ACILBUPER - REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE SANTIAGO DEL ESTERO N°4/10 - Diciembre 2002 - www.acilbuper.com.ar

 

Las Pupilas de la Universidad.

El principio de razón y la idea de la universidad*.

 

Por Jacques Derrida.

Síntesis libre de Víctor Cáceres .

 

¿Existe hoy en día, en lo que respecta a la universidad, lo que se llama una “razón de ser”?. Hablaré de la razón y el ser, pero también de la destinación de la universidad. Tener una razón de ser es tener una destinación. Es asimismo tener una causa, según “el principio de razón”, por una razón que es también una causa, es decir también un fundamento y una fundación. En la expresión “razón de ser”, tiene sobre todo el sentido de causa final. Preguntarse si la universidad tiene una razón ser, es preguntarse ¿la universidad con vistas a qué?.

La metafísica asocia la cuestión de la vista con la del saber y la del saber con la del saber-aprender y con la del saber-enseñar. Todos los hombres, por naturaleza, tienen el deseo de saber. Aristóteles cree descubrir el signo de ello en el hecho de que las sensaciones proporcionan placer “al margen mismo de su utilidad”. Esto explica el deseo de saber por saber. Y ello resulta mas cierto para la vista que para los demás sentidos. Este sentido naturalmente teórico y contemplativo no permite conocer mas que otros; descubre en efecto numerosas diferencias. Preferimos la vista al igual que preferimos el desvelamiento de la diferencia.

¿Pero cuando se tiene la vista se tiene suficiente?.

Para saber aprender y para aprender a saber, la vista, la inteligencia y la memoria no son suficientes; también hay que saber oír, poder escuchar lo que resuena. Diré que hay que saber cerrar los ojos para escuchar mejor.

La abeja sabe muchas cosas puesto que ve, pero no sabe aprender porque no posee la facultad de escuchar.

La universidad, ese lugar en el cual se sabe aprender  y se aprende a saber, no será nunca una especie de colmena.

Abrir el ojo para saber, cerrar el ojo o, al menos, escuchar para saber aprender y para aprender a saber: este es un primer esbozo del animal racional.

Cuando me preguntaba lo que la institución académica, que no debe ser un animal escleroftálmico, un animal de ojos duros, debía hacer con sus vistas, era otra forma de preguntar por su razón de ser.

Antes de preparar el texto de una conferencia he de prepararme yo mismo para la escena que me espera el día de su presentación. En el presente caso, las condiciones de imposibilidad, si puedo llamarlas de ese modo, se agravaron por tres razones.

En primer lugar, hoy es la primera vez que tomo aquí la palabra en calidad de Andrew D. White Professor - at- large. En francés, se dice au large! Para ordenarle a alguien que se aleje. En este caso el titulo con el que me honra esta universidad, si bien me acerca mas a ustedes, acrecienta la angustia del animal.

Segunda fuente de inquietud; la cuestión de la vista ha construido la escenografía institucional, el paisaje de esta universidad, la alternativa entre la expansión y la cerrazón, entre la vida o la muerte. Se consideró ante todo que era vital no cerrar la vista. Cuando los trustees querían situar la universidad mas cerca de la ciudad. Cornell (primer presidente de la universidad), los hizo subir a la colina para mostrarles el paisaje y la vista. Cornell había hecho valer, buenas razones, y la razón venció.

Luego se pensó en instalar una especie de barrera o, un diafragma para limitar las tentaciones de suicidio al borde de la “garganta”. El abismo esta situado bajo el puente que une la universidad con la ciudad, su dentro con su fuera. Ante esto un miembro no dudó en oponerse a dicha barrera, a dicha pupila diafragmática con el pretexto de que lo único que conseguiría sería destroying the essence of the university.

Ya imaginaran con que temblores me dispongo ha hablarles de este tema propiamente sublime: la esencia de la universidad. Kant decía en el conflicto de las facultades que la universidad debía regularse según una “idea de la razón”, la de una totalidad del saber presentemente enseñable. No obstante ninguna experiencia puede resultar, en el presente, adecuada a esta totalidad presente y presentable de lo doctrinal, de la teoría enseñable.

Pero el sentimiento aplastante de dicha inadecuacion es el sentimiento exaltante y desesperante de lo sublime, suspendido entre la vida y la muerte.

