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AL JUÁREZ NUESTRO, QUITÉMOSNOLO *

 

por Lic. Marisa Silveti * *

 

domingo, 28 de marzo de 2004

¿Cómo seria posible nuestro cuerpo si no fuese capaz de expulsar o neutralizar a aquellas células que no se le adaptan? ¿Cómo sería si las otras no se adaptasen a cumplir con sus funciones?

      Apliquemos la respuesta a esas preguntas para comprendernos como santiagueños. Si un régimen se mantuvo vigente durante cincuenta años ¿podría haberlo logrado sin la implicación de todos nosotros, aunque, por cierto, con responsabilidades indudablemente diferentes?

      Pocos días después de conocerse los crímenes de la Dársena, el rumor sobre la autoría ya estaba instalado en Santiago y luego se comprobó certero. En Santiago se saben muchas cosas. Se sabe de los crímenes. Se sabe de la corrupción y de los robos y se sabe que nunca son ni serán descubiertos por una justicia que es parte del sistema. Se sabe que los funcionarios de todos los poderes son digitados y que el sistema republicano es solo una ficción legal. Se sabe cómo se distribuyen los cargos, las remuneraciones y las jubilaciones de privilegio. Se sabe que desde el gobierno se promueven los éxitos económicos de ciertos empresarios. Se sabe de las represalias que sufriría cualquier opositor serio. Se sabe que el que habla en contra será un paria, un muerto o un desterrado. Se sabe. Siempre se supo.

      Pero a fuerza de repetidos, esos saberes se convirtieron en meras anécdotas, que a lo sumo servían para fortalecer la idea de que “la política es así”. Por ejemplo, en el caso de los asesinatos de la Dársena, esa naturalización de lo perverso se manifestó en una de las formas en que el rumor intentaba explicar el manejo del caso: se lo interpretaba como una forma de “ hacerlo cagar ” (1) a uno de los integrantes del grupo mafioso que ocupa el poder. Y esa explicación bastaba para atribuir racionalidad al hecho.

      Peor aún, a fuerza de ver sin rechazar, convertimos el espectáculo de las reiteradas violaciones de la ley, en signo de viveza criolla. El violador es un vivo. No un delincuente. Y hasta los opositores, aún rechazando al juarismo, llegaron a pensar que no había otro modo de hacer política. Algunos fueron históricos aliados electorales y clientes del juarismo, otros no. Pero no por eso los líderes de estos últimos no llegaron a pensar en que el rechazo del clientelismo era una opción posible.

      Es eso lo que ocurre cuando un sistema pasa a ser hegemónico. Toda la estructura, social, económica, jurídica, política y actitudinal lo reafirma. Afuera solo permanecen los marginales. El resto, aunque se oponga a los símbolos y a los personajes dominantes, repite los modos en que el dominante ejerce su poder. Pero, como no son los dueños de la idea, no han sembrado el terreno, ni tienen la misma pericia y disposición para el acto inmoral, apenas sobreviven como oposición que permite ocultar la cara de la impunidad.

      Así, la indignación posible se convirtió en aceptación de hecho; y, poco a poco, todas las instituciones fueron transformándose y repitiendo el modelo. Hasta en las mismas relaciones de poder en las universidades, centros del saber, las prácticas clientelísticas son demasiado frecuentes; y quienes se oponen o critican, son destruidos en su prestigio mediante la calumnia: serán locos o desleales. Esto es lo dominante. Ser ganador es constituir un grupo de secuaces o amigos; tener una cuota de poder desde la que repartir cargos o prebendas; remplazar el premio a la pericia por el premio a la lealtad acrítica.

      Juárez es el mejor representante de todo ese estilo y por eso se ganó con creces el diploma de “Protector ilustre y asesor espiritual”. Desde ambas funciones se nos introdujo en el alma. Todos tenemos algo de él. Si queremos cambiar a fondo debemos quitárnoslo del cuerpo y del alma, del inconciente, como quien hace un exorcismo; e inmediatamente luchar, con la palabra, para que otros sigan la misma ruta de reconstrucción individual, institucional y social.

      No se trata de desgarrarnos hoy las vestiduras. Santiago no es el único lugar en el que ocurren y han ocurrido esos fenómenos. Pero la crisis abre una oportunidad. Se trata de llegar a fondo con el diagnóstico para suprimir la enfermedad y reinventarnos. De mirarnos para lograr que nada en nosotros, ni en nuestro entorno, permita que un cambio de fachada deje las cosas tal como son.

      Los santiagueños sufrimos de una enfermedad, de origen social, que se nos metió en la medula y nos afecta como individuos. El proceso de la enfermedad fue lento. Pero nuestro hartazgo actual nos obliga a pensar en una cura rápida y profunda. Y no hay cura sin dolor aun cuando el remedio sea adecuado. Acusar a una pequeña banda es justo; pero absolutamente insuficiente. Nos podría poner del lado de los buenos. Pero seríamos incapaces de constituirnos en los nuevos individuos que hoy deben gobernar Santiago de otro modo. En las instituciones públicas y privadas, el remedio para nuestras médulas individuales debe ser, para que sea rápido y profundo, tanto individual como social; utilizado con nosotros mismos y con los demás.

      Mirar lo que hay en nosotros del régimen que rechazamos es hoy un ejercicio de valentía. Mirar cómo actuamos y qué es lo que aceptamos o repudiamos en cada una de las instituciones en las que trabajamos, es un deber cívico indispensable. Los primeros responsables somos nosotros mismos.

