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La brecha digital: Cibercultura y desarrollo.

Paradojas y asimetrías de una sociedad en red.

Nuevos contextos y usos de la cibertecnología en Chile

 

PROYECTO DE INVESTIGACIÓN FONDARCIS  003/02

 

por ÁLVARO CUADRA


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III. PERSPECTIVAS DE DESARROLLO EN UNA SOCIEDAD RED

3.1. El desarrollo: la promesa frustrada

       Hace ya más de cinco siglos que el mundo americano irrumpe en la historia como un híbrido que ha sido descrito como Indo-Afro-Ibero americano. Lo cierto es que en la actualidad este subcontinente se debate en una creciente miseria en los márgenes de la llamada sociedad global. América Latina se define hoy más por sus carencias y frustraciones que por su presencia en el mundo.

       En una mirada de conjunto, emerge una zona en donde la pobreza es la norma, aún en los países más exitosos de la región, como Chile, más del 20% de la población vive con menos de dos dólares diarios, porcentaje que sube a más del 50% en países como Guatemala o Ecuador. Próximos al bicentenario en la mayoría de las repúblicas latinoamericanas, sus pueblos se debaten en la cesantía y la miseria.

       Tras la experiencia traumática de guerras civiles, como en América Central, o de dictaduras militares como en el Cono Sur, estamos sumidos, como suele decirse eufemísticamente, en democracias de baja intensidad, cuyos límites son la injusticia social, la impunidad, la corrupción pública y privada y un malestar generalizado.

       El diagnóstico no puede ser sino muy pesimista. Desde una perspectiva de derechas, democracia y desarrollo parecieran términos excluyentes; desde una perspectiva de izquierdas ocurre otro tanto con la ideas de capitalismo de mercado y justicia social. El modelo neoliberal proclamado por el Fondo Monetario Internacional, al cual adhieren la mayoría de los gobiernos de la región ha acrecentado la desigualdad social, de hecho Chile ocupa el tercer lugar en este triste ranking del Banco Mundial.

       Desde una perspectiva tecnoeconómica es claro que nuestro precario salto al desarrollo carece de un fundamento tecnológico sólido, esto limita y compromete nuestras posibilidades de inserción en los mercados mundiales. Desde una perspectiva política, las democracias de baja intensidad enmascaran un orden arcaico cuya legitimidad se sostiene, en la mayoría de los casos, en febles consensos al interior de cúpulas políticas disociadas de los procesos sociales, cuando no en pactos tácitos con las élites castrenses y empresariales. Por último, desde una perspectiva cultural, vivimos la consolidación plena de lo que se ha llamado una cultura tecno-urbana-masivo-consumista que ha desestabilizado las claves identitarias de nuestros pueblos poniéndolos a merced de consorcios mediáticos transnacionales, arrastrando a vastos grupos en nuestras urbes a una economía informal que limita con la delincuencia, el narcotráfico y la violencia. Si a todo lo anterior se suma un contexto económico internacional complejo y, por momentos, adverso, y un déficit grave en la calidad de la educación, no se puede sino colegir que cualquier opción de desarrollo es una ilusión.

       Los países latinoamericanos no sólo han dejado de ser potenciales NIC’s ¾como Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong o Singapur¾ sino que se aproximan peligrosamente a aquello que se ha dado en llamar ENI’s (Economías Nacionales Inviables). La cuestión presente en la mayoría de nuestros países ya no es el desarrollo o el crecimiento, sino más bien la desesperación por no caer en el abismo. Los casos de Colombia y Argentina muestran, dolorosamente, los extremos de este espectro.

       Ante un panorama tan desolador en lo económico y político, surgen aquí y allá de lo más profundo de las sociedades latinoamericanas nuevas formas de organización solidaria que van desde el trueque a comunidades de cesantes y pobladores de las villas miseria, desde ollas comunes a experiencias de reciclaje o pequeñas publicaciones para los marginados: estamos ante brotes de una cultura solidaria, sustentable y a escala humana. En medio de la oscuridad de la hora presente para cientos de miles de latinoamericanos pobres, surgen vigorosos gestos que nos permiten, todavía, mirar el porvenir con moderada esperanza.

       En la actual sociedad globalizada que apuesta a la alta tecnología y al modo informacional de desarrollo, América Latina ha quedado rezagada junto a extensas zonas del África subsahariana y Asia, en los extramuros de las sociedades ricas; aunque la demagogia de nuestros gobiernos se esfuerza por demostrar lo contrario. Cada cierto tiempo los organismos internacionales y la prensa especializada nos proponen milagros económicos en nuestra región, tan efímeros como insustanciales. Así, hemos conocido el milagro brasileño en los sesenta, el milagro venezolano en los setenta y durante los noventa se pretendió convencer al mundo de que el Chile heredado de Pinochet era, finalmente, otro milagro. La realidad ha mostrado, sin embargo que nuestra América pobre no es tierra propicia para el nacimiento de tigres, ni siquiera en cautiverio.

3.2. Los lenguajes del desarrollo

 

 

Cualquier concepto de desarrollo se inscribe en el contexto de los llamados proyectos modernizadores, es decir, esfuerzos por incorporar a nuestros países a una cierta modernidad. Es claro que esto ha provocado transformaciones profundas en la conformación de nuestras claves identitarias así como los imaginarios colectivos y los procesos económico culturales de producción, distribución y recepción simbólicas. En términos generales se distinguen tres grandes proyectos modernizadores que han redefinido cada vez la noción de desarrollo, a saber: el proyecto liberal-oligárquico, el proyecto desarrollista industrializador y el más reciente, el proyecto neoliberal globalizador. Cada proyecto modernizador puede ser entendido como un lenguaje que pretende responder a un contexto histórico dado. Nos concentraremos, precisamente, en estas dos últimas etapas para detectar en ellas no sólo las rupturas sino, además, no pocas continuidades. En efecto, en el caso chileno, la transición entre ambas concepciones ha sido traumática y, en este sentido, se podría afirmar que el neoliberalismo se ha erigido contra el modelo anterior, acentuando los contrastes.

 

Desde nuestra perspectiva socio-técnica, nos interesa poner de relieve el papel central de las tecnologías, en particular de las llamadas TIC’s, en el imaginario del desarrollo y la sospecha de un cierto décalage entre éstas y su uso, esto es, una no contemporaneidad. Como sostiene Martin-Barbero: “Se trata de la no contemporaneidad entre los productos culturales que se consumen y el ‘lugar’, el espacio social y cultural, desde el que esos productos son consumidos, mirados o leídos por las mayorías en América Latina”.[129] En toda su radicalidad, la tesis de Martin-Barbero adquiere el carácter de una verdadera esquizofrenia: “…en América Latina la imposición acelerada de esas tecnologías ahonda el proceso de esquizofrenia entre la máscara de modernización, que la presión de las transnacionales realiza, y las posibilidades reales de apropiación e identificación cultural”.[130] Examinemos de cerca esta hipótesis de trabajo. Podemos advertir que la afirmación misma apunta a dos órdenes de cuestiones que se nos presentan ligadas, por una parte la “imposición de tecnologías” y, por otra, las “posibilidades reales de apropiación”. Desde nuestro punto de vista, la primera se inscribe en una configuración económico-cultural en que las nuevas tecnologías son el fruto de la expansión de la oferta a nuevos mercados, así nos convertimos en terminales de consumo de una serie de productos creados en los laboratorios de grandes corporaciones, productos, por cierto, que no son sólo materiales (hardwares) sino muy especialmente inmateriales (softwares). La segunda afirmación contenida en la hipótesis dice relación con los modos de apropiación de dichas tecnologías, es decir, remite a modos de significación. Podríamos reformular la hipótesis de Martin-Barbero en los siguientes términos: América Latina vive una clara asimetría en su régimen de significación, por cuanto su economía cultural está fuertemente disociada de los modos de significación.