Existe una tercera razón para mi inhibición, no sabia cuantos sentidos cubría la expresión professor -at- large. Me he preguntado si, al no pertenecer a ningún departamento, el professor -at- large no se parecería a lo que se denomina un “ubiquista” en la vieja Universidad de París. En francés se llama “ubiquista” a quien, al viajar mucho y muy rápido, produce la impresión de estar en todas partes a la vez.

Ahora bien sin poseer el don de la ubicuidad, el professor -at- large es también quizás alguien que desembarca aveces tras una ausencia que lo ha desconectado de todo. Se le autoriza que tome las cosas con distancia y desde la barrera, se cierran los ojos con indulgencia sobre las opiniones esquemáticas y brutalmente selectivas que ha de presentar en la retórica de una conferencia académica acerca del tema de la academia.

Que yo sepa, jamas se ha fundado un proyecto de universidad contra la razón. Se puede pensar razonablemente que la razón de ser de la universidad siempre fue la razón misma; así como una cierta relación esencial de la razón con el ser. Ahora bien, lo que se denomina el principio de razón, no es simplemente la razón. Lo que desde hace tres siglos, se denomina el principio de razón fue pensado y formulado por Leibniz; su enunciado mas frecuentemente citado es “Nada es sin razón o ningún efecto sin causa”. El segundo principio dice que de toda verdad (entiéndase de toda proposición verdadera) puede rendirse razón.  

El principio de razón dice asimismo que razón ha de ser rendida. No se puede separar la cuestión de esta razón de la cuestión acerca del “hay que” y acerca del “hay que rendir”.

El “hay que” parece albergar lo esencial de nuestra relación con el principio de razón. Parece marcar para nosotros la exigencia, la deuda, el deber, la solicitud, la orden, la obligación, la ley, el imperativo. Desde el momento en que razón puede ser rendida, lo ha de ser.

Se trata de una responsabilidad. Hemos de responder a la llamada del principio de la razón. En El principio de la razón, Heidegger tiene un nombre para esa llamada: Anspruch: exigencia, pretensión, reivindicación, petición, encargo, convocatoria. Se trata siempre de una voz que interpela.

La interpelación que nos obliga a responder al principio de razón no se ve, ha de oírse y escucharse.

Cuestión de responsabilidad, pero responder al principio de razón y responder del principio de razón ¿es acaso el mismo gesto?. ¿es la misma escena,  el mismo paisaje? Y ¿donde ubicar a la universidad en este espacio?.

Responder a la llamada del principio de razón es rendir razón. Es responder a las exigencias aristotélicas, las de la metafísica, las de la filosofía primera, las de la búsqueda de “raíces”, de los “principios” y la de las “causas”. La exigencia científica y técnico- científica conduce de nuevo al mismo origen. Y una de las cuestiones mas insistentes en la meditación de Heidegger es la del tiempo de “incubación”. No se puede pensar la posibilidad de la universidad moderna sin interrogar ese acontecimiento o esa institución que es el principio de razón.

Sin embargo responder del principio de razón y responder de esa llamada, no es simplemente obedecerlo o responder ante él. Como dice Heidegger el principio de razón no dice nada de la razón misma. El abismo, la sima, el Abgrund, la garganta vacía, serían la imposibilidad para el principio de fundamento de fundarse a sí mismo. Este mismo fundamento, al igual que la universidad, tendría entonces que mantenerse suspendido por encima de un vacío muy singular.

En el quehacer heideggeriano todo se juega en una sutil diferencia de tono o de acento, según se ponga el énfasis en tales o cuales palabras de la formula nihil est sine ratione. El enunciado tiene dos alcances distintos según se ponga el acento sobre nihil y sobre sine o sobre est y sobre ratione. Renuncio aquí a todas las decisiones que se encuentran en juego con el desplazamiento del acento. Asimismo renuncio a la reconstrucción de un diálogo entre Heidegger y Pierce. Para que el diálogo entre Pierce y Heidegger tenga lugar habría que ir mas allá. Ese paso mas allá  lo esboza Pierce en el movimiento mismo de su insatisfacción; me quedaré, aquí, con dos afirmaciones, aun a riesgo de simplificar demasiado.

