PÁGINA PRINCIPAL    www.acilbuper.com.ar    R E V I S T A    D E    C s .     S O C I A L E S


BARBARIE CAPITALISTA

Y

PRÁCTICAS DE REFUGIO 1

 

por Dr. Homero R. Saltalamacchia

 

 

 

TABLA DE CONTENIDOS

INTRODUCCIÓN
EL FUTURO SEGÚN DANIEL BELL
PERO EL MIEDO CONTINÚA
LOS VENTARRONES DE UNA NUEVA ÉPOCA
LAS TEORIZACIONES SOBRE LA MARGINALIDAD
¿QUIÉN LE TEME A LOS MARGINALES?
LAS PRÁCTICAS DE REFUGIO
LA DELINCUENCIA COMO REFUGIO
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA


INTRODUCCIÓN

 

       Las sociedades, siempre han bordado el espacio; convirtiéndolo en una dimensión de si mismas, en la que van dejando rastros de todas aquellas formas de diferenciación, conflicto y rearticulación que las han ido construyendo 2. De allí que metáforas espaciales como “centro/periferia” y “marginalidad” pudieron ser fórmulas claves para denunciar las relaciones de poder y explotación existente entre países y en el interior de cada país: en ambas, el poder fue representado como una relación entre un eje y sus diferentes y escalonados suburbios.

       Hoy se sigue recurriendo a ese tipo de metáforas para referir a las relaciones entre países diferentes. Pero, ahora, su peculiaridad es que, más que revelar, ocultan toda referencia a relaciones jerárquicas. De esa forma, las metamorfosis y desplazamientos de poder ocurridos en la geopolítica mundial son aludidas mediante el eufemismo “norte/sur”, en el que las diferencias solo aparecen referidas al lugar que los países ocupan en la cruz que orienta a los navegantes.

       El cambio no es arbitrario ni inexplicable: descubre el notable repliegue de los intelectuales; que mayoritariamente evitan toda postura que los identifique con el frontal enfrentamiento a las principales formas de concentración del poder en el mundo, que era moda en las décadas de los sesenta y setenta. De hecho, esta nueva metáfora sigue aludiendo a las crecientes desigualdades sociales. Pero, suaviza sus alusiones detrás un velo en el que se combina la aparente determinación geográfica con la ausencia de manifiestas denuncias sobre el desequilibrio de poderes en lo internacional y en lo interno. Sin embargo, la brecha que separa a los países más ricos de los más pobres se ha incrementado, notablemente, en la última década. En toda América Central y del Sur, por ejemplo, (para aludir solo a la región que en este trabajo habrá de interesarme), la pobreza y la trasnacionalización se han ido convirtiendo en rasgos aún más traumáticos que los denunciados por los intelectuales latinoamericanos en la década del sesenta; y ellos son actualmente tan graves que han llegado a despojar de contenido real mucho de lo que se lograra con la democratización de los gobiernos. En la mayoría de los casos, se ha reemplazado el autoritarismo político por la desembozada dictadura del dinero y en todos los países, cada vez hay menos estratos sociales que ocupen el espacio, antes relativamente amplio y diverso, que separa los polos de la pobreza y la riqueza. Ante esa situación, ni los intelectuales ni los militantes políticos hemos sido capaces, hasta ahora, de emprender una investigación que contribuya a la invención social de respuestas a lo que parece ser una ofensiva aplastante y sin alternativas en contra de las conquistas sociales y políticas logradas durante todo el siglo.

       Para llegar a esa impotencia, desorientación y hasta desinterés de la intelectualidad progresista, confluyeron varios factores. Los más impactantes fueron las derrotas de los movimientos populares y la crisis final de los regímenes burocráticos de Asia y Europa Oriental. Ambos acontecimientos dieron por tierra con las perspectivas hasta entonces dominantes; impulsando, en cambio, una reconsideración absolutamente novedosa (dado que los anacronismos son una forma de novedad) de las ventajas de la economía de mercado y de los gobiernos liberales3. La carga de antiguas frustraciones impide hoy retomar las críticas a los costados deficientes de un liberalismo que ya había sido puesto en cuestión hace más de un siglo; y también impide pensar, con independencia, posibles alternativas a la nueva situación. Por eso, independientemente de los indudables beneficios de la revisión emprendida sobre los aspectos benéficos de la tradición liberal, una de sus debilidades ha sido la falta de reflexión y generación de alternativas contra la creciente barbarización de las relaciones sociales ocurridas en los últimos años; barbarie cuyos principales signos se muestran en el brutal desequilibrio de las relaciones entre las grandes potencias y el resto de los países, la apremiante crisis del ecosistema mundial, el crecimiento de la pobreza extrema que lleva a la masiva salida de estos sectores del contexto regular de la sociedad, las migraciones masivas 4, los renovados enfrentamientos étnicos, el incremento de la violencia y la delincuencia, la expansión de los fundamentalismos y la impotencia y desmoronamiento de las organizaciones populares.


       Lo notable es que esa barbarización (en el contexto de una globalización que lleva a una progresiva, estrecha e ineludible interacción entre los componentes de la sociedad) no produce beneficiados y perjudicados: pues la miseria de unos se va convirtiendo en el fundamento del miedo ineludible y de la perdida de valores civilizados en el otro extremo. Pese a todo, la crítica a las consecuencias devastadoras de esta revolución mundial no son criticadas: la casi totalidad de las investigaciones o los ensayos se contentan con describir, presentar algunas preocupaciones, alentar algunas soluciones parciales o incitar al optimismo de largo plazo. Ni siquiera las evidentísimas consecuencias más nefastas de los procesos globalizadores actuales (tal como son impulsados por las grandes corporaciones transnacionales, los organismos financieros internacionales y las élites políticas mundiales más insensibles frente a la dualización de las sociedades) merecen una constante y responsable actividad crítica por parte de los académicos o los productores de opinión pública: por el contrario, casi siempre se ve esa revolución como un proceso inevitable y de grandes beneficios para la humanidad. Parece que todo se repite. Consecuentes con un determinismo tecnológico parecido a la peor especie del marxismo vulgar, los ideólogos de moda hablan de las transformaciones tecnológicas como causa exclusiva de estos cambios; y sin casi mencionar la pobreza de las naciones y de sus súbditos, no paran de señalar el progreso de los países, tomando como indicador privilegiado el ritmo con que se negocian los papeles en sus respectivas bolsas. Dados esos criterios, señalan que esas innovaciones son indispensables e inevitables, proclaman la necesaria y benéfica adaptación, a las mismas, de todos los miembros de la sociedad; e invalidan así la posibilidad, y hasta la legitimidad, de pensar y luchar por modelos de desarrollo que utilicen de otra manera esos adelantos tecnológicos y contrarresten la actual barbarización de las relaciones sociales 5.

 

 


EL FUTURO SEGÚN DANIEL BELL

 

       Ante la perspectiva de como será el mundo en el siglo XXI, Daniel Bell, advirtiendo las dificultades con que se enfrenta cualquier intento de hacer predicciones exactas, ha sido uno de los que más se ha animado a hipotetizar sobre el futuro. Bell cree que existen, y se pueden identificar, marcos estructurales básicos que están surgiendo y que formarán la matriz que, en un futuro muy próximo, organizarán la vida de las personas. Detectándolos, Daniel Bell (1988) se propone delinear algunas hipótesis que alerten a los gobernantes, y a la población en general, sobre las dificultades que, en un futuro muy próximo, habrán de enfrentar las principales potencias.

        Para ejemplificar esos cambios en los marcos estructurales básicos, recuerda que, en el pasado, un marco obvio en la regulación de las conductas fue el cambio que llevó a Estados Unidos a pasar de ser una sociedad agraria a ser una sociedad industrial: hoy, dice, menos del 4% de la fuerza laboral trabaja en granjas. Y la razón fundamental del cambio fue el enorme incremento en la productividad agrícola desatado durante la segunda guerra mundial y después, con la introducción de fertilizantes químicos y plaguicidas. Como resultado, unos 25 millones de personas abandonaron las granjas. La aparcería fue prácticamente abandonada, y los negros se desplazaron al norte, a las ciudades centrales. Recordando esos cambios puede verse, según este autor, cómo ciertos saltos tecnológicos provocan un proceso social de cambios eslabonados.

       En el sistema internacional actual, la cuestión más importante es si, para el año 2013, la cuenca del pacífico será el centro del poderío económico. De ser así, las naciones del este de Asia, encabezadas por Japón y China, los países del sudeste asiático y los Estados Unidos y la Unión Soviética serán los principales actores económicos del mundo. Ese es uno de los cambios esperables, dado que actualmente, la gran expansión en el comercio de Estado Unidos de América es con los países de la zona del pacífico.

       Otro cambio importante ocurre en las actuales formas de división del trabajo. Sobre este aspecto de la cuestión, el autor afirma que la vieja división del trabajo, que moldeó la economía mundial en los últimos decenios, está desapareciendo y no ha surgido una pauta clara y única que la reemplace. La manufactura industrial básica de bienes estandarizados de producción en masa está siendo “sacada” del mundo occidental y ubicada en el este de Asia y en menor medida, en Brasil y la región México-caribeña. Los Estados Unidos y Japón han pasado a ser sociedades postindustriales; por lo que las partes predominantes de sus economías son los sectores de servicios y alta tecnología. El núcleo de la sociedad postindustrial reside en sus servicios profesionales y técnicos. En la nueva manufactura, la proporción de materias primas disminuye en forma sostenida como porcentaje de costos.

       Junto a esas transformaciones en la división del trabajo ocurren otras en el sistema monetario internacional: los Estados Unidos se han convertido en la sede económica de grandes partes del mundo y Londres un nódulo de servicios financieros. Lo constante es la internacionalización del capital; un estado de cosas simbolizado por la vasta acumulación de eurodólares que no están sujetos al reglamento financiero de los Estados Unidos de América. Para adecuarse a esas circunstancias, tendrán que surgir sistemas monetarios nuevos, que constituyan la columna vertebral de la nueva economía internacional.


      
Por último, en el campo de la tecnología Bell prevé la consolidación de cambios de gran envergadura:
"Para el 2013 habrá madurado la tercera revolución tecnológica; la unión de las computadoras y las telecomunicaciones (televisión interactiva, audio telefónico, computadoras para la informática, facsímiles de textos) en un sistema único pero diferenciado, el de la 'nación cableada' e incluso de la 'sociedad mundial'.
Y agrega:
       Esta revolución resultará en la eliminación de la geografía como variable controladora. Para ilustrar esto, considérese la naturaleza cambiante de los mercados. Históricamente, el mercado fue el primer lugar donde los caminos y los ríos se cruzaban, donde los comerciantes y las caravanas hacían un alto en su recorrido, donde los agricultores llevaban sus productos y los artesanos sus habilidades. Esta nueva economía ya no es así.
Actualmente el mercado está en todas partes. Es una red de télex-radio-computadora que vincula a los industriales, financieros y comerciantes de todo el mundo y es capaz de desviar a los barcos que están en altamar a sus nuevos destinos. Cada día se desliga más el trabajo en un lugar y las operaciones de sus oficinas generales: los mercados no son ya lugares sino redes electrónicas.

        Antes esos cambios, Bell prevé dos grandes dificultades: una de ellas radica en las formas que cobra la institucionalización estatal en el contexto de la globalización, y la otra, en el intenso crecimiento demográfico y las constantes migraciones que producen los desequilibrios de las riquezas entre las naciones.
De acuerdo a lo dicho, se puede percibir que, hoy, lo que predomina es una economía internacional fuertemente interdependiente; mientras que las instituciones que regulan esa interdependencia son muy débiles. A su ves, pese a que la economía internacional se halla cada día más integrada, muchos estados se están fragmentando. Y esto obedece a dos problemas. Por un lado, el estado-nación se está volviendo demasiado pequeño y no tiene capacidad para regular e intervenir eficazmente en los grandes problemas de la vida en sus sociedades y, al mismo tiempo, es demasiado grande para intervenir y resolver eficazmente los pequeños problemas de la vida cotidiana de sus poblaciones 6.

       Según Bell, en esas divergencias se ubica la primera bomba de tiempo que amenaza el mundo del futuro. La segunda “bomba de tiempo” que anuncia proviene de la evolución demográfica del planeta.
La población mundial asciende hoy a unos 5.000 millones de personas y según todas las proyecciones puede duplicarse en 40 años. Pero esa no es la principal bomba de tiempo: lo que será difícilmente manejable es la brecha cada vez más amplia entre los grupos de edad, que se produce en diferentes partes del mundo. En toda África, los jóvenes menores de 15 años de edad, constituyen entre el 40 y el 50% de la población y, en casi toda América Latina, los jóvenes representan cerca del 40% de la población. Según el autor comentado, estos desequilibrios de la población significan que, en los próximos 20 años, veremos que el mundo es arrasado por oleadas demográficas que producirán efectos poco controlables.

       Sin embargo, el balance entre los logros y los peligros parece muy positivo y la imaginación del autor se mantiene optimista. Por otra parte, y esto es lo que me interesa destacar de ese trabajo, entre los peligros anunciados por Bell no figura para nada ni la barbarización de las relaciones sociales ni el consecuente incremento de la violencia en la vida cotidiana.

