La
brecha digital: Cibercultura y desarrollo. Paradojas
y asimetrías de una sociedad en red. Nuevos
contextos y usos de la cibertecnología en Chile PROYECTO
DE INVESTIGACIÓN FONDARCIS 003/02 por ÁLVARO CUADRA |
I. BRECHA DIGITAL, DESARROLLO Y
GLOBALIZACIÓN
1.1. Mapas
y territorios
Al elaborar nuestro proyecto de
investigación, nos hemos planteado como uno de los objetivos generales,
analizar / revisar dos conceptos que nos parecen centrales en cualquier
aproximación seria al problema que nos ocupa, a saber: “brecha digital” y “desarrollo”.
Una de nuestras premisas es la existencia de aquello que hemos llamado espacios
de flujos y lo que denominamos sociedades históricas concretas. Sostenemos,
precisamente, que nociones tales como “brecha digital” o “desarrollo” adquieren
un sentido otro al ser pensadas desde esta perspectiva. Examinemos el asunto
más de cerca.
Al desplegar un mapa nos
encontramos una serie de territorios dibujados a escala que remiten a los
Estados que constituyen las sociedades actuales, así, nuestro país ocupa el ángulo
inferior a la izquierda, en el hemisferio sur, frente a un enorme océano. De
algún modo hemos desplegado una espacialidad geográfica en la cual el tamaño
relativo de las superficies “traduce” la espacialidad de los Estados y
territorios desplegados en continentes por todo el planeta. Dejando de lado la
presunta obviedad del ejercicio escolar, quisiera revisar algunos de sus
supuestos. Notemos que hasta hace muy poco las cuestiones fundamentales del
desarrollo histórico – social se han resuelto con mapas en la mano: no otra
cosa son los criterios geo-políticos, geo-estratégicos, geo- económicos, entre
otros. Estadistas y militares han percibido y organizado el mundo desde sus
mapas, que en última instancia son sus mapas mentales. La modernidad occidental
introduce y perfecciona mapas, husos horarios y códigos internacionales que
hicieron posible rutas seguras y una expansión
comercial de alcance planetario. La modernidad reinventa el tiempo y el
espacio.
Los mapas de la modernidad son
eminentemente miméticos, en cuanto representan de manera precisa la ubicación y
el tamaño relativo de las superficies de los Estados. Mapas más complejos
pueden entregarnos datos mucho más exactos y sofisticados sobre los países
considerados, rutas, montañas, lagos, ríos, zonas de producción agrícola,
aeropuertos, etc.
Hoy en día, los mapas de la
modernidad no resultan apropiados si queremos averiguar la importancia de Hong
Kong o Corea del Sur en la economía mundial. ¿Por qué? Se trata, desde luego,
de puntos insignificantes en un mapa geográfico. Mucho más difícil sería tratar
de ver y tratar de comprender por qué Corea del Sur reúne tantas conexiones a
Internet como toda Latinoamérica. Es claro que necesitamos otro tipo de
mapas. Pensar otro tipo de mapa introduce una cuestión epistemológica de
primera importancia, se trata de imaginar de un modo otro tanto el espacio como
el tiempo. En otras palabras: se hace indispensable introducir nuevos criterios
topológicos que sean capaces de dar cuenta de los puntos “insignificantes”
geográficamente, pero de gran relevancia desde el punto de vista económico,
tecnológico y virtual.
Imaginar otros mapas posibles,
es tratar de construir una metáfora de aquel espacio no geográfico en el que,
sin embargo, se constata una serie de fenómenos sociales de primera
importancia. Como afirma Ianni: “Las metáforas parecen florecer cuando los
modos de ser, actuar, pensar y fabular más o menos sedimentados se sienten
conmovidos” [11]
Lo que ha sido conmovido profundamente es nuestra manera de concebir el espacio
y el tiempo, no otra cosa se esconde en términos como mundialización,
globalización, aldea global, entre muchos. El viejo mapa de países ya no da
cuenta de ciertos puntos de alta densidad virtual, tampoco da cuenta de rutas
no geográficas por donde circulan capitales e información a la velocidad de la
luz. No deja de ser sugestivo a este respecto el reclamo de varios estudiosos
de la ciencias sociales, quienes advierten la impotencia de las categorías
clásicas de análisis, entre ellos, un lugar central lo ocupa sin duda Immanuel
Wallerstein para quien “El análisis de sistemas mundiales no es un paradigma
de ciencia social histórica: propone un debate sobre el paradigma”.[12]
De una opinión muy similar es Renato Ortiz: “Las metáforas abundan ante la
falta de conceptos. Nos encontramos aún apegados a un instrumental teórico
construido a final del siglo XIX”.[13]
Asistimos, pues, a una transformación cualitativa y cuantitativa del objeto
mismo de la ciencias sociales.
Imaginar un mundo global es,
paradójicamente, imaginar un mundo no geográfico, oxímoron
que bien merece una explicación. Este espacio no - geográfico ha sido llamado ciberespacio.
Este término fue creado en 1984 por W. Gibson en la novela de ciencia ficción Neuromántico.
Ha sido definido como el espacio de comunicación abierto por la
interconexión mundial de las computadoras y de las memorias informáticas. Es un
canal de comunicación por donde fluyen paquetes de información codificada digitalmente
que permite la transferencia de archivos y, ciertamente, el acceso remoto.[14]
El mapa que necesitamos es, en
principio, una red, pues así se llama al conjunto de nodos
interconectados que hace posible la interconexión mundial. Una red,
conceptualmente, es una estructura tal que no posee un centro y se manifiesta
como pura horizontalidad. En rigor, una red digital, es decir, muchas computadoras
alrededor del mundo puestas en red, actúa como un operador
espacio-temporal. [15]
Llevando nuestra imaginación al
límite, desplegar un mapa podría parecerse a tender un visillo. En
efecto, infinitos y delgados hilos configuran una sutil tela en la cual
percibimos zonas de alta densidad y otras cuasi-transparentes por donde
se cuela la luz. De algún modo traduce lo que nos indican las estadísticas al
respecto (véase cuadro nº 1) Esta imagen posee el defecto de que todavía es
bidimensional, aún así puede sernos de cierta utilidad. Supongamos ahora que
desplegamos nuestro visillo sobre un mapa geográfico. Descubrimos
que, efectivamente, hay zonas de alta densidad sobre lo que
geográficamente llamamos Japón o Singapur o Corea del Sur, al mismo tiempo nos
sorprende la cuasi-transparencia de un continente entero como África o extensas
regiones como Brasil.
