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La brecha digital: Cibercultura y desarrollo.

Paradojas y asimetrías de una sociedad en red.

Nuevos contextos y usos de la cibertecnología en Chile

 

PROYECTO DE INVESTIGACIÓN FONDARCIS  003/02

 

por ÁLVARO CUADRA


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II. LA VIRTUALIDAD: UN NUEVO REGIMEN DE SIGNIFICACIÓN

 

 

2.1. El antiguo régimen : La ciudad letrada

 

 

2.1.1. El signo desintegrado

 

 

La cultura ha sido conceptualizada por varios autores como un complejo sistema de signos, quizás Lotman y Uspensky (1) de la llamada Escuela de Tartu, han sido quienes plantearon esta hipótesis con más lucidez. Por otra parte, el quehacer semiológico mismo ha sido concebido como una teoría general de la cultura (2). En pocas palabras, podríamos repetir con Lash (3) que toda cultura supone un régimen de significación que está definido por las relaciones de producción de los objetos culturales, las condiciones de recepción, el marco institucional que regula la producción y la recepción y, por último, por el modo particular en que circulan los objetos culturales. En este sentido, es bueno tener presente que el tardocapitalismo y su nuevo diseño socio – cultural, la sociedad de consumo, ha hecho posible el advenimiento de la postmodernidad como nuevo ethos cultural. Sin embargo, junto con esta suerte de economía cultural, toda cultura entraña un modo de significación, esto es, relaciones particulares y específicas entre el plano significante o expresivo respecto de los significados o imágenes mentales a los que remite; del mismo modo, toda cultura establece relaciones entre los signos y su referencialidad.

 

Jameson ha trazado un interesante relato del itinerario del signo en la cultura occidental de estos últimos dos siglos (4). Para este autor, hubo un auge inicial del signo ligado a los albores del capitalismo, cuyo sello distintivo estuvo constituida por las pretensiones aproblemáticas entre signo y referente; este momento estelar del signo representó la disolución del lenguaje mágico y fundó el discurso científico y toda suerte de realismos en el dominio estético. El lenguaje era el espejo de la realidad. Este estado idílico no duraría mucho, pues el capitalismo trajo consigo la racionalización, la especialización, una fuerza cuya lógica es la disyunción, la separación; Jameson llama a este impulso “fuerza de reificación”. (5) Fue este impulso, precisamente el que va a inaugurar la modernidad como nuevo modo de significación, problematizando la relación del signo y su referente, como apunta Jameson: “...mediante una inversión dialéctica /el signo/ se convierte a su vez en el objeto de la fuerza corrosiva de la reificación que irrumpe en el ámbito del lenguaje para separar el signo del referente...” (6). Recordemos que desde Baudelaire al surrealismo todo el arte occidental bajo el sello de distintos ismos, se dan a la tarea de fundar realidades poéticas cuyo status competía, por así decir, con la realidad objetiva. El poeta se convierte así en un pequeño dios que imitaría la fuerza creadora de la naturaleza; la palabra se emancipa de lo real. Como afirma Jameson: “Esta autonomía de la cultura, esta semiautonomía del lenguaje, es el momento del modernismo y de un ámbito de lo estético que reduplica el mundo sin pertenecer del todo a él; adquiere así un cierto poder negativo o crítico, pero también una cierta futilidad ultramundana”. (7) El momento arquetípico de esta modernidad lo representa, qué duda cabe, el movimiento surrealista o como suele decirse, la révolution surréaliste. En efecto, el surrealismo fue una revolución en el mejor sentido del término, pues no sólo fue la culminación de un nuevo modo de significación que implicó un fin abrupto del arte mimético sino que dotó de nuevos significados a las distintas expresiones estéticas. De hecho, Bretón reclamada para su movimiento indistintamente a Freud, Marx o Rimbaud; (8) de este modo, cambiar la vida y transformar el mundo  se yuxtaponían como mots d’ordre en la poética surrealista. La modernidad trajo consigo nuevos modos de significación los que, a su vez, dieron origen a nuevos sentidos estéticos y políticos.

 

Hoy en día, la misma fuerza de reificación que disoció el signo de la realidad, desvincula el significado del significante. Lo significado es puesto en entredicho, como afirma Jameson: “Nos quedamos con ese juego puro y aleatorio de significantes que llamamos postmodernidad”. (9) Los nuevos derroteros de la postestética nos ofrecen el reciclaje del desperdicio semiológico, la canibalización de la antigua producción cultural como metatextos en que la disposición significante reorganiza fragmentos. Asistimos a la muerte del signo como instancia de sentido; abolido el referente y el significado, sólo queda el brillo reluciente de los significantes multiplicados hasta lo infinito por las redes massmediáticas, saturando todos los espacios de un universo en expansión: la postmodernidad.

 

2.1.2. El antiguo régimen: La ciudad letrada

 

 

El tránsito desde una Ciudad Letrada hacia una Ciudad Virtual puede ser entendida como una transformación que compromete, a lo menos, tres grandes ámbitos: lo epistemológico, lo sígnico y lo comunicacional. Tal como lo señalara Angel Rama,[77] las ciudades latinoamericanas fueron planificadas en cuanto institución de un cierto orden que remite a la episteme clásica: “El orden debe quedar estatuido antes de que la ciudad exista, para así impedir todo futuro desorden, lo que alude a la peculiar virtud de los signos de permanecer inalterables en el tiempo y seguir rigiendo la cambiante vida de las cosas dentro de rígidos encuadres. Es así que se fijaron las operaciones fundadoras que se fueron repitiendo a través de una extensa geografía y un extenso tiempo”.[78] El aseguramiento del orden sólo estaba garantizado por la perennidad del signo, de allí la importancia de la Logique de Port Royal en cuanto distinción de la cosa y su representación. Pero habría, a nuestro entender, algo más radical. La irrupción gramatológica que se consolida y expande en la era Gutenberg, quiebra siglos en que la oralidad en su invisibilidad se había tornado transparente respecto de las “cosas”, de manera que la serie sígnica era, en principio, indistinguible de la serie fáctica; en pocas palabras, el lenguaje oral se nos ofrecía como una obviedad en que el nombre y la cosa se identificaban. Oraciones, fórmulas mágicas y el lenguaje cotidiano eran perfectamente traslúcidos, aproblemáticos. Así, la distinción de Port Royal hace emerger una entidad llamada signo, la que representa lo real, como afirma Jameson, se produce: “... la disolución corrosiva de las viejas formas del lenguaje mágico, a causa de una fuerza que llamaré fuerza de reificación”.[79] La reificación, en cuanto disyunción-distinción-abstracción, permite que el signo emerja como algo separado y distinto de aquello que refiere. En una línea muy próxima, Michel Foucault refiriéndose a Don Quijote, escribe: “Don Quijote es la primera de las obras modernas, ya que se ve en ella la razón cruel de las identidades y de las diferencias, juguetear al infinito con los signos y las similitudes, porque en ella el lenguaje rompe  su viejo parentesco con las cosas para penetrar en esta soberanía solitaria de la que ya no saldrá, en su ser abrupto, sino convertido en literatura; porque la semejanza entra allí en una época que es para ella la de la sinrazón y de la imaginación”.[80]