 


PERO EL MIEDO CONTINÚA

 

       Si todo fuera tan bello, hubiésemos llegado, al fin, a la envidiable situación de descansar, dedicados a la contemplación de lo bello, a la agradable práctica del dolce far niénte o a la desinteresada investigación sobre las causas últimas. En todo caso, nuestra principal preocupación sería la de resolver los problemas producidos por el incremento de la población o por las diferencias entre los grupos de edad; y la creación de alguna forma de control estatal mundial de la circulación del capital en ese espacio. Sin embargo, para desgracia de todos, el entusiasmo por las novedades tecnológicas no impide (o, al menos: a algunos, no nos impide), ver cómo, en las ciudades que habitamos, las ventanas se llenas de rejas siempre insuficientes, o sentir que los seguros puestos en nuestros automóviles son insuficientes ante el peligro de los robos, o añorar nuestras posibilidades de gozar de lugares de diversión sin requerir que permanezcan día y noche resguardados por ejércitos de guardias fuertemente armados, o temer la acción impune de las mafias que cooptan a los propios encargados de nuestra seguridad. Tampoco impide que, al viajar en horas de la noche, odiemos esa necesidad imperiosa de cruzar en rojo los semáforos, por miedo a detenernos y ser atacados por algún asaltante solitario; o que leamos (no sin exhalar una ritual e impotente muestra de indignación o preocupación) los titulares que proclaman el crecimiento anual de la criminalidad; o que, en algún momento, los más viejos, sin darnos cuenta, recordando las casas sin puertas cerradas de nuestras infancias, sintamos una honda y sorda desesperación frente a las condiciones en que nuestros hijos y nietos vivirán en este futuro que ha comenzado no sabemos muy bien en que años pasados.
¿Pena de muerte?, ¿mano dura contra el crimen?, ¿guerra?7, ¿serán esos los paliativos frente a la violencia?, ¿es cierto que el crimen es el efecto simple de la falta de ley o de una mayor autoridad y disposición presupuestaria concentrada en los organismos represivos?, ¿podremos alguna vez reunir a todas esas malas almas que nacieron con vocación para el crimen y cremarlas en una nueva cámara de gas; o, al menos, dándoles la ventaja de una defensa legal, podremos pasar a todos y cada uno por la silla eléctrica o la cámara de gas?, ¿podremos hacerlo sin que eso signifique un incremento en el gasto estatal y su correspondiente reflejo en nuestro gasto impositivo?, ¿estaremos seguros de que, una vez muertos todos los actuales criminales, no nacerán otros; y al fin podremos descansar sin crímenes, volviendo a gozar de la tibia tranquilidad de una ciudad sin violencia?, ¿podremos matarlos, o promover que los maten, sin convertirnos en asesinos?, ¿podremos dejar que sigan viviendo, como hasta hoy, sin que nos invada el terror cotidiano ante un posible ataque?

      

     En el contexto de esas preguntas no resueltas, el objeto de este trabajo es presentar los resultados de una investigación exploratoria en torno a uno de los efectos de esa revolución mundial: la violencia urbana (íntimamente relacionada con el negocio de las drogas).

 

       Me basaré en el análisis de una veintena de testimonios de jóvenes habitantes de “caseríos” y de entrevistas en profundidad hechas a psicólogos o trabajadores sociales que trabajan con ellos, como también en la lectura de periódicos, documentos de organizaciones civiles y religiosas y en la observación de los noti-cieros televisivos. Apoyado en esas experiencias, lo que pretendo es pensar el crecimiento de algunas de las formas que conducen a la renovada violencia e intolerancia urbana; que aparece como una expresión sintomática de un síndrome de barbarización creciente, por el cual todos hemos comenzado a perder importantes conquistas de la vida civilizada. Al mismo tiempo, al poner en discusión algunas de las propiedades actuales de esas prácticas, me propongo discutir la respuesta a algunas preguntas que a cualquier se le ocurren al escuchar el debate contemporáneo; todas ellas ligadas a la posibilidad o ilusión de una gobernabilidad pluralista: ¿es cierto que la mejor solución a la violencia urbana radica en el incremento de la capacidad represiva del estado nacional o de las fuerzas policiales internacionales dirigidas desde las grandes potencias?, ¿es cierto que podemos soñar con la democracia –aún en una versión desleída en la que se permita a la población alguna capacidad de influencia mediante el voto— sin que esos sueños deban empañarse debido a la creciente vocación ciudadana y gubernamental hacia el fortalecimiento del aparato represivo como forma de instrumentar “la mano dura contra el crimen” y la supresión de algunos derechos civiles?

       Se ha puesto de moda promulgar la necesidad de participar y hacerse cargo de la propia suerte frente a un estado benefactor que ha probado su quiebra como solución ante las desigualdades y como fuente de legitimación; pero ¿qué participación puede esperarse de una población que ha perdido vínculos culturales con el resto de la sociedad gracias a su expulsión de toda forma legítima de existencia junto a la ya multi generacional imposibilidad de ganar la vida decorosamente mediante el trabajo?

  En este artículo se presentarán informaciones y razonamientos que parecen extender un velo de dudas sobre esas alternativas.

  Para ello, se mostrarán algunas evidencias que parecen negar que una solución a la violencia urbana radique en más prohibiciones y persecuciones (por ejemplo: en la intensificación de las penas o en la disminución de la edad en que los adolescentes pueden ser tratados judicialmente como adultos o en el incremento del poder policial y militar) y mucho menos en la disminución de los derechos civiles, que nos pondría definitivamente, a todos, bajo el poder discrecional de las burocracias represivas.

           Negadas o cuestionadas las esperanzas depositadas en la redención de un nuevo mundo, emergente desde las promisorias ruinas del muro de Berlín, la tarea de los intelectuales deberá recobrar el carácter de búsqueda que mantenga su capacidad de autonomía en relación con aquellos que, por su concentración en la tarea de gobernar, poco pueden hacer para visualizar los riesgos de sus propias acciones.

 

 


LOS VENTARRONES DE UNA NUEVA ÉPOCA

 

       En los últimos veinte años el mundo ha cambiado radicalmente.

      Con el nacimiento de las micro computadoras, el desarrollo de los sistemas mundiales de comunicación mediante fibra de vidrio y satélites, la automatización de los procesos industriales, comerciales, financieros y de servicios, ha sido posible, desde los setenta, un nuevo modelo en la acumulación capitalista mundial; modelo que muestra una inmensa capacidad revolucionadora, tanto de las formas de trabajo como de las maneras de relación social. En la vida de todos, la televisión e INTERNET nos acercan a culturas hasta hace poco apenas conocidas y a tradiciones totalmente distintas, alterando las propias nociones sobre el territorio y el espacio (Hiernaux, 1996, Finquelevich, 1996). Mientras que, en el plano de las relaciones económicas y políticas, la globalización de la economía obliga a pensar en mercados externos y en especializaciones regionales; al tiempo que, gracias a esos mismos adelantos, las empresas logran romper con la antigua organización del trabajo en grandes unidades de producción masiva, limitándose, muchas de ellas, a reunir procesos productivos que están dispersos en el espacio y que ya no toman la forma de producción a cargo de asalariados. Poco es lo que queda de las anteriores formas de producción y circulación que no haya sido redefinido mediante su subordinación a la nueva lógica que regula las relaciones en el interior y en el exterior de los estados nacionales, haciendo, por otra parte, que también esas fronteras adquieran nuevas características y funciones.

       En Latinoamérica, esta nueva etapa de la acumulación capitalista, facilitada por la acción de regímenes autoritarios (civiles o militares) que fueron eficaces en la destrucción de todas las formas de oposición social surgidas de la sociedad civil, produjo dos efectos de gran importancia para nuestro tema 8.

       Por citar solo algunas de esas novedades, podemos recordar la destrucción o subordinación de las formaciones empresariales menos concentradas (mano de obra intensivas) y la orquestación una contraofensiva sumamente exitosa contra las organizaciones de trabajadores y contra las principales normas reguladoras del estado de bienestar; con la consiguiente disminución radical del poder de negociación de los trabajadores en el mercado laboral. Dicha contraofensiva (obligada y/o estimulada, por un lado, por la necesidad de competir con empresas, como las orientales, cuyos trabajadores no gozaban de los beneficios y derechos de los occidentales, y por otro, por la exigencia de explotar mercados sumamente heterogéneos y cambiantes) consiguió acabar con la anterior homogeneidad de la fuerza laboral, sus ámbitos espaciales de intercambio y organización y sus sistemas de defensa; conduciendo a una crisis global de las anteriores formas de organización y defensa sin que se hayan logrado establecer otras que las reemplacen. Al mismo tiempo, varias otras tendencias, no necesariamente del mismo origen ni congruente entre sí, también contribuyeron a conformar las singulares características de esta transición. Entre ellas puede citarse: a) el sabotaje y la oposición sistemática de los cabilderos y representantes de las grandes corporaciones hacia el control estatal de sus gestiones, b) las genuinas dificultades en la recaudación fiscal (debido, entre otros factores, a la incapacidad del estado de controlar la evasión fiscal de las grandes corporaciones y a la alteración en el peso relativo de las generaciones contribuyentes en relación con las generaciones usuarias de la mayor parte de los servicios del estado de bienestar) y c) la ineficiencia indudable de una maquinaria gubernamental compleja e incontrolable. Estos y otros factores terminaron produciendo una crisis definitiva en las estructuras típicas de ese estado de bienestar 9 —particularmente en el área de la intervención estatal para el logro del pleno empleo y en el área de las políticas de concertación obrero-patronales 10 (Campero, 1990; Castillo Ochoa, 1990; Varios autores-a, 1990; Varios autores-b, 1990; Acuña, 1990; Sojo y Franco, 1990; Garrido, 1990).

       Por su parte, la rápida expansión de diferentes formas de trabajo por cuenta propia y la generalización de la subcontratación y del salario individualizado, han hecho aún más difíciles las búsquedas exitosas de nuevas formas de organización y reivindicación colectiva; dejando, como recurso, un poco fructífero péndulo entre las salidas individuales (aumentar la cantidad de horas trabajadas y/o disminuir el precio del trabajo, etc.) y los estallidos comunitarios salvajes, con el aderezo poco frecuente de movilizaciones orquestadas desde un liderazgo sindical que no sabe como resguardar sus pequeños resquicios de poder.

       En el mismo sentido, las políticas públicas y privadas de represión, racionalización, despido y privatización —ante las cuales las organizaciones sociales han sido impotentes– han fragmentado y disuelto los antiguos nucleamientos y formas alternativas de solidaridad en los sectores populares (Piore, 1986; Jessop, Jacobi y Kastendiek, 1986; Montero, 1989; Berger, 1990; Offe, 1992).

Tal como sintetiza Adolfo Gilly:

       En el terreno jurídico, la fragmentación se realiza transformando los derechos sociales (educación, salud, vivienda) en servicios pagados; es decir, convirtiendo a los derechos en objetos del mercado. En el terreno social, individualizando esos derechos en relaciones contractuales personalizadas, aislando a los individuos (no sólo a los trabajadores) frente al capital y poniéndolos en situación de vivir para competir, todo el tiempo, todos contra todos. La fragmentación destruye los espacios de socialización del pensamiento: educación, salud, trabajo, naturaleza y los convierte en cotos de las ambiciones privadas (familiares e individuales).

       La fragmentación es, en este sentido, uno de los vehículos predilectos de la barbarie del capitalismo reestructurado (1993: 5).
       Sintetizando otros rasgos de ese cuadro Petras (1990) enumera:
la sustitución de capitalistas industriales nacionales por financieros internacionales y especuladores inmobiliarios, de ingenieros por consejeros de inversión, de obreros industriales fijos, bien pagados y sindicados, por obreros de servicios eventuales, mal pagados y por cuenta propia. Y, sobre todo, el enorme crecimiento, en el Norte y en el Sur, en el Este y en el Oeste, del sector informal; un mosaico social que va desde contratistas que dirigen talleres de explotación mal pagados hasta un ejército de traficantes de droga, vendedores y compradores. Todos operan sin regulación estatal, minando así casi un siglo de legislación social referente a sanidad, condiciones de trabajo, salarios mínimos, etcétera. La marginalidad no es un fenómeno temporal del primer capitalismo ni una circunstancia en declive: a escala mundial, la marginalidad está aumentando con el crecimiento de economías pos-industriales, neoliberales, que se extienden con la internacionalización del capital. Hacia el año 2000, una mayoría de la fuerza de trabajo mundial y más de un tercio en el mundo desarrollado estarán condenados a papeles marginales en el sistema político, económico y social.

       Por su parte, las instituciones del estado, liberadas de sus funciones de bienestar social, han incrementado notablemente su papel en la gestión administrativa y el control represivo de la sociedad. Función en la que el control y la supervisión de la vida social ha mejorado su eficacia mediante el uso de sistemas computarizados; que permiten un amplio reconocimiento y control de las historias personales y de las actividades cívicas de los ciudadanos. El estado complementa su función liberalizante con políticas claramente dirigidas a la “moralización” y subordinación de los ciudadanos a las condiciones impuestas por las grandes empresas en el mercado laboral, a la represión de toda forma de reacción o al control de los efectos más perniciosos de las estrategias de sobrevivencia que supongan alguna forma de violencia social 11. Ese mayor control no ha conseguido, sin embargo, suprimir o disminuir el impacto de las reacciones desesperadas de quienes han quedado fuera de la cada vez más restringida sociabilidad legítima y la violencia en todas sus formas invade las sociedades, introduciendo el miedo como ingrediente cotidiano. La mano dura contra el crimen ha pasado simplemente a ser un nuevo ingrediente de la violencia que arropa nuestra vida cotidiana en lugar de ser, como lo predicaron sus impulsores, el instrumento para su superación.

