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RESÚMENES, CONSPIRACIONES, HORAS PERDIDAS

Sujetos impresentables*

por Christian Ferrer

En la modernidad el hombre descubre que no es el centro de la sociedad. Lo es el Rey Sol: el Estado. Todavía no hemos logrado remover de nuestra imaginación política la imagen de un poder central. La figura del Monarca, simbiosis de Dios y del Rey, aún asciende, y trona. El Estado, su hábitat ideológico, no es un Aparato, es un Forúnculo; emerge como una excrecencia que se reencarna arrasando toda amistad y fuerza vital a su paso. Aquí, cortar por lo sano, implica identificar quien es el actual sujeto del gobierno, quien el titiritero y cuales son sus malas artes.

Nadie es capaz de eneñorearse sobre los demás si antes no se gobierna a sí mismo. Es la estrategia secreta de todo Monarca: la pedagogía que enseña a apropiarse de una mismo. El Monarca moldea su "sí-mismo" con constancia y virtuosismo equivalentes al de un escultor. Luego lo acomoda en el marco institucional donde rigen férreas artes de gobierno.

Mal negocio para una población es dejar que el soberano complete su ciclo educativo, aunque el pueblo -si es masa o mayoría- no constituya verdaderamente el antagonista fundamental del Monarca.

Cuando se asume como solipsista, el Monarca edifica un mundo a su medida: tasando como un comerciante, valorando como un pastor, mensurando como agrimensor, deduciendo como científico, pesquisando como un policía. Los seres que habitan su creación se ven forzados a circular por ese espacio geográfico, audiovisual y simbólico. Dotados de libre albedrío, es decir, ilusionados, caminan, rumian, envejecen y mueren.

Pero los que pierden la fé también deben educarse. Partisanos de la autonomía, apéndices irritados del lazo social, observadores autárquicos de la coreografía del poder, también han realizado una operación soberana. Esta consiste básicamente en la conquista del la fuerza propia, la cual es siempre demasiado grande para nosotros.

Cínicos en la Grecia antigua, herejes en la Edad Media, Hombres en Estado de Naturaleza, solitarios disidentes de la política moderna: prontuarios de la contrapotencia. El Monarca les teme: se le parecen demasiado. Conocen el secreto que el monarca atesora, a saber: La impresionante magnitud de poder que puja en el cuerpo humano.

Dasafiando, hostigando y royendo al principio fundamental de todo gobierno, la jerarquía, devienen unicidades, diferenciados del individuo liberal, el romántico pueblo, la clase de Marx o la masa amorfa. ¿Por qué? Porque consideran que es abyecto ser creados. En política, si no se es criatura, se es Señor. En ese caso, ya no se discute con el Monarca -tarea de filósofos liberales-, se vive contra él. De allí en adelante, la política deja de ser representación de intereses para transformarse en acción o acontecimiento.

¿Que resta para esos conglomerados sociales que la ciencia política llama "sujetos del gobierno"? Ellos -el pueblo- no constituyen el antagonista fundamental del Monarca -excepto, claro está, si se desmadran-; por el contrario, son su contraparte necesaria, su justificación, su rebaño. Gran parte de las artes del gobernar que usa el Monarca se ocupan de debilitar la voluntad popular. ¡La Voluntad General!

El monarca es astuto y previsor: conoce a sus opositores mejor que ellos mismos, es ducho en el manejo de la publicidad, canaliza los golpes de mano de los desesperados a su favor, se maneja con una miríada de informantes infiltrados en todas las instituciones y grupos, deja refunfuñar a los políticos republicanos, fomenta los escándalos y sucesos espectaculares...

Estadística:

Una población se compone de seres singulares, vivos, impredecibles y sorprendentemente heterogéneos. El Estado los reduce a números, sujetos de gobierno y objeto de políticas públicas. Desvalorizados, son contados. El propio Estado, instaurador de la díada público-privado, los separa en mayoría y minoría. La mayoría está compuesta por una suma de individuos equivalentes entre sí, es decir, intercambiables. Esta operación aritmética transforma a la mayoría en propietaria colectiva de una "opinión pública". Se extrae un código numérico de tantas mentes confundidas, se pone orden en el manicomio urbano.

Medida, cuadro de múltiple entrada y ninguna salida, orquesta y comicios en los cuales la minoría estadística corrobora la omnipresencia y gloria del Número son, por el contrario, las operaciones básicas que el Monarca domina. Lo que la burocracia llama consenso democrático, pacto social, voluntad general, razón comunicativa y reglas de juego pactadas son algunas de las astucias justificatorias que la política reducida a control numérico de la población ha utilizado en el siglo XX, y en el último decenio argentino.

