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ACILBUPER - REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE SANTIAGO DEL ESTERO N°4/10 - Diciembre 2002 - www.acilbuper.com.ar

 

La ley de la Casa

Por Luis R. Ponce

 

                                                                           Surgam et ibo

"En la casa de  mi padre había pan en abundancia." (Evangelio)

“En la casa de mi padre todos los pasos tenían un sentido.” (Citadelle, St-Ex)

 

En la cultura occidental, sin duda, como también en otras, cobró una dimensión universal (y esto es clave), una centralidad cuasi esencial, la categoría del Habitar y, con ella,  la del Habitáculo o Casa: en griego, “oikìa”, modernamente, “oikos” o “ekos”. El hombre puede ser definido, en este contexto, como "el que habita". Saint-Exupèry bellamente escribe: "He descubierto una verdad: que los hombres habitan. Y que el sentido de las cosas cambia según el sentido de la casa."

Fechas imprecisas, perfectibles, aluden al neolìtico, a la revolución agrícola y el descubrimiento de la escritura como fenómenos concomitantes, entre otros, del asentamiento territorial, de la voluntad de permanecer, del voto de esperanza hacia el tiempo de la maduración  que acompaña a cada semilla enterrada, del fin de la errancia...Si no la guerra en sí, también aquí podría situarse el origen de la guerra expansiva, de ocupación territorial y de conquista y ,con ella, el de los viajes, el comercio, los mercados y su necesidad de ampliarse. Todo como proyección a partir de un punto: la casa, de donde se sale  y la que se vuelve.

                Por otro lado, quisiera mencionar el término "nomos" apelando a otra idea que también ganó un lugar preponderante en nuestra cultura: es el orden, el buen gusto, la medida, el espacio de una racionalidad mucho más que meramente logicista, la contención de lo contingente y azaroso así como de sus amenazas; o también: la cultura, el arte, la maestría, la ley creada.

 “Nomos” no es tanto la ineluctable necesidad natural del destino (“dikè”), e importa mucho señalarlo  porque en el “nomos”, si bien subsiste una suerte de solidaridad con la “base material” biocosmológica (la “dura lex”), no llega a darse una identificación total con ella.  Por esta razón “dikaiosine”, como inflexión apropiada del nomos, es la justicia como reproducción práctico-social de la vida biomaterial  y la evitación (o la asunción) racional de la muerte de todos por igual. De allí la relación dialéctica, de repulsión y atracción, entre “nomos” y “fisis” (naturaleza), entre lo creado por el hombre y lo fácticamente dado.

            La economía, entonces, en esta tradición, y no sólo en ella, no es sino la Ley de la Casa o el Arte de Habitar. No obstante poseer, si se quiere, “fecha de nacimiento”, se trata de un “universal concreto” que, podría decirse, atraviesa toda cultura en cuanto cultivo de la vida misma.

            Haciendo hablar a las Premisas Mayores...

           

            A esta luz, quisiera volcar un par de reflexiones, al calor de lo que estamos viviendo en lo que se me ocurre llamar Argentina Hora Cero. Ellas van, como dirìa Nun, en dirección a “hacer hablar a las premisas mayores" de nuestras discusiones sobre economía: hacia  aquellos supuestos que no pasan al frente, que no suben al escenario, pero que operan entre bambalinas y, asi, encubiertos y encubridores al mismo tiempo, se vuelven indiscutibles, intocables e inmunes a revisión crítica.

 Tienen, dichos supuestos, pretensiones axiomáticas y se postulan como autoevidentes, “indemostrables”, euclideanos, a los que hay que aceptar sí o sí pues de ellos depende toda demostración, o que al estar además implícitos en toda demostración es imposible negarlos sin autocontradecirnos (algo asì como "A es A", y "es o no es" y "no hay tres posible", como dirìa Dussel). Una vez aceptados sin más, todo sigue claro: recién es posible emprenderla con la deducción de los teoremas. Y ¡a aguantárselas! La lógica deductiva puede ser locamente implacable, compulsiva, crispadamente unilateral. Y hasta devenir un ritual de poder. Los libros de economía al uso y el discurso gubernativo en general, así como el enorme y variado grupo de opinadores, hacen un culto conspicuo de esta estrecha y poco imaginativa práctica intelectual.

            Pero mi método aquí se vuelve “inverso” por razones de espacio. En lugar de enunciar  la enorme lista de premisas tácitas incorporadas y subrepticiamente asumidas en lo que hoy dramáticamente discutimos en las calles, me limitaré a un solo supuesto ya ni siquiera ”tácito” y menos “subrepticiamente incorporado”. Es el supuesto omitido, pasado por alto incluso por la oposición de la voz oficial, por los que lo advierten como decisivo pero caen en la descalificante falta de no darse el trabajo de analizarlo, bajo riesgo de volver estériles tanto debates como propuestas. Con temor a defraudar expectativas, diré por el momento que nos estamos refiriendo al principio de Justicia Social.

            Si, como dijimos, de lo que se trata, para ser hombres, es del "habitar una casa" con arreglo a una "ley" (todo en el sentido anteriormente expuesto), habría que notar que se trata de un hecho inherentemente social. El término “eco-nomía” surge frente al habitar socialmente entendido en la tradición de Occidente (Aristóteles). Entonces, es indudable que su supuesto bàsico y su condición "sine qua non" es la justicia (“dikaiosine”) como el caminar entre la vida a reproducir y la muerte a asumir,  por parte de todos por igual.

 Aquì subo la apuesta: todas las premisas o axiomas “tácitos” de lo que impera como teoría económica, fundamentalmente capitalista, sólo tienen un sentido racional si enfrentan este principio sin el cual los otros no se sostienen.  Negativamente expresado, el habitar como la categoría que nos vuelve hombres, es inviable sin justicia social. O, si se quiere (para aclararlo luego), sin nomos. Una economía sin justicia puede ser todo, menos economía: literalmente, una casa en ruinas, una no-casa.

Pero en dicha teorización se intenta no sólo considerar tácito dicho principio, entonces, dos clases de sino directamente aniquilarlo, ignorándolo por completo. Hay supuestos tácitos: la de aquellos aceptados sin discusión y la de los negados sin discusión. La Justicia, en el discurso económico al uso (científico), pertenece a la segunda. Ya no nos encontramos ante algo implícitamente aceptado, sino ante algo implícitamente rechazado. Valdría la pena advertir que esta operación de omisión y ninguneo es la madre de toda la conflictividad social de nuestra Argentina presente. Es hora, pues, de considerarlo.

Una formulación aproximada

            Desde mucha ignorancia de mi parte y clamando por interlocutores que ayuden a refinar esta presentación (para orientar los pasos futuros, teniendo en cuenta los días que corren), creo que cabría una formulación del principio, por un lado, en sentido hipotético, refutable, con "reservas falibilistas" y, por otro, en referencia a su carácter innegociable, de imperativo categórico kantiano, sin apelación, universalmente obligante.

En realidad, es un principio moral que nos damos a nosotros mismos como obra de nuestra libertad, más allá de nuestros intereses "naturalmente" egoístas, “más allá de lo que naturalmente somos, sin resignarnos a ser lo que somos”, como diría Camus, “para poder ser hombres” precisamente. Kant aquí sintetiza todo un tópico de la modernidad y ,a mi modo de ver, registra un proceso sin retorno en la cultura occidental.

            El principio, entonces, dice más o menos así: No hay recurso, por escaso que fuere, que no deba - y, en consecuencia, pueda- alcanzar para todos. Como vemos, contundente: radicalizante y radicalizado (en sentido marxiano, por cierto, donde"la raíz es el hombre"...), pues   no podría ser de otro modo. Pero no cerrado a discusiones posibles. Quizás, como aquellas categorías que Habermas llama"magnitudes histórico culturales", se trata de algo "ni necesario ni arbitrario", que sin embargo no debe perder vuelo "categórico" kantiano, como sostiene Apel, para poder valer como principio y hacer posible además una discusión no-autocontradictoria.