 

La idea de una soberanía solitaria ha sido también advertida por Derrida en los escritos de Rousseau, en particular en su ensayo El origen de las lenguas,[81] la lingüística de Rousseau se levanta en oposición a los escritos de Condillac en cuanto renuncia a toda explicación teológica para afirmar un origen natural de las lenguas: “…hay que remontarse a alguna razón que haga a lo local y que sea anterior a las costumbres, siendo la primera institución social, el habla debe su forma sólo a causas naturales”.[82] El habla operaría una suerte de ruptura respecto del ordo naturalis, instituyendo un orden heterogéneo u otro. El signo hace que las cosas sean claras y distintas y, en este sentido, Foucault acierta al afirmar que “La razón occidental entra en la edad del juicio”.[83]

 

2.1.3. Saber barroco

 

 

Abolido el lenguaje mágico, los signos devienen lo permanente en lo impermanente: “Mientras el signo exista está asegurada su propia permanencia, aunque la cosa que represente pueda haber sido destruida. De este modo queda consagrada la inalterabilidad del universo de los signos, pues ellos no están sometidos al decaimiento físico y sí sólo a la hermenéutica”.[84] Este proceso de reificación, en los términos de Jameson es lo que Rama llama saber barroco, cuyo campo de experimentación fue, precisamente, el vasto Imperio: “La primera aplicación sistemática del saber barroco, instrumentado por la monarquía absoluta (la Tiara y el Trono reunidos), se hizo en el continente americano, ejercitando sus rígidos principios: abstracción, racionalización, sistematización, oponiéndose a particularidad, imaginación, invención local”.[85] Desde otro punto de vista, Rama explica la preeminencia del grupo letrado por dos grandes tareas asignadas a este grupo: primero, la administración del orden colonial y, segundo, a las exigencias de la evangelización (si se prefiere la versión laica: educación o transculturación).[86] Así, la ciudad letrada se institucionaliza en nuestra América desde el último tercio del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX, del cual Alejo Carpentier es un buen testigo.

 

En una lectura algo heterodoxa, nos proponemos releer esta pervivencia del grupo letrado como la institución de un régimen de significación. Esto apunta a dos dimensiones, por una parte a reconocer que, en efecto, estamos ante la emergencia del signo como entidad distinta y separada de las cosas, modo de significación inédito, tránsito de lo hermenéutico a lo analítico: saber barroco. Por otra parte, empero, debemos reconocer una dimensión que señala la irrupción de una nueva economía cultural, un modo particular en que se producen, circulan y se leen los signos. De manera que nuestra cultura emerge desde las postrimerías del siglo XVI como una triple fractura, un quiebre epistemológico, una mutación en los cánones de significación y nuevos modos de comunicación. Los dos primeros puntos resultan, según hemos visto, bastante verosímiles, exploremos pues este último aspecto. Citando a Juan Antonio Maravall,[87] Rama escribe: “...la época barroca es la primera de la historia europea que debe atender a la ideologización de muchedumbres, apelando a formas masivas para transmitir su mensaje, cosa que hará con rigor programático”.[88] Obviamente, esto se inscribe en una forma de propaganda en el clima de la Contrarreforma. Sin embargo, en América Latina esta dimensión comunicacional y persuasiva fue crucial: “Para América, la fuerza operativa del grupo letrado que debía transmitir su mensaje persuasivo a vastísimos públicos analfabetos fue mucho mayor. Si en la historia europea esa misión sólo encontraría un equivalente recién en el siglo XX con la industria cultural de los medios de comunicación masiva, en América prácticamente no se ha repetido”.[89] Este punto nos parece central, pues en definitiva sostenemos la hipótesis de que la cultura latinoamericana contemporánea, con todo lo difuso de la expresión, puede ser entendida como el ocaso de la ciudad letrada, esto es: como una nueva mutación en el plano epistemológico, de la significación y de la comunicación, cuestión sobre la que volveremos más adelante.

 

La lecto-escritura constituye una matriz[90] en dos sentidos: en primer término en tanto modelo funcional y epistemológico, esto es como modo de comprensión, en efecto: “Saber escribir no es sólo una habilidad funcional o un criterio que define cierto nivel operacional de comportamiento. Dada su relación con los ‘poderes’ de la mente, la alfabetización permite trascender el entorno inmediato generando un mundo compartido de inteligibilidad más abstracto que el de las interacciones cotidianas. La estructura literaria se convierte, así, en el modelo deseable de toda comprensión posible”.[91] En segundo término, en cuanto el grupo letrado ha sido el administrador de este saber se hacen diseñadores de modelos culturales: “Con demasiada frecuencia en los análisis marxistas se ha visto a los intelectuales como meros ejecutantes de los mandatos de las Instituciones (cuando no de las clases) que los emplean, perdiendo de vista su peculiar función de productores de modelos culturales, destinados a la conformación de ideologías públicas”.[92] Esta doble dimensión matricial del grupo letrado los sitúa en una posición ambigua frente al poder, se subordina a éste en cuanto le sirve, sin embargo, en tanto instancia de modelización se instituye en una forma de poder en sí mismo.[93]

 

2.1.4. Redes

 

 

Si la escritura fue la impronta de la ciudad letrada, su modo de significación, cabe preguntarse cómo se desplegaba esta modalidad (verdadera conciencia de habla histórica) en el seno de lo histórico social. Una posible respuesta se lee entrelíneas en los escritos de Rama. En efecto, nuestro autor escribe: “Pues entre las peculiaridades de la vida colonial, cabe realzar la importancia que tuvo una suerte de cordón umbilical escriturario que le trasmitía las órdenes y los modelos de la metrópoli a los que debían ajustarse”.[94] La escritura era el código privilegiado para transmitir mensajes que poseen una doble condición: por una parte, se trata de paquetes de información bajo la forma de epístolas y, en segundo lugar, se trata de una forma de comunicación estratégica en cuanto busca incidir en el mundo a través del lenguaje, el medio fue, desde luego, la flota española o portuguesa que transportaba tan preciosa carga por las rutas de navegación que conformaban una red a escala mundial: “Los barcos eran permanentes portadores de mensajes escritos que dictaminaban sobre los mayores intereses de los colonos y del mismo modo éstos procedían a contestar, a reclamar, a argumentar, haciendo de la carta el género literario más encumbrado, junto con las relaciones y crónica”.[95]