CUADRO Nº 1
Hemos tratado de graficar dos
realidades de índole diversa, aquello que llamamos sociedades históricas
afincadas en Estados nacionales y el ciberespacio construido como una red de
densidades variables. La pregunta central apunta a la relación particular
que se da entre las redes y las sociedades históricas, pues pareciera que el visillo
posee no sólo densidades distintas en distintos puntos sino un grado
de adherencia distinto en diversas regiones del mapa. Esto es, grados y
velocidades distintas de asimilación de las TIC’s , lo
que se conoce como Índice Capacidad de Absorción. [16]
(Véase cuadro nº 2)
CUADRO Nº 2
Volvamos sobre nuestra imagen.
Hemos tratado de establecer una tosca analogía que, a pesar de ser algo
escolar, quiere dar cuenta de una topología otra que se instala en el seno de
las realidades históricas hasta el punto de ser indisociable de ella, de hecho
toda tecnogénesis está inextricablemente unida en su materialidad a la
llamada antropogénesis.[17]
Esto estaría dado porque la técnica no tiene fronteras y, además porque ella
está íntimamente entrelazada con la noción de “progreso”. Como afirma Debray: “Por
más que el progreso técnico sea aleatorio, se distribuya con desigualdad (según
las latitudes), sea irregular (bifurcaciones súbitas o paros prolongados) y a
ratos espantoso (Hiroshima o Chernobil), todo ello no impide que la dinámica
evolutiva del mundo técnico sea una realidad”.[18]
Los fenómenos sociales son susceptibles de ser analizados como sistemas sociotécnicos,[19]
siempre que tengamos claro que se trata de una distinción más bien conceptual,
en este sentido Lévy aclara: “...la técnica es un ángulo de análisis de los
sistemas sociotécnicos globales, un punto de vista que pone el énfasis en la
parte material y artificial de los fenómenos humanos y no una entidad real, que
existiría independientemente del resto, tendría efectos distintos y actuaría
por sí misma ...La distinción marcada entre cultura (la dinámica de las
representaciones), sociedad (los individuos, sus lazos, sus intercambios, sus
relaciones de fuerza) y técnica (artefactos eficaces) no puede ser sino
conceptual”.[20]
Un buen ejemplo de esta estrecha interacción la encontramos en el dominio
estético. No es casual que autores como Benjamín se hayan ocupado de cómo las
nuevas técnicas modifican la percepción espacio - temporal con el advenimiento
de la modernidad, en efecto el nuevo sensorium va a actuar como una
matriz inédita que dará a luz dispositivos como el collage y el montaje
en el arte. En este sentido habría que repetir con Renato Ortiz: “La
modernidad se materializa en la técnica”.[21]
Advertidos sobre cierta
precariedad en la que nos movemos, volvamos al problema de los mapas. La imagen
del visillo bien puede dar cuenta de redes desplegadas en territorios
geográficos, así podríamos servirnos de ella con relativa utilidad para redes
ferroviarias o expansión del telégrafo e incluso para redes informáticas en
cuanto infraestructura o hardware, sin embargo, el ciberespacio
se nos presenta con algunas singularidades que no podemos pasar por alto. Por
de pronto, el hecho de que estamos ante un espacio virtual, un espacio
que lejos de ser ilusorio falso como nos dice el sentido común es un espacio
comunicacional interactivo que, en el límite nos puede comprometer desde el
punto de vista sensoriomotriz. Conviene detenernos en algunas características
del ciberespacio para comprender el verdadero alcance de las mutaciones
en curso.
Seguiremos en este punto a uno
de los más lúcidos pensadores que ha reflexionado sobre el ciberespacio:
Philippe Quéau.[22]
Contrariamente a Kant, el espacio virtual no es un a priori para
devenir un constructo, una imagen, como afirma nuestro autor: “Para Emmanuel
Kant, el espacio es una representación necesaria a priori que sirve de
fundamento a todas las intuiciones externas. Según él, la inexistencia del
espacio es inconcebible. E incluso el espacio se convierte, desde ese punto de
vista, en una condición de posibilidad de los fenómenos, como es la condición
subjetiva de nuestra sensibilidad”.[23]
En suma: “El espacio no representa una propiedad de las cosas en sí, ni éstas
en su relación entre sí. Es la condición previa de la relación del sujeto a las
cosas”.[24]
El espacio deja de ser res extensa, se hace imagen y por tanto el espacio
euclidiano próximo a nuestra experiencia es sólo un caso posible. El
espacio virtual se puede modelar. Ahora bien, tradicionalmente se ha aceptado
que las imágenes una “mediación” en cuanto sólo adoptan la forma de un
referente real, así la imagen del fuego no llega a quemarnos. La imagen
virtual, en todo caso, puede comprometernos íntegramente, esto es, el fuego
puede llegar a quemarnos. En pocas palabras, la imagen virtual no es mera
representación de algo, estamos ante construcciones que conjugan una
representación visible que, al mismo tiempo es un modelo inteligible. Esto explica por qué hoy
es posible realizar experimentos in silica mediante imágenes 3D, sea de
un proyectil o un puente, imagen y modelo se funden en una simulación
funcional. La noción de espacio como algo sin otra referencia que sus propias
leyes de construcción y su potencia como representación sensible e inteligible,
nos parece central como aporte de este autor a la hora de pensar el ciberespacio.
Comprendemos ahora lo inadecuado del visillo como imagen de este
espacio virtual de flujos. El visillo no es sino una extrapolación de la
espacialidad geográfica en que hilos y nodos determinan densidades de una
infraestructura en red, sin embargo el ciberespacio, en rigor, es un no
lugar. O mejor dicho, el ciberespacio se nos presenta como una
simulación funcional multisensorial del espacio, pero no admite los criterios
topológicos a la hora de intentar cualificarlo. Como el Aleph imaginado
por Borges, el ciberespacio, conceptualmente se aproxima a una singularidad,
un punto si se quiere, en la que se dan cita los flujos informáticos dispersos
en la espacialidad. Como muy bien apunta Quéau: “La imagen virtual se
convierte en un ‘lugar’ explorable, pero este lugar no es un ‘espacio’ puro,
una condición a priori de la experiencia del mundo, como lo era para Kant”.
[25]
En pocas palabras, el espacio virtual no es el lugar de la experiencia sino la
experiencia en sí.
A partir de esta reflexión
podemos darnos cuenta de la radicalidad que supone la irrupción de lo virtual
gracias a las nuevas tecnologías, en cuanto entrañan una modificación en el
estatuto mismo de nuestra experiencia. Siguiendo esta línea de pensamiento,
podemos colegir que, desde el punto de vista de las ciencias sociales, se ha
producido una mutación en su objeto y en sus fundamentos. Aparece, así,
inevitable la cuestión: ¿Qué consecuencias concretas surgen de esta nueva
concepción topológica? ¿Qué nuevos fenómenos se verifican en este nuevo
espacio? ¿Qué relación se puede establecer entre lo social y lo virtual?