        Esas políticas no son de pura inspiración nacional. Como nunca, el monopolio del saber fortalece los poderes de los dirigentes internacionales de la economía, la educación y los aparatos bélicos, creando elites transnacionalizadas cuyas políticas acompañan la profundizada brecha que separa a los países desarrollados de los otros y, en el interior de cada país, a las zonas más prosperas de aquellas en que los niveles de pobreza apenas son menos agudos cuando la producción y/o venta de drogas inyecta algún dinero en esas economías sin futuro. Por su parte, y en una dirección que revela grandes trazas de coincidencia, la Organización de las Naciones Unidas y las alianzas entre los estados de las principales potencias (en el Fondo Monetario Internacional, el Banco mundial, la Organización del Atlántico Norte, etc.) pasan a formar parte de una decidida maniobra tendiente a disciplinar cualquier vestigio de resistencia al nuevo orden.

        Alguna forma de redemocratización o participación en el poder local y mundial deberá inventarse. Pero, por ahora, a medida en que el poder se ha ido desplazando a empresas y organizaciones transnacionales, la capacidad ciudadana de hacer valer sus opiniones es más pequeña que nunca. No porque no existan elecciones. Las hay y podrá seguir habiéndolas. Pero la fragmentación, la manipulación de los medios de información y la pérdida de importancia de los parlamentos y los gobiernos, hacen de esas elecciones un medio muy poco efectivo para que, con él, se agoten todas las formas de participación 12. En ese desamparo, y conviviendo cotidianamente con una violencia urbana cada vez más rampante, las políticas de mano dura han cobrado un firme y poco cuestionado consenso; que seguirá aumentando mientras el miedo y la desorientación que lo provocan no cambien ¿Es esa la salida frente a la dualización de las sociedades?, ¿quienes son los principales actores de esa violencia?, ¿hasta donde esa marginalidad los constituye en el Otro de una sociedad con la que ya no comparten la misma posición frente a la ley que regula las interacciones sociales?

        Es innecesario utilizar demasiado tiempo describiendo cómo se vive hoy la violencia en Puerto Rico. Las dos palabras que utilizara en el párrafo anterior pueden sintetizar esos sentimientos: un desconcierto y un miedo en los que se entremezcla el deseo de huir sin saber para donde y el deseo de ser protegidos, sin detenerse a pensar en quién nos protegerá del protector. Sin duda, la gravedad de la situación explica por si sola esa reacción; pero lo curioso y poco esperanzador es el reduccionismo con el que se juzga el fenómeno. Los comentarios que florecen en cada reunión que ocurra en alguna sala de espera (de médicos, abogados, peluqueros, etc.), en reuniones entre profesores universitarios o en tertulias familiares, refieren a seres malos, tragados por el vicio y mal aconsejados por el bombardeo de sexo y violencia del periodismo amarillo de este país. Lo curioso es cómo esos diagnósticos consiguen el efecto de convertirnos, gracias a alguna que otra acción redentora, en ángeles inmaculados; víctimas de quienes no merecen la pena vivir.

       De esa forma, reduciendo toda explicación a la bondad o la maldad, muchos de nosotros bien podemos, normal y santamente, alegrarnos por la muerte de algún pillo en una esquina cualquiera: ya que ese pillo ya no es un representante de la humanidad sino un execrable error de la naturaleza o una demostración de que las fuerzas del mal no han sido abatidas, su muerte es apenas una vindicación.

        La séptima cumbre del Grupo de Río (G-Río) declaró, hace tiempo, que los problemas más grandes de la América Latina contemporánea son la marginalidad, el desempleo y la pobreza. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) hizo saber que en 1990, un 46 % de la población latinoamericana estaba por debajo de la línea de pobreza —200 millones de pobres en la región. Por su parte, la Organización Internacional del trabajo calificó la situación como “la peor crisis global de empleo desde la Gran Depresión de los años 30” (Hartman, 1994) 13. La dualización lleva ya muchos años y ha transformado drásticamente todas las formas de relación social. En muchos países, como claramente ocurre en Puerto Rico, ya nos estamos enfrentando con masivas segundas y terceras generaciones que nunca han experimentado ni el trabajo permanente ni los lazos de solidaridad que rompían, entre los trabajadores, el efecto disgregador de las leyes del mercado. Y este es, justamente, una de las informaciones que mejor pueden explicar los fenómenos de marginación y reacción violenta desde subculturas poco permeables al control estatal sobre las que trataré en este trabajo.

       Según una ejemplar investigación hecha por Vásquez Calzada para Puerto Rico, alrededor de un 30 % de población (con fluctuaciones según los años) no trabaja; o al menos no lo hace en el circuito legal. Y, como agravante, muchos de esos que hoy no trabajan son hijos y nietos de personas que tampoco han trabajaron nunca o solo lo hicieron esporádicamente, con lo que las habilidades y disciplinas laborales se han ido perdiendo en forma difícilmente reversible ¿Hay responsabilidad individual en esa ausencia del mercado laboral? Si la hay, es una responsabilidad secundaria. Pues no fueron esos habitantes de Puerto Rico los que impusieron un modelo económico incapaz de absorber toda la mano de obra y tampoco fueron ellos los que hicieron (con el propósito de hacer de Puerto Rico la vitrina de América o con cualquier otro propósito) que las ayudas sociales estuviesen exentas de toda responsabilidad social que educase o reeducase al usuario en el trabajo. Tampoco fueron ellos los que inventaron los caseríos. Pero si, en cambio, fueron ellos los que debieron ir aprendiendo las tramoyas que les permitiese orientarse y sacar el mayor partido de la jungla burocrática desde la que llovía el codiciado maná. Y también fueron ellos los que fueron acostumbrándose a convivir con sus iguales en esos caseríos cuyas fronteras fueron siempre estrictamente estigmatizadas por todos los restantes habitantes urbanos. Como también debieron aprender a moverse en la guagua aérea (que los lleva y trae desde Estados Unidos) como si ella fuese una nueva ramificación de sus destinos.

        Ese antecedente es el que no entra normalmente en los cálculos de los dignos puertorriqueños que se sientan en el Capitolio o en el de las agencias gubernamentales cuando se proponen discutir la situación y/o hacer leyes sobre la violencia urbana. Con mentes estrechamente abogadiles (muy lejana a toda buena inteligencia de lo que es la práctica del derecho), olvidan que no es mediante leyes que se transforman las sociedades; de allí que agoten su imaginación pensando solamente en formas de represión adornadas con pequeños programas asistenciales que cubren las apariencias, creando la falsa imagen de que se están contemplando los aspectos sociales del asunto. Lo que no pueden entender es que en los caseríos y barrios pobres de Puerto Rico (lo mismo que ocurre en otros países) se han ido consolidando singulares e intensas formas de sociabilidad y de cultura que no comparten los valores y sentido de la vida en el que se socializan los otros miem-bros de la sociedad. Dada esa novedad, las fórmulas basadas en el incremento a la represión tienen muy poca esperanza de solucionar el problema. No es con la violencia y con la cárcel que se logrará amedrentarlos pues la violencia y la cárcel se han ido convirtiendo en componentes naturales de sus existencias. Es con esta información en mente que podremos comenzar el viaje por los siguientes apartados de este trabajo.

 

 


LAS TEORIZACIONES SOBRE LA MARGINALIDAD

 

       El tema de la marginación de amplios sectores de la sociedad llamó la atención de un gran número de investigadores y ensayistas sobre todo desde fines de la década del cincuenta en adelante. Más tarde, las críticas a las que fuera sometido el concepto de marginalidad, y la atracción hacia nuevos temas, dejó en penumbras un asunto que en esa época recién comenzaba a mostrar algunas de las principales consecuencias de las transformaciones sociales que hoy muestran sus formas más perfeccionadas. Vale por ello la pena preludiar esta exposición haciendo un muy breve repaso de esas teorizaciones, para luego enfocar en las singularidades de lo que más adelante llamaré “prácticas de refugio”, que constituyen una forma específica de reacción de los marginales ante las actuales formas de organización y relación que predominan en las sociedades contemporáneas.

        El significante “marginalidad” ha sido asociado con significados muy diversos y, en general, de contenido metafórico. Sin embargo, pese a su imprecisión, en todos los casos ha servido para aludir a, y pensar sobre, aspectos relevantes de la pobreza 14; principalmente sobre sus orígenes y las estrategias de supervivencia que le son propias.

        Siguiendo a Solari, Franco y Jutkowitz (1976), las diversas corrientes latinoamericanas que hicieron uso del concepto se pueden clasificar de la siguiente manera:

       a) La concepción ecológica. En la que el término marginalidad se refería a la ubicación de viviendas pobres en los alrededores de las ciudades que se construían vertiginosamente al compás de la industrialización posterior a la Segunda Guerra Mundial 15. Situación, sin embargo, que se repetía en los enclaves de pobreza situados en el interior del espacio urbano, tales como “los conventillos, cités, corralones” y toda otra forma de habitación deteriorada en que se hacinan familias de escasos recursos, por lo que el concepto debía incorporar centralmente connotaciones sociales y no tanto, en cambio, connotaciones espaciales.

        b) La concepción social. Buscando completar la noción de marginalidad, se comenzó a hacer referencia a las condiciones de trabajo y de vida de la población que residía en esos enclaves de pobreza urbana. La marginalidad comenzó a ser percibida también en otros aspectos relacionados con formas de integración social tales como la participación sindical y política. Se enfatizó repetidas veces en la falta total de influencia de esos sectores en la toma de decisiones a cualquier nivel.

        c) La marginalidad como ciudadanía limitada. En esta perspectiva, la marginalidad es entendida no sólo en su aspecto urbano sino como limitación en un conjunto de derechos civiles, políticos, económicos y sociales que corresponden a todo miembro de la sociedad. Los grupos marginales serían, de acuerdo con esta concepción, aquellos sectores de la sociedad que sufren recortes más o menos importantes en sus derechos; a consecuencia de lo cual se ven impedidos de participar en el proceso de desarrollo económico; y no pueden, por consiguiente, aprovechar las oportunidades de movilidad ascendente existentes en la sociedad. Esta misma orientación se encuentra, en ocasiones, en trabajos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) para hacer referencia a la situación de las poblaciones marginales, en especial rurales, que no participan de las instituciones propias del estado - nación.

       d) La extensión del término al ámbito rural. En este caso se indica la estrecha relación entre el desarrollo de la marginalidad y las condiciones de vida rural. Enfatizándose en que los marginales eran, por empezar, los habitantes del campo.

        e) La concepción cultural. Asimismo, y a veces como causa de su situación ecológica y social, se empezaron a destacar ciertas características peculiares de esos grupos, como la organización familiar, los valores, las actitudes, etc., tendientes a la formación de una subcultura que al mismo tiempo producía formas típicas de identificación e incrementaba las tendencias a la exclusión de las formas de relación e interacción legítimas, predominantes en la sociedad.

        En el plano socioeconómico, uno de los aportes de mayor influencia en la teorización de los años sesenta, estuvo a cargo de un grupo de investigadores, dirigidos por José Nun, que se dio a la tarea de investigar el tema. Dicho grupo influenció en las instituciones académicas tanto por la coherencia y originalidad de sus posiciones como por su participación en una polémica de alcance latinoamericano que permitió aclarar nuevos ángulos del problema.

       Uno de los aportes más ricos de esa corriente fue el concepto “masa marginal”, utilizado para denominar a un sector de la sociedad que no es de ninguna manera incorporable al mercado de trabajo formal (Nun, 1969). Vale la pena aclarar que, en este momento, el traer (y reintroducir en la reflexión) el recuerdo de ese concepto es adecuado pues, aunque el fenómeno se haya desarrollado por rutas no totalmente previstas en aquella época, las tendencias actuales de la acumulación capitalista han hecho crecer de manera vertiginosa un sector con características muy similares a las incluidas en esa conceptualización; al mismo tiempo que ha impulsado la aparición e incorporación, al ciclo del capital, de modernas y antiguas formas de trabajo por cuenta propia, como forma de incrementar el control y la explotación de la fuerza laboral.

        En aquella época, la participación en el debate de Fernando E. Cardoso permitió sacar, a la investigación sobre la marginalidad, de la exclusiva referencia a la lógica del modo de producción capitalista en su forma pura. Criticando esa limitación, Cardoso mostró la necesidad de incluir las particularidades del crecimiento de las economías de los países latinoamericanos en la explicación del origen de la marginalidad. Teniendo en cuenta las singularidades latinoamericanas, Cardoso propuso pensar la marginalidad como el resultado de un proceso de transformaciones socioeconómicas siempre incompletas; que fueron desorganizando las estructuras tradicionales (de trabajo y organización social) sin ser capaces de absorber, en las nuevas estructuras, las capas de la población afectadas por dicho proceso 16.

       Combinando ambas perspectivas, pueden encontrarse formas diversas de marginalidad producidas tanto por el impacto capitalista en los modelos tradicionales de producción como por la expulsión de la mano de obra, que es efecto de la propia lógica de la acumulación capitalista. Ya en esa época pudo verse que, en combinaciones diversas, ambos procesos (de expansión de la economía informal y formación de los sectores marginales) eran comunes a la mayor parte de los países capitalistas, pero que se expresaban con particular intensidad en los países de América Latina.