 

El carácter epistolar y la red marítima constituían de suyo un modo de producir, distribuir y recibir mensajes, es decir, constituía una economía cultural en todo el sentido.[96] Una red centralizada en Europa, extremadamente lenta, frágil y riesgosa, lo que explica que fuese inevitablemente redundante, única manera de garantizar, aunque sea mínimamente, su eficacia. “Un intrincado tejido de cartas recorre todo el continente. Es una compleja red de comunicaciones con un alto margen de redundancia y un constante uso de glosas: las cartas se copian tres, cuatro, diez veces, para tentar diversas vías que aseguren su arribo: son sin embargo interceptadas, comentadas, contradichas, acompañadas de nuevas cartas y nuevos documentos”.[97] La red asincrónica de la ciudad letrada poseía un punto central que monopolizaba la información, impidiendo la comunicación horizontal, único modo de garantizar el ejercicio del poder, como muy bien advierte Rama: “Todo el sistema es regido desde el polo externo (Madrid o Lisboa) donde son reunidas las plurales fuentes informativas, balanceados sus datos y resueltos en nuevas cartas y ordenanzas”.[98]

 

Si los signos emergieron como algo distinto de las cosas a las que referían, no es menos cierto que el desarrollo de la navegación significó la instauración de una primera red transcontinental, una red, por cierto, en las antípodas de lo que hoy entendemos por tal: asincrónica, lenta, centralizada, vertical, burocrática. La administración de tal cantidad de información requirió, desde luego, de una red de letrados[99] que compartían no sólo las competencias lingüísticas (el diccionario) sino y, mucho más importante, las competencias histórico culturales (la enciclopedia), así se explica que esta red funcionara sobre códigos escriturarios, pero que al mismo tiempo elaborara hipercódigos retóricos, estilísticos e ideológicos que persisten hasta nuestros días en algunos ámbitos de nuestras sociedades, particularmente en los escritos judiciales y notariales.

 

Es claro que no sólo hemos heredado los protocolos escriturales de nuestra gestación sino mucho más ampliamente la matriz misma que nos ha constituido. Una matriz hecha de signos y redes, una cierta economía cultural y un modo de significación que se conjugan en un régimen de significación. Así nuestra cultura no sólo se ha desarrollado desde la ciudad letrada sino que además, más allá del reclamo hispanofóbico, ésta ciudad de la escritura se ha inscrito invariablemente en una red eurocéntrica. Nuestra cultura ha mirado primero a Madrid o Lisboa, luego a París o Londres y, hoy por hoy, a Nueva York o Silicon Valley. Esta red centralizada no sólo ha operado como polo externo, también se ha convertido hasta nuestros días en uno de los patrones prototípicos de distribución demográfica, económica y cultural en América Latina, donde el centralismo de la urbe contrasta con el desamparo de amplias zonas al interior de los diversos países.

 

La ciudad letrada, en tanto régimen de significación, contiene en sí misma lo que hemos llamado patrones prototípicos de la cultura hispanoamericana, patrones que, por cierto, condicionarán las expansiones modernizadoras ulteriores. Así pues, sea que se trate de redes ferroviarias o telegráficas, persistirá el centralismo como estructura básica. En este mismo sentido, resulta sintomático que la emergencia de un protoperiodismo entre nosotros se haya constituido sobre la base de epístolas llegadas desde Europa. En suma, no nos parece aventurado sostener que el régimen de significación naturalizado por siglos ha condicionado los rostros de la modernidad entre nosotros. En la hora actual, la irrupción de las nuevas tecnologías digitales parece poner en jaque, precisamente, este régimen en el cual han cristalizado nociones centrales de nuestro imaginario tales como: identidad nacional, progreso, revolución, desarrollo y democracia.

 

2.2. Un nuevo régimen : la virtualidad

 

2.2.1. Cultura y virtualización

 

 

Con el propósito de esclarecer al máximo lo que entendemos por procesos de virtualización, intentaremos sistematizar lo que ya hemos señalado en páginas anteriores. La virtualización quiere dar cuenta de un modo de significación cuyo correlato económico cultural no es otro que la mediatización. De modo que, podríamos resumir nuestro punto de partida afirmando que asistimos a la emergencia de un régimen de significación inédito cuyos ejes son, precisamente, la virtualización / mediatización.

 

1. Hemos llamado procesos de virtualización a un nuevo estadio de la cultura humana, caracterizado, entre otras cosas, por la expansión y la aceleración de la semiósfera.

 

2. Desde un punto de vista general, se puede afirmar que el advenimiento de esta nueva cultura supone un nivel de complejidad desconocido hasta hace poco, cuyo contexto es la instauración de un nuevo complejo civilizacional que ha sido denominado tardocapitalismo o, como preferimos, hipercapitalismo libidinal.

 

3. Desde el punto de vista de una semiología de la cultura, el momento actual inaugura nuevos modos de significación, en que los signos se nos presentan como entidades arreferenciales y desemantizadas: esto es, los signos devienen meros significantes. Esto ha sido posible tras una revolución semiósica inherente al desarrollo capitalista en occidente y que algunos autores llaman fuerza de reificación.

 

4. La preeminencia de lógicas significantes, entraña cambios profundos en los procesos mentales, en el sensorium de las masas y, por ende, en la construcción social de la realidad contemporánea. En efecto, la cultura actual subordina los diversos signos a los estímulos o perceptos irradiados, principalmente por los massmedia. En los albores de un nuevo milenio, asistimos, en el más amplio sentido, a una mutación antropológica: el momento postmoderno.

 

5. Es evidente que los procesos semiósicos son inseparables de la red de relaciones histórico sociales en que se desarrollan. En este sentido, es imprescindible hacer notar que la revolución semiósica se verifica en el seno de un diseño socio-cultural denominado sociedad de consumo; esto puede ser entendido como una nueva habla social, un nuevo modo de socialización basado en la seducción que transforma la cultura entera en una cultura psicomórfica; una cultura que funciona desde el deseo y el individualismo, un narcisismo de corte socio-genético.

 

6. Los procesos de virtualización de la cultura actual se oponen a los procesos de semantización. Si antes era posible concebir reglas semánticas para generar mensajes que remitían a constructos ideológicos; hoy, dicho modelo resulta inaplicable a productos tales como el videoclip o la metapublicidad. Los procesos de virtualización se presentan más bien como reglas formales de orden sintáctico-pragmático que desplazan lo ideológico a favor de lo pulsional estético.