1.2.
Desterritorialización: lo social y lo virtual
1.2.1. La
globalización y los no - lugares
Se ha hecho habitual el escuchar
voces entusiastas que nos anuncian la abolición de las distancias. Nicholas
Negroponte es, quizá, uno de los más connotados a este respecto: “La
distancia tiene cada vez menos significado en el mundo digitalizado y, de
hecho, un usuario de Internet la olvida por completo. En la Internet, la
distancia, a menudo pareciera funcionar a la inversa. Muchas veces obtengo
respuestas más rápidas de lugares muy lejanos que de los que están más cerca,
porque el cambio de huso horario permite que se me conteste mientras duermo”.[26]
En tono todavía más radical se nos anuncia el ocaso de las limitaciones
impuestas por la geografía: “De la misma manera que el hipertexto anula las
limitaciones de la página impresa, la era de la postinformación anulará las
limitaciones geográficas. La vida digitalizada nos hará cada vez más
independientes del hecho de tener que estar en un lugar específico, en un
momento determinado. Incluso, la misma transmisión de lugares geográficos
pronto comenzará a ser posible.”[27]
Las consecuencias que extrae Negroponte son, por lo menos, cautivantes. En
efecto, las nuevas tecnologías disponibles nos permitirían construir “lugares
virtuales” específicos, de este modo: “Si realmente pudiera mirar por la
ventana electrónica de mi living en Boston y ver los Alpes, escuchar los
cencerros de las vacas y oler la bosta (digital) bajo el sol de verano, en
cierta forma ‘estoy’ en Suiza. Si en lugar de ir a trabajar conduciendo mis
átomos en dirección a la ciudad, me conecto con mi oficina y realizo mi tarea
en forma electrónica, ¿dónde está ubicado exactamente mi lugar de trabajo?”[28]
Esta suerte de paradoja virtual nos trae a la memoria ciertos relatos de novela
fantástica como aquella memorable novela de Bioy Casares, La Invención de
Morel.[29]
Es conveniente detenernos en este punto, pues en él advertimos una cuestión
crítica, a saber: la relación posible entre el espacio virtual y nuestra
percepción ordinaria del espacio.
Es claro que el ciberespacio inaugura una nueva percepción
del tiempo y el espacio, en este sentido parece pertinente hablar, como lo hace
Lévy de un “universal abierto: “Ubicuidad de la información, documentos
interactivos interconectados, telecomunicación recíproca y asíncrona de grupo y
entre grupos: el carácter virtualizador y desterritorializador del ciberespacio
lo convierte en el vector de un universal abierto. Simétricamente, la extensión
de un nuevo espacio universal dilata el campo de acción de los procesos de
virtualización”.[30]
Los procesos de virtualización entrañan una creciente desterritorialización de
toda suerte de actividades. Dicho de otro modo, las actividades financieras,
massmediáticas y de información sólo pueden circular en el ciberespacio si, al
mismo tiempo, reformulan sus prácticas en cuanto a desterritorializarse. Nos
parece que aquí se juega el concepto mismo de “globalización” o
“mundialización”.[31]
Como muy bien apunta Hopenhayn: “La globalización
afecta las categorías básicas de nuestra percepción de la realidad en cuanto
transgrede la relación tiempo-espacio y la reinventa bajo condiciones de
aceleración exponencial: se comprimen ambas categorías de lo real por vía de la
microelectrónica, que hace circular una cantidad inconmensurable de ‘bits’ a la
vez, en un espacio reducido a la nada por la velocidad de la luz con que estas
unidades comunicativas operan. Esta aceleración temporal y este desplazamiento
espacial se dan con especial intensidad en los dos ámbitos recién señalados
donde la microelectrónica tiene aplicación: en la circulación del dinero y de
las imágenes (como iconos, pero también como textos). Si algo no tiene
precedente, es el volumen de masa monetaria y de imágenes que se desplaza sin
límites de espacio y ocupando un tiempo infinitesimal.”[32]
La noción misma de globalización no debe confundirse de buenas a primeras con
un modelo económico como el neo-liberalismo, más bien estamos ante una mutación
de gran escala, comparable por su envergadura con el llamado “industrialismo”
(volveremos sobre este aspecto más adelante, a propósito del concepto de
“desarrollo”). Las imágenes y el dinero ocupan, fuera de discusión, un sitio
privilegiado en esta lógica de redes y flujos, aunque con consecuencias
diversas, pues mientras el dinero se concentra, las imágenes se difuminan.[33]
Si, tal como ha sugerido Quéau, el ciberespacio no es un
espacio puro, en el sentido kantiano, cabe sospechar que si bien la
globalización es constatable en nuestra cotidianeidad, ya no estamos ante un
lugar de la experiencia sino ante una experiencia en sí. La
desterritorialización estaría dado, precisamente, por un desarraigo geográfico
a favor de un espacio otro, aquel universal abierto, que se reduplica en
cada página de Internet, en cada spot televisivo universal, en cada sitio
estandarizado para el gusto promedio: desterritorialización es la inmersión a
los no - lugares[34]
físicos y virtuales que amueblan el imaginario postmoderno. Esta
desterritorialización es inmanente a la globalización que, a su vez, es
inseparable del nuevo sensorium temporo-espacial que trae el
ciberespacio. Este inédito no territorio nos resulta, con todo,
familiar, se trata de una suerte de déjà vu, una repetición incesante,
así los nuevos espacios de la desterritorialización son espacios de nuevas mitologías,
en el sentido barthesiano. Como sostiene Renato Ortiz: “Desde que el
viajero, en sus traslados, privilegia los espacios de la modernidad-mundo en el
‘exterior’, carga consigo su cotidiano. Al enfrentarse con un universo
conocido, su vida ‘se repite’, confirmando el orden de las cosas que lo
envuelven. Por eso, Frederic Jameson dirá que las sociedades ‘posmodernas’
tienen una ‘nostalgia del presente’. En los grupos primitivos, el mito, para
actualizarse, tenía la necesidad de materializarse en los rituales mágicos
religiosos. Sin embargo, entre un rito y otro, una ‘duda’ quedaba en el aire.