            Son resaltables  un par de cosas:

a)      “si se debe, se puede”: el principio no surge como consecuencia de condiciones empiricamente dadas (si por esto se entiende, en cada caso, “circunstancias presentes”, “actuales”, etc., sin dejar de atender, en cambio, a nuestro arraigo si se quiere “empírico” en la  vida). Por el contrario, al ser "puesto" por el hombre, nada le impide a éste controlar tales condiciones para llevarlo a su cumplimiento; es decir, el problema de la justicia, desde la modernidad kantiana, no es meramente natural, cosmológico, sino político;

b)      ello es así, por otro lado, porque en lo social nada es fatal. Nuevamente Marx viene en nuestra ayuda: si puede haber un monto fuerte de necesidad y determinación en la esfera de la producción, a partir de algo no tan opcionable como un "modo productivo", fruto de inercias históricas no del todo sujetas a la libre determinación, no ocurre lo mismo con la distribución: Si hay para uno (o unos),  por qué no para todos?

Nomos: ley como justicia, justicia como Razón

 El reclamar un "por qué" remite al campo exorbitantemente racional (no logicista, dijimos) en que esto se mueve: la razón y la justicia aparecen aquí articulándose como ruedas dentadas, necesitándose mutuamente. Toda la carga de la prueba (imposible) es responsabilidad (imposible) del que lo niega: Debe haber razones, tan fuertes como hasta ahora desconocidas, que justifiquen la injusticia. Al no encontrarse, la negación es estupidez, necedad, locura, todo menos razón.

            La ley de la casa (eco-nomía) es, por tanto, la de la mesa común o la del pan compartido. Por más poco que haya, nadie se queda sin comer. Vale aquí la respuesta de Guevara a Debray en Bolivia: si un mendrugo de pan sólo alcanza como último alimento para que dos vivan y lleguen y, si lo repartimos entre los diez que realmente somos, los diez morimos, pues, hay que repartir entre diez ya mismo.

            El Dios legislador del espacio cósmico newtoniano llevó a Adam Smith a postular su análogo en el espacio del mercado: la mano invisible, providencial, reparando imperfecciones y contingencias. La misma fe teológica, tras la economía matematizada, devenida ciencia cuasi formal, anima hoy la teoría del crecimiento y el derrame. "Dijo el ministro: seamos injustos hoy, pero crezcamos. La abundancia por sí sola derramarä sobre el resto. La hora de la distribución habrá llegado...”

 Guevara o Cavallo? En los primeros años 90as. la economía "creció" a más del 7%, la desocupación trepó al 18% y se amplió la pobreza estructural, sin retorno, sin duda la de una clase media definitivamente cuesta abajo. El pan escaso sólo alcanza para dos;  el resto que se muera. Es irresponsable, demagógico, populista (político ...!) pensar en repartir sin crecer. Será verdad? Es que la hora de distribuir, en nuestra Argentina al menos, nunca suena o, tras el "crecimiento", sólo se escuchan balas, cacerolas y aviones que fugan de Ezeiza. No habrá que distribuír para crecer precisamente?

            Esta pregunta cobra trascendencia proyectada en el horizonte weberiano de la  oposición entre ética de la convicción (justicia a ultranza, distribución) y ética de la responsabilidad (orientación al crecimiento por sobre todo). Hoy se plantea dilemáticamente como la tensión y hasta la oposición y mutua exclusión entre crecimiento y equidad. Pareciera que crecer, "responsablemente", conlleva inevitablemente desocupación y pobreza como sus condiciones de posibilidad. No hay crecimiento sin sacrificio, se añade. Pero esto suena a falaz si nos preguntamos quiénes crecen y quiénes asumen los costos del crecimiento, y por qué y para qué. Y, nuevamente: por qué no todos?

Por otro lado, se impone saber quién es el sujeto de la responsabilidad y si la responsabilidad genuina no es sólo socialmente gestionable, es decir, sólo como co-responsabilidad. En este caso, la responsabilidad, emparentable aquí con la soberanía, sólo es del pueblo y de nadie más, es una cuestión irreversiblemente social. Al menos si queremos ser racionales, es decir, justos (no olvidemos las implicancias del Principio de Justicia formulado antes). Una soberanía “individual” es casi un oximoron o una mera licencia del lenguaje; otro tanto sucede con la responsabilidad económica al margen de los “afectados”.  La ausencia de razón aquí coincide con la ausencia de diálogo. Literalmente, nos condenamos a quedar en manos de un “idiota”, cuestión extensiva a una franja considerable de manejo “experto” en las cosas sociales. Otra condición del habitar nómico, justo, es, entonces, por fuerza propia, la democracia. (Continuará....)

           


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POLEMICA SOBRE EL FUNDAMENTALISMO ECONÓMICO

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