 

7. Los procesos de virtualización encuentran su expresión más plena en la videósfera; pues, el flujo total de tecnoimágenes desafía toda memoria posible, tornando en simulacro cualquier pretensión logocéntrica de instaurar una distancia crítica.

 

Estas siete proposiciones constituyen la base de nuestro pensamiento y el punto de partida para profundizar nuestra reflexión. A nuestro entender, se hace imprescindible despejar la cuestión del significante como principio organizador de la realidad.

 

2.2.2. Virtualización y simulacro

 

 

En un texto que se ha tornado en clásico del tema, Cultura y simulacro,[100] Jean Baudrillard explora la noción de simulacro en una perspectiva que resulta congruente con nuestro punto de vista cuando escribe: “Hoy en día, la abstracción ya no es la del mapa, la del doble, la del espejo o la del concepto. La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive. En adelante será el mapa el que precede al territorio ¾PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS¾ … Son los vestigios de lo real, no los del mapa los que todavía subsisten esparcidos por unos desiertos que ya no son los del Imperio, sino nuestro desierto. El propio desierto de lo real”.[101] Las nuevas tecnologías poseen un poder genésico capaz de engendrar lo hiperreal, una suerte de real producido por matrices y modelos. Así la distinción metafísica entre ser y apariencia queda abolida. La simulación no posee un carácter especular ni discursivo a propósito de lo real sino una potencia genética.

 

En efecto, la videomorfización, por ejemplo, consiste en un sistema de signos que se hace presente en una infinidad de pixels en tres dimensiones ciberespaciales. Desde el punto de vista del usuario, se está inmerso en una realidad polisensorial que, en el límite, puede ser concebida como una suplantación de lo real por los signos de lo real, tal y como piensa Baudrillard.

 

La serie sígnica precede a la serie fáctica: es decir, la operación semiótica de designación mediante la cual los realia se hacían signos se ha invertido. La semiosis ya no procede de exterioridad alguna sino que es inmanente al código de base ordenado en una matriz dada. Este fenómeno no es tan nuevo como aparece, de hecho la cultura entera puede ser entendida como un gran proceso de virtualización y, cabe preguntarse, si alguna vez hemos habitado lo real sin más.

 

En suma, lo hiperreal es, según Baudrillard, un estadio último de la imagen en cuanto a que lejos de ser un reflejo o un enmascaramiento de lo real, ahora la imagen ya no tiene que ver con ningún tipo de realidad sino que es su propio simulacro. Afirmar que la simulación disocia la imagen (los signos) de cualquier relación con la realidad supone en primer lugar que la imagen ya no designa referente alguno; en segundo lugar, en cuanto génesis de hiperreal hay una preeminencia de los rasgos significantes que debilita los procesos de significación. Así, la simulación se sostiene desde dos operaciones semiológicas concretas, la arreferencialidad y la desemantización, es decir la simulación sólo es concebible desde los procesos de virtualización.

Resulta cada vez más claro que los nuevos dispositivos tecnológicos y los procesos de virtualización que expanden y aceleran la semiósfera, desplazan la problemática de la imagen desde el ámbito de la reproducción al de la producción; así, más que la atrofia del modo aureático de existencia de lo auténtico,[102] debe ocuparnos su presunta recuperación por la vía de la tecnogénesis y la videomorfización de imágenes digitales.[103] Este punto resulta decisivo pues, siguiendo a Benjamin, habría que preguntarse si esta era inédita de producción digital de imágenes representa una nueva fundamentación en la función del arte y de la imagen misma; ya no derivada de un ritual secularizado como en la obra artística ni de la praxis política como en la era de la reproducción técnica.[104] En este sentido, Benjamin nos recuerda que la fotografía, primer medio de reproducción de veras revolucionario, despuntó junto con el socialismo;[105] hoy podemos afirmar que la imagen digital adviene, precisamente, junto al ocaso de las grandes utopías socialistas. Si en los albores del siglo XX el fascismo respondió con un esteticismo de la vida política, el marxismo contestó con una politización del arte; hoy, en este momento inaugural del siglo XXI, el momento postmoderno pareciera apelar a una radical subjetivización / personalización del arte y la política, naturalizados como mercancías en una sociedad de consumo tardocapitalista. Ya el mismo Benjamin reconoció que el cine desplazaba el aura hacia la construcción artificial de una personality, el culto a la estrella; que, sin embargo, no alcanzaba a ocultar su naturaleza mercantil.[106] La virtualización de las imágenes logra refinar al extremo esta impostura aureática, pues personaliza la generación de imágenes sin que por ello pierda su condición potencial de mercancía.

 

Es claro que las imágenes virtuales significan la abolición del referente y, eventualmente, del significado; pues a diferencia de la placa fotosensible que documenta objetos, la imagen anóptica virtual crea una imagen autosuficiente, cuasi - autónoma. La paradoja estriba en que, junto a la arreferencialidad y desemantización, se instala una autentificación formal, pues los objetos son construidos como un conjunto de pixels diferenciados. Así, entonces, los procesos de virtualización, lejos de debilitar la noción de lo auténtico, la perfeccionan. La imagen deja de ser una traslatio ad prototypum, tal como fue entendida por el cristianismo occidental,[107] para devenir un puro significante que destella por sí mismo, instalándose en el imaginario como una entidad nueva que se agrega al mundo sensible. No debemos olvidar que la imagen es sólo una arista de las nuevas realidades polimodales de la llamada virtual reality; de hecho, las nuevas tecnologías permiten la inmersión en un mundo otro, tal como lo imaginó Lewis Carrol en Alicia en el país de las maravillas. Surge la inquietante pregunta planteada por Baudrillard, si acaso la tecnoimagen trae a nuestra cultura el crimen perfecto, aquel que en que el signo extingue la realidad y toda huella de esta desaparición.[108] En otras palabras, nos planteamos la cuestión acerca de si ha llegado el tiempo en que lo que hemos entendido y percibido como real se hace indistinguible de la ficción virtual; no sólo en su complejidad productora de sentidos sino, incluso, en su reclamo de autenticidad.

 

 

2.3. Textos e hipertextos

 

 

2.3.1. Cómo leer Encarta...

 

 

Las nuevas tecnologías actualizan algunas interesantes reflexiones e intuiciones en torno a la textualidad plural o abierta. En efecto, muchos postulados postestructuralistas encuentran una inusitada vigencia y pertinencia frente a los llamados hipertextos.[109] En esta línea exploratoria nos parece indispensable releer algunos escritos de Roland Barthes en relación al texto plural y Umberto Eco respecto a la noción de obra abierta.