 

Esta asimetría se profundiza en la medida que se incorporan a nuestras sociedades nuevos dispositivos tecnológicos sin un correlato de desarrollo social y cultural. Ahora bien, afirmar que esta asimetría no es sino una máscara de modernidad supone que la modernidad en nuestras sociedades constituye una falsa conciencia cuando no una impostura, sin reconocer que, por el contrario, la modernidad es el vector cultural central que condiciona el concepto de desarrollo tanto durante el desarrollismo industrialista como en la actualidad. Junto a la imagen de la máscara subyace el supuesto de que una vez que la quitemos emergerá el rostro genuino y verdadero de nuestros pueblos. Nos parece que la máscara es nuestra modernidad y que no existe ese espacio histórico antropológico que reclama nuestro autor, no hay un detrás de la máscara. La pregunta que se instala aquí es hasta qué punto los actuales lenguajes del desarrollo responden a los desafíos sociales, ecológicos y culturales del siglo XXI.

 

El diagnóstico de Martín-Barbero naturaliza un dualismo que opone lo popular (lo político) a una racionalidad científico técnica. De este modo, la racionalidad informática representaría un desplazamiento hacia la univocidad en que lo ciudadano (político) cede a favor del experto, los problemas sociales devienen problemas técnicos: “La transferencia de tecnología habla cada día más manifiestamente, no de la importación de aparatos, sino de ‘modelos globales de organización del poder’”.[131] Frente a estas tecnologías del poder se levanta maciza una cultura popular como “...un espacio de conflicto profundo y una dinámica cultural insoslayable”.[132] Finalmente, la narratividad de lo popular entraña una memoria cultural basada en experiencias, que nos constituye, “de la que estamos hechos...”, al decir de Martín Barbero, y en las antípodas de la lógica informacional basada en una linealidad acumulativa en la que no son posibles ni el conflicto ni la ambigüedad. Advertimos en nuestro autor un énfasis importante en torno a lo popular como principio identitario, clave de resistencia y mestizaje. Surge, empero, la sospecha de que ya no resulta tan evidente afirmar una cultura popular en medio de sociedades sometidas a acelerados procesos de mediatización / virtualización.

 

 

3.3. Lo popular: el vacío detrás de las máscaras

 

 

Ya hace varias décadas que Theodore Adorno nos planteó los límites para un análisis serio de la llamada industria cultural, límites que, por cierto, no han perdido su vigencia. En efecto, él nos advertía con lucidez: La función de una cosa que concierne a numerosos individuos, no es garantía de su rango. Confundir el hecho estético y sus vulgarizaciones no conduce al arte en tanto que fenómeno social a su dimensión real, pero sirve a menudo para defender algo que es discutible por sus consecuencias sociales. La importancia de la industria cultural en la economía psíquica de las masas, no dispensa de reflexionar en su legitimación objetiva, en su en-sí, sino que por el contrario la obliga. Tomarla seriamente en proporción a su función indiscutible, significa tomarla críticamente en serio, no desarmados frente a su monopolio. [133]

 

         Para cualquier analista desapasionado resulta evidente que la noción de cultura popular merece ser revisada a la luz de los nuevos contextos histórico-sociales que han transformado la fisonomía cultural en las urbes de nuestro continente. Como se ha dicho, el nuevo tipo de diseño socio-cultural que emerge posee dos grandes dimensiones, a saber: la comunicación y el consumo. Con esto no hacemos sino reconocer la reestructuración del capitalismo, tanto en su dimensión económica como en la profunda revolución tecnológica y de gestión que se ha venido dando desde la década de los ochenta.

 

         Nos proponemos revisar el concepto de cultura popular, precisamente, desde esta doble mirada; por una parte, el desarrollo vertiginoso de la llamada industria cultural, por otra, la consolidación de las sociedades de consumo. Podemos sintetizar nuestro punto de arranque a partir de las siguientes hipótesis:

 

a. La cultura popular, en tanto habla social, ha dejado de ser la vox populi cuyo espesor semántico estaba garantizado por anclajes históricos y antropológicos, para devenir mero discurso mediático, sermo vulgaris plebeius, carente de una dimensión propiamente histórica y política. Llamaremos a este tránsito: proceso de plebeyización.

 

b. El sermo vulgaris plebeius es un constructo mediático, una operación televisual que reconfigura el imaginario de los públicos o audiencias, ofreciendo nuevas claves identitarias que afirman el individualismo y capaces de abolir nociones clásicas de la modernidad tales como clase social y ciudadanía.

 

c. La plebeyización de la cultura es inclusiva, esto es: más que exaltar un aspecto de la cultura, tiende más bien a borrar los límites y jerarquías entre todas las formas culturales.

 

d. La plebeyización erosiona la dialéctica entre una cultura hegemónica y una cultura subalterna; produciendo dos grandes fenómenos, la ex - nominación en el seno de las sociedades burguesas, y la instalación de un nuevo principio axial como modo de ser.

 

e. La plebeyización encuentra su expresión política y cultural en la sociedades de consumo en lo que se ha dado en llamar el neopopulismo, sea este mediático o político.

 

e. La irrupción creciente del sermo vulgaris plebeius representa el estadio de la cultura contemporánea, momento postmoderno de nuestras sociedades que están siendo arrastradas por un proceso de globalización a escala planetaria.

 

3.3.1. La industria cultural en la era de la información

 

 

         Contra las profecías de Adorno, las nuevas tecnologías, lejos de abolir la participación activa del sujeto, la incrementan día a día. Recordemos que Theodore Adorno insistía en que: El paso del teléfono a la radio ha separado claramente a las partes. El teléfono, liberal, dejaba aún al oyente la parte del sujeto. La radio, democrática, vuelve a todos por igual escuchas, para remitirlos autoritariamente a los programas por completo iguales de las diversas estaciones. No se ha desarrollado ningún sistema de respuesta y las transmisiones privadas son mantenidas en la clandestinidad...[134] Es claro que el “autoritarismo” de los medios se ha transformado, gracias a los desarrollos tecnoeconómicos, en “interactividad”, restituyendo ¾muy parcialmente¾ al polo receptor su calidad de “sujeto”. Esto nos lleva a dos consideraciones, la primera es la imposibilidad teórica de atribuir sólo a la técnica las nuevas modalidades comunicacionales; no se trata, en rigor, de una ley de desarrollo de la técnica, sino de su lugar y función en un orden económico tardocapitalista. En segundo lugar, debemos aclarar que cuando hablamos de una restitución del sujeto en el ámbito de las comunicaciones, nos referimos a un constructo inmanente a los medios, estaríamos ante un sujeto-modelo cuya autonomía sigue siendo ilusoria en cuanto está sometido y domesticado por los formatos y límites estatuidos por un orden tecnoeconómico. Así, el nuevo estadio del individualismo en las sociedades democráticas a través del llamado proceso de personalización, lejos de renunciar al control social lo perfecciona. La autonomía de un sujeto consumidor es una pura ilusión; no sólo no es autónomo, sino que se ha desplazado en una dirección absolutamente contraria, asistimos al nacimiento de un sujeto programado: lo plebeyo.

