantallas son la nueva ágora que suma muchedumbres solitarias bajo el
imperativo de las formas de vida del éxito individual y de los sueños estereotipados,
purificados del sudor y del dolor creativo de la historia. Pero en los vidrios,
en la sombra de sus figuras, en su grosor material, son aún los cuerpos oscuros
y densos de nuestra interculturalidad: desblanqueados, desestilizados,
desimaginados, los que se reflejan y refractan, haciendo otra ciudad, otra
Cali: la Cali de los otros, la que todavía está en cuestión. Como extranjero,
por la rara locura de mi ángulo de visión, la veo: aquí y en las ciudades de mi
país veo que llega por detrás de los vidrios la ciudad de los otros.
BIBLIOGRAFÍA
APPADURAI,
Arjun. Introducción.
Las mercancías y la política del valor. (1984) En A. APPADURAI (ed.) La vida social
de las cosas. Perspectiva cultural de las mercancías. Grijalbo
- Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México 1991 (1986).
BAUDRILLARD,
Jean. El sistema de los objetos.
Siglo XXI, México 1995 (1968).
BAUMAN, Zygmunt.
Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Gedisa, Barcelona 2000 (1998).
BERMAN, Marshall. Todo lo
sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Siglo XXI,
Bogotá 1991 (1982).
BOURDIEU,
Pierre. La Distinción. Criterios y bases
sociales del gusto. Taurus, Madrid 1998 (1979).
DESCARTES, René. El Mundo. Tratado de la luz. Anthropos, Barcelona 1989 (1633).
KREIMER, Roxana. “El automóvil en el imaginario
moderno: violencia, velocidad y riesgo en la urbe contemporánea.” Egipan de Vidrio, Revista virtual de Filosofía Nº 3, 2001.
MONGUIN, Olivier. El miedo al vacío. FCE, Buenos Aires
1993.
NIETO ALCAIDE,
Víctor. La luz, símbolo y sistema visual.
El espacio y la luz en el arte gótico y del Renacimiento. Cátedra, Madrid
1997.
ROMERO, José Luis. Latinoamérica: las ciudades y las ideas.
Siglo XXI, México 1984 (1976).
VIRILIO, Paul. La fin de la vie privée. Manière de voir Nº
52, Penser le XXIe siècle, Juillet-Août 2000. pp. 46-49.
Santiago de Cali
Octubre de 2003
[1] Esta es la otra cara de la vacuidad de las imágenes sustitutivas-ya-sin-sustitutos (Derrida) en el consumo, como simulacro hiperreal (Baudrillard): la de la experiencia de lo sublime.
[2] Marshall Berman señala “el uso que hace Baudelaire (en El heroísmo de la vida moderna, 1847) de la fluidez - “existencias flotantes” - y la gaseidad - “Nos envuelve y empapa como una atmósfera” - (como) símbolos distintivos de la vida moderna. La fluidez y la volatilidad se convertirán en cualidades primordiales de la pintura, la arquitectura y el dibujo, la música y la literatura conscientemente modernistas, que emergerán a finales del siglo XIX.” (Berman 1991 p. 143)
[3] La publicidad de automóviles es pródiga en imágenes de precipicios y desiertos. El itinerario del individuo contemporáneo encuentra en el cruce de desiertos y en el riesgo de las alturas y abismos, ante la mirada de otros, sus metáforas más certeras. La sequedad e indiferencia de las máquinas no dejan otro rastro en la arena que la marca de los neumáticos. La estela del flujo, travesía del vacío, atravesar el espacio vacío (de objetos, de lugares, de otros): la estela como escritura de la velocidad, de la ausencia por velocidad: presencia reciente y ya distante, robinsonismo de la conducción. (Ver Monguin 1993; Kreimer 2001)
[4]
“… lo que se limita y controla en
el sistema de la moda es el gusto,
dentro de un universo siempre cambiante
de mercancías, que crea la ilusión de la intercambiabilidad
completa y del acceso irrestricto” (p. 42); “… el término
moda sugiere gran velocidad, rápida rotación, ilusión de acceso total y
alta convertibilidad, y presuposición de una democracia de consumidores
y de objetos de consumo”. (Appadurai 1991 p. 50) Un control de los flujos: “los
establishments que
controlan la moda y el buen gusto en el Occidente contemporáneo (como reconoce
el autor que han demostrado Baudrillard y Bourdieu) no son menos eficaces en limitar la movilidad social,
señalar el rango y la discriminación sociales, y colocar a los consumidores
en un juego cuyas reglas siempre cambiantes están determinadas por los ‘hacedores
del gusto’ y sus colegas expertos, quienes habitan en la cima de la
sociedad. Los consumidores modernos son víctimas de la velocidad de la moda…”
(p. 50)
[5] Corazón del consumo, lo que en verdad se consume es la “idea de la relación“ en la serie de objetos-signo que la exhibe: cómo nos vemos, cómo nos ven. (Baudrillard 1995 p. 225-227)
[6]
“Los caminos para llegar a la propia identidad,
a ocupar un lugar en la sociedad humana y a vivir una vida que se reconozca
como significativa exige visitas diarias al mercado.” (Bauman 2000 p. 48) Un mercado de identidades (ver p. 51).
Otros artículos del autor: