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La brecha digital: Cibercultura y desarrollo.

Paradojas y asimetrías de una sociedad en red.

Nuevos contextos y usos de la cibertecnología en Chile

 

PROYECTO DE INVESTIGACIÓN FONDARCIS  003/02

 

por ÁLVARO CUADRA


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I. BRECHA DIGITAL, DESARROLLO Y GLOBALIZACIÓN

 

 

1.1. Mapas y territorios

  

Al elaborar nuestro proyecto de investigación, nos hemos planteado como uno de los objetivos generales, analizar / revisar dos conceptos que nos parecen centrales en cualquier aproximación seria al problema que nos ocupa, a saber: “brecha digital” y “desarrollo”. Una de nuestras premisas es la existencia de aquello que hemos llamado espacios de flujos y lo que denominamos sociedades históricas concretas. Sostenemos, precisamente, que nociones tales como “brecha digital” o “desarrollo” adquieren un sentido otro al ser pensadas desde esta perspectiva. Examinemos el asunto más de cerca.

 

Al desplegar un mapa nos encontramos una serie de territorios dibujados a escala que remiten a los Estados que constituyen las sociedades actuales, así, nuestro país ocupa el ángulo inferior a la izquierda, en el hemisferio sur, frente a un enorme océano. De algún modo hemos desplegado una espacialidad geográfica en la cual el tamaño relativo de las superficies “traduce” la espacialidad de los Estados y territorios desplegados en continentes por todo el planeta. Dejando de lado la presunta obviedad del ejercicio escolar, quisiera revisar algunos de sus supuestos. Notemos que hasta hace muy poco las cuestiones fundamentales del desarrollo histórico – social se han resuelto con mapas en la mano: no otra cosa son los criterios geo-políticos, geo-estratégicos, geo- económicos, entre otros. Estadistas y militares han percibido y organizado el mundo desde sus mapas, que en última instancia son sus mapas mentales. La modernidad occidental introduce y perfecciona mapas, husos horarios y códigos internacionales que hicieron posible rutas seguras y una expansión comercial de alcance planetario. La modernidad reinventa el tiempo y el espacio.

 

Los mapas de la modernidad son eminentemente miméticos, en cuanto representan de manera precisa la ubicación y el tamaño relativo de las superficies de los Estados. Mapas más complejos pueden entregarnos datos mucho más exactos y sofisticados sobre los países considerados, rutas, montañas, lagos, ríos, zonas de producción agrícola, aeropuertos, etc.

 

Hoy en día, los mapas de la modernidad no resultan apropiados si queremos averiguar la importancia de Hong Kong o Corea del Sur en la economía mundial. ¿Por qué? Se trata, desde luego, de puntos insignificantes en un mapa geográfico. Mucho más difícil sería tratar de ver y tratar de comprender por qué Corea del Sur reúne tantas conexiones a Internet como toda Latinoamérica. Es claro que necesitamos otro tipo de mapas. Pensar otro tipo de mapa introduce una cuestión epistemológica de primera importancia, se trata de imaginar de un modo otro tanto el espacio como el tiempo. En otras palabras: se hace indispensable introducir nuevos criterios topológicos que sean capaces de dar cuenta de los puntos “insignificantes” geográficamente, pero de gran relevancia desde el punto de vista económico, tecnológico y virtual.

 

Imaginar otros mapas posibles, es tratar de construir una metáfora de aquel espacio no geográfico en el que, sin embargo, se constata una serie de fenómenos sociales de primera importancia. Como afirma Ianni: “Las metáforas parecen florecer cuando los modos de ser, actuar, pensar y fabular más o menos sedimentados se sienten conmovidos” [11] Lo que ha sido conmovido profundamente es nuestra manera de concebir el espacio y el tiempo, no otra cosa se esconde en términos como mundialización, globalización, aldea global, entre muchos. El viejo mapa de países ya no da cuenta de ciertos puntos de alta densidad virtual, tampoco da cuenta de rutas no geográficas por donde circulan capitales e información a la velocidad de la luz. No deja de ser sugestivo a este respecto el reclamo de varios estudiosos de la ciencias sociales, quienes advierten la impotencia de las categorías clásicas de análisis, entre ellos, un lugar central lo ocupa sin duda Immanuel Wallerstein para quien “El análisis de sistemas mundiales no es un paradigma de ciencia social histórica: propone un debate sobre el paradigma”.[12] De una opinión muy similar es Renato Ortiz: “Las metáforas abundan ante la falta de conceptos. Nos encontramos aún apegados a un instrumental teórico construido a final del siglo XIX”.[13] Asistimos, pues, a una transformación cualitativa y cuantitativa del objeto mismo de la ciencias sociales.

 

Imaginar un mundo global es, paradójicamente, imaginar un mundo no geográfico, oxímoron que bien merece una explicación. Este espacio no - geográfico ha sido llamado ciberespacio. Este término fue creado en 1984 por W. Gibson en la novela de ciencia ficción Neuromántico. Ha sido definido como el espacio de comunicación abierto por la interconexión mundial de las computadoras y de las memorias informáticas. Es un canal de comunicación por donde fluyen paquetes de información codificada digitalmente que permite la transferencia de archivos y, ciertamente, el acceso remoto.[14]

 

El mapa que necesitamos es, en principio, una red, pues así se llama al conjunto de nodos interconectados que hace posible la interconexión mundial. Una red, conceptualmente, es una estructura tal que no posee un centro y se manifiesta como pura horizontalidad. En rigor, una red digital, es decir, muchas computadoras alrededor del mundo puestas en red, actúa como un operador espacio-temporal. [15]

 

Llevando nuestra imaginación al límite, desplegar un mapa podría parecerse a tender un visillo. En efecto, infinitos y delgados hilos configuran una sutil tela en la cual percibimos zonas de alta densidad y otras cuasi-transparentes por donde se cuela la luz. De algún modo traduce lo que nos indican las estadísticas al respecto (véase cuadro nº 1) Esta imagen posee el defecto de que todavía es bidimensional, aún así puede sernos de cierta utilidad. Supongamos ahora que desplegamos nuestro visillo sobre un mapa geográfico. Descubrimos que, efectivamente, hay zonas de alta densidad sobre lo que geográficamente llamamos Japón o Singapur o Corea del Sur, al mismo tiempo nos sorprende la cuasi-transparencia de un continente entero como África o extensas regiones como Brasil.

 

CUADRO Nº 1

Hemos tratado de graficar dos realidades de índole diversa, aquello que llamamos sociedades históricas afincadas en Estados nacionales y el ciberespacio construido como una red de densidades variables. La pregunta central apunta a la relación particular que se da entre las redes y las sociedades históricas, pues pareciera que el visillo posee no sólo densidades distintas en distintos puntos sino un grado de adherencia distinto en diversas regiones del mapa. Esto es, grados y velocidades distintas de asimilación de las TIC’s , lo que se conoce como Índice Capacidad de Absorción. [16] (Véase cuadro nº 2)

 

 

CUADRO Nº 2

 

 

 

Volvamos sobre nuestra imagen. Hemos tratado de establecer una tosca analogía que, a pesar de ser algo escolar, quiere dar cuenta de una topología otra que se instala en el seno de las realidades históricas hasta el punto de ser indisociable de ella, de hecho toda tecnogénesis está inextricablemente unida en su materialidad a la llamada antropogénesis.[17] Esto estaría dado porque la técnica no tiene fronteras y, además porque ella está íntimamente entrelazada con la noción de “progreso”. Como afirma Debray: “Por más que el progreso técnico sea aleatorio, se distribuya con desigualdad (según las latitudes), sea irregular (bifurcaciones súbitas o paros prolongados) y a ratos espantoso (Hiroshima o Chernobil), todo ello no impide que la dinámica evolutiva del mundo técnico sea una realidad”.[18] Los fenómenos sociales son susceptibles de ser analizados como sistemas sociotécnicos,[19] siempre que tengamos claro que se trata de una distinción más bien conceptual, en este sentido Lévy aclara: “...la técnica es un ángulo de análisis de los sistemas sociotécnicos globales, un punto de vista que pone el énfasis en la parte material y artificial de los fenómenos humanos y no una entidad real, que existiría independientemente del resto, tendría efectos distintos y actuaría por sí misma ...La distinción marcada entre cultura (la dinámica de las representaciones), sociedad (los individuos, sus lazos, sus intercambios, sus relaciones de fuerza) y técnica (artefactos eficaces) no puede ser sino conceptual”.[20] Un buen ejemplo de esta estrecha interacción la encontramos en el dominio estético. No es casual que autores como Benjamín se hayan ocupado de cómo las nuevas técnicas modifican la percepción espacio - temporal con el advenimiento de la modernidad, en efecto el nuevo sensorium va a actuar como una matriz inédita que dará a luz dispositivos como el collage y el montaje en el arte. En este sentido habría que repetir con Renato Ortiz: “La modernidad se materializa en la técnica”.[21]

 

Advertidos sobre cierta precariedad en la que nos movemos, volvamos al problema de los mapas. La imagen del visillo bien puede dar cuenta de redes desplegadas en territorios geográficos, así podríamos servirnos de ella con relativa utilidad para redes ferroviarias o expansión del telégrafo e incluso para redes informáticas en cuanto infraestructura o hardware, sin embargo, el ciberespacio se nos presenta con algunas singularidades que no podemos pasar por alto. Por de pronto, el hecho de que estamos ante un espacio virtual, un espacio que lejos de ser ilusorio falso como nos dice el sentido común es un espacio comunicacional interactivo que, en el límite nos puede comprometer desde el punto de vista sensoriomotriz. Conviene detenernos en algunas características del ciberespacio para comprender el verdadero alcance de las mutaciones en curso.

 

Seguiremos en este punto a uno de los más lúcidos pensadores que ha reflexionado sobre el ciberespacio: Philippe Quéau.[22] Contrariamente a Kant, el espacio virtual no es un a priori para devenir un constructo, una imagen, como afirma nuestro autor: “Para Emmanuel Kant, el espacio es una representación necesaria a priori que sirve de fundamento a todas las intuiciones externas. Según él, la inexistencia del espacio es inconcebible. E incluso el espacio se convierte, desde ese punto de vista, en una condición de posibilidad de los fenómenos, como es la condición subjetiva de nuestra sensibilidad”.[23] En suma: “El espacio no representa una propiedad de las cosas en sí, ni éstas en su relación entre sí. Es la condición previa de la relación del sujeto a las cosas”.[24] El espacio deja de ser res extensa, se hace imagen y por tanto el espacio euclidiano próximo a nuestra experiencia es sólo un caso posible. El espacio virtual se puede modelar. Ahora bien, tradicionalmente se ha aceptado que las imágenes una “mediación” en cuanto sólo adoptan la forma de un referente real, así la imagen del fuego no llega a quemarnos. La imagen virtual, en todo caso, puede comprometernos íntegramente, esto es, el fuego puede llegar a quemarnos. En pocas palabras, la imagen virtual no es mera representación de algo, estamos ante construcciones que conjugan una representación visible que, al mismo tiempo es un  modelo inteligible. Esto explica por qué hoy es posible realizar experimentos in silica mediante imágenes 3D, sea de un proyectil o un puente, imagen y modelo se funden en una simulación funcional. La noción de espacio como algo sin otra referencia que sus propias leyes de construcción y su potencia como representación sensible e inteligible, nos parece central como aporte de este autor a la hora de pensar el ciberespacio. Comprendemos ahora lo inadecuado del visillo como imagen de este espacio virtual de flujos. El visillo no es sino una extrapolación de la espacialidad geográfica en que hilos y nodos determinan densidades de una infraestructura en red, sin embargo el ciberespacio, en rigor, es un no lugar. O mejor dicho, el ciberespacio se nos presenta como una simulación funcional multisensorial del espacio, pero no admite los criterios topológicos a la hora de intentar cualificarlo. Como el Aleph imaginado por Borges, el ciberespacio, conceptualmente se aproxima a una singularidad, un punto si se quiere, en la que se dan cita los flujos informáticos dispersos en la espacialidad. Como muy bien apunta Quéau: “La imagen virtual se convierte en un ‘lugar’ explorable, pero este lugar no es un ‘espacio’ puro, una condición a priori de la experiencia del mundo, como lo era para Kant”. [25] En pocas palabras, el espacio virtual no es el lugar de la experiencia sino la experiencia en sí.

 

A partir de esta reflexión podemos darnos cuenta de la radicalidad que supone la irrupción de lo virtual gracias a las nuevas tecnologías, en cuanto entrañan una modificación en el estatuto mismo de nuestra experiencia. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos colegir que, desde el punto de vista de las ciencias sociales, se ha producido una mutación en su objeto y en sus fundamentos. Aparece, así, inevitable la cuestión: ¿Qué consecuencias concretas surgen de esta nueva concepción topológica? ¿Qué nuevos fenómenos se verifican en este nuevo espacio? ¿Qué relación se puede establecer entre lo social y lo virtual?