La memoria colectiva, cada vez que era invocada, funcionaba como alimento para
la renovación de las fuerzas sociales. En las sociedades actuales, la
ritualización debe ser permanente, sin lo cual el presente se vaciaría de
sustancialidad. Los objetos y las imágenes tienen que ser incesantemente
reactualizados, para que el vacío del tiempo pueda ser llenado. En este
sentido, la memoria internacional-popular se aproxima al mito según lo define
Barthes (y no como lo entienden los antropólogos). El Mito en cuanto palabra
despolitizada que ‘congela’ la historia, inmoviliza el presente dándonos la
ilusión de que el tiempo llegó a su término”.[35]
La desterritorialización supone, desde nuestra
perspectiva, una radical reformulación del espacio y el tiempo. Esto puede ser
analizado, y debe ser analizado, desde dos puntos de vista complementarios: por
una parte, interesa los procesos histórico culturales en cuanto procesos
globalizados, necesario, mas no suficiente, pues, la
desterritorialización entraña un cambio más profundo en cuanto pone en tensión
nuestra noción misma de realidad. Este análisis supone, pues, que toda cultura
entraña un régimen de significación, cuyas aristas lindan con los
aspectos históricos y económico-culturales, pero sobre todo con nuevos modos
de significación.[36]
Por esto, tal como sugiere Ortiz, debemos rastrear no sólo los avatares
históricos sino los atributos de una civilización: “El proceso de
globalización de las sociedades y de desterritorialización de la cultura rompe
el vínculo entre la memoria nacional y los objetos. Con su proliferación a
escala mundial, éstos serán desarraigados de sus espacios geográficos; por eso
podemos hablar del automóvil como un mito del hombre moderno. Como las
catedrales góticas, sería el símbolo de una época. Sus cualidades, velocidad y
movilidad son atributos de una civilización, no la mera expresión de la
personalidad de un Henry Ford.” Tal como sostenemos en nuestra hipótesis de
trabajo, no se trata sólo de nuevos contextos dados por la globalización sino
de un salto semiósico que transforma nuestra relación con los lenguajes
y nuestra noción de realidad.
La nueva percepción del espacio y el tiempo está
íntimamente ligada a las redes y flujos cuyo soporte no es otro que las nuevas
tecnologías, así, entonces, las llamadas TIC’s son una dimensión clave,
aunque no la única, de la globalización. La globalización supone, desde nuestra
perspectiva, una reformulación de las nociones espacio
temporales de la primera modernidad. Como subraya Beck: “El
Estado nacional es un Estado territorial, es decir, que basa su poder en su
apego a un lugar concreto (en el control de las asociaciones, la aprobación de
leyes vinculantes, la defensa de las fronteras, etc.). Por su parte, la
sociedad global, que a resultas de la globalización se ha ramificado en muchas
dimensiones, y no sólo las económicas, se entremezcla con ¾y
al mismo tiempo relativiza¾
el Estado nacional, como quiera que existe una multiplicidad ¾no
vinculada a un lugar¾
de círculos sociales, redes de comunicación, relaciones de mercado y modos de
vida que traspasan en todas direcciones las fronteras territoriales del Estado
nacional – estatal: la fiscalidad, las atribuciones especiales de la policía,
la política exterior o la defensa”.[37]
En nuestra línea de pensamiento,
constatamos que existe una dimensión de la globalización que se traduce
en la abolición de los lugares, lo que a nuestro entender supone una
ruptura fundamental con los presupuestos de la primera modernidad. La
cuestión que se plantea puede ser formulada en los siguientes términos: ¿qué condiciones
de significación han hecho posible esta nueva concepción del espacio y del
tiempo en los albores de esta segunda modernidad? Es claro que para
esbozar una respuesta a la interrogante que nos hemos planteado, es menester
construir, aunque se muy someramente, un andamiaje teórico que sostenga
nuestros puntos de vista.[38] Antes
de arribar a un reticulado categorial coherente, debemos desbrozar nuestro
camino e intentar dilucidar la relación que habíamos dejado pendiente, entre
las transiciones tecnológicas y las tendencias histórico
culturales.
1.2.2. Tecnología, cultura, espacio y tiempo
Es interesante constatar cómo aquello que podríamos llamar
ampliamente el debate postmoderno ha contribuido, en primer
lugar, a poner en perspectiva los supuestos de la modernidad. Entre éstos, un
lugar central corresponde a las coordenadas espacio temporales estatuidas en
cada momento histórico social. Entre quienes han planteado la interrogante en
toda su radicalidad destaca David Harvey: “¿De qué modo han cambiado los usos y significados
del espacio y el tiempo con la transición del fordismo a la acumulación
flexible? Mi idea es que estas dos últimas décadas hemos experimentado una
intensa fase de compresión espacio – temporal, que ha generado un impacto
desorientador y sorpresivo en las prácticas económico – políticas, en el
equilibrio del poder de clase, así como en la vida cultural y social”.[39]
Para contextualizar la llamada compresión
espacio – temporal debemos esclarecer mínimamente lo que ha sido el
concepto de espacio y tiempo inmanente a la modernidad, y al mismo tiempo,
examinar comparativamente una cierta dinámica de las transiciones, por lo menos
tal y como ellas se han dado en épocas recientes. Comencemos, pues, por este
último aspecto. George Landow,[40]
siguiendo la línea de pensamiento de Kernan y Chartier principalmente, ha
extraído tres interesantes lecciones de la transición desde el manuscrito a la
imprenta. La primera lección es que las transiciones de las que hablamos son de
larga duración, de hecho siglos de cambio gradual y sostenido, así, habría una
etapa inaugural y una más tardía de consolidación:
“Según Kernan, no fue hasta principios del siglo XVIII que la tecnología de la
imprenta ‘hizo pasar a los países más adelantados de Europa de una cultura oral
a otra impresa, reordenando toda la sociedad y reestructurando las letras, más
que meramente modificándolas’ (9). ¿Cuánto tardará la informática, y sobre todo
el hipertexto, para operar cambios parecidos? Uno se pregunta cuánto tardará el
paso al lenguaje electrónico en volverse omnipresente en la cultura y ¿con qué
medios, apaños culturales provisionales y demás intervendrá y creará un cuadro
más confuso, aunque culturalmente más interesante?”[41]
La segunda lección que extrae Landow es que las
tecnologías no permiten hacer una lectura mecánica de la cultura, ni mucho
menos predecir el impacto de una determinada tecnología. Este aspecto es
de capital importancia a la hora de reflexionar sobre el tránsito desde una Ciudad
Letrada a una Ciudad Virtual, ya que si bien advertimos que el
ciberespacio curva los espacios históricos concretos, dicha curvatura no