 

Lo plebeyo puede ser entendido, respecto del sujeto, en dos sentidos. En tanto supresión del espesor histórico antropológico de lo popular, representa la muerte del sujeto. Lo plebeyo representa para Jameson aquello que los postestructuralistas llaman “la muerte del sujeto”, abolición del “carisma” y del individualismo excepcional, el “genio”. En este sentido, la plebeyización posee un aspecto positivo, un fuerte componente democratizador, pues como sostiene Jameson: ...siempre me ha parecido que el término brechtiano de la “plebeyización” era políticamente más adecuado y sociológicamente más exacto para designar este proceso nivelador, al que la gente de izquierdas no puede sino dar la bienvenida; este nuevo orden ya no precisa profetas y visionarios de tipo modernista y carismático, ni entre sus productores culturales ni entre sus políticos.[135]

 

         Sin embargo, y al mismo tiempo, la irrupción de lo plebeyo alude también a la restitución de un sujeto programado, esto es: la construcción de un sujeto como destinatario (narratario) de los flujos televisivos. Mediante artificios técnicos y retóricos, la noción de sujeto se desplaza desde el plano histórico-ontológico hacia el plano mediático discursivo. Es interesante notar que esta operación es inherente a la midcult y a la masscult, utilizando los términos clásicos de Macdonald. Esto explica la caracterización de la masscult como no-arte o anti arte: ni catarsis ni experiencia estética sino más bien narcosis. Como afirma Macdonald: “/La masscult/... No exige nada a su público, porque está totalmente sometido al espectador. Y no da nada”.[136] La completa sumisión al espectador se explica porque los productos de la cultura de masas construyen un sujeto modelo que representa un cierto destinatario medio que es contrastado con los sujetos empíricos. La masscult es refractaria a cualquier valoración, esto es así porque se trata de textualidades cerradas sobre sí mismas que operan con criterios estadísticos. Productos standards dirigidos a targets preestablecidos en que la noción de sujeto es parte constitutiva de la textualidad misma. Esto nos podría llevar a la fácil conclusión de que estamos ante una pseudocultura homogénea y alienante en que el entertainment degrada las cosas serias, la cultura superior y ofrece a cambio pura frivolidad y mediocridad. Macdonald llega aún mas lejos en su acusación: ...la Masscult destruye el muro, integra las masas en una forma degradada de cultura superior y la convierte en un instrumento de dominio. Por último: En la Masscult, y en su hija bastarda, la Midcult, todo se convierte en mercancía, todo tiene un precio en dólares, todo se usa...[137]) Esta crítica es sólo una entre las muchas que se consignan en el cahier de doléances, sintetizado, durante la década de los sesenta, por Umberto Eco. [138] No obstante, el peso que adquieren estas aseveraciones ante el desarrollo de los massmedia, especialmente de la televisión; subyace en ellas un supuesto que, por lo menos, merece una revisión. En efecto, detrás de esta crítica apocalíptica se da por descontado que los públicos están sometidos de manera acrítica y pasiva ante un flujo total de imágenes y sonido,  estatuyendo un modelo cultural heterodirigido: en suma, como resume Eco: “Llevando a fondo el examen, aparece una típica ‘superestructura de un régimen capitalista’, empleada con fines de control y de planificación coaccionadora de la conciencia”.[139] Primera observación: los medios de comunicación de masas no son típicamente capitalistas, bastará recordar, por ejemplo, la importancia revolucionaria que le asignó V. I. Lenin al cine, en los albores de la Revolución Rusa. Segunda observación: tal como lo han mostrado los estudios de J. Martín Barbero, entre otros, la recepción de los mensajes mediáticos dista mucho de ser acrítica y pasiva, quien acuñó el concepto de “mediaciones” para caracterizar una relación mucho más rica y compleja entre los medios y sus públicos. Así, los desarrollos teóricos más recientes proponen nociones como “servicio” y “contrato”, para dar cuenta de los modos de apropiación de los mensajes mediáticos y de los consensos por parte de las audiencia. Por ello, algunos pensadores postmarxistas prefieren hablar de “hegemonía” y no de “dominación”, como un modo de describir una relación que no excluye la legitimación de los mensajes massmediáticos. Tercera observación: la irrupción de los medios de comunicación de masas ha producido una mutación antropológica que se traduce, por una parte, en un nuevo sensorium de masas y por otra en una metamorfosis cognitiva. En pocas palabras, asistimos a un cambio radical en los modos de significación que, entre otras cosas significa el decaimiento de la cultura ilustrada-letrada y su sustitución por una cultura audiovisual digitalizada. En este sentido, se ha producido una nivelación que deja fuera la figura del “genio”, tanto como la del “intelectual”, poniendo en su lugar a la “estrella”. De tal suerte que no es posible analizar la cultura de masas con los cánones de la cultura ilustrada-letrada, en tanto se ha reformulado la noción de sujeto. Cuarta observación: el ejercicio crítico desde la logósfera resulta un mero “simulacro” en cuanto pretende reificar los flujos de la videósfera. En esta línea de pensamiento, podríamos avanzar la hipótesis  que uno de los fundamentos de la crisis del saber radica en la imposibilidad de textualizar la hipertextualidad. Quinta observación: si entendemos el ejercicio crítico como una profunda disociación entre dos modos de significación, esto es, como el ocaso de la figura moderna del intelectual, nos encontramos con que la interrogante planteada por Eco en Apocalípticos e integrados no ha perdido, en absoluto, su pertinencia, aunque la respuesta ofrecida hace ya más de tres décadas bien merece ser revisada. En efecto, Eco se pregunta: ¿qué acción cultural es posible para hacer que estos medios de masa puedan ser vehículo de valores culturales?. El mismo responde: “El problema de la cultura de masas es en realidad el siguiente: en la actualidad es maniobrada por ‘grupos económicos’, que persiguen finalidades de lucro, y realizada por ‘ejecutores especializados’ en suministrar lo que se estima de mejor salida, sin que tenga lugar una intervención masiva de los hombres de cultura en la producción”.[140] La conclusión es obvia: para Eco, se hace imperativo la intervención de las comunidades culturales en la esfera de las comunicaciones, en sus palabras: “El silencio no es protesta, es complicidad; es negarse al compromiso”.[141] A treinta años de distancia, la respuesta de Eco aparece más difusa de lo que resultó ser en su época; por de pronto, nociones como “compromiso” o “valores culturales”, aparecen, por lo menos, como polémicas y debatibles. Asimismo, entender el silencio de los hombres de cultura como una suerte de complicidad o negación, insiste en un paradigma más bien aristocrático. De hecho, el reclamo de Umberto Eco nos trae a la memoria aquel tono plañidero de Edward Shils, cuando escribe muchos años antes: ...es innegable que existe una conciencia de decadencia. Los intelectuales están desanimados, se sienten aislados, olvidados, carentes de simpatía. Sienten que han perdido contacto con su público, y en especial con el más importante, el que forman los que gobiernan la sociedad. [142] Tanto la pregunta como la respuesta planteada por Eco poseen un valor y un alcance político nada desdeñables, sin embargo requieren de una revisión profunda que se haga cargo del salto semiósico que entraña la masscult en este siglo XXI, de otro modo ambas devienen un mero wishful thinking.

 

3.3.2. La cultura como espectáculo

 

 

         Una idea muy arraigada entre los estudiosos de la masscult es aquella de los medios como espectáculo o espectacularización. Esta mirada posee, a lo menos, dos versiones. La primera, próxima al sentido común, afirma que los medios, en especial la televisión, constituyen un lugar del espectáculo, en su sentido más literal, es decir, según la acepción del Diccionario de la RAE: Aquello que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles. La segunda versión que caracteriza el fenómeno del espectáculo es mucho más sutil y refinada, quizás el portavoz más representativo es el situacionismo de Guy Debord, quien en su libro La sociedad del espectáculo, sostiene: “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizada a través de imágenes”.[143] El espectáculo deviene así una weltanschauuung objetivada. Así, para Debord, el espectáculo es la objetivación de un modo de producción, como sostiene rotundamente: “El espectáculo entendido en su totalidad, es a la vez resultado y proyecto del modo de producción existente. No es un complemento del mundo real, una decoración superpuesta a éste. Es la médula del irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de entretenimientos, el espectáculo constituye el modelo actual de la vida socialmente dominante”.[144] El espectáculo, en la concepción situacionista, no es una fenomenología particular sino un régimen de significación inseparable del desarrollo capitalista. Esto significa que el espectáculo, esa irrealidad de la sociedad real, compromete los aspectos económico culturales (modos de producción, distribución y consumo de productos y servicios culturales), tanto como los modos de significación massmediáticos. Podríamos intentar releer la irrealidad que advierte Debord como un proceso de virtualización que constituye lo real: ...la sociedad surge en el espectáculo y el espectáculo es real.[145] Llevando al extremo la tesis de este autor, el espectáculo no es sino la expansión sin límites de un orden político y tecnoeconómico: “El espectáculo es capital en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen”. [146]

 

Estudios recientes han puesto en duda la categoría de espectáculo, aquella a la que remite la primera versión, para caracterizar, el fenómeno massmediático en general y televisivo, en particular. Giovanni Bachelloni, por ejemplo, invierte la hipótesis sobre una presunta espectacularización de la vida social: “La mirada sociológica a la televisión puede revelar que la televisión no es un lugar del espectáculo, no es la matriz, el lugar de origen, de una supuesta espectacularización de la sociedad y de la política. El ‘espectáculo cotidiano’ de la televisión anula simbólicamente al espectador. Al contrario de lo que generalmente se dice, no es la realidad, la política y el mundo los que se espectacularizan en la televisión, sino que es el espectáculo el que se anula acercándose a la vida, tornándose en espectáculo de la vida, es decir, en no-espectáculo”.[147] El espectáculo quedaría abolido por la trivialización cotidiana de los flujos televisivos.