       Tales esquemas se aplican perfectamente al fenómeno en su forma actual. Además de la aparición de lo que más adelante llamaré “prácticas de refugio”, las principales novedades en la marginalidad son, por un lado, una diversificación mucho mayor de los sectores que pasan a esa situación (encontrándose entre los componentes de la economía informal tanto trabajadores semicalificados como profesionales universitarios de alta calificación) y, por otro, la absoluta falta de aquella esperanza de futura integración social que estaba presente en una buena parte de los teóricos de la marginalidad en los años cincuenta y sesenta.

        Desde la crisis de los setenta, un número creciente de grandes empresas comenzó a reemplazar a sus antiguos empleados por trabajadores cuenta propia; a los que contrataban en forma individual o agrupada en pequeñas empresas. Disminuyeron de esa forma sus costos en salarios, aportes al gobierno y beneficios marginales. Concurrentemente, obtuvieron una mayor flexibilidad frente a las variaciones estacionales en la demanda y lograron mejorar sus ventas, relacionándose con mercados más restringidos y adecuándose a los gustos o necesidades de consumidores más específicos y diferenciados. Los avances en las comunicaciones y en las técnicas que facilitan el control computarizado de la producción facilitaron, crecientemente, la unión de trabajos territorialmente dispersos; lo que facilitó, al mismo tiempo, el descentralizar la producción y disminuir la planta de obreros permanentes, evadiendo la necesidad pagar beneficios sociales y de negociar salarios y condiciones de trabajo con los sindicatos.

        El resultado de esas estrategias en Puerto Rico puede verse claramente cuando se observan las estadísticas de empleo del cuadro siguiente.

        Como puede verse, ya en el año 1987, el total de varones ociosos llegaba a más del 70 % en el grupo de 16 a 19 años y era de más del 40 % en el grupo de edad de 20 a 24 años. Otros datos indican que esa cifra ha ido aumentando en los últimos diez años. Tenemos así un basto grupo de personas que no tienen otra opción de subsistencia que la de desempeñar alguna función en la economía informal.

        Algo común a todos los estratos de la diversificada economía informal es la ilegalidad de esas actividades. Sin embargo, esa ilegalidad no encubre situaciones análogas. En algunos casos, la economía informal está abiertamente integrada al ciclo de producción y distribución considerados “legítimos”; mientras que en otros, como en los casos de la economía de la droga o de la venta de armas, se integra en aquel ciclo de un modo ilegal e ilegítimo. En casi todos los casos, el alto grado de inseguridad que genera esa ilegalidad o ilegitimidad fomenta la aparición de las prácticas de refugio a las que antes me refiriera.

        En estrecha ligazón con el tema de la economía informal, la cuestión de los diversos estratos de población marginal ha pasado a ser hoy un tema que preocupa a todos. En algunos casos la preocupación es exclusivamente fiscal, pero en la mayoría de los casos lo que predomina es el temor: ¿qué esperar de ese incremento en la marginalidad?, ¿serán los marginales el sector en el que se depositen nuevas formas de utopía social?, ¿pueden, los marginales, producirnos algún miedo o nuestra relación con ellos es, o debe ser, la dictada por la caridad cristiana?

 

 


¿QUIÉN LE TEME A LOS MARGINALES?

 

       Como se afirmara anteriormente en este trabajo y muchos han asegurado desde hace mucho, la desorganización del estado de bienestar y el paulatino regreso a formas de capitalismo salvaje son fuente de un intenso crecimiento de la masa marginal. Esas masas marginales son expulsadas de los circuitos legítimos de apropiación y generación de bienes económicos y culturales e impulsadas a nuevas formas de nomadismo que desorganizan sus antiguos lazos de solidaridad y las somete a choques culturales (por migración a otros países o hacia otras ciudades o hacia zonas urbanas) que producen en ellas tensiones difícilmente superables. Esa doble acción genera enclaves urbanos claramente diferenciados (callampas, villas miseria, caseríos, ciudades perdidas, etc.), con interacciones en su interior y hacia el exterior que dan origen a formas subculturales bien diferenciadas. Esa segregación ¿puede representar algún peligro para el resto de la sociedad?

        En un trabajo muy interesante, Eugenio Tironi (1990) hace referencia a las señales de alarma y esperanza 17 surgidas, en algunos países latinoamericanos, luego de varios episodios de violencia provocados por sectores marginales. El autor reconoce que en la mayor parte de los países de América Latina, los gobiernos democráticos han tendido a completar, dentro de un cuadro de legitimidad, la destrucción de muchas de las principales formas populares de encuentro y solidaridad que se iniciara durante los gobiernos autoritarios. Como respuesta, dice, se ha ido produciendo un paulatino repliegue de esos sectores populares hacia los grupos más primarios —familia, barrio, iglesias, pandillas o una relación clientelística con caciques políticos18. En algunos casos, desde esos nucleamientos se han producido estallidos violentos que generaron, entre los observadores, las reacciones de temor o esperanza antes indicadas. Esos estallidos violentos ocurrieron, en particular, en Colombia19, Venezuela, Santiago de Chile 20 y luego en la Argentina, Brasil y México (Machado, 1991; Costa, 1991; Sheper, 1992; Cooper, 1992). Comentando algunos de ellos, Tironi afirma que ellas han provocado que:
...algunas corrientes políticas atribuyan a estos grupos una capacidad salvacionista o emancipadora mientras otras los perciben como una amenaza para el orden social que habría que extirpar tarde o temprano (1990: 179).

Tironi rechaza esas dos hipótesis. Según él:
       Estas dos interpretaciones opuestas están basadas, sin embargo, en una misma sociología de la pobreza, según la cual ella estimula una actitud de frustración, y ésta a su vez instiga el radicalismo o la predisposición a la violencia colectiva (1990:179).

        El argumento central del libro es que tal “sociología de la pobreza” no tiene soporte empírico. Por el contrario, lejos de verse la posibilidad de una reacción violenta y bien organizada, lo esperable de esos sectores es un proceso constante de reacomodamiento; intentando sobrevivir en las condiciones difíciles que son las propias de su posición en la formación social.

       El autor desarrolla esta tesis en los párrafos siguientes:
       Según los resultados de nuestro estudio, la pobreza parece inducir en los individuos una actitud de adaptación individual y resignación, no una orientación hacia la violencia, lo que se opone frontalmente al paradigma comentado más arriba. Esta conclusión no es muy original, pues numerosos autores han destacado la “ética individualista” de los marginales latinoamericanos, que buscan la promoción social no a través del progreso colectivo, sino en el estilo clásico de los inmigrantes y de las clases medias (Portes, 1974). Por otra parte, una amplia literatura se ha encargado de subrayar la desintegración interna y la atomización de los grupos marginales, así como la existencia de una “cultura de la pobreza” en donde predominan los sentimientos de desamparo, dependencia, inferioridad y resignación (Lewis 1975; Vekemans & Venegas 1966; DESAL 1970; Martín-Baró 1987).

        Lo que hasta ahora se ha destacado poco, sin embargo, es la relación que existe entre esa actitud conformista o “individualista” y la actitud de resignación. Tal como se ha mostrado empíricamente más arriba, en esa relación parece estar la clave de los efectos psicosociales de la condición de pobreza, por lo menos allí donde ésta se ha mantenido o intensificado por medios autoritarios. En el caso de los pobladores chilenos, por ejemplo, el factor que ha intervenido para transformar la actitud de adaptación propia de la pobreza en apatía o resignación ha sido la coerción generada por un Estado autoritario. En otras palabras, cuando a la pobreza se le suma la presencia de un régimen político autoritario, se produce una situación insatisfactoria que se prolonga en el tiempo y respecto de la cual parece que no se puede hacer nada; esto termina por inhibir la capacidad del individuo para resistir, reducir o incluso identificar las causas de la frustración (1990: 198).

       No hay pues razón para la esperanza ni para el temor de que esos sectores produzcan una actividad revolucionaria que ponga en peligro el sistema actual.

        Según Tironi, esos nuevos nucleamientos están lejos de articular sistemas de representación de los grupos marginados en el seno del estado. Por el contrario, Tironi piensa que tales nucleamientos son sociabilidades que ocupan el lugar de aquellas organizaciones que antes articulaban los intereses y unificaban las ideologías globales, pero que hoy lo hacen fragmentándolas y reduciendo el alcance de sus respectivas esferas de influencia a grupos muy pequeños.

       Esto creo que es cierto. Y también es cierto que tal retracción, a lo privado y a lo cercano, hace difícil la aparición y éxito de movimientos sociales capaces de frenar las tendencias al autoritarismo, la fragmentación y la superexplotación; ya que los movimientos sociales sólo son posibles cuando existe una fuerte institucionalización de la vida cotidiana 21. Sin embargo, no comparto la idea de Tironi de que el único riesgo que representa esta tendencia se encuentre en que, debilitada la estructura de la sociedad civil por la desinstitucionalización, se contribuye al fortalecimiento de la omnipotencia estatal frente a los debilitados sectores de la sociedad civil. Ese peligro existe, pero no es el único. En el polo opuesto a esa tendencia a la omnipotencia o autoritarismo estatal, puede ocurrir que la marginalidad consolide una ruptura en los lazos de solidaridad social y que esa ruptura promueva la creación de tipos humanos incapaces de convivir dentro de un encuadre comunitario, ni entablar entre si relaciones negociadas capaces de impedir que sea la violencia la que ocupe, en forma constante, el lugar de la palabra.

        Repito. Es cierto que el enclaustramiento de los individuos en tales asociaciones primarias incapacita a los sectores marginales para formar núcleos más amplios. También es cierta la conclusión de que tal debilitamiento no hace esperable la emergencia, en esa población, de nuevos movimientos sociales; sino, por el contrario, su desaparición allí donde aún existan. Pero hay más consecuencias y no de menor importancia. Junto a la centralización del poder estatal y empresarial, el repliegue de los sectores más castigados hacia lo que luego llamaré “prácticas de refugio” —tales como las sectas fundamentalistas o la participación en diversas prácticas delictivas– acentúa la tendencia hacia una creciente barbarización de las prácticas sociales.

        Al compás, por un lado, de los grandes negocios de la droga y las armas y, por otro, de los bríos fundamentalistas, se produce, desde ángulos inesperados, la emergencia de signos de putrefacción de nuestra civilización que augura épocas de sufrimientos aún mayores a los actuales 22. Si Tironi no contempla esta alternativa es porque, prisionero de una concepción demasiado racionalista del actor social, no percibe la posibilidad de que existan actores sociales que lo sean sin saberlo y sin proponérselo; actores que, de todas maneras, son capaces de provocar efectos de gran envergadura. Algunas prácticas de refugio tienen como consecuencia la formación de esos actores. La delincuencia popular es una de ellas.

 

 


LAS PRÁCTICAS DE REFUGIO

 

       En ese contexto de barbarización creciente de las relaciones sociales, en varios estratos de la sociedad se ha ido creando un tipo específico de prácticas sociales cuyo rasgo predominante es la organización de la subsistencia en un medio social sumamente hostil. Entre esas prácticas se incluyen estrategias de sub-sistencia económica y también la creación de contextos que permitan los procesos de reconocimiento e identificación indispensables para una regularmente saludable vida psicosocial. Pero lo que las caracteriza no es la novedad de esas estrategias sino, por un lado, la profundización de ciertas formas de sociabilidad (que cada sector crea para asegurar la defensa común) y por otro, la tendencia al aislamiento y la ruptura de los antiguos lazos que aseguraban el sentido de pertenencia de cada uno de esos sectores a la comunidad global. En adelante, a ese tipo específico de relaciones las llamaré prácticas de refugio.

       Uso la palabra “refugio” para enfatizar que todas esas prácticas son una respuesta defensiva en una organización social cruzada por la marginación y la violencia. Aunque, (como en los casos de las depresiones individuales o de la práctica de ciertas religiones fundamentalistas, puedan predominar algunas conductas pasivas) el refugio es en general una respuesta activa frente a un medio agresivo; es un síntoma de que los lazos de la solidaridad social se han destruido y, por lo tanto, como en una situación semibélica, los refugiados complementan su refugio con diversas formas de “contraataque”; esto es, de conductas violentas contra los que están cerca o contra aquellos de quienes pueden obtener beneficios inmediatos. Tal la cuestión, por ejemplo, de la delincuencia popular vinculada a los grandes negocios de la droga o la venta de armas 23.

       En el marco de un mercado crecientemente desregulado, las desastrosas consecuencias de las prácticas de refugio se han convertido en uno de los más aterradores síntomas de la específica forma adquirida por el proceso de globalización.

 

 


LA DELINCUENCIA COMO REFUGIO

 

         Así como una parte importante de las teorías sobre la marginalidad se propusieron describir el contexto socioeconómico que explica su aparición, otra corriente muy importante estuvo ligada a intentos de caracterizar las formas de existencia de esos núcleos marginales. Dentro de estas versiones, la que logró ma-yor difusión fue la producida por el Centro Para el Desarrollo de América Latina (DESAL).

         Entre los rasgos más importantes de esas subculturas, los investigadores de DESAL comentaron los siguientes:
         a) la frecuente inestabilidad en las relaciones entre los cónyuges;
         b) el papel central de la madre en la estructura de la familia y en la educación y manutención de los hijos;
         c) la inclusión en la familia de una red que incluye a los abuelos, tíos y vecinos;
         d) una experiencia sexual más precoz y libre que la normal en las familias de trabajadores y aún de clase media;
         e) grados elevados de violencia en las relaciones interpersonales;
         f) poco respeto a la propiedad privada 24.