reconoce necesariamente los vectores históricos y culturales desde los cuales
se pretende predecir su curso, en otras palabras la curvatura es un dominio
relativamente autónomo que abre un espacio de indeterminación. Así, habría que
repetir con Landow: “Como Kernan deja bien claro, la comprensión de la
lógica de una tecnología no permite hacer predicciones, ya que en condiciones
diferentes la misma tecnología puede producir efectos diferentes e incluso
contrarios. Así, J. David Bolter y otros historiadores de la escritura han
señalado que, al principio, la escritura, que servía los intereses del clero y
de la monarquía al registrar leyes y acontecimientos, parecía puramente
elitista, e incluso hierática; más tarde, a medida que iba progresando hacia
abajo en la escala social y económica, empezó a parecer democratizante e
incluso anárquica. En gran medida, los libros impresos tuvieron efectos
igualmente diferenciados, aunque los factores democratizantes tardaron mucho
menos en imponerse a los hieráticos: unos cuantos siglos, tal vez décadas en
lugar de milenios.” De manera todavía más explícita, Landow cita a Kernan
cuando aclara: “El mismo Kernan insiste en que “el conocimiento de
los principios básicos de la lógica de la imprenta, como la inalterabilidad, la
multiplicidad y la sistematización, permite predecir las tendencias pero no los
modos exactos en que iban a manifestarse en la historia de la escritura y en el
mundo de las letras. Tanto la idealización del texto literario como su
atribución de una esencia estilística son desarrollos de posibilidades latentes
de la imprenta, pero opino que no había una necesidad previa y precisa de que
las letras fueran valorizadas de estas maneras en particular’. Kernan también
señala ‘la tensión, por no hablar de oposición manifiesta, entre dos de las
fuerzas primarias de la lógica de la imprenta: la multiplicidad y la
inalterabilidad, algo que podríamos denominar efectos ‘biblioteca’ y de ‘librería de saldos’, que entran en juego, o prevalecen,
sólo en determinadas condiciones económicas, políticas o tecnológicas”. La distinción que introduce Kernan entre modo y
tendencia, reservando para ésta la predictibilidad alude a una
racionalidad inmanente a determinada tecnología, una cierta lógica implícita
como sobredeterminación, la cual operaría con relativa independencia de las
coordenadas económico culturales en que ésta se inscribe. Este espectro de
potencialidades encontraría así sus modos concretos al plasmarse en un
espacio histórico dado. Con lo fascinante de la propuesta, cabe preguntarse si
las tendencias son sólo el resultado del encuentro entre las lógicas
de una determinada tecnología y un momento económico cultural, sin considerar
las mutaciones del régimen de significación de una cultura, en
particular de los modos de significación con todas las consecuencias en
el sensorium y en los procesos mentales más complejos, y en este sentido
si acaso se trata, en efecto, de un fenómeno sujeto a predicción. Bastará
pensar en las tremendas potencialidades de cambio e indeterminación que
subyacen en tecnologías nuevas como la ingeniería genética o las Tic’s,
cuyo impacto en la noción misma de sujeto apenas barruntamos.
La tercera lección que nos plantea Landow remite a la
dimensión política de las transiciones: “La tercera lección o norma que
puede derivarse de la obra de Kernan y de otros historiadores de las relaciones
entre las diversas prácticas de la lectura, las tecnologías de la información y
la cultura, es que las transformaciones tienen contextos e implicaciones
políticos. Las consideraciones sobre hipertexto, teoría crítica y literatura
han de tener en cuenta lo que Jameson llama ‘el reconocimiento básico de que no
hay nada que no sea, además, social e histórico, y que, de hecho, ‘en última
instancia’, todo es político’”.
El espacio, desde la perspectiva que nos interesa puede
ser descrito en los términos de Castells como “...el soporte material de las
prácticas sociales que comparten el tiempo”.[42]
Dicha espacialidad se reconocería hoy, seguimos a Castells, por los
llamados flujos de capital, información, tecnología y símbolos, al punto
que este autor el espacio de las prácticas sociales en la actualidad como un
espacio de flujos, definido en los términos siguientes: “El espacio de los
flujos es la organización material de las prácticas sociales en tiempo
compartido que funcionan a través de los flujos”.[43]
La idea de flujo se relaciona con secuencias de intercambio e
interacción entre dos posiciones que físicamente están inconexas. De aquí Castells
describe tres niveles de análisis del llamado espacio de flujos, a
saber: primero, el soporte material constituido por circuitos
electrónicos; segundo, los nodos y ejes constitutivos de dicho espacio;
y tercero, la organización espacial de las élites gestoras dominantes.
Este espacio de flujos posee su correlato en una nueva
construcción de tiempo, que se erige contra la idea de un tiempo lineal,
irreversible, medible y predecible propio de la modernidad, pues como afirma
Harvey: “...el pensamiento de la Ilustración operaba dentro de los límites
de una visión ‘newtoniana’ algo mecánica del universo, en la cual los presuntos
absolutos del tiempo y el espacio homogéneo formaban los recipientes que
limitaban el pensamiento y la acción”.[44] En la
actualidad asistimos, precisamente, a la más radical transformación del tiempo
y el espacio, éstos se aceleran, se comprimen, se procesan. El tiempo se hace
atemporal en cuanto simultáneo e instantáneo, lo que se traduce un
trastocamiento del orden cronológico de los sucesos, en este sentido podríamos
señalar que se alcanza aquel sueño poético de Baudelaire en cuanto a la modernité,
en que lo fugaz y efímero se conjuga con lo eterno.
La cultura contemporánea está caracterizada por una tensión
no resuelta entre la compresión espacio temporal de los no lugares,
por una parte, y el hecho evidente de que habitamos todavía lugares.[45]
Esta verdadera paradoja instituye el ethos postmoderno y ha sido objeto de las lecturas pesismistas que
quedan muy bien resumidas por Brunner cuando escribe: “Si uno se atiene
exclusivamente al lado sombrío de este proceso, podrá concordar con Albrech
Wellmer cuando señala que la economía capitalista, al ingresar a su fase
global, ha alcanzado ‘las dimensiones de un
poderoso proceso de destrucción: en primer lugar, destrucción de las
tradiciones; después, destrucción del entorno ecológico; finalmente,
destrucción del sentido, así como destrucción del ‘sí mismo’ unitario que
otrora fuera tanto producto como motor del proceso de Ilustración’. A ese
listado puede agregarse otra serie de destrucciones, a la manera de Marx cuando
concluye que todo lo que parecía sólido en el antiguo orden ahora se evapora en
el aire: instituciones, prácticas, relaciones, sentimientos”.