 

 

1.2. Desterritorialización: lo social y lo virtual

 

 

1.2.1. La globalización y los no - lugares

 

 

Se ha hecho habitual el escuchar voces entusiastas que nos anuncian la abolición de las distancias. Nicholas Negroponte es, quizá, uno de los más connotados a este respecto: La distancia tiene cada vez menos significado en el mundo digitalizado y, de hecho, un usuario de Internet la olvida por completo. En la Internet, la distancia, a menudo pareciera funcionar a la inversa. Muchas veces obtengo respuestas más rápidas de lugares muy lejanos que de los que están más cerca, porque el cambio de huso horario permite que se me conteste mientras duermo”.[26] En tono todavía más radical se nos anuncia el ocaso de las limitaciones impuestas por la geografía: “De la misma manera que el hipertexto anula las limitaciones de la página impresa, la era de la postinformación anulará las limitaciones geográficas. La vida digitalizada nos hará cada vez más independientes del hecho de tener que estar en un lugar específico, en un momento determinado. Incluso, la misma transmisión de lugares geográficos pronto comenzará a ser posible.”[27] Las consecuencias que extrae Negroponte son, por lo menos, cautivantes. En efecto, las nuevas tecnologías disponibles nos permitirían construir “lugares virtuales” específicos, de este modo: “Si realmente pudiera mirar por la ventana electrónica de mi living en Boston y ver los Alpes, escuchar los cencerros de las vacas y oler la bosta (digital) bajo el sol de verano, en cierta forma ‘estoy’ en Suiza. Si en lugar de ir a trabajar conduciendo mis átomos en dirección a la ciudad, me conecto con mi oficina y realizo mi tarea en forma electrónica, ¿dónde está ubicado exactamente mi lugar de trabajo?”[28] Esta suerte de paradoja virtual nos trae a la memoria ciertos relatos de novela fantástica como aquella memorable novela de Bioy Casares, La Invención de Morel.[29] Es conveniente detenernos en este punto, pues en él advertimos una cuestión crítica, a saber: la relación posible entre el espacio virtual y nuestra percepción ordinaria del espacio.

 

Es claro que el ciberespacio inaugura una nueva percepción del tiempo y el espacio, en este sentido parece pertinente hablar, como lo hace Lévy de un “universal abierto: “Ubicuidad de la información, documentos interactivos interconectados, telecomunicación recíproca y asíncrona de grupo y entre grupos: el carácter virtualizador y desterritorializador del ciberespacio lo convierte en el vector de un universal abierto. Simétricamente, la extensión de un nuevo espacio universal dilata el campo de acción de los procesos de virtualización”.[30] Los procesos de virtualización entrañan una creciente desterritorialización de toda suerte de actividades. Dicho de otro modo, las actividades financieras, massmediáticas y de información sólo pueden circular en el ciberespacio si, al mismo tiempo, reformulan sus prácticas en cuanto a desterritorializarse. Nos parece que aquí se juega el concepto mismo de “globalización” o “mundialización”.[31]

 

Como muy bien apunta Hopenhayn: “La globalización afecta las categorías básicas de nuestra percepción de la realidad en cuanto transgrede la relación tiempo-espacio y la reinventa bajo condiciones de aceleración exponencial: se comprimen ambas categorías de lo real por vía de la microelectrónica, que hace circular una cantidad inconmensurable de ‘bits’ a la vez, en un espacio reducido a la nada por la velocidad de la luz con que estas unidades comunicativas operan. Esta aceleración temporal y este desplazamiento espacial se dan con especial intensidad en los dos ámbitos recién señalados donde la microelectrónica tiene aplicación: en la circulación del dinero y de las imágenes (como iconos, pero también como textos). Si algo no tiene precedente, es el volumen de masa monetaria y de imágenes que se desplaza sin límites de espacio y ocupando un tiempo infinitesimal.”[32] La noción misma de globalización no debe confundirse de buenas a primeras con un modelo económico como el neo-liberalismo, más bien estamos ante una mutación de gran escala, comparable por su envergadura con el llamado “industrialismo” (volveremos sobre este aspecto más adelante, a propósito del concepto de “desarrollo”). Las imágenes y el dinero ocupan, fuera de discusión, un sitio privilegiado en esta lógica de redes y flujos, aunque con consecuencias diversas, pues mientras el dinero se concentra, las imágenes se difuminan.[33]

 

Si, tal como ha sugerido Quéau, el ciberespacio no es un espacio puro, en el sentido kantiano, cabe sospechar que si bien la globalización es constatable en nuestra cotidianeidad, ya no estamos ante un lugar de la experiencia sino ante una experiencia en sí. La desterritorialización estaría dado, precisamente, por un desarraigo geográfico a favor de un espacio otro, aquel universal abierto, que se reduplica en cada página de Internet, en cada spot televisivo universal, en cada sitio estandarizado para el gusto promedio: desterritorialización es la inmersión a los no - lugares[34] físicos y virtuales que amueblan el imaginario postmoderno. Esta desterritorialización es inmanente a la globalización que, a su vez, es inseparable del nuevo sensorium temporo-espacial que trae el ciberespacio. Este inédito no territorio nos resulta, con todo, familiar, se trata de una suerte de déjà vu, una repetición incesante, así los nuevos espacios de la desterritorialización son espacios de nuevas mitologías, en el sentido barthesiano. Como sostiene Renato Ortiz: “Desde que el viajero, en sus traslados, privilegia los espacios de la modernidad-mundo en el ‘exterior’, carga consigo su cotidiano. Al enfrentarse con un universo conocido, su vida ‘se repite’, confirmando el orden de las cosas que lo envuelven. Por eso, Frederic Jameson dirá que las sociedades ‘posmodernas’ tienen una ‘nostalgia del presente’. En los grupos primitivos, el mito, para actualizarse, tenía la necesidad de materializarse en los rituales mágicos religiosos. Sin embargo, entre un rito y otro, una ‘duda’ quedaba en el aire. La memoria colectiva, cada vez que era invocada, funcionaba como alimento para la renovación de las fuerzas sociales. En las sociedades actuales, la ritualización debe ser permanente, sin lo cual el presente se vaciaría de sustancialidad. Los objetos y las imágenes tienen que ser incesantemente reactualizados, para que el vacío del tiempo pueda ser llenado. En este sentido, la memoria internacional-popular se aproxima al mito según lo define Barthes (y no como lo entienden los antropólogos). El Mito en cuanto palabra despolitizada que ‘congela’ la historia, inmoviliza el presente dándonos la ilusión de que el tiempo llegó a su término”.[35]