1-     el predominio moderno del principio de razón ha debido correr parejo con la interpretación de la esencia del ente como objeto, objeto presente en calidad de representación, objeto colocado e instalado ante un sujeto. El re- de la repraesentatio dice asimismo el movimiento que rinde razón de una cosa cuya presencia es hallada al hacerla presente, al llevarla al sujeto de la representación, al yo cognoscente. De este modo se le asegura un predominio a la representación, a la relación con el objeto, es decir, con el ente que se encuentra ante  un sujeto que dice yo y se asegura de su existencia presente.

Es verdad que una caricatura del hombre de representación, en el sentido heideggeriano, le atribuiría fácilmente unos ojos duros, permanentemente abiertos a una naturaleza que hay que dominar y, si es preciso, violar, manteniéndola ante si o cayendo sobre ella como un ave de presa. El principio no instaura su imperio mas que en la medida en que la cuestión abisal del ser que se oculta en él permanece disimulada y, con ella, la cuestión misma del fundamento.

2-     Esta institución de la tecno- ciencia moderna que es la universidad está construida a la vez sobre el principio de razón y sobre lo que queda en él disimulado. Heidegger afirma que la universidad moderna está “fundada”,  “construida” sobre el principio de razón, que “descansa”, sobre él. Pero si la universidad de hoy, lugar de la ciencia moderna, “se funda en el principio del fundamento”, en ninguna parte de ella hallamos el principio mismo de razón, en ninguna parte éste es pensado, interrogado, cuestionado respecto de su procedencia. En ninguna parte se plantea desde donde habla esta llamada. Y este ocultamiento del origen en lo impensado no perjudica al desarrollo de la universidad moderna. Pero todo este se desarrolla por encima de un abismo, de una “garganta”, esto es, sobre un fundamento cuyo fundamento mismo permanece invisible e impensado.

 El esquema del fundamento y la dimensión de lo fundamental se imponen en el espacio de la universidad. Está en juego el principio de razón como principio de fundamento, de fundación o de institución.

Hoy en día se halla en curso un gran debate acerca de la política de la investigación y de la enseñanza y acerca del papel que la universidad puede jugar en ella de modo central o marginal, progresivo o decadente, en colaboración o no con otros centros de investigación considerados a veces mejor adaptados para ciertas finalidades. Una problemática semejante no se reduce siempre a una problemática política centrada en el Estado sino en unos complejos militares- industriales interestatales o en unas redes técnico- económicas o incluso técnico- militares internacionales o de tipo aparentemente ínter o trans-  estatal.

Una investigación “finalizada” es una investigación autoritariamente programada, orientada, organizada con vistas a su utilización. Sin dudas es mas sensible a este problema donde la política de investigación depende estrechamente de estructuras estatales o “nacionalizadas”. Se dice investigación “finalizada allí donde hasta no hace mucho tiempo se hablaba de “aplicación”. Cada vez se sabe mejor que una investigación puede ser rentable, utilizable, finalizable de forma mas o menos deferida. Se prefiere “finalizar” a “aplicar”, porque el termino es menos “utilitario” y permite inscribir las finalidades nobles en el programa.

El concepto que se contrapone al de investigación finalizada es el de investigación “fundamental”: investigación desinteresada, con vistas a aquello que, no estaría destinado a ninguna finalidad utilitaria. La única preocupación de esta investigación fundamental sería el conocimiento, la verdad, el ejercicio desinteresado de la razón, bajo la sola autoridad del principio de razón.

Sin embargo cada vez se sabe mejor que esta oposición entre lo fundamental y lo finalizado tiene una pertinencia real pero limitada. Ya no se puede distinguir entre lo tecnológico por una parte y lo teórico, lo científico y lo racional por otra parte. La palabra tecnociencia  debe imponerse y ello confirma que entre el saber objetivo, el principio de razón, una cierta determinación metafísica de la relación con la verdad, existe, en efecto, una afinidad esencial. Ya no se puede, según Heidegger, disociar el principio de razón de la idea misma de la técnica en el régimen de su común modernidad. Ya no se puede mantener el limite que Kant, intentaba trazar entre el esquema “técnico” y el esquema “arquitectónico” en la organización sistemática del saber, que debía asimismo fundar una organización sistemática de la universidad.

Hoy en día resulta imposible distinguir entre ambas finalidades. Es imposible distinguir entre programas que se desearía considerar “nobles” o técnicamente provechosos para la humanidad y otros que resultarían destructores.

