El nuevo holocausto *

Por Luis Alejandro Auat

 


       Hace 60 años los judíos en Europa alcanzaron su punto de máxima indefensión. Perdieron su condición civil, los echaron de sus empleos, les quitaron sus posesiones y viviendas, los declararon enemigos que había que destruir, y los destruyeron. Era ridícula la idea de que representaban algún peligro para potencias como Alemania, Francia o Italia. Pero se aceptó esta idea y, con pocas excepciones, casi toda Europa miró para otro lado mientras los masacraban. Por una ironía de la historia, el término que más se usó para describirlos en la insidiosa jerga oficial del fascismo-nazismo fue el de “terroristas”.
Cada calamidad humana es diferente. Pero una de las verdades universales que atraviesan el holocausto no es sólo que no deba ocurrirle de nuevo a los judíos, sino que no debe ocurrirle a pueblo alguno. Y sin forzar las analogías es claro que los palestinos de hoy que sufren la ocupación israelí están tan indefensos como los judíos en los años 40.

       Una impresionante maquinaria de propaganda norteamericano-israelí ha logrado la monstruosa transformación de un pueblo entero en poca cosa más que “militantes” y “terroristas”. Películas, series televisivas, artículos, libros y hasta dibujos animados, han borroneado la terrible historia de sufrimiento y abuso con tal de destruir impunemente la existencia civil del pueblo palestino. Ha desaparecido de la memoria pública la destrucción de la sociedad palestina en 1948, al igual que la fabricación de un pueblo desposeído; la conquista de las franjas occidental y de Gaza, así como su ocupación militar desde 1967; la invasión de 1982, junto con los 17.500 libaneses y palestinos muertos; las masacres de Sabra y Chatila comandadas por el asesino Sharon; el continuado asalto a escuelas, campos de refugiados, hospitales e instalaciones palestinas de todo tipo; el arrasamiento de viviendas y la destrucción de sembrados. Se pregunta Edward Said: “¿Qué objetivo antiterrorista se cumple destruyendo los edificios del Ministerio de Educación, el cabildo de Ramallah, la Oficina Central de Estadística, varios institutos especializados en derechos civiles, salud y desarrollo económico, hospitales y estaciones de radio y televisión para luego retirar los archivos de todos ellos?”.

       El objetivo de este verdadero nuevo holocausto, fue puesto de manifiesto por Serge Schmemann (quien no puede ser sospechado de ser pro-palestino), en un artículo del New York Times del 11 de abril de 2002: “… se ha devastado la infraestructura de la vida misma y de cualquier futuro Estado palestino –las carreteras, las escuelas, las torres eléctricas, las bombas de agua y el cableado telefónico”. Examinada la historia desapasionadamente, ¿puede caber alguna duda respecto de la real orientación de la política israelí de eliminar a los palestinos como pueblo, como única “solución final” al problema de medioriente? ¿Acaso esta política, basada en la idea del Gran Israel que no concibe la existencia de dos pueblos en Palestina, no fue aplicada sistemáticamente a lo largo de los años con la mirada complaciente o con la distracción de Occidente, repitiendo la historia de hace 60 años?

       El sufrimiento no da derecho a actuar con impunidad ni mucho menos a actuar por fuera del derecho. Estoy de acuerdo con lo que afirmó recientemente en este diario Matías Mondshein: recordar el holocausto judío “es colocar los derechos humanos en el sistema educativo, donde la justicia y libertad tengan un mayor compromiso en nuestra sociedad argentina y mundial” (El Liberal 29/12/02). Estoy convencido de que el problema de Medio Oriente es fundamentalmente político, y con ello digo también ético y jurídico. El “choque de civilizaciones” que pregona Huntington no es más que una burda fachada de encubrimiento de intereses norteamericanos en la zona. Judíos, cristianos y musulmanes han convivido fecunda y pacíficamente a lo largo de los siglos, brindando al mundo moderno el basamento de sus principales logros. Los enfrentamientos siempre tuvieron causas políticas o económicas que fueron encubiertas con pretextos religiosos fundamentalistas.

       Mientras los derechos humanos –políticos, económicos, sociales- no sean respetados por los Estados involucrados, en Medio Oriente no habrá paz. Y las sociedades árabes tienen mucho camino aún por recorrer en este sentido, reemplazando a dirigentes corruptos o retrógados, a los que, amparados por los intereses petroleros norteamericanos, viven en la riqueza más escandalosa mientras sus pueblos agonizan de hambre y analfabetismo. Pero es fundamentalmente el pueblo judío el que debe liberarse de la extorsión a la que lo somete la derecha sionista aliada con el fundamentalismo islámico, y remover del poder a psicópatas asesinos como Sharon. Pues es mayor la responsabilidad de quien detenta tanques, bulldozers, misiles y aviones frente a mujeres, niños y adolescentes civiles que, a lo sumo, empuñan piedras.

       Creo que el verdadero homenaje a las víctimas del holocausto judío consiste en comprometernos a un Nunca Más a Ningún Pueblo junto con la inteligencia para crear las condiciones políticas, económicas y sociales que hagan realidad los Derechos Humanos también en la Tierra Santa de las tres religiones del Libro. De lo contrario, recordar el holocausto sin referirnos a la actual política israelí de eliminación de los palestinos nos convierte en herederos ingenuos de los criminales de ayer y cómplices hipócritas del horror de hoy.-

 

* Publicado el 29/12/02 en el diario El Liberal de Santiago del Estero.

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