 

La desterritorialización supone, desde nuestra perspectiva, una radical reformulación del espacio y el tiempo. Esto puede ser analizado, y debe ser analizado, desde dos puntos de vista complementarios: por una parte, interesa los procesos histórico culturales en cuanto procesos globalizados, necesario, mas no suficiente, pues, la desterritorialización entraña un cambio más profundo en cuanto pone en tensión nuestra noción misma de realidad. Este análisis supone, pues, que toda cultura entraña un régimen de significación, cuyas aristas lindan con los aspectos históricos y económico-culturales, pero sobre todo con nuevos modos de significación.[36] Por esto, tal como sugiere Ortiz, debemos rastrear no sólo los avatares históricos sino los atributos de una civilización: “El proceso de globalización de las sociedades y de desterritorialización de la cultura rompe el vínculo entre la memoria nacional y los objetos. Con su proliferación a escala mundial, éstos serán desarraigados de sus espacios geográficos; por eso podemos hablar del automóvil como un mito del hombre moderno. Como las catedrales góticas, sería el símbolo de una época. Sus cualidades, velocidad y movilidad son atributos de una civilización, no la mera expresión de la personalidad de un Henry Ford.” Tal como sostenemos en nuestra hipótesis de trabajo, no se trata sólo de nuevos contextos dados por la globalización sino de un salto semiósico que transforma nuestra relación con los lenguajes y nuestra noción de realidad.

 

La nueva percepción del espacio y el tiempo está íntimamente ligada a las redes y flujos cuyo soporte no es otro que las nuevas tecnologías, así, entonces, las llamadas TIC’s son una dimensión clave, aunque no la única, de la globalización. La globalización supone, desde nuestra perspectiva, una reformulación de las nociones espacio temporales de la primera modernidad. Como subraya Beck: “El Estado nacional es un Estado territorial, es decir, que basa su poder en su apego a un lugar concreto (en el control de las asociaciones, la aprobación de leyes vinculantes, la defensa de las fronteras, etc.). Por su parte, la sociedad global, que a resultas de la globalización se ha ramificado en muchas dimensiones, y no sólo las económicas, se entremezcla con ¾y al mismo tiempo relativiza¾ el Estado nacional, como quiera que existe una multiplicidad ¾no vinculada a un lugar¾ de círculos sociales, redes de comunicación, relaciones de mercado y modos de vida que traspasan en todas direcciones las fronteras territoriales del Estado nacional – estatal: la fiscalidad, las atribuciones especiales de la policía, la política exterior o la defensa”.[37]

 

En nuestra línea de pensamiento, constatamos que existe una dimensión de la globalización que se traduce en la abolición de los lugares, lo que a nuestro entender supone una ruptura fundamental con los presupuestos de la primera modernidad. La cuestión que se plantea puede ser formulada en los siguientes términos: ¿qué condiciones de significación han hecho posible esta nueva concepción del espacio y del tiempo en los albores de esta segunda modernidad? Es claro que para esbozar una respuesta a la interrogante que nos hemos planteado, es menester construir, aunque se muy someramente, un andamiaje teórico que sostenga nuestros puntos de vista.[38] Antes de arribar a un reticulado categorial coherente, debemos desbrozar nuestro camino e intentar dilucidar la relación que habíamos dejado pendiente, entre las transiciones tecnológicas y las tendencias histórico culturales.

 

1.2.2. Tecnología, cultura, espacio y tiempo

 

 

Es interesante constatar cómo aquello que podríamos llamar ampliamente el debate postmoderno ha contribuido, en primer lugar, a poner en perspectiva los supuestos de la modernidad. Entre éstos, un lugar central corresponde a las coordenadas espacio temporales estatuidas en cada momento histórico social. Entre quienes han planteado la interrogante en toda su radicalidad destaca David Harvey: “¿De qué modo han cambiado los usos y significados del espacio y el tiempo con la transición del fordismo a la acumulación flexible? Mi idea es que estas dos últimas décadas hemos experimentado una intensa fase de compresión espacio – temporal, que ha generado un impacto desorientador y sorpresivo en las prácticas económico – políticas, en el equilibrio del poder de clase, así como en la vida cultural y social”.[39]

 

Para contextualizar la llamada compresión espacio – temporal debemos esclarecer mínimamente lo que ha sido el concepto de espacio y tiempo inmanente a la modernidad, y al mismo tiempo, examinar comparativamente una cierta dinámica de las transiciones, por lo menos tal y como ellas se han dado en épocas recientes. Comencemos, pues, por este último aspecto. George Landow,[40] siguiendo la línea de pensamiento de Kernan y Chartier principalmente, ha extraído tres interesantes lecciones de la transición desde el manuscrito a la imprenta. La primera lección es que las transiciones de las que hablamos son de larga duración, de hecho siglos de cambio gradual y sostenido, así, habría una etapa inaugural y una más tardía de consolidación: “Según Kernan, no fue hasta principios del siglo XVIII que la tecnología de la imprenta ‘hizo pasar a los países más adelantados de Europa de una cultura oral a otra impresa, reordenando toda la sociedad y reestructurando las letras, más que meramente modificándolas’ (9). ¿Cuánto tardará la informática, y sobre todo el hipertexto, para operar cambios parecidos? Uno se pregunta cuánto tardará el paso al lenguaje electrónico en volverse omnipresente en la cultura y ¿con qué medios, apaños culturales provisionales y demás intervendrá y creará un cuadro más confuso, aunque culturalmente más interesante?”[41]

 