El poder militar y de forma general toda la organización de la seguridad no solo saca provecho de los “efectos” de la investigación fundamental. En sociedades de tecnología avanzada este programa, impulsa, ordena, financia, directamente o no, por vía estatal o no, las investigaciones punteras en apariencias menos “finalizadas”.

Basta nombrar la telecomunicación y la información para ver el alcance del siguiente hecho: la finalización de la investigación no tiene limite, todo opera dentro de ella “con vistas” a adquirir una seguridad técnica e instrumental. De modo mas sencillo, se puede intentar utilizar las formalizaciones teóricas de la sociología, de la psicología, e, incluso, del psicoanálisis para un mayor refinamiento de lo que se denominaba, durante las guerras de Indochina y de Argelia, los poderes de la “acción psicológica” que alternaba con la tortura. A partir  de ese momento, si posee los medios necesarios, un presupuesto militar puede invertir, con vistas a beneficios diferidos, en lo que sea, en la teoría científica llamada fundamental, en las humanidades, en la teoría literaria y en la filosofía.

Y si en apariencia parece inútil en cuanto a sus resultados  y producciones, puede servir de ocupación a aquellos maestros del discurso, a aquellos profesionales de la retórica, de la lógica, de la filosofía que, de lo contrario, podrían aplicar su energía a otros menesteres.

En cualquier caso, teniendo en cuenta las consecuencias aleatorias de una investigación, siempre puede ponerse la vista en algún beneficio posible al final de una investigación aparentemente inútil. De este modo se modulan los medios concertados, el volumen del apoyo y la distribución de los créditos. Un poder estatal o las fuerzas que representan no necesitan ya prohibir investigaciones o censurar discursos; basta con limitar los medios, los soportes de producción, de transmisión y de difusión.

Las limitaciones de prohibición pasan por vías múltiples, descentralizadas, difíciles de reagrupar en sistema. La irrecibilidad de un discurso, la no- habilitación de una investigación, la ilegitimidad de una enseñanza son declaradas tales por medio de actos de evaluación cuyo estudio me parece una de las tareas indispensable para el ejercicio y la dignidad de una responsabilidad académica.

Las editoriales universitarias juegan un papel mediador con gravísimas responsabilidades dado que los criterios científicos, en principio representados por la corporación universitaria, deben compaginarse con muchas otras finalidades. Cuando el margen aleatorio ha de estrecharse, las restricciones de crédito afectan a las disciplinas menos rentables de forma inmediata. La determinación móvil de este margen aleatorio depende siempre de la situación técnico- económica de una sociedad en relación con el conjunto del campo mundial.

El concepto de información o de informatización es, aquí, el operador mas general. Integra lo fundamental a lo finalizado, lo racional puro a lo técnico dando así testimonio de esa co- pertenencia inicial de metafísica y de la técnica. El valor de “forma” no resulta extraño a ello. En El principio de razón, Heidegger sitúa este concepto de “información”, como algo que depende del principio de razón, como principio de calculabilidad integral. Incluso el principio de incertidumbre continua moviéndose en la problemática de la representación y de la relación sujeto/objeto. La información asegura la seguridad del cálculo y el cálculo de la seguridad. Se reconoce en ello la época del principio de razón. Bajo la forma de información, dice Heidegger, el principio de razón domina toda nuestra representación y determina una época para la cual todo depende de la entrega de la energía atómica.

La información es el almacenamiento, el archivamiento y la comunicación mas económica, mas rápida y mas clara de las noticias. La información no informa solo proporcionando un contenido informativo sino que da forma. Instala al hombre en una forma que le permita asegurarse su poder en la tierra y mas allá de la tierra.

Pensaba en la necesidad de despertar o de volver a situar una responsabilidad en la universidad o ante la universidad.