Cálculo:

¿Cuál es la esencia de la política en las metrópolis actuales? Es aquella que se sostiene en la persuación electoral de las clientelas electorales, en la asimilación de la campaña política al modelo del montaje cinematográfico. Se trata de un modo de legitimación espectacular o plebiscitario sostenida sobre la publicidad, es decir, sobre la credulidad. Feligrés voraz, el votante confunde el "cuarto oscuro" con la góndola de supermercado.

Visibilidad:

Como en cualquier otra comarca de la modernidad, una antropología iluminista nos constituyó como sujetos de la conciencia, como ciudadanos franceses sub especie jacobina, como sujetos de la calle. El hombre moderno disponía de un valioso órgano fisiológico, la conciencia. Alrededor de la misma se organizó un imponente marco institucional compuesto por escuelas formativas, textos de lectura, directores de conciencia, doctrinas periódicos y otros decodificadores de una realidad de índole lingüística. Noticias de la realidad anclaban sus anzuelos en los bordes de la mente. Esta se transformó en un campo de batalla por el cual y a través del cual disputaban diversas modalidades de pensarla. Una versión hegemónica instauraba los límites de lo pensable. Ideologías alternativas ofrecían instrumental reflexivo para mostrar lo impensable, el texto maldito. Adiestrar la conciencia devino la faena pedagógica por excelencia en el siglo XIX y hasta bien entrado nuestro siglo. Definir una modalidad del sujeto reflexivo significaba identificar el sujeto sobre el cual se ejercían las artes del gobierno. Pero en nuestros días las tecnologías que modifican y adiestran la percepción son muy distintas. Pantalla de TV, videojuego, computadora, realidad virtual, el hogar telematizado, la ciudad como un tejido catastral de cables, la antena parabólica. Ya no es la conciencia sino la vista el objeto del adiestramiento. El acto de ver es hoy un estado perceptivo continuo, nutrido por tenologías intensificadores de la percepción ocular y auditiva. La mirada, no la conciencia. Aquello que se aprende no es un texto sino un registro de visibilidad. Fuera de este registro el ojo no ve nada, aunque mire atentamente. Una futura alternativa política se verá obligada probablemente a develar lo invisible de una época a un ojo cuya visión es obnubilada constantemente por el estilo, la velocidad y el imperio de la imagen. Quien decodifica este universo icónico no es un "yo conciente" sino fragmentos del cuerpo. Y estos fragmentos conectan al sujeto a la dimensión onírica y poética de la realidad. Lo importante es que definiendo al sujeto de la percepción estamos definiendo al sujeto de gobierno. Y el monaguillo estatal sabe que el ciudadano, como la justicia, es ciego.

Seguramente el dominio del Número, del Valor de Mercancía y de Registros de Visibilidad sostenidos tecnológicamente no sea tan extenso ni tan intenso como aqui se los quiere proponer. Pasos iniciáticos, tendencias, solo la proyección exagerada de acontecimientos cuya importancia podría estar sobreestimada. Es posible también que las figuras de la potencia, la contrapotencia y la impotencia - a saber: Monarca, Disidente y Mayoría - no hayan aún desaparecido detrás de la crisis del concepto "sujeto". Pero es preciso analizar descarnadamente estas transformaciones.

Hace décadas que rumiamos la muerte del hombre, y en las aulas universitarias se habla del sujeto como efecto de estructura del inconciente develado a través del lenguaje, de la sociedad como un sistema autoorganizado, de la deconstrucción y de las perspectivas rizomáticas, de Nietzsche, de Freud, el postestructuralismo y la postmodernidad en coche. Sin embargo, el fin de la representación, espejo de la verdad, como una certeza conceptual no ha sido acompañada por el ocaso de la política representacionalista. Por otra parte, los conceptos de moda en los últimos veinte años de vida académica constituyen coartadas teóricas que no permiten asumir el drama de una subjetividad en la época que le ha sido destinada. Conceptos tales como democracia, pacto social, totalitarismo, autoritarismo, cultura comunicacional y otros talismanes teóricos por el estilo que merodearon en las Universidades en la década del '80 impidieron asumir, en primer lugar, la responsabilidad ética de un sí-mismo ante los acontecimientos que le demandan respuestas, y en segundo lugar, no permiten reconocer el lugar de emergencia de prácticas políticas que rompen las cadenas lingüísticas o materiales, sea que estas nos sujeten o nos desmembren. Pues la política, si se la imagina como un proyecto de autonomía social, es todavía el hecho maldito de la modernidad. Y es dudoso que las filosofías del lenguaje, de las que aún nos alimentamos, nos ayuden a pasar del otro lado.