La segunda lección que extrae Landow es que las tecnologías no permiten hacer una lectura mecánica de la cultura, ni mucho menos predecir el impacto de una determinada tecnología. Este aspecto es de capital importancia a la hora de reflexionar sobre el tránsito desde una Ciudad Letrada a una Ciudad Virtual, ya que si bien advertimos que el ciberespacio curva los espacios históricos concretos, dicha curvatura no reconoce necesariamente los vectores históricos y culturales desde los cuales se pretende predecir su curso, en otras palabras la curvatura es un dominio relativamente autónomo que abre un espacio de indeterminación. Así, habría que repetir con Landow: “Como Kernan deja bien claro, la comprensión de la lógica de una tecnología no permite hacer predicciones, ya que en condiciones diferentes la misma tecnología puede producir efectos diferentes e incluso contrarios. Así, J. David Bolter y otros historiadores de la escritura han señalado que, al principio, la escritura, que servía los intereses del clero y de la monarquía al registrar leyes y acontecimientos, parecía puramente elitista, e incluso hierática; más tarde, a medida que iba progresando hacia abajo en la escala social y económica, empezó a parecer democratizante e incluso anárquica. En gran medida, los libros impresos tuvieron efectos igualmente diferenciados, aunque los factores democratizantes tardaron mucho menos en imponerse a los hieráticos: unos cuantos siglos, tal vez décadas en lugar de milenios.” De manera todavía más explícita, Landow cita a Kernan cuando aclara: “El mismo Kernan insiste en que “el conocimiento de los principios básicos de la lógica de la imprenta, como la inalterabilidad, la multiplicidad y la sistematización, permite predecir las tendencias pero no los modos exactos en que iban a manifestarse en la historia de la escritura y en el mundo de las letras. Tanto la idealización del texto literario como su atribución de una esencia estilística son desarrollos de posibilidades latentes de la imprenta, pero opino que no había una necesidad previa y precisa de que las letras fueran valorizadas de estas maneras en particular’. Kernan también señala ‘la tensión, por no hablar de oposición manifiesta, entre dos de las fuerzas primarias de la lógica de la imprenta: la multiplicidad y la inalterabilidad, algo que podríamos denominar efectos ‘biblioteca’ y de ‘librería de saldos’, que entran en juego, o prevalecen, sólo en determinadas condiciones económicas, políticas o tecnológicas”. La distinción que introduce Kernan entre modo y tendencia, reservando para ésta la predictibilidad alude a una racionalidad inmanente a determinada tecnología, una cierta lógica implícita como sobredeterminación, la cual operaría con relativa independencia de las coordenadas económico culturales en que ésta se inscribe. Este espectro de potencialidades encontraría así sus modos concretos al plasmarse en un espacio histórico dado. Con lo fascinante de la propuesta, cabe preguntarse si las tendencias son sólo el resultado del encuentro entre las lógicas de una determinada tecnología y un momento económico cultural, sin considerar las mutaciones del régimen de significación de una cultura, en particular de los modos de significación con todas las consecuencias en el sensorium y en los procesos mentales más complejos, y en este sentido si acaso se trata, en efecto, de un fenómeno sujeto a predicción. Bastará pensar en las tremendas potencialidades de cambio e indeterminación que subyacen en tecnologías nuevas como la ingeniería genética o las Tic’s, cuyo impacto en la noción misma de sujeto apenas barruntamos.

 

La tercera lección que nos plantea Landow remite a la dimensión política de las transiciones: “La tercera lección o norma que puede derivarse de la obra de Kernan y de otros historiadores de las relaciones entre las diversas prácticas de la lectura, las tecnologías de la información y la cultura, es que las transformaciones tienen contextos e implicaciones políticos. Las consideraciones sobre hipertexto, teoría crítica y literatura han de tener en cuenta lo que Jameson llama ‘el reconocimiento básico de que no hay nada que no sea, además, social e histórico, y que, de hecho, ‘en última instancia’, todo es político’”.

 

El espacio, desde la perspectiva que nos interesa puede ser descrito en los términos de Castells como “...el soporte material de las prácticas sociales que comparten el tiempo”.[42] Dicha espacialidad se reconocería hoy, seguimos a Castells, por los llamados flujos de capital, información, tecnología y símbolos, al punto que este autor el espacio de las prácticas sociales en la actualidad como un espacio de flujos, definido en los términos siguientes: “El espacio de los flujos es la organización material de las prácticas sociales en tiempo compartido que funcionan a través de los flujos”.[43] La idea de flujo se relaciona con secuencias de intercambio e interacción entre dos posiciones que físicamente están inconexas. De aquí Castells describe tres niveles de análisis del llamado espacio de flujos, a saber: primero, el soporte material constituido por circuitos electrónicos; segundo, los nodos y ejes constitutivos de dicho espacio; y tercero, la organización espacial de las élites gestoras dominantes.

 

Este espacio de flujos posee su correlato en una nueva construcción de tiempo, que se erige contra la idea de un tiempo lineal, irreversible, medible y predecible propio de la modernidad, pues como afirma Harvey: “...el pensamiento de la Ilustración operaba dentro de los límites de una visión ‘newtoniana’ algo mecánica del universo, en la cual los presuntos absolutos del tiempo y el espacio homogéneo formaban los recipientes que limitaban el pensamiento y la acción”.[44] En la actualidad asistimos, precisamente, a la más radical transformación del tiempo y el espacio, éstos se aceleran, se comprimen, se procesan. El tiempo se hace atemporal en cuanto simultáneo e instantáneo, lo que se traduce un trastocamiento del orden cronológico de los sucesos, en este sentido podríamos señalar que se alcanza aquel sueño poético de Baudelaire en cuanto a la modernité, en que lo fugaz y efímero se conjuga con lo eterno.

 

La cultura contemporánea está caracterizada por una tensión no resuelta entre la compresión espacio temporal de los no lugares, por una parte, y el hecho evidente de que habitamos todavía lugares.[45] Esta verdadera paradoja instituye el ethos postmoderno y ha sido objeto de las lecturas pesismistas que quedan muy bien resumidas por Brunner cuando escribe: “Si uno se atiene exclusivamente al lado sombrío de este proceso, podrá concordar con Albrech Wellmer cuando señala que la economía capitalista, al ingresar a su fase global, ha alcanzado ‘las dimensiones de un poderoso proceso de destrucción: en primer lugar, destrucción de las tradiciones; después, destrucción del entorno ecológico; finalmente, destrucción del sentido, así como destrucción del ‘sí mismo’ unitario que otrora fuera tanto producto como motor del proceso de Ilustración’. A ese listado puede agregarse otra serie de destrucciones, a la manera de Marx cuando concluye que todo lo que parecía sólido en el antiguo orden ahora se evapora en el aire: instituciones, prácticas, relaciones, sentimientos”.