Aquellos que analizan hoy en día este valor informativo e instrumental del lenguaje se ven conducidos necesariamente a los límites mismos del principio de razón interpretado de esta forma. Pueden intentar definir nuevas responsabilidades ante la dependencia total que la universidad mantiene con respecto a las tecnologías de informatización. Evidentemente no se trata de rechazar dichas tecnologías. Nada precede de forma absoluta a la instrumentalización técnica. No se trata de oponer a esta instrumentalización cualquier irracionalismo oscurantista. Al igual que el nihilismo, el irracionalismo es una postura simétrica y, por consiguiente, dependiente del principio de razón.  Plantearse estas nuevas cuestiones puede, a veces, servir para proteger algo de lo que, siempre ha opuesto resistencia a la tecnologización. Pero ciertos defensores de las “humanidades” o de las ciencias positivas a menudo sienten como una amenaza la andadura que aquí propongo. Esta es interpretada de este modo por aquellos que jamas han intentado comprender la historia y la normativa propia de su institución, la deontología de su profesión. Se los percibe por todas partes en aquellos que creen defender la filosofía, la literatura y las humanidades contra esos nuevos modos de cuestionamientos que constituyen una nueva afirmación y una nuevas maneras de asumir las propias responsabilidades. Se ve claramente de qué lado acechan el oscurantismo y el nihilismo cuando grandes profesionales o representantes de instituciones prestigiosas pierden toda medida y todo control; entonces olvidan las reglas que pretenden defender en su trabajo y se ponen de pronto a lanzar improperios, a decir cualquier cosa sobre textos que no han abierto nunca o que abordan por medio de ese mal periodismo que, en otra circunstancias, despreciarían ostensiblemente.

De esta nueva responsabilidad a la que me refiero solo puede hablarse apelando a ella. Se trataría de la de una comunidad de pensamiento para la cual la frontera entre investigación fundamental e investigación finalizada no resultase ya segura, al menos no ya en las mismas condiciones de antes. Ahora bien, la razón no es mas que una especie de pensamiento, lo cual no quiere decir que el pensamiento sea “irracional”.

Una comunidad semejante se cuestiona sobre la esencia de la razón y del principio de razón e intenta sacar todas las consecuencias posibles de dicho cuestionamiento. Un pensamiento semejante no es seguro que pueda agrupar a una comunidad o fundar una institución en el sentido tradicional de estas palabras. Ha de re- pensar aquello que se denomina comunidad e institución. Debe descubrir todas las astucias de la razón finalizante, los trayectos por medio de los cuales una investigación aparentemente desinteresada puede ser indirectamente re- apropiada, empleada de nuevo por programas de todo tipo.

Estas nuevas responsabilidades no pueden ser únicamente académicas. Si siguen siendo tan difíciles de asumir es porque deben a la vez conservar la memoria viva de una tradición y abrir mas allá de un programa, es decir a aquello que denominamos el porvenir. Y los discurso, las obras y las tomas de posición que inspiran, no dependen solo de la sociología del conocimiento, de la sociología o de la politología. Estas disciplinas son mas necesarias que nunca, sin dudas. Pero cualquiera que sea su aparato conceptual, su axiomática, su metodología; jamas tocan a lo que en ellas sigue basándose en el principio de razón y en el fundamento esencial de la universidad moderna. No se cuestiona jamas la normatividad científica que regula y legitima su discurso. Cualquiera que sea su valor científico estas sociologías de la institución siguen siendo en este sentido intra- universitarias, siguen estando controladas por las normas mas arraigadas e incluso por los programas del espacio que pretenden analizar. Esto se reconoce en la retórica, en los ritos, en los modos de presentación o de demostración que continúan respetando.

Llegaré hasta afirmar que los discursos del marxismo y del psicoanálisis, incluidos los de Marx y Freud, son intra- universitarios; en todo caso son homogéneos con el discurso que domina en ultima instancia a la universidad. Esto explica, que incluso cuando se dicen revolucionarios, algunos de estos discursos no inquietan a las fuerzas mas conservadoras de la universidad. En cambio, acoge con mucho mas temor, a aquellos que plantean preguntas que están a la altura de dicho fundamento o no fundamento universitario. No se trata únicamente de preguntas que hay que formular sometiéndose, tal como hago aquí, al principio de razón, sino que se trata de prepararse a transformar de forma consecuente los modos de escritura, la escena pedagógica, los procedimientos de co- locución, la relación con las lenguas, con las demás disciplinas, con la institución en general, con su fuera y su dentro.

Aquellos que se arriesgan en esta vía no tienen porque oponerse al principio de razón, ni porque caer en un “irracionalismo”. Pueden seguir asumiendo en su fuero interno, el imperativo de la competencia y del rigor profesionales. Se produce ahí un doble gesto: asegurar la competencia profesional y la tradición mas seria de la universidad al tiempo que uno se adentra lo mas lejos posible, teórica y prácticamente, en el pensamiento mas abisal de aquello que funda la universidad. Es este doble gesto el que resulta ilocalizable e insoportable para ciertos universitarios de todos los países que se unen para proscribirlo sin apelación posible, denunciando el “profesionalismo” y el “anti- profesionalismo” de aquellos que apelan a estas nuevas responsabilidades.