 

La pluralidad textual no es, por cierto, un hecho nuevo, se trata de un problema de antigua data. Bastará recordar que durante la Edad Media, San Jerónimo, San Agustín y otros fundaron una poética en que los textos se concebían abiertos o plurales. La obra era susceptible de ser utilizada más allá de su sentido literal: el sentido alegórico, el sentido moral y anagógico. Aunque se trata de una apertura relativa en cuanto prescribe y autoriza ciertos trayectos de lectura y clausura otros, cuestión que hará crisis con el barroco. Durante la Edad Media se da una concepción eleática del mundo, una poética de lo unívoco: un cosmos ordenado cuyas leyes y jerarquías aparecen instituidas por el logos creador; estamos ante una cultura simbólica o semántica. Será la modernidad estética, el simbolismo en particular, el que producirá un desplazamiento inconsciente y gradual hacia un modelo plural. Ya Verlaine intuía la riqueza estética de la nuance, lo indeterminado: “Car nous voulons la nuance encore/ pas la couleur, rien que la nuance!” [110] Estas agudas intuiciones tendentes a la pluralidad textual no encontraron, empero, una teorización que las convirtiera en un programa escritural; habría que esperar el siglo XX para que lo abierto se convirtiera en centro de reflexión crítica y teórica. Como afirma Eco: “Ahora...tal conciencia está presente sobre todo en el artista, el cual, en vez de sufrir ‘la apertura’ como dato de hecho inevitable, la elige como programa productivo e incluso ofrece su obra para promover la máxima apertura posible”. [111] La idea de apertura está estrechamente ligada a la noción pragmática de interacción: el usuario deja de ser un ente pasivo para devenir un lector activo capaz de construir y personalizar su trayecto de lectura. Junto a Verlaine, quizás sea Mallarmé quien mejor haya intuido esta posibilidad de apertura textual cuando concibió su Livre: “En el Livre, las mismas páginas no habrían debido seguir un orden fijo: habrían de ser relacionables en órdenes diversos según leyes de permutación. Tomando una serie de fascículos independientes (no reunidos por una encuadernación que determinase la sucesión), la primera y la última página de un fascículo habría debido escribirse sobre una misma gran hoja plegada en dos, que marcase el principio y el fin del fascículo; en su interior jugarían hojas aisladas, simples, móviles, intercambiables, pero de tal modo que, en cualquier orden que se colocaran, el discurso poseyera un sentido completo”.[112]

 

No podemos dejar de relacionar el Livre con algunos de los más audaces proyectos escriturales de la modernidad; en la literatura latinoamericana la referencia a Rayuela (1963) de Cortázar es inevitable. Como podemos advertir, Mallarmé tuvo en mente algo muy similar a los textos con que hoy trabajamos en una PC. El texto deja de ser objeto de lectura pasiva para transformarse en un artefacto sintáctico-semántico y pragmático; es decir, sólo la participación del lector construye un texto posible, tal como lo pensó Mallarmé: “Le volume, malgré l’impression fixe, devient, par ce jeu mobile-de mort il devient vie”.[113] Esta idea es absolutamente congruente con el concepto de obra abierta, planteado por Eco durante la década de los sesenta: “1. las obras ‘abiertas’ en cuanto en movimiento se caracterizan por una invitación a hacer la obra con el autor; 2. en una proyección más amplia... hemos considerado las obras que, aún siendo físicamente completas, están, sin embargo, ‘abiertas’ a una germinación continua de relaciones internas que el usuario debe descubrir y escoger en el acto de percepción de la totalidad de los estímulos; 3. toda obra de arte... está sustancialmente abierta a una serie virtualmente infinita de lecturas posibles, cada una de las cuales lleva a la obra a revivir según una perspectiva, un gusto, una ejecución personal”. [114]

 

         La tesis de Eco, tras más de un cuarto de siglo, sigue siendo muy vigente y junto a Barthes, quiebra el clisé de un estructuralismo cerrado, inmóvil y ahistórico. Barthes elabora, justamente, un concepto absolutamente afín al del semiólogo italiano, texto plural, que describe en los siguientes términos: “En este texto ideal las redes son múltiples y juegan entre ellas sin que ninguna pueda reinar sobre las demás; este texto no es una estructura de significados, es una galaxia de significantes; no tiene comienzo, es reversible... los sistemas de sentido pueden apoderarse de este texto absolutamente plural, pero su número no se cierra nunca, al tener como medida el infinito del lenguaje”.[115] Barthes lleva al extremo su idea de un texto plural como una galaxia de significantes ya no basada en una estructura sino en redes: en pocas palabras, lo que Barthes imagina son flujos de significantes susceptibles de infinitas lecturas. Con todo lo fascinante que resulta una inmersión en lo absoluto del lenguaje, esta posibilidad reconoce restricciones narrativas, gramaticales y lógicas, de tal suerte que la pluralidad sólo es concebible como textos moderadamente plurales o, como los llama Barthes, polisémicos. La vía de este plural limitado sería la connotación. Tanto la obra abierta como el texto plural nos parecen absolutamente contemporáneos con el concepto de hipertexto acuñado en el mundo cibernético por Theodor H. Nelson: “Con hipertexto me refiero a una escritura no secuencial, a un texto que bifurca, que permite que el lector elija y que se lea mejor en una pantalla interactiva”. [116] Obviamente, las tecnologías actuales extienden la noción de texto más allá de lo verbal, por ello hipertexto e hipermedia se utilizan, normalmente, como sinónimos. Como explica Landow: “Con hipertexto, pues, me referiré a un medio informático que relaciona información tanto verbal como no verbal. Los nexos electrónicos unen lexias tanto ‘externas’ a una obra, por ejemplo, un comentario de ésta por  otro autor, o textos paralelos o comparativos, como internas y así crean un texto que el lector experimenta como no lineal o, mejor dicho, como multilineal o multisecuencial”.[117]

 

         Las tres nociones que hemos reseñado coinciden, por lo menos en tres aspectos que remiten a una nueva textualidad. La apertura o pluralidad depende, en primer lugar de la suplantación de estructuras relativamente fijas de significados (conceptos), por redes y flujos de significantes (perceptos); lo que hemos llamado: procesos de virtualización; en segundo lugar, esto permite hacer del lector un ente interactivo, participativo: darle vida al texto, ejecutarlo, hacer una lectura personal; por último, la relación texto-lector se torna multisecuencial en la medida que se crean vínculos entre lexias diversas. Esta nueva textualidad es aquella que se nos propone en una enciclopedia interactiva como Encarta, en que cada usuario establece recorridos verbales e icónicos; otro tanto ocurre si nos adentramos en Internet en busca de alguna información; y en un caso extremo, experimentamos la pluralidad en imágenes en un videoclip. En los tres casos, el usuario construye su trayecto de lectura a partir de redes y flujos de significantes, experimentando la multisecuencialidad. Teóricamente se enfatiza la praxis o producción de sentido, de manera que esta nueva textualidad afirma la lectura como acto de libertad y resistencia ante los cánones ideológicos o de consumo.[118] La nueva textualidad inaugura un paradigma inédito que hemos llamado saber virtual; esta nueva modalidad del saber nos obliga a revisar los modelos semánticos al uso, a la luz de la nueva textualidad. Hemos intentado una síntesis comparativa entre el saber narrativo feudatario de la ilustración y un cierto saber virtual que emerge (véase cuadro nº 9)

 

2.3.2. Una caja de bolitas...

 

 

Intentar delimitar un cierto saber virtual, supone y exige hacernos cargo del problema del significado, esto es, de la relación entre signos y pensamiento. Desde un punto de vista semiocultural, el problema que nos hemos planteado se inscribe dentro de los límites de la semántica; por ello, nos interesa describir muy sucintamente tres modelos semánticos básicos que formula Eco en su Tratado, [119] a saber: el Modelo KF, el Modelo Semántico Reformulado (MSR) y muy especialmente el llamado Modelo Q.

 

Durante la década de los sesenta, Katz y Fodor propusieron un análisis componencial, el árbol KF, cuyo fundamento es de corte intensional; para estos teóricos, el significado de un signo (lingüístico) estaría dado por una elección binaria entre las distintas ramificaciones componenciales de un signo, según criterios o indicadores sintácticos (animado/inanimado, por ejemplo) e indicadores semánticos, equivalentes a los semas. Eco comenta: “Katz y Fodor precisan que los componentes semánticos no deben depender, para ser interpretados, de la situación o circunstancia... en que la frase se pronuncia. Efectivamente, como se ve, indican diversas formas posibles de eliminar la ambigüedad, pero su teoría semántica no pretende determinar cuándo, cómo y por qué se aplica (usa) la frase en un sentido y cuándo en otro”.[120] Es claro que el modelo KF muestra, en efecto, los rudimentos de un Diccionario, en cuanto describe las competencias lingüísticas ideales; mas no alcanza a explicar aquello que Eco llama competencia histórica.

 

En un esfuerzo por superar el modelo KF, Eco nos ofrece un Modelo Semántico Reformulado (MSR) que, en lo esencial, incluye en la representación semántica selecciones contextuales y circunstanciales; las presuposiciones contextuales estarían cubiertas por la noción de correferencialidad, mientras que las presuposiciones circunstanciales equivale a lo que emisor y destinatario saben sobre los fenómenos o entidades. Ambas selecciones, según Eco, pertenecen al ámbito pragmático.[121] El mismo autor reconoce una de las limitaciones del MSR, cuando señala: “En resumen, cada una de las marcas constituye, en el interior del semema, una especie de semema ‘embedded’ (incrustado) que genera su propio árbol y así sucesivamente hasta el infinito”.[122] El MSR no puede representar un universo semántico tal; aunque abandona parcialmente el esquema diccionarial basado en la clasificación y se aproxima a la noción de Enciclopedia: “...entiendo por competencia diccionarial algo que se limita a registrar... para una determinada entidad, la pertenencia a un cierto nudo de un árbol de los directorios. La competencia enciclopédica se identifica, en cambio, tanto con el conocimiento de los nombres y de los archivos, como con el conocimiento de su contenido”.[123]

 

El llamado modelo Quillian o Modelo Q, nos parece el más próximo a la nueva textualidad, pues se basa en un proceso de semiosis ilimitada que toma la forma de una red n-dimensional. Basado en la categorización ontológica de Charles S. Peirce, Eco propone la siguiente descripción del Modelo Q: “El modelo Quillian... se basa en una masa de nudos interconexos conectados entre sí por diferentes tipos de vínculos asociativos. Para cada significado de lexema debería existir en la memoria un nudo que previera como ‘patriarca’ suyo el término por definir, en este caso llamado type. La definición de un type A prevé el empleo, como interpretantes suyos, de una serie de otros significantes que van abarcados como tokens (y que en el modelo son otros lexemas)”.[124] Recordemos que para Peirce el type corresponde a un legisigno o valor semántico, mientras que el token corresponde al sinsigno, al signo-ocurrencia; así por ejemplo, el token puede ser una moneda que convencionalmente remite al type: valor oro. En suma, el modelo Q prevé que cualquier signo remita a otro, en que cada signo es type o token de algún otro. Eco nos proporciona la siguiente imagen de este modelo: “Podríamos imaginar las unidades culturales particulares como un número muy elevado de bolitas contenidas en una caja: al agitar la caja, se verifican diferentes configuraciones, vecindades y conexiones entre las bolitas. Dicha caja constituiría una fuente informacional dotada de alta entropía y constituiría el modelo abstracto de las asociaciones semánticas en libertad”.[125] Esta caja de bolitas es el equivalente semántico del texto absolutamente plural, sin embargo, sabemos que existen leyes de asociación, esto es, existe un modelo semiótico que estatuye un código; por ello, Eco completa su imagen: “Y en consecuencia deberíamos pensar en bolitas magnetizadas que establecen un sistema de atracciones y repulsiones, de modo que unas se acercan y otras no. Semejante magnetización reduciría las posibilidades de relación mutua. Constituiría un s-código. Mejor aún: podríamos pensar que cada unidad cultural de ese Universo Semántico Global emite longitudes de onda que la colocan en sintonía con un número limitado (aunque muy amplio) de otras unidades. También en este caso tendríamos un s- código. Sólo que deberíamos admitir que las longitudes de onda pueden cambiar a causa de los nuevos mensajes emitidos y que, por lo tanto, las posibilidades de atracción y repulsión cambian con el tiempo”. [126]

 

El Modelo Q, nos parece una aproximación más que pertinente a la nueva textualidad en cuanto presupone la posibilidad de modificar el código mismo, abriendo nuevas posibilidades asociativas entre los signos; esto es de capital importancia pues implica la posibilidad de innovar, creando nexos imprevistos. Al igual que nuestro pensamiento, el Modelo Q se basaría en la creatividad asociativa. Recapitulando, según nuestra línea de pensamiento, la nueva textualidad, abierta y plural, intuida por los poetas simbolistas y teorizada por los postestructuralistas ha encontrado su realización más plena en los llamados hipertextos. Esta hipertextualidad entraña nuevos modelos semánticos que, como el Modelo Q, supone una semiosis ilimitada capaz de mutar el código asociativo, esto es: crear nexos inéditos; dando paso, de este modo a una metamorfosis cognitiva. No asistimos, por lo tanto, a un derrumbe de los saberes consolidados en virtud de la palabra escrita, como alegan algunos teóricos apocalípticos, sino a una revolución semiósica y cognitiva: el saber virtual.