 

 

1.3. La cibercultura y sus mitologías

 

 

Hace ya más de cuatro décadas Roland Barthes escribió un sugestivo libro que estaba destinado a entrar en la historia cultural contemporánea, nos referimos, desde luego a su célebre Mithologies [46] (1956). Como suele ocurrir con los clásicos, se trata de un escrito que no ha perdido su lozanía ni su pertinencia y, en este sentido, un libro al cual, ineluctablemente, hemos de volver cada cierto tiempo.

 

La fórmula de Barthes, según la cual: “le mythe est une parole”,[47] fue la impronta que marcó a una época, pues en ella descubrimos que el mito es un uso social, un habla. Y, tal como nos enseñara este eminente semiólogo, cualquier cosa puede devenir un mito, en cuanto hablemos de ello. ¿Y de qué se habla hoy? Pues, entre las muchas cosas de las que se habla, resalta, sin duda, todo el nuevo mundo de la informática, aquello que ha sido bautizado como la cibercultura. Un mundo preñado de oscuros augurios para algunos, pletórico de promesas para otros. Un mundo, en cualquier caso, del que se habla

 

En las líneas que siguen, intentaremos delimitar lo que se dice de este nuevo ciberuniverso que, al igual que aquel Juego de Abalorios imaginado por Hesse, constituye en este mundo globalizado el culmen de todo saber, de todo poder. Así, entonces, nos proponemos aproximarnos a esta nueva mitología que inaugura el siglo XXI, con las precarias herramientas que supone toda heurística.

 

El mito no sólo es un habla sino una forma, una forma acotada históricamente, una forma en que lo social está ya presente desde luego, pero no por ello pierde su condición de superficie, de significante. Pues bien, la forma arquetípica de la mitología contemporánea no es otra que una red… un conjunto de nodos interconectados por donde fluyen paquetes de información. La noción de red y de flujo resultan centrales a la hora de describir esta forma de la que hablamos, esto es así porque la imagen de la red es cosa antigua, lo nuevo radica es su dinamismo. Como mera exterioridad la red es un oscuro entramado en el que presentimos, empero, una riqueza de significaciones que fluye a la velocidad de la luz por sus infinitas conexiones. La red de la que hablamos es ante todo enigma, luz y oscuridad: todo mito entraña un mysterium tremendum, así, lo incomprensible en su incomprensibilidad deviene algo sagrado o mágico.[48]

 

Sabemos que estamos ante una estructura no jerárquica y, en este sentido, horizontal, que no posee un centro, flexible y adaptable que, en última instancia instituye un espacio otro, una virtualidad que se ha dado en llamar ciberespacio. Este mundo otro permite el acceso remoto desde cualquier punto de la red. Es claro que este espacio virtual transgrede la topología del mundo que habitamos, ofreciéndonos a cambio una espacialidad otra en que los territorios conocidos quedan abolidos. El nuevo espacio ya no es un a priori sino una imagen.[49] Este ciberespacio es, en principio, un espacio comunicacional [50] en que se conjugan lo sensible y lo inteligible, permitiendo que los fenómenos de la “realidad” ya no sólo sean analizables in real life (IRL) o in vitro sino, además, in silica. Ni real ni irreal, lo virtual se estatuye como forma pura de base digital (numérica) que, no obstante, es traducible a todos los lenguajes, desde lo alfabético a lo audiovisual, incluso a lo táctil. En esta traducibilidad reside precisamente su fuerza y su misterio. Más que lenguajes nuevos encontramos la conjunción de muchos lenguajes bajo la modalidad hipertextual en que diversos links permiten lecturas bifurcadas tal como sentenció Nelson;[51] sin embargo, lo novedoso radica en la información reticular en flujos. En este sentido la red es siempre algo en construcción y en movimiento, inconclusa y dinámica.

 

La red, a diferencia de la televisión se nos muestra como una terminal relacional traslúcida, el destello luminoso y multicolor en una pantalla que nos reclama y nos interpela, no se trata esta vez de arrellanarnos en nuestro sillón favorito pasivamente, la pequeña pantalla extiende sus pequeños tentáculos periféricos en que el mouse y el teclado nos esperan; se trata de interfaces amistosas, blandas y fáciles: se nos invita a una suerte de juego que, por momentos nos puede parecer muy serio, pero que no pierde por ello el aire lúdico de cada imagen y cada sonido que nos acompaña en la elaboración de un documento. Es interesante notar que las PC’s actuales nos provocan la sensación de una interacción inteligente, en cuanto el mero uso de una computadora nos somete ya a una racionalidad preestablecida inscrita genéticamente en los softwares. Esta racionalidad subyacente no es sino la forma pura a la que aludíamos. Poco importa el programa específico en que trabajemos, hay una cierta lógica que permanece en los diversos formatos y operaciones que ejecutamos. Notemos que más allá de los contenidos que nos ocupen, prevalece la forma, el plano expresivo o significante, de manera que cabe preguntarse cómo nos condiciona una racionalidad tal. Esta interrogante ya ha sido intuida por algunos lúcidos pensadores latinoamericanos; así por ejemplo, Jesús Martín Barbero ha señalado: “En dos cuestiones podrían cifrarse las preguntas que desde la cultura las nuevas tecnologías de comunicación plantean en Latinoamérica. De un lado está la puesta en crisis que, tanto por la racionalidad que materializan como por el modo en que operan, esas tecnologías producen sobre la ‘ficción de identidad’ en que se apoya en estos países la cultura nacional… De otro, al llevar la simulación - el simulacro de la racionalidad, al extremo esas tecnologías hacen visibles un resto no simulable, no digerible que desde la alteridad cultural resiste a la homogeneización generalizada”.[52]

 

Las nuevas tecnologías materializan una cierta racionalidad cuya peculiaridad estriba en que se trata de una suerte de racionalidad virtual, es decir, una racionalidad que ya no se sostiene como mimesis de lo real ni como organización ideológica del mundo sino como pura superficie. Los lenguajes han dejado de ser transparentes y aproblemáticos, pero también han dejado de ser los portadores de grandes verdades y, mucho menos, de una interpretación canónica u holística que nos devele el sentido del mundo.[53] Las nuevas formas remiten, en su pureza, a su vacuidad histórica, el ciberespacio es un espacio sin tiempo, sin pasado.