 

En la teoría del espectáculo, en su versión situacionista, subyace un supuesto que disocia lo real de su representación, de modo que el espectáculo deviene, en último trámite, mistificación, alienación, ideología. Este punto de vista será puesto en cuestión por autores como Régis Debray, quien escribe: “Con la videosfera vislumbramos el fin de la ‘sociedad del espectáculo’... El show está en lo real, y el espectador casi detrás de su pequeña pantalla, no para mirar sino para participar en un happening en el que el periodista también participa en la fabricación del acontecimiento...”[148] El espectáculo quedaría abolido por la interpenetración e inmanencia máxima entre videosfera y realidad. Desde otro punto de vista, la tesis situacionista que caracteriza el espectáculo como relación social puede ser leída ya no como impostura de la satisfacción o ideología materializada, sino como una generalización de la seducción en su sentido sociogenético. Gilles Lipovetsky escribe: “La seducción nada tiene que ver con la representación falsa y la alienación de las conciencias; es ella la que construye nuestro mundo y lo remodela según un proceso sistemático de personalización que consiste esencialmente en multiplicar y diversificar la oferta, en proponer más para que uno decida más, en substituir la sujección uniforme por la libre elección, la homogeneidad por la pluralidad, la austeridad por la realización de los deseos[149]. La seducción inaugura, de esta manera, un nuevo vector cultural que desplaza la conciencia histórica por la autoconciencia, el principio del deber por el principio del placer.

 

Cuando la distancia entre lo que tenemos por real y su representación mediática queda abolida, toda mistificación desaparece, ya no podemos hablar de espectáculo. En este nuevo mundo, la cultura popular, en su sentido histórico antropológico es sustituida por constructos mediáticos virtualizados indisociables de lo que llamamos realidad. En el nuevo espacio virtual mediático, los niveles culturales dejan de tener sentido, las fronteras se desdibujan, no para crear un espacio homogéneo, sino infinitos ámbitos en que cada gesto curva su entorno; un espacio virtual infinito e hipertextual. Continuo, en cuanto topología de flujos; mas, discontinuo al mismo tiempo, pues cada superficie significante estatuye sus propias reglas constitutivas. La plebeyización no es sino la expansión en el espacio y la aceleración en el tiempo de aquello que los clásicos llamaban masscult, Nuevo régimen de significación basado en la mediatización y virtualización de todos los textos, estadio actual de una cultura reticular y globalizada, el vacío detrás de las máscaras.

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

IV. EDUCACIÓN DESARROLLO

 

 

4.1. El desarrollo como lenguaje

 

 

El desarrollo ha sido un habla desde la que se ha proferido como promesa. Esta habla (parole) ha reclamado su lengua (langue) tanto a las narrativas políticas como a las narrativas tecnoeconómicas. Está demás decir que tal promesa no ha sido plasmada en las sociedades históricas sino como mito y utopía. El desarrollo encuentra su positividad en un espacio discursivo que se instala en el no tiempo, sólo en ese plano lo impensable se torna pensable. Esta sospecha ha sido ya señalada por algunos teóricos: “Los teóricos que elucubran sobre la riqueza de las naciones y los tecnócratas que se especializan en elaborar proyectos para elevar la producción y los niveles de vida pueden caer en el error diseñando modelos de desarrollo, pero jamás dudan sobre la posibilidad misma del desarrollo. Para ellos, pensar sobre la imposibilidad del desarrollo es pensar lo impensable”.[150] Ciertamente, nuestro lenguaje cotidiano delata la certeza en la promesa, ya no se habla de países en la miseria o subdesarrollados sino en vías de desarrollo, expresión que más allá del eufemismo evidente muestra una mirada evolutiva de raigambre darwiniana según la cual los Estados - naciones poseen de suyo el potencial para llegar a ser un día sociedades plenamente desarrolladas: he ahí el elemento central del mito, la necesariedad de su advenimiento. En una suerte de optimismo y fe en la felicidad humana han coincidido teóricos liberales y marxistas. Entre los más contemporáneos voceros de esta mitología se cuentan, entre muchos, Walter Rostow, del MIT y desde luego Francis Fukuyama. La situación actual, entonces, es que nos encontramos inmersos en una cultura fervorosa del progreso y del desarrollo, al extremo que éste ha sido declarado por la ONU como un derecho.[151] Conviene tener presente las advertencias de De Rivero: “Sin embargo, el mito del desarrollo, por tener connotaciones casi religiosas de esperanza y salvación de la pobreza, es invulnerable a la experiencia de los últimos 40 años, que nos dice que la mayoría de los países no se han desarrollado. La naturaleza mítica del desarrollo hace que los políticos en las sociedades pobres continúen insistiendo en ‘cerrar la brecha’ que las separa de las sociedades industrializadas capitalistas tratando de replicar sociedades de consumo nacionales infinanciables e insustentables”.[152]

 

Una de las críticas más sólidas a los portavoces del desarrollo es su clara tendencia cuantofrénica que suspende todo análisis cualitativo histórico cultural: esto es, el progreso social no lineal, factores éticos y ecológicos, sólo por mencionar algunos “olvidos”. Un enfoque que nos parece más que pertinente es revisar la noción de desarrollo como promesa y relato, es decir, como una suerte de hipercodificación cultural inmanente a la historia contemporánea, sea como dispositivo del discurso político, sea como reclamo de legitimidad para estrategias tecnoeconómicas.

 

Desde nuestro punto de vista, es posible aproximarse a la noción de desarrollo desde una perspectiva semio – cultural, es decir, se puede ver el problema del desarrollo como lenguaje. Siguiendo a Lyotard,[153] tomamos como punto de partida la idea según la cual lo postmoderno se define como una desconfianza respecto a los metarrelatos. Esta disolución de los functores narrativos nos obliga a pensar la contemporaneidad desde las meras valencias pragmáticas. Pensar pues el desarrollo desde la mitología al uso es restituir un holos narrativo que entraña una promesa que contiene, a lo menos, una pretensión de legitimación en la eficacia, desde una lógica sistémica input/output. “Esta lógica del más eficaz es, sin duda, inconsistente a muchas consideraciones, especialmente a la contradicción en el campo socio – económico: quiere a la vez menos trabajo (para abaratar los costes de producción), y más trabajo (para aliviar la carga social de la población inactiva). Pero la incredulidad es tal, que no se espera de esas inconsistencias una salida salvadora, como hacía Marx”.[154]

 