1.3. La
cibercultura y sus mitologías
Hace ya más de cuatro décadas
Roland Barthes escribió un sugestivo libro que estaba destinado a entrar en la
historia cultural contemporánea, nos referimos, desde luego a su célebre Mithologies
[46]
(1956). Como suele ocurrir con los clásicos, se trata de un escrito que no ha
perdido su lozanía ni su pertinencia y, en este sentido, un libro al cual,
ineluctablemente, hemos de volver cada cierto tiempo.
La
fórmula de Barthes, según la cual: “le mythe est une parole”,[47]
fue la impronta que marcó a una época, pues en ella descubrimos que el mito es
un uso social, un habla. Y, tal como nos enseñara este eminente
semiólogo, cualquier cosa puede devenir un mito, en cuanto hablemos de ello. ¿Y
de qué se habla hoy? Pues, entre las muchas cosas de las que se habla,
resalta, sin duda, todo el nuevo mundo de la informática, aquello que ha
sido bautizado como la cibercultura. Un mundo preñado de oscuros
augurios para algunos, pletórico de promesas para otros. Un mundo, en cualquier
caso, del que se habla…
En las líneas que siguen, intentaremos delimitar lo que
se dice de este nuevo ciberuniverso que, al igual que aquel Juego
de Abalorios imaginado por Hesse, constituye en este mundo globalizado el
culmen de todo saber, de todo poder. Así, entonces, nos proponemos aproximarnos
a esta nueva mitología que inaugura el siglo XXI, con las precarias
herramientas que supone toda heurística.
El mito no sólo es un habla sino una forma,
una forma acotada históricamente, una forma en que lo social está ya presente
desde luego, pero no por ello pierde su condición de superficie, de significante.
Pues bien, la forma arquetípica de la mitología contemporánea no es otra que
una red… un conjunto de nodos interconectados por donde fluyen
paquetes de información. La noción de red y de flujo resultan
centrales a la hora de describir esta forma de la que hablamos, esto es así
porque la imagen de la red es cosa antigua, lo nuevo radica es su dinamismo.
Como mera exterioridad la red es un oscuro entramado en el que presentimos,
empero, una riqueza de significaciones que fluye a la velocidad de la luz por
sus infinitas conexiones. La red de la que hablamos es ante todo enigma,
luz y oscuridad: todo mito entraña un mysterium tremendum, así, lo
incomprensible en su incomprensibilidad deviene algo sagrado o mágico.[48]
Sabemos que estamos ante una estructura no jerárquica y,
en este sentido, horizontal, que no posee un centro, flexible y adaptable que,
en última instancia instituye un espacio otro, una virtualidad que se ha
dado en llamar ciberespacio. Este mundo otro permite el acceso
remoto desde cualquier punto de la red. Es claro que este espacio virtual
transgrede la topología del mundo que habitamos, ofreciéndonos a cambio una
espacialidad otra en que los territorios conocidos quedan abolidos. El nuevo
espacio ya no es un a priori sino una imagen.[49] Este
ciberespacio es, en principio, un espacio comunicacional [50] en que
se conjugan lo sensible y lo inteligible, permitiendo que los fenómenos de la
“realidad” ya no sólo sean analizables in real life (IRL) o in vitro
sino, además, in silica. Ni real ni irreal, lo virtual se estatuye como forma
pura de base digital (numérica) que, no obstante, es traducible a todos los
lenguajes, desde lo alfabético a lo audiovisual, incluso a lo táctil. En esta traducibilidad
reside precisamente su fuerza y su misterio. Más que lenguajes nuevos
encontramos la conjunción de muchos lenguajes bajo la modalidad hipertextual
en que diversos links permiten lecturas bifurcadas tal como sentenció
Nelson;[51] sin
embargo, lo novedoso radica en la información reticular en flujos. En este
sentido la red es siempre algo en construcción y en movimiento, inconclusa y
dinámica.
La red, a diferencia de la televisión se nos muestra como
una terminal relacional traslúcida, el destello luminoso y multicolor en
una pantalla que nos reclama y nos interpela, no se trata esta vez de
arrellanarnos en nuestro sillón favorito pasivamente, la pequeña pantalla
extiende sus pequeños tentáculos periféricos en que el mouse y el
teclado nos esperan; se trata de interfaces amistosas, blandas y fáciles: se
nos invita a una suerte de juego que, por momentos nos puede parecer muy
serio, pero que no pierde por ello el aire lúdico de cada imagen y cada sonido
que nos acompaña en la elaboración de un documento. Es interesante notar que
las PC’s actuales nos provocan la sensación de una interacción inteligente, en
cuanto el mero uso de una computadora nos somete ya a una racionalidad
preestablecida inscrita genéticamente en los softwares. Esta
racionalidad subyacente no es sino la forma pura a la que aludíamos. Poco
importa el programa específico en que trabajemos, hay una cierta lógica que
permanece en los diversos formatos y operaciones que ejecutamos. Notemos que
más allá de los contenidos que nos ocupen, prevalece la forma, el plano
expresivo o significante, de manera que cabe preguntarse cómo nos condiciona
una racionalidad tal. Esta interrogante ya ha sido intuida por algunos lúcidos
pensadores latinoamericanos; así por ejemplo, Jesús Martín Barbero ha señalado:
“En
dos cuestiones
podrían cifrarse las preguntas que desde la cultura las nuevas tecnologías de
comunicación plantean en Latinoamérica. De un lado está la puesta en crisis
que, tanto por la racionalidad que materializan como por el modo en que operan,
esas tecnologías producen sobre la ‘ficción de
identidad’ en que se apoya en estos países la cultura nacional… De otro, al
llevar la simulación - el simulacro de la racionalidad, al extremo esas
tecnologías hacen visibles un resto no simulable, no digerible que desde la
alteridad cultural resiste a la homogeneización
generalizada”.[52]
Las nuevas tecnologías
materializan una cierta racionalidad cuya peculiaridad estriba en que se trata
de una suerte de racionalidad virtual, es decir, una racionalidad que ya no se
sostiene como mimesis de lo real ni como organización ideológica del mundo sino
como pura superficie. Los lenguajes han dejado de ser transparentes y
aproblemáticos, pero también han dejado de ser los portadores de grandes
verdades y, mucho menos, de una interpretación canónica u holística que nos
devele el sentido del mundo.[53]
Las nuevas formas remiten, en su pureza, a su vacuidad histórica, el
ciberespacio es un espacio sin tiempo, sin pasado.