 

Las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC’s), se nos ofrecen como el modo de ser contemporáneos: ser plenamente modernos es acceder a la red, vivir la digitalización. De este modo, a cada ritual de nuestra vida social debemos anteponer una “e” como sello inequívoco de que habitamos ese lugar virtual. Pareciera que cada ámbito de lo social busca su correlato en el ciberespacio, tanto el Mercado como el Estado: e – business o e – government; comercio o enseñanza, e – commerce o e – learning. La nueva mitología estatuye un nuevo modo de habitar el mundo, proponiéndonos un mundo otro que, a diferencia de los paraísos tradicionales, es perceptible. Se instala aquí una paradoja, habitar la modernidad plena es deshabitar la historia sin renunciar a nuestro compromiso sensoriomotriz: irrumpe de este modo lo postmoderno como pura repentinidad, presente dilatado en un relenti de superficies sin historias que contar, sin apelar a otra trascendencia que su presencia.

 

La nueva mitología ya no nos propone un horizonte de sentido, una weltanshauuung, por lo menos no en el sentido teleológico, moderno. El sentido de lo uno se ha retraído, ya no está en el mundo histórico, tampoco en el ciberespacio sino en los abismos de la subjetividad. El pensamiento moderno, en tanto textualidad lineal, logocéntrica, teleológica y afincada en el sentido, ha sido minado por la hipertextualidad reticular de superficie. Por esto, la noción misma de hipertexto debemos rastrearla más en los procesos psíquicos que en su objetivación en una pantalla de computador. Castells nos advierte: “Quizá la transformación cultural sea más compleja de lo que nos pensamos. Quizá el hipertexto no exista fuera de nosotros, sino más bien dentro de nosotros. Es posible que nos hayamos creado una imagen excesivamente material del hipertexto electrónico… O sea, una imagen del hipertexto como un verdadero sistema interactivo, digitalmente comunicado y electrónicamente controlado, dentro del cual todas las piezas sueltas de la expresión cultural, pasada, presente y futura, en todas sus manifestaciones podrían coexistir y recombinarse… Sin embargo, este es un punto de vista demasiado primitivo sobre la comprensión de los procesos culturales. Son nuestras mentes ¾y no nuestras máquinas¾ las que procesan la cultura, sobre la base de nuestra propia existencia”.[54] Lo hipertextual, entonces, es algo que producimos gracias a la utilización de los dispositivos multimediales en red, se trata de constructos tan efímeros como personalizados. En este punto adquiere sentido la sentencia de Castells: “…somos libres, pero potencialmente autistas”.[55]

 

La mitología contemporánea entraña, por cierto, una promesa: la realización plena del yo, su despliegue en una libertad interpretativa que constituye su diferencia. Es claro que esta tendencia resulta congruente con el reclamo democrático e individualista que está en el fundamento de la cultura burguesa occidental.

 

Como en toda mitología, la plenitud del ser sólo es posible en un mundo otro, en este caso, en el mundo tangible e interactivo del ciberespacio. No sólo eso, se trata, según Negroponte, de un mundo universal y nuevo, joven, para las nuevas generaciones: “Las fuerzas que determinan la difusión del uso de la computación no es social ni racial ni económica, sino generacional. Los pobres y los ricos son tanto jóvenes como viejos. Muchos movimientos intelectuales están claramente impulsados por fuerzas nacionales y étnicas, pero la revolución digital no sufre esa influencia. Su ética y su atractivo son tan universales como la música rock”.[56] La comparación con la música rock no nos parece en absoluto antojadiza, pues establece un paralelo entre los dos mitos más decisivos del último siglo: la psicodelia y la ciberdelia.[57]

 

La nueva mitología digital sustituye cualquier sentido trascendente por una exaltación de la forma y, ya lo sabemos, la pertinentización de la forma instituye lo estético como modo de relación.

 

En rigor, tanto el rock como la racionalidad de los códigos digitales instituyen patrones formales que orientan los procesos psíquicos y culturales en un periodo de la historia. Esta estetización de la cultura y la vida no puede ser leída ingenuamente como el resultado mecánico de una racionalidad tecnológica operante. El fenómeno parece ser más complejo, en cuanto exige una mirada más detenida, pues como nos advierte Lévy: “...la técnica es un ángulo de análisis de los sistemas sociotécnicos globales, un punto de vista que pone el énfasis en la parte material y artificial de los fenómenos humanos y no una entidad real, que existiría independientemente del resto, tendría efectos distintos y actuaría por sí misma. ...La distinción marcada entre cultura (la dinámica de las representaciones), sociedad (los individuos, sus lazos, sus intercambios, sus relaciones de fuerza) y técnica (artefactos eficaces) no puede ser sino conceptual”.[58] En rigor, asistiríamos a una doble estetización, por una parte, tal como hemos sostenido, la racionalidad técnica exige patrones formales que se nos imponen como lógicas inmanentes al uso, pero al mismo tiempo, dichos usos se inscriben en sociedades históricas que reconocen orientaciones culturales básicas. De este modo, a la estetización impuesta por la técnica se yuxtapone la estetización que emana del ethos de una sociedad de consumo que estatuye sus fines y legitimidades desde las imágenes universales de la publicidad y el Mercado. Esto explica, aunque sea en parte, por qué en las décadas recientes los computadores, concebidos en principio como herramientas para la industria y la burocracia, se han convertido en Personal Computer herramientas para los consumidores. Lo que desde un punto de vista técnico es mero uso, deviene en una sociedad mercantilista consumo suntuario, goce y hedonismo.

En pocas palabras, la tecnología digital materializada en cada PC y puesta en relación a nivel planetario por la red de redes, es el lugar de encuentro de dos mundos congruentes, la interface histórica entre la técnica y el estadio actual de la cultura. Así, la Computer se hace plenamente Personal, en cuanto se la utiliza, en cuanto se la posee como bien adquirido y en cuanto abre en la psiquis de cada usuario el espacio inconmensurable de su yo que se expande hasta el infinito, identificando su estructura de personalidad con el mundo exterior: eso es lo que ha sido llamado narcisismo socio-genético y representa el perfil psicosocial del capitalismo globalizado.[59]

 

Como nuevos Narcisos, habitamos un mundo otro construido de pixels, donde cada sitio se nos ofrece a nuestra medida, donde el vértigo de este no lugar cristaliza y hace perceptible la mitología última: ver nuestro rostro reflejado en este mundo sin tiempo.

 

 


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NOTAS :

 

[11] Ianni, O.(1996) Teorías de la globalización. México. Siglo XXI Editores: 4 Véase además anexo 1.-

[12] Wallerstein I. Análisis de los sistemas mundiales in La teoría social hoy de Giddens & Turner .México. Alianza Editorial. 1990: 417.

