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Clase VI de un Curso de Sociología Ambulante

De cebollas, sociedades, y cohesión social

                                                         por Alberto Tasso[1]

 

¿Qué es la cohesión social?  Esta fue una pregunta que me hicieron los otros días.  Al principio, se me ocurrió buscar una definición en algún manual, que no falta en la Biblioteca Amalio Olmos Castro, en la que soy Bibliotecario Mayor, y quizá tampoco en la Sarmiento o la 9 de Julio, de las que soy habituée.  Mejor aún, pensé luego, debería iniciar la búsqueda en una obra de  referencia, tal como la Enciclopedia de las Ciencias Sociales, cuyo uso siempre recomiendo. Finalmente, decidí postergar la consulta bibliográfica, porque no estoy haciendo una monografía o una tesis sobre la cohesión, y sí recurrir a mi memoria, mecharla con algunas experiencias y otras cosas que he observado andando por ahí, y acaso elegir un ejemplo didáctico que pudiese representar la idea que quería transmitir.  Eso hice, y este es el relato de mi búsqueda.

¿Y que será la cohesión social? Primero me quedé pensando un rato en silencio. Eso que llaman reflexión. Pero no se me ocurrió nada apropiado, y entonces salí a caminar.  Es muy curioso lo que sucede cuando se recorre la ciudad.  Uno encuentra muchas cosas, y ninguna parece tener nada que ver con el problema que se plantea.  

Por ejemplo: primero me crucé con una pareja de personas que parecían ‘enamoradas’.  Caminaban abrazadas.  Después observé un partido de fútbol en un campito que hay cerca de mi casa.  El juego estaba interrumpido por una discusión algo fuerte: parece que alguno de los jugadores había puesto el pie donde no debía. Naturalmente se trataba de algo que un equipo consideraba un foul, y los del otro una simple intervención defensiva ante el delantero que venía amenazante con la pelota. Discutieron un rato. Los ánimos estaban enfervorizados y parecían a punto de irse a las manos. Finalmente, no lo hicieron, porque el reglamento del fútbol prohibe utilizar las manos a todos, con excepción del arquero. Como era un partido informal, de los que se celebran en todos las canchas de barrio, no había árbitro. La interrupción ya era demasiado larga, y los muchachos querían seguir jugando. Ya fuera porque habían recuperado el aliento o por otra razón, se acordó dar lugar al foul, que pateó el damnificado, todavía rengueando por un fuerte patadón en las canillas, y continuó el partido.

Seguí caminando, hasta que me detuve a tomar un café. Allí escuché esta conversación:

-Me dijeron que te separaste de tus socios. ¿Qué pasó?

-Nada, que esto tenía que suceder. Les dije que me abría, que no nos entendíamos y mejor terminar la sociedad. Y ahí me encontré que no sólo me pasaba a mí, ya que mis dos socios tampoco querían seguir adelante. Liquidamos la sociedad, y ahora, cada uno por su lado. Mejor solo que mal acompañado. El buey solo bien se lame. Me parece que ahora voy a poner una verdulería por mi cuenta.

Al escuchar la palabra verdulería me acordé que se me había terminado la cebolla, que a mí me gusta mucho. Así que me detuve en la que hay en la esquina de mi casa y compré medio kilo, tres buenas cebollas, de buen porte y color. Las guardé en una bolsita, y esa tarde me dirigí a la Biblioteca Sarmiento, que era donde tenía que responder a la pregunta sobre la cohesión social.

Llegado mi turno en el panel (¿habéis observado la situación de los paneles, teatral tras su apariencia espontánea, aunque en realidad sigue un ritual escénico riguroso y organizado?) coloqué la bolsita sobre la mesa y dije:

-Aquí tengo tres cebollas, y les voy a hablar de cada una de ellas.

Mientras algunos sonreían, tomé una de las cebollas y la puse sobre la mesa, a la izquierda.

-Podemos observar que ésta, la primera, es una hermosa cebolla, rodeada por sus finas capas de color tan particular, entre el sepia y el tostado, que merecería llamarse color cebolla. La compré esta mañana.

Me detuve un segundo para observar el efecto de mis palabras. Silencio total. Magnífico, me dije. Seguí adelante y coloqué hacia la derecha de la mesa, con cierto trabajo, una cebolla totalmente desarmada, sueltas y desunidas todas sus hojas.

-Esta es la tercera cebolla. Me tomé el trabajo de desarmarla para mostrársela a ustedes hoy.

Aquí hice un silencio algo prolongado, como si no tuviera más para decir. Entonces se escuchó una pregunta que venía desde el fondo de la sala:

-¿No dijo que las cebollas eran tres? ¿Qué pasa con la segunda?

-Buena pregunta –reconocí alegremente, y saqué de la bolsa la segunda cebolla, que estaba muy poco elegante, desarmada a medias pero atada con un hilo que envolvía sus partes para tratar de mantener su forma de cebolla, y la coloqué en medio de las otras

Nuevo silencio. Hasta que otra voz preguntó suave pero audiblemente desde el otro extremo de la sala:

-¿Y entonces? ¿Qué quiere decir con esto?

Me alegré mucho por esta pregunta. Es que los ejemplos didácticos, cuando son desarrollados apropiadamente, atrapan siempre al auditorio.

-Sólo estaba tratando de mostrar que cosa puede ser la cohesión social. La primera cebolla, completa y perfecta como la naturaleza la dio al mundo, representa un caso ideal, el de la sociedad totalmente cohesionada y sin fisuras. Acaso no exista una sociedad tan perfecta, pero sin duda algunas realidades sociales se aproximan a ella. Podríamos ver casos parecidos en ciertas sociedades muy pequeñas, como por ejemplo una pareja de enamorados. Es como si cada capa de la cebolla estuviese ‘enamorada’ de la otra, y quisiese mantenerse unida a ella.

La tercera cebolla, desarmada, nos presenta el caso opuesto, de una sociedad que ha perdido totalmente la cohesión. Ya casi no podemos verla como cebolla sino como partes sueltas. También podemos ver este caso en otras sociedades muy pequeñas, como por ejemplo un grupo de socios que decide romper su sociedad.

Y la segunda cebolla... ah, la cebolla atada con un hilo... Esta se parece a muchas sociedades que a pesar de los problemas y fuerzas de desunión que enfrenta, decide mantenerse unida, trabajosamente, que hace el esfuerzo por reconocer un marco que la unifique y la contenga, y que de un modo u otro lo logra. Vemos aparecer esta situación en un partido de fútbol de barrio donde surge un conflicto que amenaza una pelea fatal, y que finalmente logra reconocer una regla compartida, y hace un acuerdo para seguir jugando.

Y luego de decir estas palabras miré el reloj y comencé a retirarme del panel, que había estado muy interesante. Camino hacia la puerta, escuché unos jóvenes que se preguntaban:

-¿Pero qué sucede con las sociedades más grandes? ¿Con la Argentina, nuestra propia sociedad, por ejemplo?

-La Argentina no está unida como la primera -dijo una chica.

-Pero tampoco desunida como la tercera... - agregó un muchacho.

-Claro que no está muy lejos de estarlo... –dijo casi para sí un tercer joven.

-Vamos a preguntarle al panelista... –sugirió otro.

Pero yo estaba llegando a la salida. Esa noche me iba a comer una rica ensalada de tomate, pimiento y cebolla, mucha cebolla, como a mí me gusta. Y no es bueno interrumpir la cena con disquisiciones intelectuales.



[1] Sociólogo y escritor. E-mail: tasso@arnet.com.ar


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