Las tecnologías de la
información y de la comunicación (TIC’s), se nos ofrecen como el modo de ser
contemporáneos: ser plenamente modernos es acceder a la red, vivir
la digitalización. De este modo, a cada ritual de nuestra vida social debemos
anteponer una “e” como sello inequívoco de que habitamos ese
lugar virtual. Pareciera que cada ámbito de lo social busca su correlato en el
ciberespacio, tanto el Mercado como el Estado: e – business o e –
government; comercio o enseñanza, e – commerce o e – learning. La
nueva mitología estatuye un nuevo modo de habitar el mundo,
proponiéndonos un mundo otro que, a diferencia de los paraísos
tradicionales, es perceptible. Se instala aquí una paradoja, habitar la
modernidad plena es deshabitar la historia sin renunciar a nuestro
compromiso sensoriomotriz: irrumpe de este modo lo postmoderno como pura
repentinidad, presente dilatado en un relenti de superficies sin
historias que contar, sin apelar a otra trascendencia que su presencia.
La nueva mitología ya no nos
propone un horizonte de sentido, una weltanshauuung, por lo menos no en
el sentido teleológico, moderno. El sentido de lo uno se ha retraído, ya
no está en el mundo histórico, tampoco en el ciberespacio sino en los abismos
de la subjetividad. El pensamiento moderno, en tanto textualidad lineal,
logocéntrica, teleológica y afincada en el sentido, ha sido minado por la
hipertextualidad reticular de superficie. Por esto, la noción misma de
hipertexto debemos rastrearla más en los procesos psíquicos que en su
objetivación en una pantalla de computador. Castells nos advierte: “Quizá la
transformación cultural sea más compleja de lo que nos pensamos. Quizá el
hipertexto no exista fuera de nosotros, sino más bien dentro de nosotros. Es
posible que nos hayamos creado una imagen excesivamente material del hipertexto
electrónico… O sea, una imagen del hipertexto como un verdadero sistema
interactivo, digitalmente comunicado y electrónicamente controlado, dentro del
cual todas las piezas sueltas de la expresión cultural, pasada, presente y
futura, en todas sus manifestaciones podrían coexistir y recombinarse… Sin
embargo, este es un punto de vista demasiado primitivo sobre la comprensión de
los procesos culturales. Son nuestras mentes ¾y no nuestras máquinas¾ las que procesan la cultura, sobre la base de
nuestra propia existencia”.[54]
Lo
hipertextual, entonces, es algo que producimos gracias a la utilización de los
dispositivos multimediales en red, se trata de constructos tan efímeros
como personalizados. En este punto adquiere sentido la sentencia de Castells: “…somos
libres, pero potencialmente autistas”.[55]
La mitología contemporánea
entraña, por cierto, una promesa: la realización plena del yo, su despliegue en
una libertad interpretativa que constituye su diferencia. Es claro que esta
tendencia resulta congruente con el reclamo democrático e individualista que
está en el fundamento de la cultura burguesa occidental.
Como en toda mitología, la
plenitud del ser sólo es posible en un mundo otro, en este caso, en el mundo
tangible e interactivo del ciberespacio. No sólo eso, se trata, según
Negroponte, de un mundo universal y nuevo, joven, para las nuevas
generaciones: “Las fuerzas
que determinan la difusión del uso de la computación no es social ni racial ni
económica, sino generacional. Los pobres y los ricos son tanto jóvenes como
viejos. Muchos movimientos intelectuales están claramente impulsados por
fuerzas nacionales y étnicas, pero la revolución digital no sufre esa
influencia. Su ética y su atractivo son tan universales como la música rock”.[56]
La comparación con la música rock no nos parece en absoluto antojadiza,
pues establece un paralelo entre los dos mitos más decisivos del último siglo:
la psicodelia y la ciberdelia.[57]
La nueva mitología digital sustituye cualquier sentido
trascendente por una exaltación de la forma y, ya lo sabemos, la
pertinentización de la forma instituye lo estético como modo de
relación.
En rigor, tanto el rock como la racionalidad de los
códigos digitales instituyen patrones formales que orientan los procesos
psíquicos y culturales en un periodo de la historia. Esta estetización
de la cultura y la vida no puede ser leída ingenuamente como el resultado
mecánico de una racionalidad tecnológica operante. El fenómeno parece ser más
complejo, en cuanto exige una mirada más detenida, pues como nos advierte Lévy: “...la técnica es un ángulo de análisis de los sistemas sociotécnicos
globales, un punto de vista que pone el énfasis en la parte material y
artificial de los fenómenos humanos y no una entidad real, que existiría
independientemente del resto, tendría efectos distintos y actuaría por sí
misma. ...La distinción marcada entre cultura (la dinámica de las
representaciones), sociedad (los individuos, sus lazos, sus intercambios, sus
relaciones de fuerza) y técnica (artefactos eficaces) no puede ser sino
conceptual”.[58] En rigor, asistiríamos a una doble estetización,
por una parte, tal como hemos sostenido, la racionalidad técnica exige patrones
formales que se nos imponen como lógicas inmanentes al uso, pero al
mismo tiempo, dichos usos se inscriben en sociedades históricas que
reconocen orientaciones culturales básicas. De este modo, a la estetización
impuesta por la técnica se yuxtapone la estetización que emana del ethos
de una sociedad de consumo que estatuye sus fines y legitimidades desde
las imágenes universales de la publicidad y el Mercado. Esto explica, aunque
sea en parte, por qué en las décadas recientes los computadores, concebidos en
principio como herramientas para la industria y la burocracia, se han
convertido en Personal Computer herramientas para los consumidores. Lo
que desde un punto de vista técnico es mero uso, deviene en una sociedad
mercantilista consumo suntuario, goce y hedonismo.
En pocas palabras, la tecnología
digital materializada en cada PC y puesta en relación a nivel planetario por la
red de redes, es el lugar de encuentro de dos mundos congruentes, la interface
histórica entre la técnica y el estadio actual de la cultura. Así, la Computer
se hace plenamente Personal, en cuanto se la utiliza, en cuanto se la
posee como bien adquirido y en cuanto abre en la psiquis de cada usuario el
espacio inconmensurable de su yo que se expande hasta el infinito,
identificando su estructura de personalidad con el mundo exterior: eso es lo
que ha sido llamado narcisismo socio-genético y representa el perfil
psicosocial del capitalismo globalizado.[59]
Como nuevos Narcisos, habitamos
un mundo otro construido de pixels, donde cada sitio se nos ofrece a
nuestra medida, donde el vértigo de este no lugar cristaliza y hace
perceptible la mitología última: ver nuestro rostro reflejado en este mundo sin
tiempo.
[11] Ianni, O.(1996) Teorías de la globalización. México. Siglo XXI Editores: 4 Véase además anexo 1.-
[12] Wallerstein I. Análisis de los sistemas mundiales in La teoría social hoy de Giddens & Turner .México. Alianza Editorial. 1990: 417.