          Según esa misma investigación, los grupos marginales difícilmente podían ser actores políticos autónomos, pues se distinguían por:

         Como se viera al comentar el trabajo de Tironi, muchos de esos rasgos sirven, aún hoy, para describir la impotencia de esas poblaciones; incapaces de participar e influir consciente y articuladamente sobre los nucleamientos políticos globales. Pero esto no debería extrañar, pues la marginación no es un efecto que se manifieste exclusivamente en el mercado laboral sino que acompaña casi todas las esferas de la vida cotidiana; ya que uno de los rasgos de la marginación es, justamente, la exclusión de los circuitos de influencia legítima sobre las relaciones de poder 25. De allí que, en la investigación de esos sectores podrían volver a ser útiles algunos aspectos de las teorías desarrolladas en esa época: de la “concepción ecológica”, según la cual se estructuran espacios urbanos marginales claramente diferenciados; de la “concepción social” que permite conocer la imposibilidad estructural de que esos sectores se introduzcan en forma regularmente estable en el mercado laboral; de la “ciudadanía limitada” que recuerda el poco o ningún acceso de los marginales a los recursos que les permiten aprovechar los beneficios y derechos a que los debería habilitar su participación en la sociedad y aún de la tendencia a la conformación de una subcultura propia a los que hiciéramos referencia en el anterior repaso de las principales teorizaciones sobre los marginales.

          Dada una exclusión que se reproduce a través de las generaciones26, sería poco realista esperar que se desarrolle una cultura en que la participación política cobre rasgos positivos de integración, aunque sea por la vía del conflicto. Dicha integración podría ocurrir con mayor probabilidad si tales poblaciones reconocieran, en su experiencia, la posesión de recursos de poder que habiliten el ejercicio de presiones de algún tipo sobre los gobiernos o sobre otros sectores de la población. La inexistencia de esos recursos puede llevar, en ocasiones, al surgimiento de estallidos violentos; pero no a la gestión sostenida y prolongada de propuestas de redistribución del poder o de creación de una organización social alternativa. En los albores del movimiento obrero occidental, era posible encontrar formas activas de exclusión política, pero la integración de los obreros como fuerza laboral en amplias comunidades intensamente interdependientes les proporcionaba un recurso de poder que ese movimiento utilizó con cierto éxito. Movimientos sociales modernos, como el feminista o el ambientalista, en la medida en que están organizados y dirigidos por distintos sectores de las clases medias, gozan de la influencia cultural que tales sectores tienen, por su relación con los sistemas educativos o con los órganos de creación de opinión pública –tales como la publicación de libros o la participación en los medios de comunicación masiva. En estos sectores marginales, esos recursos están por definición ausentes; y tal ausencia es uno de los indicadores de su radical marginalidad.

         De acuerdo con lo dicho, la opinión de Tironi podría aceptarse sin discusión: si la única forma de existencia de un actor social y/o político se reduce a la participación colectiva en las formas legítimas del conflicto social, difícil será contar con la población marginada para generar una acción propia tendiente a la transformación de las relaciones sociales. Pero ¿equivale esto a pensar que la existencia de esos núcleos no produce ninguna consecuencia activa sobre el resto de la sociedad? ¿Podría pensarse que la contigüidad espacio temporal de esas poblaciones con el resto de la sociedad es un mero dato, sin efectos –peligrosos o benignos— que deban ser atendidos?

          Por supuesto que no. Forzado por la contigüidad geográfica antes aludida y garantizado por la necesidad que tienen esos sectores de encontrar alguna forma de subsistencia material y simbólica, se produce un efecto de homogeneización que es la base sobre la que se constituyen nuevas identidades socioculturales y distintas interrelaciones de ellas con el resto de la sociedad; esto puede ocasionar la emergencia de formas de acción y conflicto que, aunque no incorporadas al pensamiento socio-político tradicional, no dejan de ser de gran importancia para el futuro de la vida en nuestros países.

       Tomo el ejemplo de los llamados caseríos en Puerto Rico. Más allá de las heterogeneidades de dichos nucleamientos con sus similares de América Latina –sobre todo en cuanto a su estructura urbana y a la solidez de sus construcciones—, las categorías utilizadas por la población, en sus interacciones cotidianas, reflejan el mismo carácter de “enclave urbano de la pobreza” que tienen las “villas miseria”, “callampas”, etc..

          En el mapa urbano, los caseríos son un lugar casi mítico de lo diverso y de lo peligroso. Aunque estén rodeados de urbanizaciones de clase media o alta, los caseríos tienen fronteras simbólicas (en muchos de ellos confirmadas por paredes y rejas) bien diferenciadas y que todos respetan. A los caseríos “se entra” o “se sale”: como se entra o sale de un país extranjero. Y como también ocurre con los habitantes de un país extranjero, los moradores de los caseríos son detectados por sus ropas y sus costumbres: es común escuchar frases como las siguientes: “habla como uno de un caserío” o “actúas como los del caserío” o “por la ropa, es de un caserío”. Cada una de esas frases da cuenta de la diferencia. De esa forma, aún antes de que la convivencia prolongada llevara a los residentes de los caseríos a tomar una identidad propia, ésta fue consagrada desde afuera (por el otro); y esa consagración, con sus consecuentes estereotipos, siempre tuvo consecuencias importantes en las oportunidades de relación de los habitantes de esos enclaves con los restantes miembros de la sociedad. Luego, los efectos de la rotulación externa más la convivencia prolongada entre personas con oportunidades semejantes de integración social, permitió el desarrollo de formas subculturales que, además de poseer algunos de los rasgos antes indicados, se expresan con nitidez en la creación musical y artística. El testimonio de todos los que han debido trabajar con esa población (trabajadores sociales y psicólogos principalmente) dan cuenta de la diversidad de indicadores que permiten afirmar esa identidad.

          Hay expresiones especialmente destacadas de esa creación que pueden ser captadas por los visitantes. Los Grafitti, por ejemplo, son una manifestación típica de ese arte –visible en los muros más destacados— tal como se ha desarrollado en caseríos y barrios pobres de Puerto Rico. El despliegue de color y la prolijidad con que son dibujados reflejan un profundo deseo de reproducir, mediante el arte, escenas de la vida cotidiana de esos lugares. Por ejemplo, en el Grafitti “joven que juega baloncesto”, se reproduce uno de los momentos heroicos de un juego de baloncesto –conocida pasión de los puertorriqueños— en el que el jugador –cada uno de que se paran a contemplarlo— está en vías de encestar. Mientras que en otros Grafitti se pueden ver figuras humanas disparando con una pistola y más allá una serie de tumbas: una impresionante dramatización de la violencia cotidiana en la que viven dichas poblaciones. Y en otros el nombre del caserío al que se sienten unidos por vivir en él.

Así, cada uno de esos Grafitti es un momento significativo en que alguno integrante del caserío o del barrio produce la elaboración artística de las propias experiencias vitales, convirtiéndose en la vos de todos aquellos que comparten sus vivencias.

          Sería sencillo criticar el concepto de marginalidad mostrando los innumerables lazos y semejanzas que unen a esas poblaciones con la sociedad global: pasean por los centros comerciales (no siempre los mismos que utilizan otras clases o sectores sociales ni haciendo las mismas cosas, pero nadie podrá decir que nunca han ido a un centro comercial); usan marcas conocidas en sus ropas y sus zapatillas 27; prefieren géneros musicales que, con algunas diferencias, también prefieren los jóvenes de otros sectores; hablan el mismo idioma (aun cuando lo mezclan de palabras típicas) que el resto de la sociedad; desean manejar automóviles desde muy corta edad y sueñan con ellos; y podría enumerarse infinidad de rasgos que crean la certeza de que ninguno de ellos es un Zulú, ni habitante del Tíbet o un marciano.

En más de una ocasión, estos operativos policiales fueron reemplazados o apoyados por efectivos de la Guardia nacional.

 Sin embargo, eso no evita que ellos nos distingan cuando entramos en sus territorios o que nosotros los distingamos cuando ellos entran en los nuestros. Es sobre la base de esa distinción –que asegura confianzas y compromisos con legalidades no escritas pero no por eso menos exigentes— que se creó un campo de influencia atractivo para empresas, como las de manufactura y/o venta de drogas, que requerían conquistar trabajadores aptos y espacios protegidos dentro de la selva urbana. Dichos empresarios se erigieron en los nuevos intelectuales capaces de reunir y organizar las interacciones sociales dentro de los actuales marcos 28.

        En casos como el de la delincuencia popular —al que me referiré principalmente en este trabajo– tales prácticas son efecto de la creciente marginación económica y social de extensos grupos sociales y del aprovechamiento de esas condiciones por las empresas de delincuencia; que reclutan en aquellos sectores el principal contingente de sus trabajadores; ligándolos, sobre todo, a tareas relacionadas con la producción y/o comercialización de drogas y/o armas. Con la inserción de estas empresas (cuyo centro más conocido –pero por supuesto el que simplemente se ubica en la superficie de la organización— es el llamado “punto”: lugar de distribución en el marco de una zona que es duramente disputada por los empresarios, llamados bichotes, que han logrado su control) la subcultura de esas zonas marginales asumió nuevos rasgos: particularmente marcados por la internalización y natural aceptación de la violencia (con otros grupos y con la policía) como elemento inescindible de todos los acontecimientos de la vida cotidiana y por la imposición de una legalidad mucho más estructurada y con definidos centros encargados de asegurar su cumplimiento mediante el uso de la violencia 29.

Dada esa nueva forma de la subcultura marginal, la cárcel, más que un castigo, es una forma de vida que se combina, de modo “natural”, con la que se desarrolla fuera de sus rejas. Mientras más endémica se ha ido haciendo la marginalidad, más ha ido crecido esa particular sociabilidad y su potencialidad para crear “habitus” (Bourdieu, 1979) propios. Habitus y sociabilidades que no son internamente anómicos. Por el contrario, están muy bien institucionalizados y regulan las interacciones —internas y con el resto de la sociedad– mediante códigos de conducta bastante estrictos 30.

Que incluyen, campañas propias tendientes a mejorar las condiciones de vida del caserío, como lo muestra el graffiti siguiente, pintado sobre la pared de un “punto”de venta de drogas.

          Esto no debería extrañar, pues se trata de formas de sociabilidad que llevan ya muchos años de existencia y difícilmente las sociabilidades sobreviven sin crear procedimientos típicos de regulación hacia su interior y hacia su exterior 31. Todas las entrevistas analizadas revelan la importancia que atribuyen los entrevistados a esas normas que regulan sus vidas 32.

         Es más, llegando a extremos sorprendentes de abierta institucionalización, en uno de los noticieros radiales de mayor audiencia en Puerto Rico, se escuchó hace un tiempo la declaración de un portavoz de la Asociación Ñeta, una de las organizaciones que en las cárceles puertorriqueñas regula la sociabilidad carce-laria. Dicho portavoz informaba, a la comunidad toda, que la Ñeta había impuesto penas muy severas a toda persona que atentase contra la vida de un inocente. Lo que en ese comunicado se entendía por “inocente” era algún miembro de la familia o vecino de un distribuidor de drogas o gatillero. Dado que existen guerras por el control de ese tráfico, la Ñeta había decidido que era legítimo matar a un miembro de otro grupo pero no era legítimo matar a sus allegados. Además, en la declaración se indicaba que la “Asociación Ñeta” no permitía, entre sus asociados, a personas que fuesen “sátiros, violadores o que hubiesen matado por contrato”. También en su interior se prohibía pelear, robar o “tomar a un compañero como mujer, sea de palabra o de hecho”. En esa declaración pública se dice que la pena sería la expulsión de la Asociación. Expulsión que en el estrecho y violento espacio de la cárcel —en cuyo interior gobierna en forma absoluta la Ñeta 33 – es una condena sumamente temible. De esa forma, pública y explícitamente, la declaración introducía, en la guerra que establecen los grupos fuera de la cárcel, una legalidad que todos debían respetar; e instituía de hecho, a la Ñeta, como órgano legislativo y judicial que regla las vidas de aquellos que están dentro y fuera de la cárcel.

          Por otra parte, lo interesante y dramático del proceso que actualmente lleva a la aparición de rasgos nuevos en las identidades de los marginales pobres es la influencia adquirida por las modernas empresas de tráfico de drogas y armas en esas formaciones subculturales. Dado que la marginalidad ha tenido una forma de traducción espacial que se manifiesta en la presencia de esos “enclaves urbanos de la pobreza” a los que antes me referí, y en la medida en que sus propuestas podían encontrar traducción en los universos simbólicos marginales (en los que siempre se vivió una relativa ilegalidad) y que podía satisfacer necesidades de consumo que siempre fueron promovidas y presentadas como deseables por la cultura dominante, las modernas empresas de delincuencia encontraron, en esos núcleos, un lugar apto para sus operaciones. Luego, la integración, en forma directa o indirecta, de esas sociabilidades en el negocio, promovió un alto grado de interacción con las necesidades operativas y las subculturas de ese tipo de empresas; que llevó a que ellas contribuyeran a desarrollar formas de saber (planificación de operaciones, diseño de mapas, formas de asegurar solidaridades y complicidades, etc.) que agregaron nuevos elementos a esos habitus y han dado un intenso contenido dramático a la vida interna de las áreas marginales y a sus relaciones con el resto de la sociedad 34.