      Muchos y de muchos lugares del país, no solo desde Santiago, piden la intervención federal. Quizá en algún momento sea jurídicamente necesaria y hasta inevitable. Pero ni hoy ni nunca es la solución deseable. Ya que pedir la intervención del estado nacional tiene colas infectas e infectantes.

      Una de ellas es la de pensar, y hacer creer, que el perro es solo Juárez y una pequeña banda; sin reconocer que el virus está en las células del cuerpo social; y reemplazar la inmunización y regeneración por una cirugía parcial, de dudoso éxito final. Otra cola es seguir esperando que las cosas las resuelva el gobierno, con la misma culpable inocencia de esperar que sea otro el que venga con la solución a nuestros problemas, sin reconocer, nuevamente, que el que da también puede quitar. Esto es, sin reconocer que es la sociedad civil la que debe construir su gobierno de tal modo que ya en sus orígenes, sea controlado y controlable, porque somos los ciudadanos los que concedemos el gobierno y no, en cambio, sus dependientes obligados. La tercer cola, es la de actuar como si entre las actuales elites hubiese mucha gente que haya aprendido a ejercer sus responsabilidades de gobierno sin recurrir a las mismas prácticas patrimonialistas ; lo que sería un verdadero milagro luego de cincuenta años en los que la experiencia cotidiana incorporó, en cada uno de sus pliegues corporales, las virtudes del caudillismo mafioso. Si todos tenemos sus resabios, mal puede esperarse que de ellos ya se hayan librado quienes estuvieron, de un modo u otro, en los aparatos o gozando de sus privilegios.

      En Santiago hubo manifestaciones muy dignas y dignas de traer a la memoria. Recordando solo algunos entre muchos otros (quizá menos visibles, pero no por ello menos honrosos) podemos hablar de los siguientes. El CISADEM se mantuvo siempre en la oposición militante. Varios dirigentes de los comerciantes han presentado siempre fundadas objeciones y han sufrido represalias por ello. Las madres del dolor nunca dejaron de presentar sus testimonios pese a las represalias y la mirada distante de sus comprovincianos, tal como ocurrió en todos los otros casos en los que un grupo de ciudadanos manifestó sus reclamos. Los campesinos crearon y mantuvieron sus asociaciones y sus luchas; como es el caso del MOCASE. Algunos sectores religiosos han sabido actuar con independencia en sus funciones sociales y religiosas y algunos de ellos, como monseñor Sueldo, tuvieron la valentía de testimoniar públicamente sobre las violaciones a los derechos humanos de los Santiagueños. Algunos Intendentes opositores tuvieron que resistir al ahogamiento planificado de las finanzas de sus municipios, por no alinearse con el Ejecutivo provincial. También hay muchos jóvenes que en diversos lugares de trabajo manifiestan su potencial y su indignación intacta. Adultos que por hastío o impotencia se fueron y otros que se acogieron al “exilio interior”. No partimos desde cero. Cambiar es posible. Pero es indispensable que la oportunidad no se diluya.

      Seamos sinceros con nosotros mismos ¿Los actos de barbarie que hoy nos horrorizan, no hubiesen sido unos más en la larga cuenta de hechos similares, si en la Argentina no se estuviese produciendo un cambio? No solo es Santiago. Es la Argentina la que, desde los cacerolazos y los piquetes, decidió cambiar. Los actos del gobierno nacional tendientes a poner límites a la corrupción y a la impunidad no hubiesen sido exitosos si no estuviesen respondiendo a esa decisión de cambio que proviene desde todos nosotros. No son solo los santiagueños los que debemos mirarnos y aprender de nuestro pasado. Eso es lo que están haciendo muchos argentinos y es por eso que, más allá de las diferencias de tradición política, nos estamos uniendo en una saludable búsqueda de renovación. Si actuamos, si ponemos en práctica lo aprendido, si nos comprometemos en cada lugar y hacemos de cada lugar un campo de lucha por nuevas formas de reunirnos, premiando la dignidad del esfuerzo y la capacidad y no el de “la viveza criolla” o el atajo fayuto del clientelismo y el nepotismo, podremos nuevamente estar orgullosos de los laureles que hemos sabido y que sabremos conseguir.

 

NOTAS

^ * El ordenamiento de las ideas y el estilo de este artículo no hubiese sido el mismo sin la colaboración del Dr. Homero R. Saltalamacchia , con quien discutí cada uno de sus párrafos.

^ * * Docente-investigadora de la Carrera de sociológica de la UNSE. Directora del Proyecto Política y ciudadanía en Santiago del Estero (CICYT-UNSE). Integrante del Equipo “Las nuevas formas políticas” (UBA-CONICET, en cooperación ECOS con el Instituto de Hautes Etudes de l'Ámerique Latine- IHEAL - Universidad París III- Sorbonne Nouvelle)

1 Modismo santiagueño, muy usual, con el que se hace referencia a ese tipo de casos en los que, sin respetar ninguna norma, a alguien se lo denigra y aparta de su cargo, con el objetivo de castigarlo por alguna supuesta o verdadera “falta de lealtad”. Que lo hiciera notar Gabriel Vommaro a partir de un trabajo etnográfico en nuestra provincia en el 2000.

 

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