La responsabilidad que intento situar no puede ser simple: implica lugares múltiples, una tópica diferenciada, postulaciones móviles, una especie de ritmo estratégico. Mas allá de la finalidad técnica, mas allá de la afinidad entre técnica y metafísica, lo que aquí he denominado “pensamiento”, corre a su vez el riesgo de ser reapropiado por fuerzas socio- políticas que podrían tener interés en algunas de estas situaciones. Un “pensamiento” semejante no puede producirse, en efecto, fuera de ciertas condiciones históricas, técnico- económicas, político- institucionales y lingüísticas. Un análisis estratégico lo mas vigilante posible debe, con los ojos bien abiertos, intentar prevenir semejantes reapropiaciones.

Me limito a la doble cuestión de la “profesión”:

1.      ¿tiene la universidad como misión esencial producir competencias profesionales, que pueden ser aveces extrauniversitarias?

2.      ¿Debe la universidad asegurar en sí misma, la reproducción de la competencia profesional formando profesores para la pedagogía y par ala investigación, en el respeto de un código determinado?.

Se puede contestar que sí a la segunda pregunta sin haberlo hecho a la primera y desear mantener las formas y los valores profesionales intrauniversitarios con independencia del mercado y de las finalidades del trabajo social fuera de la universidad. La nueva responsabilidad del “pensamiento” de que hablamos no puede dejar de ir unida a un movimiento de reserva, incluso de rechazo con respecto a la profesionalizacion de la universidad en ambos sentidos y, sobre todo,  en el primero de ellos, el cual ordena la vida universitaria con vistas a la oferta o demanda del mercado de trabajo y se regula según un ideal de competencia puramente técnico. Semejante “pensamiento” puede tener como mínimo el efecto de reproducir una política del saber muy tradicional. Y estos efectos pueden ser los de una jerarquía social en el ejercicio del poder técnico- político. No digo que este “pensamiento” se identifique con dicha política y que haya que abstenerse de él.

Kant, Nietzsche, Heidegger y tantos otros lo han afirmado sin equivoco posible: lo esencial de la responsabilidad académica no debe ser la formación profesional. Vemos constituirse una jerarquía teorético- política. En la cúspide el saber teorético: no es buscado con vistas a la utilidad y aquel que detenta dicho saber es el jefe de una sociedad que trabaja por encima del trabajador manual que actúa sin saber. Este jefe teorético es esencialmente un enseñante. Aparte del hecho d conocer las causas y de estar en posesión de la razón, se reconoce por este signo: la “capacidad de enseñar”. A la vez enseñar y dirigir el trabajo empírico de los trabajadores. El teórico- enseñante es un jefe porque esta del lado del comienzo, del mando, encomienda -es el primero o el príncipe- porque conoce las causas y los principios, el “porque” y también el “con vistas a que” de las cosas.

Por adelantado responde al principio de razón que es el primer principio. Y por eso es él quien ordena, prescribe, impone la ley. Y es normal que esta ciencia superior se desarrolle en lugares donde el ocio es posible. De este modo, observa, Aristóteles, las artes matemáticas se han desarrollado en Egipto en razón del ocio que allí se concedía a la casta sacerdotal.

Kant, Nietzsche y Heidegger, al hablar de la universidad, no dicen exactamente lo mismo que Aristóteles, ni dicen los tres exactamente lo mismo. Sin embargo dicen también lo mismo. Kant sitúa la facultad de filosofía, lugar del saber racional puro, lugar en el que se reúnen el sentido  mismo y la autonomía de la universidad, por encima y fuera de la formación profesional, por encima y fuera de la formación profesional: el esquema de la razón pura está por encima y mas allá del esquema técnico. Nietzsche condena la división del trabajo en las ciencias, las finalidades profesionales de la universidad. Cuanto mas se hace en el ámbito de la formación, tanto mas hay que pensar. “¡No sólo hay que tener puntos de vista sino también pensamiento!”. En cuanto a Heidegger deplora la organización en adelante técnica de la universidad y su especialización estanca. Condena, también, la compartimentacion disciplinar y el “adiestramiento externo con vistas a un oficio”, “cosa inútil e inauténtica”.