         Esa confluencia entre los grandes empresarios de la delincuencia y las estrategias de supervivencia de los sectores más pobres ha sido encontrada en gran parte de los países latinoamericanos. Sobre todo en aquellos en los que se producen esas drogas y en aquellos otros que cumplen el papel de centros de redistribución.

         Es cierto que esa alianza entre las poblaciones marginales y las empresas de delincuencia, aunque en una medida mucho menor, siempre existió; y aún cuando no existiera, siempre los sectores marginales más pobres estuvieron habituados a conductas penadas por la ley. Pero la masividad, alcance, grado de estructuración y consecuencias culturales de la conexión antes señalada son hechos nuevos.

          Por ejemplo, tanto en el análisis de las entrevistas con algunos de sus miembros como en el análisis de documentos de las organizaciones de presos se destaca hoy un elemento clave, poco comentado en anteriores estudios sobre la marginalidad: la creencia en la “permeabilidad” de los límites carcelarios en tanto frontera que separa a los miembros de estos grupos marginales que están presos de aquellos otros que no lo están.

         Esa permeabilidad está implícita en: 1) la certeza de que la cárcel es parte normal de la propia vida; 2) el poder regulador que los presos tienen, a través de sus organizaciones, sobre la vida interior de la cárcel y sobre muchas de las acciones realizadas fuera de ellas; 3) la eficaz comunicación que existe entre los que están fuera y los que están dentro de la cárcel. Dicha permeabilidad asegura que la cárcel no sea vivida como un ostracismo desastroso, tal como lo puede vivir cualquier otro miembro de la sociedad. Esto distingue nítidamente la subcultura marginal —efecto de las prácticas de refugio– respecto de las subculturas de los restantes grupos sociales, para los que la cárcel es un acontecimiento temido y representa una especie de enterramiento u ostracismo forzado. Al mismo tiempo, la íntima certeza sobre la probabilidad de sufrir una muerte violenta en cualquier momento (muchos de los entrevistados tenían, de hecho, una expectativa de vida que no sobrepasa los treinta o treinta y cinco años), que se incluye dentro de una cosmovisión en la que alternan, en diverso grado, el fatalismo con la epopeya (machismo, valentía, solidaridad con la gente de su barrio o sus amigos, etc.), resta también efectividad a la amenaza violenta como forma de control de las conductas de esa población.

          Sin duda, la existencia de esos marcos valorativos y normativos no indica que tales comunidades se puedan organizar con el propósito de encarar cambios revolucionarios o reformistas 35. Lejos de ello, la relación con posibles organizadores externos estará generalmente reglada por actitudes utilitarias 36 y las relaciones internas estarán cruzadas por antagonismos de pandillas, o de otras formas de nucleamiento, entre las que actualmente se cuentan “los puntos”, organizaciones dedicadas a la distribución y venta de drogas – y en ciertos casos, también a la venta de armas al pormenor. Pero el que esas poblaciones no sean capaces de organizar una práctica revolucionaria o reformista no indica que no sean capaces de influir en la vida social global. Por el contrario, su conexión con las empresas de producción y/o distribución de drogas y armas ha contribuido a un incremento notable, tanto en los niveles sociales de dependencia de drogas como, muy agudamente, de los episodios de violencia cotidiana (sobre todo en robos y asesinatos) vividos y temidos por toda la sociedad (Castillo, 1987). Esto ha convertido a las poblaciones marginadas en actores de gran influencia en la vida social. Son actores diferentes a los imaginados por Tironi; pero no por ello menos importantes para evaluar el destino hacia el que estamos dejando que se dirijan nuestras sociedades. Entre esos efectos pueden contabilizarse:         

         a) el incremento notable de la inseguridad colectiva (robos, asesinatos, drogas, etc.)
         b) la generación de una tendencia al crecimiento de los núcleos habitacionales “cerrados”, rejas en las casas, policías privados, etc.
         c) la formación de corrientes de opinión que favorecen los aumentos de las penas y la disminución de los derechos civiles; poniendo a toda la población a merced del autoritarismo estatal y la discreción de los aparatos represivos;
         d) las auto restricciones en el acceso a lugares y ocasiones de sociabilidad, debido al encierro preventivo de gran parte de la población;
         e) el encarecimiento de los lugares en los que la población podría gozar de entretenimientos que permitan un buen uso del tiempo libre;
         f) promoción capilar del uso y tráfico de drogas; etc. 37 .

         Como no podía ser de otro modo, tales prácticas de refugio no son formas de rechazo sino estrategias de adaptación. Pero en tanto estrategias de adaptación a una estructura social perversa, actúan sobre la vida social de dos formas: como síntomas de tal perversidad y como irritante que contribuye a incrementar la crisis de las que son expresión. Uno de esos efectos es el cierre de comunidades, como “forma de defensa ante el crimen”; otros efectos son: el miedo que perméa la vida cotidiana, la tendencia a incrementar las limitaciones a los derechos civiles o al incremento de solicitudes de mayor intervención violenta por parte del estado en la vida social, etc..

          Lo grave en la aparición de tales prácticas es que la reiteración en el tiempo de tales conductas, y de las condiciones que las hicieron necesarias y posibles, se crean actitudes, valores y expectativas que las convierten en una específica forma de existencia; profundizando la fragmentación social y la tendencia a la consolidación de una crisis orgánica (Laclau, 1990) que abre paso a gobiernos cada vez más autoritarios. Con el crecimiento del ejército y de las policías públicas y privadas, muchos de los que hoy se creen beneficiarios de este modelo están alentando el desarrollo de un sector de la sociedad que cualquier día puede volver las armas contra aquellos mismos que hoy les pagan y los aplauden, imponiendo sus condiciones y sus propias formas de ver el mundo. La prepotencia y la corrupción serán entonces las leyes principales. Pero hay otras consecuencias aún más inmediatas.

          Comencé este trabajo recordando que el espacio es una forma de existencia social. Esto se aplica también al amurallamiento mediante el que varios sectores sociales, dentro de sus posibilidades, intentan aislarse de un mundo que cada día les produce un miedo mayor. En Puerto Rico, por ejemplo, se han cerrado o se han construido ya cerradas una inmensa cantidad de comunidades, con el propósito de establecer eficaces controles mediante guardias de seguridad privados.

Orlando de la Rosa (1993:26-27), planificador urbano, comenta las consecuencias de esos cierres de la siguiente manera:
         1. Habrá una paulatina segregación espacial.... Los precios de los diversos proyectos urbanos resultarán ser desmedidamente altos. Esa condición excluirá a los sectores medios y bajos incapaces de sufragar estos costos por concepto de vivienda propia.


         2 (...............................................................................................................)
         3. ... fomentará el aislamiento y la enajenación social, e incrementará el escepticismo, la negación de la realidad colectiva y el hermetismo social. Las ciudades tenderán a ser mucho más cerradas y departamentalizadas por estos proyectos nuclearizados, desconectadas del entorno y de las comunidades periféricas....
         4. Habrá cambios y evidentes complicaciones en las políticas públicas vigentes y en los servicios a las comunidades.
         5. Habrá una marcada puesta en cuestión del poder del Estado y de su capacidad de dominio y diligencia frente al crimen. Por otro lado se puede vislumbrar un incremento en el uso de los mecanismos privados de represión para guardar el orden social.
         6. ... representan simbólicamente un explícito reconocimiento de la primacía y dominio que poseen las prácticas ilegales sobre el espacio. Prácticas que forzarán a la ciudadanía a desarrollar patrones de hermetismo colectivo, respaldados por todo un montaje comercial que se nutre de ellos y de la caótica condición social.
         7. En términos de accesibilidad en casos de emergencias o desastres naturales estas barreras representarán serios inconvenientes, poniendo en peligro la vida y propiedad de la comunidad en pleno.

         La pérdida de espacios públicos, o su desconexión y empobrecimiento no son sólo reflejo de una creciente ruptura en las formas básicas de la solidaridad social, lejos de ello, se convierten a su vez en causas activas que tienden a profundizar esa ruptura y que contribuirán poderosamente a consolidar la tendencia al aislamiento, la desconfianza mutua y la agresión.

          Lo que hoy debe preocuparnos más que nunca es la dimensión del fenómeno y la actual impotencia social para combatirlo. Las inútiles y perjudiciales políticas represivas (el incremento de las penas, la disminución de la edad para ser considerado responsable de los propios actos, la militarización de las comunidades populares y por último la concesión a comunidades privadas del derecho a cerrar la comunidad al tránsito), lejos de suprimir el fenómeno, lo hacen más peligroso e irreversible. Tal como lo demuestran la antigua Yugoslavia, los conflictos de Medio Oriente y tantas otras experiencias mundiales, el llegar a la guerra como forma básica de las relaciones sociales destruye las conquistas más ricas de la sociabilidad humana, transformando a cada humano en un salvaje incapacitado para negociar sus diferencias en el campo de la palabra.

         El caso es sólo aparentemente lejano. Aceptando sin discutir las condiciones en que se produce y reafirma la marginación, la “mano dura contra el crimen” hace de la guerra una muy peculiar forma de intercambio; reproduciendo y profundizando las identidades excluyentes de los que están de un lado y otro de la frontera que alejó, de la sociedad legítima, a los marginales. Desde ese momento, la única salida posible será, como lo anunciara Hobbes, la de matar o morir. Y esto provocará que, día a día, mayor cantidad de nosotros se acostumbre de pensar a los otros como no humanos; y que, desesperados y atemorizados, nos convenzamos de que la exclusiva solución es el genocidio: la creciente prédica sobre la necesidad de la pena de muerte es un síntoma de esa tendencia.

          Por eso, la lucha contra las causas de la marginalidad no es una lucha por la vida y fortuna de “esa pobre gente”. No es un acto desinteresado de generosidad hacia otros sino una forma de conservar nuestros propios valores y asegurar que no desaparezcan las condiciones sociales en que ellos son posibles: en las guerras solo hay asesinos. Evitar la guerra es un acto de piedad hacia nuestra integridad moral. Pero las guerras solo pueden ser eludidas evitando la profundización de los procesos que llevan hacia ella. Sobre todo, evitando que se abran fronteras intransitables e innegociables con otros sectores sociales. En caso contrario, los procesos que nos llevan a convertirnos en víctimas o victimarios son irreversibles: las guerras no pueden ser impedidas cuando las condiciones de su producción ya se establecieron. Si dejamos que los procesos de marginación se impongan, cada uno de nosotros, llevado a las condiciones de matar o morir, no tendrá elección. Podremos elegir entre ver morir nuestros valores humanos (sumándonos a la jauría que proclama la necesaria venganza) o sentir el calor final de una bala o de un instrumento de tortura con que un amigo aterrorizado o un enemigo muerto de miedo impondrán castigo a nuestra, incomprensible para la mayoría, disposición a no compartir la locura colectiva.

 

 

CONCLUSIÓN

         Aunque parezca mentira, la encrucijada en la que hoy nos encontramos fue prevista y discutida, en sus trazos generales, ya en el siglo pasado. Según los optimistas cálculos de Karl Marx, llegaría un momento en que el libre desarrollo de esa “contradicción en proceso” que es el Capital, produciría la desaparición de las condiciones mismas de su reproducción. Marx pensaba que, con la automatización generalizada, “el robo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento (...) creado por la industria misma” 38: llegado ese momento, sería posible y necesario abandonar la esclavitud del trabajo para reemplazarla por una actividad laboral que fuese una pura y gozosa expresión de la creatividad humana (Marx, 1982: 227-229). En el otro extremo, por la misma época, y también refiriéndose a la eventual automatización generalizada de la producción, Sismondi preveía el desarrollo aterrador de una desocupación y miseria generalizadas (Settembrini, 1974). Tengo la firme impresión que, entre esos augurios, la imagen que nos devuelve el presente es mucho más cercana a la vaticinada por Sismondi que a la deseada por Marx.

         Sin embargo, lejos de esos tenebrosos augurios, hay una versión sobre los tiempos que corren que es verdaderamente estimulante y alegre. Según ella, el futuro estará iluminado por la racional dirección de grandes y habilidosos técnicos y empresarios, por la mágica regulación armoniosa del mercado y por la superación de los egoísmos nacionales debido a la obsolescencia de todas las fronteras: inutilizadas por las hondas electromagnéticas que las perforan infinita cantidad de veces todos los días. En esa misma vena, las más optimistas versiones muestran cómo las redes de computadoras se cargan día a día con mensajes que cruzan el mundo de una a otra región incrementando nuestra información, las interacciones entre los más diferentes sectores y nuestra capacidad de opinar sobre cada acontecimiento mundial. Como un ejemplo claro de esa fiebre exitosa de internacionalismo, hace un tiempo, en “Línea América” (programa informativo español que difunde el canal seis) se presentó un grupo de rock español (que fue Punck en los 80) y que estaba en Santo Domingo incorporando al rock el ritmo latino: se autodenominaba “Seguridad Social” y proclamaba el mestizaje como el destino más saludable para todos los seres humanos y sus productos. Todo es color del color de la esperanza.

         Acunados por la intuición de que no hay otro mundo posible, los intelectuales hemos tendido a quedarnos sin decir nada o a aceptar el anodino decadentismo posmoderno. Que en su versión más vulgar suele decir palabras semejantes a las siguientes:
         “… para que te lo tomas todo en serio, si todo es una metanarrativa que inunda los hipertextos modernos. Mira el juego y, si tienes genio, compártelo. Esa cara de grave preocupación está fuera de toda justificación. Qué poca gracia la tuya.