 

2.3.3. Cambio de guardia...

 

 

Concebir las asociaciones semánticas como una topología móvil multidimensional, desplaza la noción de estructura por la noción de redes y flujos. Esto nos lleva a legitimar las asociaciones semánticas ya no respecto a un orden fijo y delimitado sino con respecto a su uso o actualización en determinados contextos. Como muy bien lo advirtió Barthes, la connotación  evidencia los rasgos de esta nueva textualidad; así la denotación remite a un código mientras la connotación emana de los contextos en que se sitúa un signo. La noción misma de sentido se debilita cuando no existe una gramática a la cual se pueda apelar como instancia de legitimidad, en cambio adquiere vigencia la noción de performatividad en cuanto categoría pragmática. Esta nueva textualidad puede ser leída, en términos lotmannianos, como el tránsito desde una cultura gramatical, regida por sistemas de reglas y orientada a los contenidos, hacia una cultura textual, basada en repertorios de ejemplos o comportamientos y orientadas, más bien a la expresión. [127]

 

Los procesos de virtualización en los que estamos inmersos pueden ser interpretados, desde nuestro punto de vista, como un cambio de los códigos de asociación semántica y adquiere la forma de una revisión crítica de los supuestos culturales anteriores. En esta perspectiva, las teorizaciones postestructuralistas en torno al texto plural o la obra abierta, así como los actuales desarrollos teóricos sobre la hipertextualidad y la virtualización están reorganizando el Universo Semántico Global. Como advierte Eco: “/los procesos de cambio de código/ ...son los casos en que en una cultura determinada, un campo semántico, organizado de determinado modo, comienza a disolverse para dejar su lugar a un campo organizado de forma diferente; hemos de dar por descontado que difícilmente se produce dicho ‘cambio de guardia’ sin traumas y que con mayor facilidad pueden coexistir durante mucho tiempo cambios semánticos complementarios o incluso contradictorios”.[128] El llamado cambio de guardia que quiere reorganizar los campos semánticos escenifica la dimensión política del saber; pues, la irrupción de los nuevos vínculos semánticos no pueden ser sino deletérea y corrosiva respecto de una organización dada del saber; por ello, lo nuevo sólo puede irrumpir en tanto crítica radical frente a los epistemes legitimados en el seno de una sociedad en un momento histórico determinado. Demás está decir que el cambio de guardia toma la forma de una confrontación que reconoce adhesiones y resistencias; en última instancia, no se trata de una mera confrontación agonística sino del encuentro de intereses que adquieren formas ideológicas. Esto nos lleva a replantear la dicotomía entre apocalípticos y digitalizados en términos de una confrontación entre un saber narrativo logocéntrico y un saber virtual iconocéntrico. Sin embargo, se trata de una confrontación más aparente que cierta; pues, para una conceptualización mínima de esta mutación semántica, habría que superar la eufórica asimilación acrítica y ahistórica de los digitalizados, tanto como la resistencia aristocrática e ilustrada de los apocalípticos ante las nuevas modalidades de significación. El saber virtual que comienza a perfilarse en el horizonte introduce nuevos modos de significación cuya impronta es la pluralidad basada, según hemos visto, en flujos semánticos altamente móviles. Esta constatación, empero, resulta de una írrita eficacia teórica si no se pone en una perspectiva histórica y política, porque es innegable que una de las fuerzas que impulsa los procesos de  virtualización es, justamente, la expansión y globalización de los mercados como parte del desarrollo tardocapitalista. En suma, podríamos afirmar que tanto el entusiasta negropontismo como el dilettantismo moralista a lo Sartori no se hacen cargo de lo fundamental: los nuevos modos de significación y los contextos en que éstos se desarrollan; es decir, en ambos casos se nos escamotea la dimensión histórico-política y la dimensión semiocultural del fenómeno.

 


CUADRO Nº 9

 

 

             SABER NARRATIVO

 

 

         SABER VIRTUAL

      

       Basado  en la escritura

       Logósfera : Diccionario

       TEXTUALIDAD

    

    Basado en la conjunción audio-visual

     Videosfera : Enciclopedia

     HIPERTEXTUALIDAD

 

    

      Estructuras narratológicas cerradas

      Sistema, Langue

 

 

     Flujos abiertos (redes)

     Proceso, Parole

 

 

       Dimensión semántica: fija y estable

       Se legitima por  el  sentido

 

   

     Dimensión semántico-pragmática:

     móvil, plural e inestable

     Se legitima por la performatividad

 

 

     Lineal, sintagmático, secuencial

     Causal, lógico-temporal

 

 

     Pluridireccional, reticular, topológico

     Vincular, lógico-espacial

 

        Visual  unipolar     

        Clausura metalingüística

 

 

    Polisensorial interlocucionario

    (Interactividad limitada)

   

    Preeminencia del significado: CONCEPTO

    Clave identitaria: ideología, clase.

 

 

   Preeminencia del significante: PERCEPTO

   Clave identitaria: pulsión estética virtual

 

  

   Producto homogéneo dirigido

   a masas de lectores potenciales

 

 

  Producto personalizado dirigido

  a individuos

 

  

   Era de la reproducción

 

 

  Era de la videomorfización

 

  Preeminencia de la racionalidad

  Orientación  objetivante interpretativa

  Contextos dependientes del s-código

  semántico.

 

CULTURA GRAMATICALIZADA

SOCIEDAD INDUSTRIAL

 

 Preeminencia de la imaginación

 Orientación subjetivante experiencial

 Transcontextos virtuales digitalizados

 independientes del s-código el cual

 recrean constantemente.

 

 CULTURA TEXTUALIZADA

SOCIEDAD GLOBALIZADA

 

 

 


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[76] Castells. Op. Cit.

[77] Rama, Ángel. La ciudad letrada. Hanover. USA. Ediciones del norte. 1984.

[78] Ibidem, p.8.

[79] Jameson, Fredric. Teoría de la postmodernidad, Madrid, España, Editorial Trotta, 1996, pp. 97-145; 219-288.

[80] Foucault, M. Las palabras y las cosas. México. Siglo XXI. 1999: 55.

[81] El privilegio del habla está ligado, en particular, tanto en Saussure como en Rousseau, al carácter institucional, convencional y arbitrario del signo. Derrida, J. La lingüística de Rousseau/ J. Rousseau. El origen de las lenguas. B. Aires. Ediciones Calden 1970: 26.