Ya es hora de volver al tema central de esta "ponencia". Se trata de identificar a la fuente del poder soberano actual. Es decir, de identificar al sujeto sobre el cual actuan enormes magnitudes de poder. El soberano, el monarca, no requiere de excesivo análisis. La organización jerárquica de la sociedad y las diversas desigualdades socioeconómicas son casi la única constante cultural (además de la prohibición del incesto y de comer carne humana) en Occidente. A Rey decapitado, presidente electo. La acefalía nunca a provocado un dolor de cabeza al Estado. De legitimar el principio divino o el principio de autoridad ya se ocuparán los filósofos políticos. Pero la conquista del poder es un hecho escasamente representable. Es un acontecimiento de índole bélica. Es obvio que el poder se ejerce sobre cuerpos y sobre una sustancia confusa, a la vez sensible y reflexiva, que podemos llamar "sí-mismo". Sobre estos dos soportes trabajan incansablemente una serie de estrategias y de órdenes simbólicos destinados a forjar sujetos de gobierno. Cierto es que Número, Mercancía y Visibilidad señalan el modo en que el sujeto se enlaza a un modelo de política representacional. Pero esta constatación no pretende abviar el lugar de la instancia desicionista y reflexiva en el sujeto, oscura fuente del talante ético de una conciencia. Se trata de un instante dramático, pues en los momentos cruciales de una vida no podemos remitirnos a ordenamientos legales, trascendentales, racionales, comunicativos o religiosos. Solitarios, en silencio con cuerpo y conciencia, decidimos. Asi mana políticamente la fuente de la autarquía individual. Toda persona lo sabe. Los filósofos políticos prefieren ignorarlo, recurriendo al tema del Otro (con mayúscula, siempre), de la Otredad (ídem), cuya función al interior de los debates no se diferencia demasiado del chantaje.

Lo que no nos es posible es continuar utilizando conceptos tales como pacto, constitución y demás sinonimias inocentemente pues la vida real de la población argentina apenas supera la barrera de lo denigrante. Y las promesas de la filosofía quedan, naturalmente, incumplidas. ¿Cuál sería entonces la esencia de una política que sea capaz de asociarse al clamor por la libertad?¿Cómo exorcisar la Maldición de Maquiavelo?¿Cómo construir una política que no obligue a los seres humanos a optar entre nihilismo y trascendencia, entre acomodación a lo obvio y un utopismo estéril en sus formulaciones delirantes o místicas? Y sin lugar a terceras posiciones.

La política es sin fundamento. Sea. El orden social es sin "arque". Sea también. Las mentalidades políticas cambian. Amén. Que se ocupen de ellas los encuestadores. Pero a fines del siglo XX aún seguimos estupefactos sobre el abismo abierto por la constatación de Walter Benjamín sobre el surrealismo: "Desde Bakunin occidente carece de una imagen radical de la libertad". Aquí no se trata de hacer publicidad a un aristócrata ruso ni de fomentar nuevas adhesiones a la agudeza de los alemanes. Se trata, más bien, de recordar que una política radical exige deberes infernales. Y no son muchas las certezas que pueden ofrecerse sobre este asunto. Sé que las transformaciones políticas se inician a traves de eventos malditos. Sé que los ideales libertarios que los acompañan, aunque implícitos, no son representables. Son, en todo caso, trágicos, pues obligan a unir existencia y doctrina. Sé que se trata de una libertad loca, semejante ùnicamente a la perfección del amor absoluto, una libertad que mantiene en constante oscilación al lazo social y que abre las fronteras hacia experiencias desconocidas. Sé que no puede soslayar la preexistencia, la sobrevivencia y la segura reconstrucción jerárquica de una Ley, pero que siempre es posible combatirla con las armas de la sátira, la insolencia y la indomitez, y que no es deseable descartar la autodisolución como modo de impedir la reproducción de la iniquidad. Sé que la acción política requiere que nuestras emociones hacia el género humano fluctuen entre la piedad y el desprecio, si es que alguna aduana es capaz de diferenciarlas. ¿Existen políticas recomendables para una etnia? Quizás solo para cófrades. No hay futuro: las iluciones nada revelan, solo destruyen. De cada libro o pensamiento nuevo se extraen apenas modalidades de la incertidumbre: vacilación y mayor ignorancia. Sé que no somos solamente sujetos del lenguaje y que en esta afirmación debe ocultarse algún secreto traducible a política. A cienia cierta, sólo se puede pasar a través del espejo con la imaginación. Quizás sea necesario imaginar tan violentamente hasta romper la cáscara de la mirada. ¿Qué podemos hacer nosotros, prole de un Innombrable? Podemos hacer política: es decir, podemos destruir.

* Fragmentos de un texto (mucho más amplio) leído en el encuentro argentino-francés "Ley, Estado, Nación", organizado por el Centro de Estudios Avanzados de la Univeridad de Buenos Aires. 3, 4 y 5 de diciembre de 1992. Fuente Revista "No Hay derecho" Nº 9, junio-agosto, 1993.

 

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