         Sin embargo, aunque el llamado suene absolutamente anticuado, creo que es hora de que la indignación vuelva a mover nuestras voluntades y la audacia y responsabilidad de las ideas vuelva a movilizar nuestras inteligencias. De otra manera, seguiremos escuchando a nuestros gobernantes hacer apologías a la libertad de los empresarios y promesas tendientes a continuar desarmando el laborioso sistema de solidaridades construidos con sacrificio durante todo el siglo; sin que nada ocupe su lugar.

         Cuando la crisis es aguda, mal puede esperarse que los integrantes de la sociedad reaccionemos con posturas altruistas. Menos cuando se ha llegado a una gran desorganización de las entidades por medio de las cuales se regulaba la solidaridad social. Pero ese no debe ser un obstáculo pira pensar en formas posibles de reacción. Las dimensiones de la crisis hacen que el discurso ya no se articule necesariamente sobre la necesidad ética de que los más favorecidos seamos generosos y nos unamos a la causa de los pobres o los desvalidos. Tanto la inaudita agresión contra el ambiente como la generalización de la marginación, la explota-ción, la corrupción y el enfrentamiento social, nos obligan a actuar juntos en procura del propio bienestar. La violencia o la intolerancia, que fue el tema central de este trabajo, afecta en forma claramente definida a los sectores marginales. Pero, por otra parte, lo singular de esta crisis es que no sólo son los sectores más pobres los que se ven obligados a generalizar tales prácticas de refugio. Aunque el metal de sus jaulas es diferente, y aunque es diferente el mobiliario con que esas jaulas están adornadas, también son los sectores más ricos los que han debido migrar a zonas exclusivas y/o rodearse de rejas y guardias de seguridad que, en infinidad de casos, terminan siendo sus victimarios. Con ello, disminuye la calidad de vida no sólo de los más pobres sino de casi toda la población; que ve limitada su libertad de movimiento y en peligro la propia vida.

          Por eso no se trata de propugnar una actividad alentada por la caridad cristiana o los valores altruistas del socialismo, ni con el exclusivo fin de mejorar el mundo en que habitarán nuestros hijos, ni para hacer más llevadera la vida de otros sujetos. Debemos actuar para lograr el beneficio de hoy para cada uno de nosotros. Será el menor o el mayor éxito de esa acción lo que mejorará o no nuestro bienestar y el bienestar y la vida de los que en el futuro han de llevar nuestros apellidos. No se trata por eso de repetir soluciones pasadas ni necesariamente elevar las banderas del estatalismo socialista o la del viejo estado de bienestar 39. En cambio, sí creo que es necesario romper de una vez por todas con la prudencia de los derrotados y, sobre todo, con la dudosa ética del decadentismo posmoderno. Estamos en una época de indispensable invención colectiva. Es cierto que nuestra capacidad, individual o grupal, de incidir en el rumbo de nuestras sociedades es muy, muy pequeña. Pero, aún cuando lo que tenemos al alcance de nuestra práctica sea irrefutablemente pequeño, eso no puede ser razón para no actuar; al menos, para decir que se hizo lo posible. Muchos coincidimos en que el mundo no tiene un sentido trascendente ni se mueve por leyes que lo lleven necesariamente hacia un futuro promisorio. No queda, pues, otra opción que pensar en cómo contribuimos a que el presente sea menos insatisfactorio, para desde allí inventar otro futuro.

         Quiero ser claro: no se trata de planear una revolución. Cuando ocurren, las revoluciones son parte de un largo proceso de cambios, de transformaciones en las formas de relaciones interpersonales y claros desarrollos de nuevas formas institucionales. Nadie está, hoy en día, en condiciones de pensar en revoluciones y menos de llevarlas adelante. En cambio, es necesario explorar las nuevas brechas que puedan ir abriéndose en el actual modelo y producir formas de resistencia que abarquen todos y cada uno de los centros de nuestra actividad (desde, por ejemplo, una prédica constante para conseguir que se generalice la convicción de que la mayor productividad debe ser acompañada por una disminución del tiempo de trabajo y no por el desempleo masivo, hasta una decidida autodefensa de los consumidores frente a la agresión de la prensa amarilla y/o la lucha por mayor autonomía y participación en los gobiernos locales, y/o la defensa del medio ambiente, y/o la creación de una asociación de trabajadores precarios tendiente a negociar las condiciones de venta de los propios servicios, etc.). Cualquiera sea el medio, el objetivo debe ser un cambio de gran envergadura en los principios básicos que ordenan nuestra civilización y para eso, los intelectual deberemos recobrar, en alguna medida, una capacidad de investigar y pensar en forma autónoma, que poco a poco hemos ido perdiendo.

 

 


NOTAS


1 Ponencia presentada en el II Encuentro Internacional “Movimientos y desigualdades”. México D.F.; México: 17 y 18 de noviembre de 1993. Las principales fuentes a las que recurrí fueron entrevistas en profundidad a una serie de jóvenes habitantes de caseríos, a psicólogos que se encargan de servicios asistenciales hacia esa población y a las experiencias que cotidianamente me proporciona la vida en esta sociedad. Agradezco los comentarios de la Dra. Inés Quiles.

2 De allí que, pese a su imprecisión teórica, la capacidad evocadora de nociones como “centro/periferia”, “marginalidad” y “norte/sur” —extraídas de las ciencias del espacio– han podido ser convertidas en metáforas que permiten caracterizar determinadas estructuras y relaciones de fuerzas sociales.

3 Para evaluar el impacto ideológico de estos acontecimientos baste recordar el trabajo de Francis Fukuyama "¿El fin de la historia?". Publicado por primera vez en la revista norteamericana The National Interest, en la edición del verano boreal de 1989. Allí dice:
"[...] Algo fundamental ha ocurrido en la historia mundial [...] el siglo que comenzó lleno de autoconfianza en el triunfo final de la democracia liberal occidental parece estar cerca de cerrar el círculo volviendo al lugar donde comenzó: no a un 'fin de la ideología' o a una convergencia entre capitalismo y socialismo, como se predijo anteriormente, sino a una desembozada victoria del liberalismo económico y político.
El triunfo de occidente, o la idea occidental, es evidente antes que nada en el total agotamiento de alternativas sistemáticas viables al liberalismo occidental. En la pasada década se han producido cambios inequívocos en el clima intelectual de los dos mayores países comunistas [...] Pero este fenómeno se extiende más allá de las altas políticas y puede verse también en la extensión irresistible de la cultura occidental de consumo [...].
Quizá estamos siendo testigos no sólo del fin de la Guerra Fría, o del pasaje de un período particular de la historia de posguerra, sino del fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la historia ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano [...] (:3)
[...] la victoria del liberalismo ha ocurrido principalmente en el reino de las ideas o las conciencias y es aún incompleta en el mundo real o material" (algunas cuestiones teóricas concernientes a la naturaleza del cambio histórico): (:3)

4 En muchos contextos, la migración ha contribuido a acrecentar esas singularidades mediante la formación de los ghettos migratorios; que crecen tanto en Europa como en los Estados Unidos, pero también en las grandes urbes de los países menos desarrollados (Saint Pierre, 1990). En todos los casos, su incremento se realiza en medio de grandes tensiones y la reaparición de peligrosas ideologías racistas (Ardittis, 1990; Bovenkerk y otros, 1990)

5 Sólo en los casos de las elites más sofisticadas, como la de los técnicos del Banco Mundial, el esfuerzo se dirige también a destinar algún financiamiento hacia actividades que tiendan a disminuir las tensiones sociales producidas por esas políticas de reconversión.

6 El estado nación es demasiado pequeño para los grandes problemas, porque no existen mecanismos internacionales efectivos para resolver los problemas de flujos de capital, los desequilibrios entre productos, la pérdida de empleos y las varias oleadas demográficas que se presentarán en los próximos 29 años. Pero es demasiado grande para los pequeños problemas, porque la afluencia que se puede ejercer sobre el poder que radica en un centro político nacional se vuelve cada vez menos eficaz dada la variedad y diversidad de necesidades locales; por lo que los centros políticos locales pierden la capacidad para controlar efectivamente los recursos y tomar sus propias decisiones

7 Desgraciadamente, lo que escribí en forma irónica y sin pensar que pudiese llegar se convirtió, más de diez años después, en la dura realidad de la guerra preventiva de los Estados Unidos. Estado que, que creando un enemigo desterritorializado, legitimará de ahora en más cualquier intervención bajo la explicita consigan quienes no están con nosotros están contra nosotros. La primera víctima de esa estrategia fue Afganistán y la segunda Irak. No sabemos quienes seguiremos.

8 Mediante acciones no siempre concertadas, pero generalmente coincidentes en sus razones y objetivos.

9 Si bien esas estructuras del estado de bienestar eran formas de control sobre los trabajadores (Fox Piven y Cloward, 1971), que llegaron a ser muy eficaces, la práctica de los obreros individuales y de sus sindicatos había ido logrando ventajas (sobre todo para los obreros sindicalizados de las ramas más productivas) que permitían mejorar las condiciones contractuales.

10 Las formas de nucleamiento, organización y reivindicación que habían regulado la participación de los trabajadores y empresarios por más de cincuenta o sesenta años.

11 Esto ha sido parcialmente percibido por Ratner y McMullan, 1983. El gobierno de Puerto Rico, ha comenzado, hace unos años, un plan de privatización de servicios básicos, tomando como proyecto piloto la privatización de lo que queda de la enseñanza pública (a los que se agregaron, luego, los servicios de salud). Según trascendidos, la elección de ese sector se debió a que los maestros son los trabajadores que más deudas tienen y, por ende, menores posibilidades de soportar una huelga por mucho tiempo.

12 Eso es un fenómeno común a todos los países, pero es profundamente cierto en los países menos poderosos, cuyos aparatos gubernamentales no tienen capacidad para decidir sobre las principales cuestiones que hacen a la marcha del propio país.

13 Ver Claridad, nov. 1993

14 Las investigaciones sobre pobreza en América Latina son abundantes, desviaría su tratamiento en este artículo, que solo pretende ser un estímulo a pensar algunos de los efectos de esa situación en relación con las estrategias asumidas desde los gobiernos, y aceptadas por gran parte de la población, como una forma adecuada de solución.

15 La escuela de Chicago basó su explicación en la desorganización social producida por la rápida y poco regulada urbanización. Ese concepto refería a la situación en la que muchos residentes no estaban integrados en las instituciones sociales de su comunidad tales como Iglesias, escuelas, grupos barriales tornando a esas instituciones poco efectivas para controlar la conducta de esa parte de la población. Esa desorganización era atribuida al rápido cambio de la población, la heterogeneidad de sus residentes y la escasez de recursos. Al mismo tiempo, la persistencia de esas condiciones tornaron esas conductas delincuentes en parte de la tradición cultural transmitida de una generación a otra (Kornhauser, 1978). Chilton, 1964 y Bordua, 1958 hicieron estudios en Baltimore y Detroit e Indianapolis. La correlación entre indicadores de pobreza y delincuencia fue alta; Eleonor Maccoby, Joshef Johnson y Russell Church (1958).

16 Una inteligente elaboración crítica de la discusión sobre la marginalidad se puede encontrar en Weford y Quijano, s/f.

17 Alarma conservadora y entusiasmo revolucionario.

18 Son ellas las que aseguran la continuidad y preservación de la memoria y las que sirven de base a las estrategias de sobre vivencia y adaptación al mundo.

19 Empalmando con una tendencia de larga data.

20 Entre los años 1983 y 1985.

21 Gramsci había comprobado prácticamente esa importancia de la institucionalización de la sociedad civil en el desarrollo de los movimientos sociales.

22 Putrefacción agravada, en Puerto Rico, por el monopolio que el periodismo amarillo ha hecho de los medios informativos, por la devastadora invasión de los espectáculos de sexo y violencia y varios otros síntomas parecidos.

23 Otras prácticas de refugio pueden identificarse en algunas adicciones, en la proliferación de sectas fundamentalistas y en el auge de ciertos nacionalismos. Muchas de estas prácticas se combinan entre si de manera diversa y son frecuentes en las poblaciones marginadas. También forman parte de esta tipo de prácticas la intransigencia de aquellos que procuran salir de la angustiosa pérdida de identidad y de orientación mediante la subordinación a algunas de las empresas religiosas que alientan y medran con la subordinación total de esos seres a ideologías que invaden toda sus personalidades regulando cada aspecto de su vida cotidiana.

24 Oscar Lewis hizo una caracterización parecida al hablar de la “subcultura de la pobreza”.

25 Que por supuesto solo se expresan muy parcialmente en la influencia electoral de estos marginados. Influencia que ellos han aprendido a utilizar para el logro de algunas ventajas circunstanciales en épocas eleccionarias, pero que se pierde casi totalmente durante la gestión gubernamental de aquellos que ellos contribuyeron a llevar al gobierno.

26 Proceso de reproducción intergeneracional que sigue existiendo y que hace muy poco útil, al menos en este caso, el enfoque individualista al que quiere reducir la cuestión teóricos como Rosanvallón ( 1995).

27 Vale aclarar sobre esto que la marca de los “tenis” es uno de los principales elementos de distinción entre los jóvenes puertorriqueños de los sectores populares.