La contradicción socio económica fue señalada en su momento, casi proféticamente, por uno de los padres de la cibernética y ha sido explorada a partir de un caso prototípico como es el de la población afroamericana en los Estados Unidos: “Hace más de cuarenta años, en los albores de la edad de los ordenadores, el padre de la cibernética, Norbert Weiner, advirtió de las posibles consecuencias adversas de la aplicación de las nuevas tecnologías de la automatización. ‘Recordemos’, decía, ‘que la máquina automática...es justo el equivalente económico del trabajo con esclavos. Cualquier forma de trabajo que compita con él deberá aceptar las consecuencias económicas del trabajo de esclavos’. No es, pues, sorprendente que la primera comunidad en quedar devastada por la revolución de la cibernética fuese, precisamente, la comunidad de color de América. Con la introducción de las máquinas automáticas se hizo posible sustituir millones de trabajadores afroamericanos por formas inanimadas de trabajo de menor coste, de manera que afectaba de nuevo a una comunidad que ha estado siempre en la parte inferior de la pirámide económica, primero como esclavos en las plantaciones, después como aparceros y finalmente como mano de obra no cualificada en las fábricas y fundiciones del norte del país”.[155] Es claro que la simple operatividad no nos lleva a distinguir los planos de lo justo ni, mucho menos, de lo verdadero. Sumidos en la dimensión pragmática del lenguaje, sólo prevalece la heterogeneidad de los juegos de lenguaje. De este modo, queda instalada la pregunta: ¿Dónde puede residir la legitimación después de los metarrelatos?[156]

 

De acuerdo a ciertos teóricos, en el momento actual se estaría instaurando un nuevo modo de desarrollo, entendido en el sentido que le da Castells a este concepto: “Así, los modelos de desarrollo son las fórmulas tecnológicas mediante las cuales el trabajo actúa sobre la materia para generar el producto, determinando en último término el nivel de excedente. Cada modo de desarrollo queda definido por el elemento que es fundamental para determinar la productividad del proceso de producción. En el modo de desarrollo agrario, los incrementos en el excedente son resultado de un incremento cuantitativo del trabajo y de los medios de producción, incluida la tierra. En el modo de desarrollo industrial, el origen del incremento del excedente se basa en la introducción de nuevas fuentes de energía, así como en la calidad del uso de dicha energía. En el modo de desarrollo informacional, sobre cuyo surgimiento vamos a hipotetizar, la fuente de la productividad se basa: en la calidad del conocimiento, el otro elemento intermediario en la relación entre fuerza de trabajo y medios de producción”. [157] En efecto, en los últimos decenios, hemos asistido a una verdadera revolución cuyo epicentro no es otro que la calidad del conocimiento o el llamado knowledge value. Así, por ejemplo, Taichi Sakaiya, como muchos otros, anuncia lo que se ha dado en llamar ‘la sociedad del conocimiento’. Las tesis de Sakaiya se inscriben entre las de aquellos autores que vienen anunciando desde hace años una mutación antropológica, esto es: un cambio radical en la cultura humana. Según Sakaiya, uno de los puntos centrales de este nuevo estadio de la civilización lo constituye la acumulación y el procesamiento de una cantidad enorme de información y saber: El saber es, pues, el bien que existe en mayor abundancia. En la nueva sociedad que se está configurando, el estilo de vida que obtendrá mayor respeto se basará en el consumo de saber (en su acepción más amplia), y los productos que se venderán mejor serán los que revelen que el comprador es una persona ‘que sabe’”.[158] 

 

Puede que apelar al conocimiento como fuente explicativa central de los modos de desarrollo aparezca como un truismo, pues, en rigor, esto ha sucedido desde los albores de la historia humana. Castells, empero, nos advierte: “Se debe comprender que el conocimiento interviene en todos los modelos de desarrollo, ya que el proceso de producción está basado siempre en algún nivel de conocimiento. De hecho, ésa es la función de la tecnología, ya que la tecnología es ‘el uso del conocimiento científico para especificar maneras de hacer las cosas de un modo reproducible’. Sin embargo, lo que es específico del modo de desarrollo informacional es que en este caso el conocimiento actúa sobre el conocimiento en sí mismo con el fin de generar una mayor productividad”.[159] Lo inédito estriba, entonces, en que es el conocimiento es el que genera nuevo conocimiento como fuente de productividad en cuanto impacta los otros factores del proceso de producción. En el modo informacional de desarrollo (MID), el centro lo ocupa el desarrollo tecnológico. Conviene detenerse en este aspecto y evaluar la posición de los países más pobres en este nuevo escenario mundial. En su célebre Informe sobre el saber, Lyotard constata que: “Se sabe que el saber se ha convertido en los últimos decenios en la principal fuerza de producción, lo que ya ha modificado notablemente la composición de las poblaciones activas de los países más desarrollados, y que es lo que constituye el principal embudo para los países en vías de desarrollo. En la edad postindustrial y postmoderna, la ciencia conservará y, sin duda reforzará más aún su importancia en la batería de las capacidades productivas de los Estados – naciones. Esta situación es una de las razones que lleva a pensar que la separación con respecto a los países en vías de desarrollo no dejará de aumentar en el porvenir”.[160] La miseria científico – tecnológica se hace patente si pensamos, con De Rivero, que el 75% de la población mundial habita los países pobres (4.800 millones, aproximadamente), pues bien, en estos países se concentra apenas el 7% de científicos con una inversión próxima al 2% en R&D (Research and Development), produciendo un exiguo 3% del software.

 

Pensar el desarrollo como MID, en que el procesamiento de información transforma los procesos productivos y reestructura[161] el capitalismo a nivel mundial repone, en alguna medida, el supuesto holístico de un solo camino viable e inevitable hacia el desarrollo. De alguna manera, se advierte en la hipótesis de Castells una tendencia hacia un discurso unificador, una suerte de monolingüismo que excluye la heterogeneidad de los juegos de lenguaje, las hablas de lo diverso. Este punto nos parece crucial a la hora de reflexionar sobre la “brecha digital” en América Latina, pues nos encontramos ante una paradoja según la cual nuestro acceso a las nuevas tecnologías es el precio de nuestra contemporaneidad, pero al mismo tiempo ello lleva implícita las condiciones de nuestra dependencia, es decir de nuestra no – contemporaneidad.

 

América Latina ha transitado desde un habla que privilegiaba la componente político – ideológica a un habla que se funda en lo tecno-económico, en ambos momentos, empero, se mantiene inalterada la promesa utópica, el énfasis cuantitativo (infraestructural), con un claro descuido de cuestiones tan centrales como los usos, la nueva pragmática que supone la articulación de una nueva lengua. Como bien escribe Martín Barbero: “La innovación en el ámbito tecnológico no es acompañada ni de lejos por la innovación en la programación, los usos sociales de las potencialidades nuevas no parecen interesar en absoluto a los productores y programadores”.[162] Al igual que los primeros habitantes de América, nos encontramos ante el advenimiento de una nueva lengua que debemos confrontar con nuestro universo cultural: estatuir nuestros juegos de lenguaje en la pragmática del saber contemporáneo. En este sentido, el papel de la investigación socio – cultural entre nosotros consiste más bien en plantear las preguntas sobre la realidad objeto de estudio.

 

Cuando Inmmanuel Wallerstein revisa los escritos de Gunnar Myrdal a propósito de los dos grandes dilemas morales y políticos de nuestro tiempo, el subdesarrollo y el racismo, llega a una conclusión más que desalentadora: “…los dilemas a los que Myrdal dedicó su vida intelectual son más inquisitivos e intrincados de lo que él pensaba. Myrdal parecía creer, a la manera de un psicoanalista, que una vez que revelara los mecanismos implícitos y las racionalizaciones ocultas de las contradicciones existentes entre los valores sociales y las realidades sociales, la sociedad como paciente reajustaría su manera de funcionar. Sin embargo, los dilemas del racismo y el subdesarrollo no son tan maleables, pues constituyen el tejido mismo de nuestro sistema histórico actual; no son males curables, sino características definitorias. Sus manifestaciones pueden cambiar, pero su realidad es constante”.[163]

 

Si la existencia del subdesarrollo es consustancial al actual sistema mundo en cuanto a una distribución no equitativa de la plusvalía, y por tanto no se trata de un “mal curable” sino de una característica esencial, entonces, la brecha digital puede ser entendida como la más reciente manifestación de esta constante. A partir de lo anterior, el discurso terapéutico, la promesa utópica, según el cual la educación nos hará iguales y sólo se trata de que las naciones pobres asimilen las habilidades, los valores y el saber de las naciones desarrolladas, se desdibuja. La brecha tecnológica no es sino una manifestación última de una constante política: legitima las desigualdades, en tanto las supone transitorias y, al mismo tiempo, instala su superación en un tiempo mítico que nunca ha de llegar. Puestos ante este impasse histórico lo nuevo no radica en la llamada brecha tecnológica que separa a las sociedades desarrolladas de nosotros, lo nuevo son las interrogantes que se abren frente a nosotros. Quizás allí radique nuestra oportunidad, la posibilidad de replantear las preguntas ante un mundo que ha variado su régimen de significación. ¿Cómo pensar, pues, nuestra condición de marginalidad en un mundo digitalmente globalizado?, o como diría Wallerstein ¿Cuál es la demanda tras la demanda de desarrollo? ¿Qué juegos de lenguaje podemos balbucir en la heterogeneidad – mundo? En definitiva, ¿es el desarrollo una posibilidad histórica o una mera ilusión?