[13] Ortiz, R. Mundialización y cultura. Buenos Aires. Alianza Editorial. 1997: 27.

[14]  Lévy, P. Cibercultura. Santiago. Dolmen. 2001:111 y ss.

[15] Seguimos a Lévy en este punto.

[16] Fuente: Centro Economía Digital CCS, a partir de diversas fuentes: 20.

Desde 2000, la CCS elabora un índice de Capacidad de Absorción de TICs entre 43 países a nivel mundial. Para construirlo se utilizan 10 indicadores de educación, infraestructura y costo de telecomunicaciones, densidad de PCs, infraestructura y penetración de Internet. Este indicador es similar a varios otros que se aplican anualmente con distintas metodologías, y comparte con ellos una sugerente estabilidad en la estructura de los grupos de países. En efecto, si se descompone el índice en sus indicadores individuales, se observa una fuerte correlación entre todos ellos, lo que demuestra que los países muestran una alta consistencia en sus variables de innovación y capacidad de uso de nuevas tecnologías. Es decir, los más avanzados tecnológicamente tienen también mejores indicadores de educación, infraestructura y uso.

[17] Como afirma Debray: Desde un punto de vista paleontológico, el acto técnico es matricial. De ahí surge todo, si admitimos con Leroi-Gourhan, que la antropogénesis es una tecnogénesis.

Debray,R. Introducción a la mediología. Barcelona. Paidós. 2001: 79.

[18] Ibidem. p. 86.

[19] La preocupación por los aspectos sociotécnicos está ya presente en los pensadores clásicos como Heidegger, Spengler u Ortega, para muestra un botón: “Se vive con la técnica, pero no de la técnica. Esta no se nutre ni respira a sí misma, no es causa sui, sino precipitado útil, práctico, de preocupaciones superfluas: imprácticas” Ortega y Gasset, J. Primitivismo y técnica in La Rebelión de las masas. Santiago. Editorial A. Bello. 1996:119.

En relación a Heidegger, véase su célebre artículo “La pregunta por la técnica”.in Conferencias y artículos. Barcelona. Ediciones de Serbal. 2001: 9-32.

[20] Lévy. Op. Cit. p.26 - 7.

[21] Ortiz. Op. Cit. p. 67.

[22] Quéau, Philippe. Lo virtual. Virtudes y vértigos. Barcelona. Ediciones Paidós. 1995.

[23] Ibidem. p. 21.

[24] Ibíd.

[25] Quéau, Philippe. Op. Cit. 35.

[26] Negroponte, N. Ser Digital. Buenos Aires. Editorial Atlántida. 1995.

[27] Negroponte, N. Op. Cit.

[28] Ibid.

[29] Véase anexo Nº 2.

[30] Lévy. Op. Cit p. 61.

[31] Usaremos indistintamente los términos globalización y mundialización, sin entrar en el debate político en torno a su genealogía y su alcance.

[32] Hopenhayn,M. Vida insular en la aldea global in Cultura y Globalización (J.M.Barbero Eds). Bógota. CES. 1999: 53-77.

[33] Ibid.

[34] Desde una perspectiva antropológica, ha sido Marc Augé quien se ha ocupado de los no –lugares: “En la situación de supermodernidad, una parte de ese exterior está constituida por no lugares, y una parte de los no lugares, por imágenes. Hoy, la frecuentación de los no lugares ofrece la posibilidad de una experiencia sin verdadero precedente histórico de individualidad solitaria y de mediación no humana (basta un cartel o una pantalla) entre el individuo y los poderes públicos.

Augè, M. Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona. Gedisa. 1998:120.

[35] Ortiz. Op. Cit. p.

[36] Discutimos ampliamente estas categorías en: Cuadra, Álvaro. De la ciudad letrada a la ciudad virtual. América Latina. Nº1. Revista del Doctorado en el Estudio de las Sociedades Latinoamericanas. Universidad ARCIS. 1er. Semestre 2002: 169-79.

[37] Beck, Ulrich ¿Qué es la globalización? Barcelona. Paidós. 1998: 19.

[38] El desarrollo de dicho constructo teórico se propone en el capítulo 2.3 de este texto.

[39] Harvey, David. La condición de la postmodernidad. Buenos Aires. Amorrortu. 1998: 314.

[40] Landow, G. Hipertexto. Buenos Aires. Paidós. 1995.

[41] Landow, G. Op.cit

[42] Castells, M. La era de la información. México. Siglo XXI. 1999. VOL I: 445.

[43] Ibid.

[44] Harvey, Op. Cit. p. 280.

[45] La noción de lugar alude, desde luego, a una localidad en que forma, función y significado se asegura en la contigüidad física.

[46] Barthes, Roland. Mythologies. Paris. Éditions du Seuil. 1957.

[47] Ibidem, p. 193.

[48] En un articulo reciente, Umberto Eco plantea precisamente cómo los desarrollos de la ciencia son aprehendidos por los públicos mediatizados como magia. Véase El Mago y el Científico.  Diario El País. Madrid. 15.12.2002. Conferencia Científica Internacional. Roma.

[49] Véase: Quéau, Ph. Lo virtual. Virtudes y vértigos. Barcelona. Paidós. 1995.

[50] Lévy, P. Cibercultura. Santiago. Dolmen. 2001:111 y ss.

[51] Hacemos referencia a: Nelson, T.H. 1992 Literary Machines 93.1, Mindful Press, Sausalito Citado por Clément J. Du texte à l’hypertexte: vers une épistemologie de la discursivité hypertextuelle.  www.acheronta.org/acheronta2/dutextel.htm

[52] Martin Barbero, J. De los medios a las mediaciones. México. G.Gili. 1987: 199.

[53] Barthes ya planteó este punto crucial al señalar: “En devenant forme, le sens éloigne sa contingence; il se vide, il s’appauvrit, l’histoire s’evapore, il ne reste plus que la lettre” Op. Cit. 203.

[54] Castells, Manuel. La galaxia Internet. Barcelona. Plaza y Janés. 2001: 230.

[55] Ibidem, p. 231.

[56] Negroponte, N. Ser Digital. Buenos Aires. Editorial  Atlántida. 1995: 206.

[57] Véase a este respecto el libro de Dery, Mark. Velocidad de escape. Madrid. Editorial Siruela. 1998.

[58] Lévy. Op.Cit. 26-7.

[59] Véase el estudio ya clásico de R. Sennett. Narcisismo y cultura moderna. Barcelona. Ed.Kairós.1980.


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