[13] Ortiz, R. Mundialización y cultura. Buenos Aires. Alianza Editorial. 1997: 27.
[14] Lévy, P. Cibercultura. Santiago. Dolmen. 2001:111 y ss.
[15] Seguimos a Lévy en este punto.
[16] Fuente: Centro Economía
Digital CCS, a partir de diversas fuentes: 20.
Desde 2000, la CCS elabora un índice de Capacidad de Absorción de TICs entre 43 países a nivel mundial. Para construirlo se utilizan 10 indicadores de educación, infraestructura y costo de telecomunicaciones, densidad de PCs, infraestructura y penetración de Internet. Este indicador es similar a varios otros que se aplican anualmente con distintas metodologías, y comparte con ellos una sugerente estabilidad en la estructura de los grupos de países. En efecto, si se descompone el índice en sus indicadores individuales, se observa una fuerte correlación entre todos ellos, lo que demuestra que los países muestran una alta consistencia en sus variables de innovación y capacidad de uso de nuevas tecnologías. Es decir, los más avanzados tecnológicamente tienen también mejores indicadores de educación, infraestructura y uso.
[17] Como afirma Debray: Desde
un punto de vista paleontológico, el acto técnico es matricial. De ahí surge
todo, si admitimos con Leroi-Gourhan, que la antropogénesis es una tecnogénesis.
Debray,R. Introducción a la mediología. Barcelona. Paidós. 2001: 79.
[18] Ibidem. p. 86.
[19] La
preocupación por los aspectos sociotécnicos está ya presente en los
pensadores clásicos como Heidegger, Spengler u Ortega, para muestra un botón: “Se
vive con la técnica, pero no de la técnica. Esta no se nutre ni respira a sí
misma, no es causa sui, sino precipitado útil, práctico, de preocupaciones
superfluas: imprácticas” Ortega y Gasset, J. Primitivismo y técnica in
La Rebelión de las masas. Santiago. Editorial A. Bello. 1996:119.
En relación a Heidegger, véase su célebre artículo “La pregunta por la técnica”.in Conferencias y artículos. Barcelona. Ediciones de Serbal. 2001: 9-32.
[20] Lévy. Op. Cit. p.26 - 7.
[21] Ortiz. Op. Cit. p. 67.
[22] Quéau, Philippe. Lo virtual. Virtudes y vértigos. Barcelona. Ediciones Paidós. 1995.
[23] Ibidem. p. 21.
[24] Ibíd.
[25] Quéau, Philippe. Op. Cit. 35.
[26] Negroponte, N. Ser Digital. Buenos Aires. Editorial Atlántida. 1995.
[27] Negroponte, N. Op. Cit.
[28] Ibid.
[29] Véase anexo Nº 2.
[30] Lévy. Op. Cit p. 61.
[31] Usaremos indistintamente los términos globalización y mundialización, sin entrar en el debate político en torno a su genealogía y su alcance.
[32] Hopenhayn,M. Vida insular en la aldea global in Cultura y Globalización (J.M.Barbero Eds). Bógota. CES. 1999: 53-77.
[33] Ibid.
[34] Desde una perspectiva
antropológica, ha sido Marc Augé quien se ha ocupado de los no –lugares: “En
la situación de supermodernidad, una parte de ese exterior está constituida por
no lugares, y una parte de los no lugares, por imágenes. Hoy, la frecuentación
de los no lugares ofrece la posibilidad de una experiencia sin verdadero
precedente histórico de individualidad solitaria y de mediación no humana
(basta un cartel o una pantalla) entre el individuo y los poderes públicos.
Augè, M. Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona. Gedisa. 1998:120.
[35] Ortiz. Op. Cit. p.
[36] Discutimos ampliamente estas categorías en: Cuadra, Álvaro. De la ciudad letrada a la ciudad virtual. América Latina. Nº1. Revista del Doctorado en el Estudio de las Sociedades Latinoamericanas. Universidad ARCIS. 1er. Semestre 2002: 169-79.
[37] Beck, Ulrich ¿Qué es la globalización? Barcelona. Paidós. 1998: 19.
[38] El desarrollo de dicho constructo teórico se propone en el capítulo 2.3 de este texto.
[39] Harvey, David. La condición de la postmodernidad. Buenos Aires. Amorrortu. 1998: 314.
[40] Landow, G. Hipertexto. Buenos Aires. Paidós. 1995.
[41] Landow, G. Op.cit
[42] Castells, M. La era de la información. México. Siglo XXI. 1999. VOL I: 445.
[43]
Ibid.
[44]
Harvey, Op. Cit. p. 280.
[45] La noción de lugar alude, desde luego, a una localidad en que forma, función y significado se asegura en la contigüidad física.
[46] Barthes, Roland. Mythologies. Paris. Éditions du Seuil. 1957.
[47] Ibidem, p. 193.
[48] En un articulo reciente, Umberto Eco plantea precisamente cómo los desarrollos de la ciencia son aprehendidos por los públicos mediatizados como magia. Véase El Mago y el Científico. Diario El País. Madrid. 15.12.2002. Conferencia Científica Internacional. Roma.
[49] Véase: Quéau, Ph. Lo virtual. Virtudes y vértigos. Barcelona. Paidós. 1995.
[50] Lévy, P. Cibercultura. Santiago. Dolmen. 2001:111 y ss.
[51] Hacemos referencia a: Nelson, T.H. 1992 Literary Machines 93.1, Mindful Press, Sausalito Citado por Clément J. Du texte à l’hypertexte: vers une épistemologie de la discursivité hypertextuelle. www.acheronta.org/acheronta2/dutextel.htm
[52] Martin
Barbero, J. De los medios a las mediaciones. México. G.Gili.
1987: 199.
[53] Barthes ya planteó este punto crucial al señalar: “En devenant forme, le sens éloigne sa contingence; il se vide, il s’appauvrit, l’histoire s’evapore, il ne reste plus que la lettre” Op. Cit. 203.
[54] Castells, Manuel. La galaxia Internet. Barcelona. Plaza y Janés. 2001: 230.
[55] Ibidem, p. 231.
[56] Negroponte, N. Ser Digital. Buenos Aires. Editorial Atlántida. 1995: 206.
[57] Véase a este respecto el libro de Dery, Mark. Velocidad de escape. Madrid. Editorial Siruela. 1998.
[58] Lévy. Op.Cit. 26-7.
[59] Véase el estudio ya clásico de R. Sennett. Narcisismo y cultura moderna. Barcelona. Ed.Kairós.1980.
REVISTA
DE CIENCIAS SOCIALES : ACILBUPER