 

Admitiendo el supuesto de Wallerstein en cuanto a que la exclusión no es, en rigor, un conjunto de “males curables”, ello no significa abandonarnos a la desesperanza y la inacción. Lo sensato, a nuestro entender es matizar dicha constatación, pues advertimos que las naciones no se ordenan en blanco y negro sino en un espectro que reconoce grados diversos de desarrollo. Si bien no hay razones para un optimismo excesivo, no es menos cierto que hay buenas razones para pensar que la introducción de las nuevas tecnologías puede llegar a ser una herramienta interesante para alcanzar más y mejores estándares de vida para vastos sectores del llamado Tercer Mundo.

 

Las TIC’s poseen, indiscutiblemente, un potencial nada desdeñable en áreas tan sensibles como los procesos productivos y muy especialmente en la educación, según veremos. Así, entonces, asumiendo la hipótesis de que, en efecto, el capitalismo entraña una lógica de la inequidad y la violencia, asumamos también la responsabilidad en torno a aquellos “males curables”, único modo de ensayar respuestas posibles a preguntas de suyo inciertas. A este respecto el caso de Chile es paradigmático, un pequeño país que ha duplicado su PIB, y que no obstante su inserción relativamente exitosa, no ha sido capaz de modificar en lo fundamental la distribución desigual de los ingresos y, mucho menos, dar un salto cualitativo en áreas clave como son la educación, la investigación y la incorporación de tecnologías en los procesos productivos. Esto que en una primera lectura es un diagnóstico pesimista, señala al mismo tiempo un espacio de maniobra de aquellos “males curables” cuya solución depende más de nuestros esfuerzos que de coordenadas mundiales. ¿Cómo explicar la lamentable legislación laboral? ¿Cómo explicarse el estado de precariedad en que se debate nuestra educación? ¿Cómo justificar la desigualdad insultante entre los chilenos? ¿Cómo asumir pasivamente las arcaicas estructuras políticas que nos rigen? En pocas palabras, ¿Cómo excusar la negligencia de las élites locales para distribuir los beneficios de la inserción en una economía global?

 

 

4.2. Educación y revolución tecnológica

 

 

Organizaremos este subcapítulo como un comentario a la reciente obra de José Joaquín Brunner sobre educación e Internet.[164] La hipótesis en que se sostiene la investigación señalada es que la educación, como empresa social, ha evolucionado a través de los siglos, en gran medida debido a las transformaciones en sus bases tecnológicas. L educación habría atravesado, a lo menos, tres estadios de desarrollo que Brunner llama, respectivamente la producción escolarizada, focalizada en el aula como dispositivo tecnológico básico para la producción social del conocimiento en sus distintos niveles: el trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). La producción pública fue posible gracias a una nueva forma en la organización del poder, la emergencia de los estados nacionales, aparece el concepto de educación pública: “De un paradigma privado se pasa a uno público; de un paradigma de institucionalidad fragmentada a uno de la concentración de la tarea educativa. Un cambio epocal en la forma de organizar espacialmente el poder y de legitimar su ejercicio sobre la población, dio lugar, así, a una nueva forma de organizar la transmisión de la cultura nacional”.[165] Este proceso que se consolida entre el Renacimiento y la Revolución industrial se ve favorecido, desde luego, por la progresiva difusión de la imprenta que facilitó, a su vez, la secularización y homogeneización de la educación. No podemos olvidar tampoco el hecho de que es precisamente en este periodo cuando se inicia la escritura en lenguas vernáculas y los primeros hallazgos científicos. Estamos transitando desde la oralidad y el manuscrito hacia la cultura del texto impreso: “La estandarización que trae consigo la imprenta no sólo incide sobre la imagen social que se tiene de los errores textuales y las correcciones, ‘sino también en los calendarios, los diccionarios, las efemérides y otras obras de consulta; en mapas, en cartas marítimas, en diagramas y demás obras de referencia visual …Esto mismo sucede con los sistemas de notación musical o matemática’”.[166] La palabra impresa, objetivada, se hace susceptible de ser interpretada, tal como hará Lutero. La producción masiva radicaliza el imperio del texto impreso, la alfabetización de las masas fue una exigencia de la moderna economía industrial, de manera que la educación se volvió una componente esencial de cualquier desarrollo posible. Este paradigma educacional es el que hemos vivido hasta el presente y Brunner resume así sus características fundamentales: “Primero, instala un proceso de enseñanza estandarizada en el ámbito de la sala de clases que progresivamente incluiría a toda la población joven. Segundo, a nivel primario y secundario multiplica los establecimientos coordinados y supervisados por una autoridad central. Tercero, organiza los tiempos y las tareas formativas de dichos establecimientos mediante una rígida administración. Cuarto, crea un cuerpo profesional de docentes que pasa a formar parte del cuadro permanente del Estado. Quinto, otorga a la educación la tarea de calificar y promover a los alumnos mediante un continuo proceso de exámenes. Sexto, desarrolla una serie de fundamentos filosóficos y científico que proporcionan las bases conceptuales y metodológicas para esta empresa, la más ambiciosa emprendida por el Estado moderno”.[167] En la actualidad estamos viviendo una nueva y profunda transformación en el ámbito educacional. Estos cambios en lo educacional se ven acelerados por fuerzas de contexto tales como las mutaciones del mercado laboral, la expansión de la plataforma de información/conocimiento, entre otros. En un catastro todavía muy preliminar constatamos que estamos transitando

 

-         De un configuración centralizada a una dispersión reticular de la información

-         De la rigidez curricular a una concepción flexible

-         De una concepción instruccionista a una concepción de tipo interactiva/construccionista

-         De la estandarización masiva a una personalización y diversificación de la enseñanza

-         De un espacio estatal-nacional a un espacio global

-         De un estudiante receptor y pasivo a un estudiante interactivo y participativo

-         De un profesor verticalista a un profesor facilitador de aprendizajes

 

Ante esta evidencia, Brunner se plantea varios estrategias y escenarios educacionales para los años venideros, distinguiendo básicamente dos grandes estrategias de futuro: la educación continua (life long learning for all) y la educación a distancia. A partir de un esquema (véase cuadro nº 10), nuestro autor va a discutir cuatro escenarios previsibles.

 

 

CUADRO Nº  10 [168]

 

 

        VARIABLE TECNOLOGICA

 

     Interna                                 Externa

 

 


VARIABLE                                                                                                    Tradicional                

 

PEDAGÓGICA

                                                                                                                      Moderna

 

                      

 

 

 

 

El diagrama de Brunner opone un eje externo y otro interno, según la variable tecnológica sea percibida como un entorno puramente exterior al que la escuela debe adaptarse, o bien como “una condición interna de posibilidad que favorecería la transformación de la escuela en dirección hacia la sociedad de la información”. [169] Por otra parte, las variables pedagógicas son ordenadas en la oposición tradicional/moderno según se entienda el uso de las tecnologías en un modelo pedagógico tradicional (memorísticas) o uno más constructivista.