[82] Ibid p. 39.

[83] Foucault Op. Cit p. 67.

[84] Rama. Op. Cit p. 10.

[85] Ibidem p.13.

[86] Piscitelli, Alejandro, Ciberculturas. En la era de las máquinas inteligentes, Argentina, Paidós, 1995. pp. 70-96; 135-157. El culto del libro fue eminentemente contemplativo. La lectura fue simultáneamente una práctica disciplinada y un estilo de vida. La lectura activa estaba ligada a la oración y a la transformación del espíritu. Las marcas escritas terminaban inscribiéndose en la mente y en el corazón del lector y el libro no era tan sólo el instrumento domesticador de las conciencias a través de la fe, sino el cielo mismo tocado con las manos, cuando no la disciplina a través de la cual se alcanzaban los estados celestiales del espíritu.

[87] Maravall, J.A. La cultura del barroco. Barcelona. Ariel. 1975 in Rama Op. Cit.

[88] Rama Op. Cit p. 28

[89] Ibid.

[90] La noción de matriz quiere subrayar que la antropogénesis es indisociable de la tecnogénesis, esta condición matricial nos obliga a aceptar la techné como un elemento central en la humanización de la psyché y en este sentido, introduce una distancia respecto a horizontes metafísicos, aunque sería ingenuo pretender superarlos. Esta toma de distancia  es una suerte de advertencia tanto de la tecnofobia del platonismo como de la tecnofilia ingenua de los tecnócratas.

[91] Piscitelli. Op Cit.

[92] Rama Op. Cit. 30.

[93] La ciudad letrada se expresa, de hecho más en la educación superior que en la educación básica. Las universidades resultarían exóticas en estas tierras si no tuviésemos como antecedente la institucionalización del grupo letrado.

[94] Rama Op. Cit. 47.

[95] Rama Op. Cit.

[96] En la competencia por el acceso a las riquezas de las Indias, un lugar central le correspondió a la cartografía que garantizaba rutas seguras, por ello se ha llegado a afirmar que “los mapas eran dinero y los agentes secretos de las potencias pagaban en oro las buenas copias de los originales portugueses cuidadosamente custodiados”. Landes, D. Revolution in Time. Cambridge. Mass. 1983, citado por:  Harvey, D. La condición de la postmodernidad. B.As. Amorrortu. 1998: 254.

[97] Harvey, D. Op. Cit.

[98] Ibid.

[99] Tal tarea exigió un séquito, muchas veces ambulante, de escribanos y escribientes, y, en los centros administrativos, una activa burocracia, tanto vale decir, una abundante red de letrados que giraban en el circuito de comunicaciones escritas, adaptándose a sus normas y divulgándolas con sus propias contribuciones. Ibid.

[100] Jean Baudrillard. Cultura y simulacro. Barcelona. Editorial Kairós, 2001 (6º Edición).

[101] Ibidem. p.10.

[102] Benjamin, W. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Discursos interrumpidos. Madrid. Taurus. 1973: 17-57 p. 26.

[103] Gubern, R. Del bisonte a la realidad virtual. Barcelona. Anagrama. 1996: pp. 147 y ss.

[104]  Benjamin. Op. Cit. pp. 25 –8.

[105] Ibid. p. 26.

[106] Ibid p. 39.

[107] Gubern. Op. Cit. pp.- 57 y ss.

[108] Cf. Baudrillard, J. El crimen perfecto. Barcelona. Anagrama. 1996.

[109] Como muy bien apunta Landow: Cuando los diseñadores de programas informáticos examinan las páginas de Glas o de Of Grammatology (De la gramatología), se encuentran con un Derrida digitalizado e hipertextual; y, cuando los teóricos literarios hojean Literary Machines, se encuentran con un Nelson posestructuralista o desconstruccionista. Estos encuentros chocantes pueden darse porque durante las últimas décadas han ido convergiendo dos campos del saber, aparentemente sin conexión alguna: la teoría de la literatura y el hipertexto informático. Las declaraciones de los teóricos en literatura y del hipertexto han ido convergiendo en un grado notable. Trabajando a menudo, aunque no siempre, en completo desconocimiento unos de otros, los pensadores de ambos campos nos dan indicaciones que nos guían, en medio de los importantes cambios que están ocurriendo, hasta el episteme contemporáneo. Me atrevería a decir que se está produciendo un cambio de paradigma en los escritos de Jacques Derrida y de Theodor Nelson, y los de Roland Barthes y de Andries van Dam. Supongo que al menos un nombre de cada pareja le resultará desconocido al lector. Los que trabajan en el campo de los ordenadores conocerán bien las ideas de Nelson y de van Dam; y los que se dedican a la teoría cultural estarán familiarizados con las ideas de Derrida y de Barthes.1 Los cuatro, como otros muchos especialistas en hipertexto y teoría cultural, postulan que deben abandonarse los actuales sistemas conceptuales basados en nociones como centro, margen, jerarquía y linealidad y sustituirlos por otras de multilinealidad, nodos, nexos y redes.Landow, G. Hipertexto. Buenos Aires. Paidós. 1995: 13-49.

[110] Eco, U. Obra abierta. Barcelona. Editorial  Ariel. 1979: 79.

[111] Ibidem. P. 75.

[112] Ibidém. p.87.

[113] Eco, U. Op. Cit.

[114] Ibidem p.98.

[115] Barthes, Roland S/Z in El mundo de Roland Barthes. Beatriz Sarlo trad. Buenos Aires. CEAL.1981: 108

[116] Landow. Op. Cit. p.15.

[117] Landow. Op. Cit.

[118] En una perspectiva muy similar, M. Castells llega a proponer una interesante aproximación a la hipertextualidad como algo que nos es inherente: ...el hipertexto está dentro de nosotros...en nuestra habilidad  interna para recombinar y asimilar en nuestras mentes todos los componentes del hipertexto, que están distribuidos en diversos ámbitos de la expresión cultural. Castells. La Galaxia Internet. Madrid. Plaza & Janés 2002:

[119] Eco, U. Tratado de semiótica general. Barcelona. Editorial Lumen. 1981: 181 y ss.

[120] Eco, U. Tratado de semiótica general. Op. Cit., p.182.

[121] Ibidem p. 194 y ss.

[122] Ibidem p.221.

[123] Eco, U. Kant y el ornitorrinco. Barcelona. Editorial Lumen. 1999: 267.

[124] Eco. Tratado. p. 222.

[125] Ibidem p. 224.

[126] Ibidem p. 225.

[127] Eco, Tratado. Op. Cit. p.246 y ss.

[128] Eco, Tratado. Op. Cit., p. 151.

 


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