28 En las entrevistas es frecuente la referencia a momentos de aprendizaje de técnicas, como la de interpretación de mapas urbanos o la elaboración de códigos secretos, que demuestran que la sofisticación no es solo la de los armamentos.

29 Son también frecuentes los testimonios de jóvenes que se debaten en el drama de sumarse a la violencia hacia otros participando de una escalada que ellos saben los llevará a una vida de ilegalidad creciente o ser víctimas de esa violencia, por parte de aquellos que le inducen a incorporarse a la nueva forma de vivir. Varios son también los testimonios sobre jóvenes que han sido asesinados por no aceptar participar en las reglas de los grupos que dominan en sus barrios, urbanizaciones o caserios.

30 Ver página n° 28. Esto último ha sido también convicción generalizada entre quienes radican la principal explicación de la delincuencia en los valores aprendidos dentro del medio social en que crece el delincuente (Gibbonas y Krohn, 1991).

31 La existencia de lo que Erving Goffman llamaría “marco” podría haber sido sospechada, dado que de otra forma no sería pensable la existencia social en esos nucleos sociales urbanos. Sin embargo, son los estereotipos “etnocéntricos”, propios de los sectores medios, los que han llevado a la mayoría de los comentaristas a ni siquiera sospechar la existencia de esos, más o menos explícitos, marcos de referencia normativos.

32 Entrevistas realizadas por mí y por la Dra. Inés Quiles (que coinciden con lo que vieran en México, Gomezjara y otros, 1987).

33 Según los testimonios recogidos tanto entre habitantes como entre trabajadores sociales.

34 Un testimonio notable de u grupo de científicos sociales que trabaja en forma interdisciplinaria en un Hogar juvenil, es que varios de esos jóvenes, preguntados sobre cuáles son sus perspectivas y sus deseos de vida al salir de allí, aseguren que volverán a “tirar” drogas o hacer otro tipo de actividades relacionadas con el mismo negocio que los llevó a ser detenidos. Ese testimonio es notable pues rebela hasta qué punto las identidades de esos adolescentes se ha formado en esa cultura. La tarea de ese grupo de científicos y de los propios maestros, psicólogos y trabajadores sociales que son parte de la institución es la de dar cursos y coordinar otras actividades tendientes a que esos jóvenes cambien sus actitudes y dejen el negocio de las drogas. Sin embargo, tan fuerte es la identidad subcultural que algunos de ellos se atreven a desafiar la autoridad de aquellos que, con solo informar a las autoridades sobre esas declaraciones, tienen en sus manos asegurar que esos adolescentes seguirán entre rejas.

35 Sobre esta cuestión ver, entre otros, Stuart, 1988.

36 Con gran capacidad metafórica, uno de los entrevistados de los autores del libro Las bandas en tiempos de crisis dice, refiriéndose a la ayuda de agencias externas, que es necesario “ordeñarlas” todo lo posible (Gomezjara y otros, 1987).

37 Por supuesto, la tendencia al consumo tiene determinantes mucho más complejos que un mero incremento en la oferta, pero ellas escapan a la esfera de posibilidades analíticas de este trabajo.

38 El autor se refiere a la constante revolución científico y técnica que termina haciendo del tiempo de trabajo una medida inadecuada para la riqueza social: “el valor de cambio deja de ser la medida del valor de uso”.

39 Creo que sus principios éticos no han perdido vigencia, pero sí algunas de sus formas de acción política.


 


BIBLIOGRAFÍA

 

ANÓNIMO: Entrevistas a miembros de caseríos y barrios marginales.
Adarve, M. (1992). Crisis de fe y cambio religioso en Colombia. Diálogos de la Comunicación,
Arditis, S. (1990). Labor Migration and the Single European Market: A synthetically and Prospective Note. International Sociology, _5_(4),
Asociación de padres y maestros (1956). Delincuencia juvenil. Puerto Rico: Congreso nacional de padres y maestros.
Attali, J. (enero 1993). El regreso del tribalismo. Nexos, (181),
Autores varios (1988). Incorporación social de colectivos marginados. Madrid: Ministerio de Sanidad y consumo.
Berger, J. (1990). Market and State in Advanced Capitalist Societies. Current Sociology, _38_(2 / 3),
Bell. D (1988). EL MUNDO EN 2013. Revista facetas. N? 81. 3/. (s/ editor).Error! Bookmark not defined.
Boff Leonardo. (1984). Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la iglesia. (4ta). España: Sal Terrae.
Bonvenkerk, F., Miles, R., & Verbunt, G. (1990). Racism, Migration and the state in Western Europe. International Sociology, _5_(4),
Callois, R. (1945). Ensayo sobre el espíritu de las sectas. Jornadas, (41),
Campero, G. (mayo de 1993). Modernización y actores sociales. David & Goliath, _XXI_(59).
Cartaya, V. (1987). El confuso mundo del sector informal. Nueva sociedad, (90), 76/88.
Castillo F.(1988). Los jinetes de la cocaína. Bogotá: Edit. documentos periodísticos.
Castillo Ochoa, M. (1990). La transición y el péndulo. David & Goliath, _XXI_(59).
Chalfant H. Paul, Beckley Rober. E. , & Palmer, C. E. (1981). Religion in Contemporary Society. Estados Unidos de Norteamérica: Alfred Publishing Co.
Cohen, A. K. (1955). Delinquent boys: the culture of gang. New York: The Free Press.
Cohen Albert K. y Short James F., J. (1938). Research in delinquent subcultures. Journal of social issues, 14_(3),
Coimbra, A. Redes sociais: Apresentacao de um instrumento de investigacao. Analise Psicologica, _VIII_(2).
Costa, M. R. (S/D). Skinheads o stigma da violencia. ALAS, Brasil. (mimeo)
Covass Oquendo, A. (12 de febrero de 1993). Bajo los niveles de pobreza el 58.9 % de los puertorriqueños. El Nuevo Día, 18.
Cressey D. R. (1971). Organized Crime and Criminal Organizations. Inglaterra: Heffer/Cambridge.
Ferrarotti, F. (1981). Social Marginality and violence in Neourban Societies. Social Research, _48_(1),
Fox Piven, F., & Cloward, R. A. (1971). Regulating the Poor: the Functions of Public Welfare. New York: Random House.
Fridman, J. (1989). The dialectic of Reason. International Journal of Urban and Regional Research, _13_(2), 224-226.
Friedrichs, D. O. (1981). Violence and Politics of Crime. Social Research, _48_(1),
Garrido, C. (1990). ¿Producir un nuevo empresariado? David & Goliath, _XXI_(59),
Garrido Genoves, V. Delincuencia Juvenil (orígenes, prevención y tratamiento). España: 1987.
Gibbons, D. C., & Krohn, M. D. (1991). Delinquent Behavior. New Jersey: Englewoodliffs.
Gilly, A. (mayo 1993). Paisaje después de la derrota. México: Inprecor, (32).
Gomezjara, F. A. y otros (1987). Las bandas en tiempos de crisis. México: Ediciones Nueva sociología.
Gramsci, A. (1975). Quaderni del Carcere. Torino:Giulio Einaudi.
Hartman, C. (1994, 7 de marzo). Crisis global de desempleo. El Nuevo Día. Puerto Rico.
Heller, A. (1990, 28 de diciembre). Religión y modernidad. El país, 40.
Hiernaux Nicolas, D. (1996). Nuevas tecnologías y apropiación del territorio. Ciudades. 32.
Finquelievich, S. (1996). Era de los bytes y transformación de espacios. Ciudades. 32.
Krischke, P. J. (Agosto de 1993). Actores sociales y consolidación democrática en América Latina: Estrategias, Identidades y Cultura Cívica. Ermenentum. Revista Venezolana de Sociología y Antropología. _3_(6 y 7).
Lalive d'Epinay (1970). O refugio das massas. Brasil: Paz e Terra.
Lalive d'Epinay (1975). Religion, dynamique social et dependance. Paris: Mounton.
Lechner, N. (set-oct 1992). El debate sobre estado y mercado. Nueva Sociedad, (121),
Lewis, O. (1962). Antropología de la pobreza. México: Fondo de Cultura Económica.
Lewis, O. (1968). The slum culture, backgrounds for la vida. New York: Random House.
Lewis, O. (1965). La vida. Estados Unidos: Random House.
Lomnitz Larissa A. (1978). Como sobreviven los Marginados. México: Siglo XXI.
López María Milagros (1992). La imperfección lábil de cada día (reflexiones en torno al sujeto y la vida cotidiana). Puerto Rico: Centro de Investigaciones Sociales. UPR.
MacGill Hughes, H. (Comp). (1970). Delinquents and Criminals Their Social World. Estados Unidos de Norteamérica: Sociological Resourses for Social Studies.
Machado, S. I. (s/d).Violencia Urbana. Reprecentacao de uma ordem social. : ANAPOCS, Caxambu.
Mack, J. A. (1975). The crime Industry. Lexinton: Saxon House.
Maggiori, R. y. J. B. Marongiu. (11 de febrero de 1993). Les deherite de Bourdieu. Liberation, 19-21.
Marx, C. (1982). (1977). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). 1857-58. México: Siglo XXI.
McCuen, G. E. (1986). World Hunger and social justice. Estados Unidos de Norteamerica: Gary E. McCuen.
Montero, C. (1990). Política, empresas, democracia. David & Goliath, _XXI_(59),
Negri, A. (1980). Del obrero masa al obrero social. Barcelona: Anagrama.
Nieves Falcón, L. (1970). La emigración puertorriqueña: sueño y realidad. En L. Nieves Falcon, Diagnóstico de Puerto Rico. Puerto Rico: Edil.
Nun, J. (1969). Sobrepoblación relativa, ejército industrial de reserva y masa marginal. Revista Latinoamericana de Sociología, (2), 178/237.
Oncu, A. (1990). International Labour Migration and Class Relations. Current Sociology, _38_(2/3),
Offe, C. (1992). La sociedad del trabajo. Problemas estructurales y perspectivas de futuro. España: Alianza Universidad.
Ortiz Negron, Laura L.(1992). Al filo de la navaja. Los márgenes en Puerto Rico. Puerto Rico: Centro de Investigaciones Sociales. UPR.
Perez de Jesús, M. (1977). Los parámetros de la crisis actual: desempleo, migración, vivienda, dependencia, educación y desigualdad. La transformación desigual de Puerto Rico. San Juan.
Ratner, R. S. y McMullan (1983). Exceptional State in Britain the United State and Canada. Crime and Social Justice . _19_. Summer.
Rodriguez Ernesto. (1989). Juventud latinoamericana: crisis, desafíos y esperanzas. Revista estudios de Juventud, (35),15-25.
Rolim, F. C. (1979). Pentecotisme et societe au Bresil. Social Compass, _XXVI_(2-3), 345-372.
Saint/Pierre, C. d. (s/d) Mode de socialite d`une population de jeunes dans un quartier de ville nouvelle. Paris. Mimeo.
Scarano, F. (1993). Sobrevivir, convivir y luchar: el Puerto Rico contemporaneo, 1968-1992. Puerto Rico. Cinco ciglos de historia. (pp. 804-854). Puerto Rico: McGraw Hill.

Settembrini, D. (1974). Due ipotesi per el socialismo in Marx ed Engels. Italia: Laterza.
Sheper Hughes, N. (1992). Death, Whithout Weeping. The violence Everyday Life in Brazil. Berkley: UCLA Press.
Sojo, C., & Franco, I. (1990). Pactos y ajustes. David & Goliath, XXI_(59),
Stoll, D. (1990). Is Latin America Turning Protestant? The Politics of Evangelical Growth. Berkley: University of California Press.
Stuart, H. (1988). Can the Hidden Economy be Evolutionary? Toward a dialectical Analysis on the Relation between Formal and Informal Economies. Social Justice, _15_(3/4), 29/60.
Tironi, E. (1990). Autoritarismo, Modernización y marginalidad (el caso de Chile 1973-1989). Santiago de Chile: Paulina Mata.
Touraine, A. (1989). América latina. Política y sociedad. Madrid: Espasa Calpe.
Varios autores. (XXI). Crisis y reestructuración. David & Goliath, _59_,
Varios autores. (1990). Empresarios e Estado.O caso brasileiro. David & Goliath, _XXI_(59),
Vazquez Calzada, J. L. La ociosidad: El gran problema de la sociedad puertorriqueña. Departamento de Ciencias Sociales. Escuela Graduada de Salud Publica. Recinto de Ciencias Medicas. Universidad de Puerto Rico. Mimeo.
Waldo, C. A. (1974). Urbanizacao e religiosidade popular. Vozes,(7),
Covas Oquendo, W. (1971). Organized Crime and Criminal Organizations. Cambridge: W. Heffer & Sons.
Winn, P. (1992). Is Latin America Turning Protestant. Americas. The Changing face of America and the Caribbean. New York: Pantheon Books.
Winslow, R. y. Winslow, Virginia (1974). Deviant Reality. Alternative Word Views. Estados Unidos de Norteamerica: Allyn and Bacon, Inc.
Woldemberg, J. (20 de febrero de 1993). Los ciudadanos. La Jornada, 5.
Zayas Micheli, L. (1990). Mito e identidad nacional. Cupey, _VII_, 194-202.


OTROS TRABAJOS del Dr. Homero R. Saltalamacchia :

Imprimir Página Web



ACILBUPER
REVISTA DE Cs. SOCIALES
www.acilbuper.com.ar