 

Los cuatro escenarios que surgen del modelo de Brunner pueden sintetizarse de la siguiente manera:

 

 

ESCENARIO 1

 

 

En este escenario se conjuga una pedagogía tradicional con la innovación tecnológica, así el computador y las redes son una extensión de la tiza y el pizarrón, una herramienta o accesorio más en el aula. [170] Aún así, la mera introducción del computador produce de suyo cambios pedagógicos de baja intensidad. Este cambio de primera ola es, más o menos, el modo en que la institución de enseñanza ha absorbido las diversas tecnologías, desde la diapositivas al datashow. El modelo pedagógico permanece relativamente fiel a la tradición dirigista del profesor, pero con herramientas nuevas. Este escenario no es una hipótesis de futuro sino más bien una realidad presente. Como dice Brunner: “La nueva tecnología se vierte aquí en viejos moldes, buscando reanimar unas prácticas de enseñanza que dan muestras de agotamiento y rendimientos decrecientes. La tradición engulle a la novedad pero no permanece inalterada. Cambia, si no de fondo, sí al menos en los márgenes o en áreas precisas de la actividad escolar…” [171] El E 1 ha permitido que muchos profesores se familiaricen con la PC tanto para planificar sus clases, incluirlo entre sus posibilidades de enseñanza y, de algún modo, motivar a sus alumnos.

 

 

ESCENARIO 2

 

 

En un escenario en que la innovación se da tanto en lo tecnológico como en lo pedagógico, es claro que podemos esperar un salto cualitativo. De hecho, Brunner siguiendo las tesis de Tapscott, nos describe el salto desde el broadcast centralizado (video, textos, clase cara a cara) hacia lo plenamente interactivo (IAC convencional y Learning Enviroments): “En suma, partiendo de las posibilidades intraescuela de las nuevas tecnologías digitales, combinadas con una noción interactiva y constructivista del aprendizaje, el E 2 nos pone frente a una imagen del futuro que supone un completo replanteamiento del principio educativo”. [172] Este replanteamiento del cual nos advierte nuestro teórico nos parece muy próximo a lo que hemos planteado en nuestro avance teórico en torno a lo que hemos llamado “saber virtual” (véase cuadro nº 9). En este sentido, las palabras de Brunner nos resultan afines y familiares cuando señala: “De la visión de la enseñanza como broadcasting se pasa aquí al aprendizaje como interacción entre personas, mediada por máquinas inteligentes y vehiculizada a través de las redes. En ese tránsito se desplazan asimismo los demás ejes esenciales del proceso de enseñanza: de la secuencialidad a los hipermedios, de la instrucción a la construcción de conocimientos, de la enseñanza centrada en el profesor al aprendizaje centrado en el alumno, de la absorción de materiales al aprender a aprender, de la sala de clases a los espacios de red, de la educación etaria al aprendizaje a lo largo de la vida, de la estandarización a la personalización, del profesor transmisor al profesor facilitador”. [173] Es claro que este escenario no nos resulta familiar en Chile, no tanto por un déficit tecnológico sino más bien por carencias en capital humano, aún cuando existen esfuerzos para enfrentar esta debilidad. [174]

 

 

ESCENARIO 3

 

 

El escenario E 3 se mantiene dentro de la tradición pedagógica aunque reconociendo la innovación tecnológica como una variable externa, ella viene como una demanda del mundo actual, y en este sentido, habría que ponerse a la altura de los tiempos. Esta tercera escena posible apela en su argumentación a los cambios en la sociedad misma, sociedad del conocimiento, sociedad global, sin centrarse en el aula ni en la escuela. Se observan fundamentalmente las nuevas destrezas requeridas por el mercado laboral. Tal como se ha venido sosteniendo, sobre todo en el mundo en vías de desarrollo tanto a nivel de gobiernos como de organismos internacionales, es imprescindible modernizar la escuela para adaptarla a las exigencias de un mundo cada vez más complejo, dinámico y globalizado. El tema central en E 3, tanto como en E1, aunque con argumentos distintos, es la llamada alfabetización informática.

 

 

ESCENARIO 4

 

 

Este escenario es, entre todos los descritos, el más utópico si se quiere, pues supone la superación de la IAC (Instrucción Asistida por Computador) por los Virtual Learning Enviroments. Este escenario es más un ejercicio de imaginación teórica que una posibilidad próxima. “En el el caso del E4, el punto de encuentro entre las potencialidades tecnológicas y los cambios de la educación se produce en torno a la noción de realidad virtual (VR)”. [175] En una visión futurista habría que plantearse seriamente una clase virtual, una suerte de teleaprendizaje en el ciberespacio cuya tecnología no es otra que la CGVR (Realidad virtual generada por computadoras). Así mediante simulaciones se podría abordar un tópico dado desde diversos puntos de vista, sin un aula, sin horarios restrictivos, enseñanza personalizada a la medida en relación con comunidades de aprendizaje. Esta idea nos trae de inmediato la noción de inteligencia colectiva de Lévy. Este escenario es más un horizonte o un anhelo que una realidad posible en el mediano plazo.

 

En lo que sigue, intentaremos mostrar que de los escenarios descritos por Brunner, nuestro país apenas se asoma al primero de ellos. Esto quiere decir que si bien hemos incorporado la PC, esta adopción es meramente instrumental. No habría, en rigor, una innovación pedagógica profunda sino una extensión de las herramientas al uso.

 

3. E – Learning : Escenario presente

 

 

Estudios recientes han detectado la enorme importancia actual y previsible para el llamado e –learning; en efecto, en el más reciente estudio del Centro de Estudios de la Economía Digital de la Cámara de Comercio de Santiago se señala: A nivel mundial se estima que el mercado de e – learning tiene un tamaño cercano a US $ 7 mil millones correspondientes a más de 10 millones de cursos on line. De acuerdo a proyecciones de IDC y Merrill Lynch, para el año 2004 sobrepasaría los US $ 20 mil millones. Para ese mismo año se prevé que sólo el 35% de los cursos de capacitación o entrenamiento serán dictados en forma tradicional. [176] América Latina participa marginalmente de este mercado potencial, ocupando tan sólo el 4% del total de capitales en juego frente a un 65% de los EEUU y un 17% de la Unión Europea, según la IDC. En los Estados Unidos este ámbito de negocios se cuadriplicó en el bienio 1998 – 2000, implicando rebaja de costes del orden del 50% en capacitación. En el caso chileno, se registró un crecimiento espectacular del 241% en el lapso referido. De 200 empresas dedicadas a e –learning, 110 están registradas en SENCE, entre las cuales hay 17 universidades. Si bien la oferta en Chile se ha triplicado durante el año 2001, los capacitados por esta vía sólo crecieron en un 30%, mostrando un claro desfase entre el explosivo aumento de la oferta y la moderada demanda. Es claro que en los próximos años, la modalidad de e –learning experimentará un crecimiento en nuestro país, de hecho: La meta gubernamental de medio millón de capacitados a través de Internet se alcanzaría el 2008, después de lo previsto originalmente. Para esa fecha, con cerca de un tercio de los capacitados utilizando plataformas de e – learning, el mercado mostrará signos de madurez, convergiendo a tasas de crecimiento más moderadas, aunque superiores a las del mercado de educación tradicional. [177] No deja de ser interesante el dato consignado por CED-CCS en cuanto a los meses estimados para alcanzar el equilibrio operacional en las empresas Internet chilenas: así, con un promedio de 20 meses, advertimos que las empresas e –learning se ubican alrededor de los 14 meses, la más baja de todas las consideradas en el estudio.

 

Si consideramos que el ítem “educación” se ubica en un tercer lugar con un 14% en relación a principales categorías de compra por Internet; es claro que se trata de una actividad dinámica, en pleno crecimiento y con proyecciones más que interesantes.