Al querer sustraer a la universidad de lo programas “útiles” y de la finalidad profesional siempre cabe la posibilidad de contribuir a finalidades inaparentes, de reconstruir poderes de clase o de corporación. Nos encontramos ante una topografía política implacable un paso de mas hacia una especie de an- arquía original, corre el riesgo de producir o reproducir la jerarquía. El “pensamiento requiere tanto el principio de razón como la an- arquia. Entre ambos solo la puesta en practica de dicho pensamiento puede decidir. Esta decisión es siempre arriesgada. La decisión del pensamiento no puede ser un acontecimiento intrainstitucional, un momento académico.

Todo ello no define ni una política, ni siquiera una responsabilidad. Cuidado con aquello que abre a la universidad al exterior y a lo sin fondo, pero cuidado con aquello que, al cerrarla sobre si misma, solo crearía un fantasma de cierre, la pondría a la disposición de cualquier interés o la convertiría en algo totalmente inútil. Cuidado con las finalidades, pero ¿que seria una universidad sin finalidad?.

Ni en su forma medieval ni en su forma moderna ha dispuesto la universidad de su autonomía absoluta y de las condiciones rigurosas de su unidad. Durante mas de ocho siglos, “universidad “ habrá sido el nombre dado por nuestra sociedad a una especie d cuerpo suplementario que ha querido a la vez proyectar fuera de si misma y conservar celosamente en si misma, emancipar y controlar. Por ambas razones, se supone que la universidad representa la sociedad. Y, en cierto modo, ha reproducido su escenografía, sus metas, sus conflictos, sus contradicciones, su juego y sus diferencias y el deseo de concentración orgánica en un solo cuerpo. Pero con la relativa autonomía de un dispositivo técnico, este artefacto universitario no ha reflejado la sociedad mas que concediéndole la oportunidad de la reflexión, es decir también de la disociación.

El tiempo de la reflexión es la oportunidad de una vuelta sobre las condiciones mismas de la reflexión, como si con la ayuda de un aparato óptico se pudiera por fin ver la vista, no solo el paisaje natural, la ciudad, el puente y el abismo; sino también “telescopar” la vista. Por medio de un dispositivo acústico, “oír” la escucha, captar lo inaudible en una especie de telefonía poética. Entonces el tiempo de la reflexión es también otro tiempo, heterogéneo con respecto a aquello que refleja y proporciona, quizás, el tiempo de lo que llama a y se llama el pensamiento.

Es la oportunidad de un acontecimiento del que no se sabe si, presentándose en la universidad, pertenece a la historia de la universidad.

La oportunidad de este acontecimiento es la oportunidad de un instante; es en las situaciones mas crepusculares, mas occidentales de la universidad occidental donde se multiplican las oportunidades de este twinkling [titilante, centelleante]del pensamiento. En periodo de crisis, la provocación que es proceso pensar reúne en el mismo momento el deseo de memoria y la exposición de un porvenir, la fidelidad de un guardián como para querer conservar incluso la oportunidad del porvenir.

 No se si es posible conservar a la vez la memoria y la oportunidad. Me inclino a pensar que la una no se conserva sin la otra. Esta doble custodia será asignada, como su responsabilidad, al extraño destino de la universidad. A su ley, a su razón de ser y a su verdad.

A título de memoria, les recuerdo la única pregunta que he planteado al comienzo: ¿como no hablar, hoy, de la universidad?; ¿lo habré dicho o lo habré hecho?; ¿Habré dicho como  no debería hablarse, hoy, de la universidad?. O bien ¿habré hablado como no debería hablarse, hoy, en la universidad?.

Solo otros podrán decirlo. Empezando por ustedes.



* Tomado de Suplementos, Antrophos, 13, Barcelona, marzo de 1989. Traducción de Cristina de Peretti. Esta lección inaugural para la cátedra de “Andrew D. White Professor at- large”, fue pronunciada en ingles en la universidad de Cornell (Ithaca, Nueva York) en abril de 1983.

Imprimir Página Web

ACILBUPER - REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE SANTIAGO DEL ESTERO N°4/10 - Diciembre 2002 - www.acilbuper.com.ar