 

Frente a una oferta en expansión, se erige un mercado potencial nada desdeñable constituido en parte por los docentes del país. Es evidente que toda la educación se está viendo afectada por la irrupción de las TIC’s, sin embargo, el área de mayor potencial está constituida por la educación de postgrados y postítulos dirigida a aquellos actores directos en el proceso enseñanza aprendizaje: los docentes. En un estudio reciente realizado por Collect, se concluye que: La disponibilidad de equipos informáticos y acceso a Internet es elevada entre los profesores: 64% pertenece a hogares donde existe, al menos un computador; y un 41% pertenece a hogares donde existe acceso a Internet. [178] Como podemos advertir, la penetración de las TIC’s entre los profesores está muy sobre el promedio nacional en que sólo tiene acceso a la red un 8.5% de la población; y aún es superior a índices de países desarrollados donde el promedio general de acceso a la red bordea el 28% en el 2000. En términos generales, los equipos son nuevos (el 70% fue adquirido en el periodo 1999 – 2000); además, entre las actitudes y creencias consignadas por el estudio se destaca una elevada importancia asignada a la computación asociada a la educación de los hijos. En pocas palabras, los docentes del país constituyen un segmento privilegiado como potenciales clientes de programas de EAD apoyados por soportes tecnológicos.

 

Más allá de las consideraciones reseñadas, está la cuestión de los desafíos que plantea al docente la rápida evolución que está sufriendo la educación en nuestras sociedades; es indudable que este proceso acelerado de cambios exige una formación continua, permanente y masiva de los profesionales del área. La nueva sociedad del conocimiento que emerge por doquier pone como uno de sus ejes, justamente, el knowledge management (KW), como requisito indispensable del desarrollo.

 


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[129] Martín-Barbero, J. Oficio de cartógrafo. Santiago. F.C.E. 2002: 178.

[130] Ibid.

[131] Mattelart, A y H. Schmucler. América Latina en la encrucijada telemática. Barcelona. Paidós. 1983. Citado por Martín-Barbero. Op. Cit p. 181.

[132] Ibidem. P.182.

[133] Adorno, T y E. Morin. La industria cultural. Buenos Aires. Editorial Galerna. 1970: 15.

[134] Horkheimer, M. Y T. Adorno. La industria cultural in Industria cultural y sociedad de masas. Caracas. Monte Avila Editores. 1992: 178.

[135] F. Jameson. Teoria de la postmodernidad. Segovia. E. Trotta. 1996:228.

[136] Macdonald, D. Masscult y Midcult in Industria cultural y sociedad de masas. Caracas. Monte Avila Editores. 1992: 61.

[137] Macdonald, D. Op. Cit. p. 71.

[138] Eco, Umberto. Apocalípticos e Integrados. Barcelona. Editorial Lumen. 1995: 56 y ss.

[139] Ibidem. p. 59

[140] Eco. Op. Cit. p. 67.

[141] Ibidem. p. 69.

[142] Shils, Edward. La sociedad de masas y su cultura in Industria cultural y sociedad de masas. Caracas. Monte Avila Editores. 1992: 161.

[143] Debord, Guy. La sociedad del espectáculo. Buenos Aires. La Marca. 1995: parágrafo 4.

[144] Debord. Op. Cit. parágrafo 6.

[145] Ibidem parágrafo 8.

[146] Ibidem parágrafo 34.

[147] Bachelloni, G. ¿Televisión - Espectáculo o Televisión –Narración? In Videoculturas de fin de siglo. Madrid. Ediciones Cátedra. 1989: 60.

[148] Debray, R. El posespectáculo in Vida y muerte de la imagen. Barcelona. Editorial Paidós. 1998: 235.

[149] Lipovetsky, G. La era del vacío. Barcelona. Editorial Anagrama. 1995: 19.

[150] De Rivero, O. Op. Cit., p 139.

[151] Declaración sobre el Derecho al Desarrollo. Resolución 41/128 de la Asamblea General de Naciones Unidas.1976.

[152] De Rivero. Op. Cit., p. 144.

[153] Lyotard, Jean François. La condición postmoderna. Buenos Aires. REI Argentina. 1987.

[154] Ibidem p. 10.

[155] Rifkin, J. El fin del trabajo. Barcelona. Editorial Paidós. 1997: 85 – 136.

[156] Rifkin, J. Op. Cit., p.11.

[157] Castells, M. El modo de desarrollo informacional y la reestructuración del capitalismo in La ciudad informacional. Madrid. Alianza Editorial. 1995: 29 – 65.

[158] Sakaiya, Taichi. Historia del futuro. La sociedad del conocimiento. Santiago. Editorial Andrés Bello. 1994

[159] Ibid.

[160] Lyotard. Op. Cit., p.17.

[161] Usamos el término en el sentido que le otorga Castells, en cuanto: Por reestructuración se entiende el proceso mediante el cual los modos de producción transforman sus medios organizativos para llegar a realizar los principios estructurales inalterables de su operación. Los procesos de reestructuración  pueden ser tanto sociales y tecnológicos como culturales y políticos, pero están todos orientados hacia el cumplimiento de los principios contenidos en la estructura básica del modo de producción. En el caso del capitalismo, el impulso que lleva al capital privado a maximizar beneficios constituye el motor fundamental del crecimiento, la gestión y el consumo. Castells. Op. Cit.

[162] M. Barbero. Op. Cit., p. 200.

[163] Wallerstain, I. Impensar las ciencias sociales. México. Siglo XXI. 1998:111.

[164] Nos referimos, por cierto al libro: Brunner, J.J. Educación e internet. ¿La próxima revolución? Santiago. F.C.E. 2003.

[165] Brunner, J.J. Op. Cit., p. 31 De hecho, se cita a Branderburgo como ejemplo donde la educación pública obligatoria se instituye hacia 1717 p. 34.

[166] Elizabeth Eisenstein. La revolución de la imprenta en la Edad Moderna europea. Madrid. Akal. 1994. Citado por Brunner Op. Cit., p. 32.

[167] Ibidem, p. 40.

[168] Hemos tomado este diagrama de Brunner. Op. Cit. p. 126.

[169] Ibidem, p. 123.

[170] Es interesante destacar que las investigaciones realizadas han detectado no sólo un uso meramente instrumental y técnico de las nuevas tecnologías sino una suerte de sacralización de estos dispositivos en colegios rurales de Chile. Véase a este respecto la investigación de M.A. Arredondo, R. Catalán y otros: “Aproximación etnográfica en la introducción de nuevas tecnologías de información y comunicación en dos escuelas rurales del centro – sur de Chile”. www.flacso.org.ec/TIC

[171] Ibidem 134.

[172] M.A. Arredondo, R. Catalán y otros. Op. Cit., p.142.

[173] Ibid.

[174] Las políticas públicas en Chile, sobretodo en el área de educación han tenido un enorme impacto, el Programa Enlaces, el hecho de que tengamos un portal como Educar Chile para todas las escuelas del país son avances muy importantes. La empresa privada sobretodo la gran también ha hecho un esfuerzo importante en incorporar nuevas tecnologías. El gobierno a su vez ha estado haciéndolo, pero lo que ocurre ahora es que tenemos grandes disparidades, hay servicios públicos puesto que están puestos ya en red y son altamente interactivos, pero hay una gran cantidad de otros servicios públicos que siguen funcionando en la vieja modalidad. Mientras las grandes empresas avanzan la pequeña y mediana empresa, que son la mayor cantidad en el país y para que decir la micro empresa, muchas veces todavía están fuera del ámbito de esta revolución tecnológica. En el campo educacional si bien hemos hecho un esfuerzo muy valioso con buenos resultados en las escuelas, tenemos que hacer un esfuerzo paralelo en cuanto educación continua, porque seguimos teniendo una fuerza de trabajo donde una proporción altísima de la población apenas tiene una educación básica completa o, en muchos casos, una educación básica incompleta, y con eso la verdad es que no tenemos el capital humano que el país requiere para ser un país efectivamente competitivo en los mercados internacionales. Brunner. Entrevista inédita.2003.

[175] Brunner. Op. Cit., p. 156.

[176] La Economía Digital en Chile. Informe del Centro de Estudios de la Economía Digital. CCS. Junio.2002: 86.

[177] Ibid, p. 88.

[178] Collect. Investigaciones de Mercado. RESULTADOS GENERALES DEL ESTUDIO Penetración y usos de tecnología en los profesores. Julio 2002.


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REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES : ACILBUPER

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