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Autogestión y explotados

Formas productivas de la necesidad

 

 

por: boris iván miranda*

 

 

 

“Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo unas al lado de otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria*.

        Carlos Marx – Miseria de la filosofía

 

 

·        introducción

 

La presente propuesta es antes que nada un reconocimiento a la creatividad humana. En diversos escenarios encontramos una rearticulación de las pautas de confrontación social con prácticas cada vez más participativas y directas. Surgen por todos lados experimentos, de formas productivas en todo nivel, que se encuentran revolucionando las relaciones entre el capital y el trabajo.

 

La intención de este trabajo no es elaborar una teoría sobre las prácticas autonómicas. Le reconocemos a las formas autogestivas una indudable riqueza histórica pero partimos que su resurgimiento tiene en su esencia gran originalidad. Además este rebrote de las prácticas asambleístas y autónomas han sido más que nada por la necesidad de los hombres. Pretendo aquí trazar una relación histórica de cómo las representaciones obreras fueron perdiendo fuerza dejando a las clases subalternas a la merced del apetito voraz del capital. De ahí viene la noción de que estas son formas productivas de la necesidad. La situación de los trabajadores, y demás clases subalternas, ha ido empujando y creando esta forma de prácticas.

 

La rebeldía [1]   se encuentra desplegando durante este último tiempo toda su capacidad creadora. Esa misma producción de subjetividades rebeldes que durante el siglo XX tuvo que encausarse en los formatos de un partido, claro que no siempre lo hizo. La rebeldía se iba radicalizando a medida que las instancias organizativas clásicas la iban defraudando. Y al notar la total incapacidad de las instancias representativas en las últimas décadas fue engendrando una natural y salvaje necesidad de participación directa.

 

Las masas, a medida que se agudizaba la crisis, iban rompiendo con ese esquema jerárquico que es la conciencia. Fue rompiendo con esa conciencia de clase adoctrinada que les enseñó el rol del partido ,el rol de los obreros, etc. El obrero, por ejemplo, cuando logró romper con la conciencia se dio cuenta de que puede producir en una fábrica sin necesidad de patrón. Los vecinos entendieron que pueden producir prácticas políticas autónomas sin necesidad de que el partido o la forma sindical correspondiente les baje la línea. La conciencia era insuficiente a la hora de resistir y  a medida que íbamos cerrándole el paso le fuimos abriendo el paso a la razón del deseo. Deseo que es solo el principio del despliegue creativo que contemplamos.

 

Este despliegue creativo que es una forma anticipatoria de la nueva sociedad por la que peleamos. Es comenzar a construir el socialismo desde ahora y desde abajo; en el seno mismo de las relaciones capitalistas. Vislumbramos los valores de la nueva sociedad a medida que vemos florecer estas prácticas. Esa es la autogestión; una permanente lucha interna y externa que se ha tornado en protagonista de las luchas sociales por la situación insostenible de las masas.

 

La reconfiguración del capital en feroz respuesta a la ofensiva obrera ha abierto posibilidades insospechadas hasta ahora para el movimiento social. Estamos contemplando el principio de este continuo fluir de fuerzas sociales que se han desencadenado desde aquello. Las viejas instancias políticas de representación no han sido sobrepasadas del todo; fueron arrolladas por la emergencia rebelde y esta les ha cambiado sus roles. Muchas nociones de confrontación social se han visto trastocadas por este fenómeno. El mérito es que este fenómeno no ha sepultado aquellas nociones, más bien les ha devuelto un poco de la vigencia que habían perdido. Si bien estas prácticas autonómicas y autogestivas que empiezan a desplegarse generosamente por América Latina también corren el peligro de ser cooptadas por el capital vale la pena correr el riesgo por ellas. Por creer en su posibilidad.

 

 

·        la transición

 

 

Los colosales talleres y las enormes fábricas, en las cuales se producían todos los componentes de la futura mercancía, eran los paradigmas de la productividad laboral eficiente. A la vez esto implicaba una enorme concentración obrera por taller. Y sus consiguientes concentraciones obreras generaban escenarios más propicios para que los trabajadores puedan articularse como un actor social activo. Bajo aquellas estructuras capitalistas, con la producción encarnada en fábricas enormes y grandes concentraciones industriales, es que se plantearon las formas de acción política que han simbolizado la identidad laboral y política de los trabajadores durante el siglo XX. La contradicción entre las fuerzas productivas, y su desarrollo, con las relaciones(técnicas y sociales) de producción sirvieron para soñar al comunismo.

 

Marx era optimista en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas, por cuanto éstas no sólo chocarían con las relaciones sociales de producción capitalistas, sino que organizaban, cohesionaban y fortalecían al proletariado(....)” [2] .

 

De esta manera es que el marxismo clásico le otorgó al obrero industrial de fábrica el papel de protagonista en la transformación social [3] , ellos eran el motor necesario para las emancipación.  Luego la ortodoxia descansó la certidumbre sobre advenimiento del socialismo en aquella contradicción [4] .

 

Las cosas sucedieron de distinta manera.

 

La visión de que ese desarrollo de las fuerzas productivas, con un lineal crecimiento  meramente cuantitativo, fortalecería al proletario industrial está fuera de contexto; la fragmentación de las unidades de producción y la informalización le han quitado la hegemonía política y productiva a la clase obrera de fábrica.

 

La plusvalía ya no tiene espacios físicos de producción única y tampoco se produce exclusivamente en el interior de una fábrica. Se ha dividido espacialmente al trabajo como proceso colectivo con gran ayuda de la tecnología. No tiene importancia, para el capitalismo, que el proceso de producción y valorización se de en enormes talleres o en pequeños centros tecnológicos, lo importante es la valorización del valor-capital. Estos microcentros de producción específica y los mecanismos de contratos temporales se están imponiendo como las estrategias del capitalismo en todo el mundo. Pero no fue suficiente y posible dividir a la industria y crear aquellas microempresas altamente tecnologizadas sin consecuencias inmediatas. Todo este proceso reorganizativo implicó el cierre de muchas fábricas y los consecuentes despidos a niveles masivos.

 

Y es que en realidad no podemos pensar que todo este proceso de reorganización carezca de intencionalidades más allá de una producción eficiente. El capital ha ido reorganizado sus formas de producción orientando el proceso concientemente. En los noventa se concluyó de delinear [5] esta hábil reestructuración productiva como una       coherente respuesta a la ofensiva obrera, la más grande reorganización de la producción en los últimos treinta años [6] .

 

El fordismo , una cadena de producción semiautomática, fue el punto culminante de una etapa de desarrollo en las formas de producción capitalistas que llega hasta los setentas. Su crisis empezó a finales de la década del sesenta. Esta misma devenía de la imposibilidad de aquella forma social de controlar la movilidad e intensidad de los niveles productivos y soportar el peso de los movimientos sociales (no exclusivamente obreros) de su tiempo. En los sesentas las contundentes y continuas formas de manifestaciones ,obreras; estudiantiles; feministas y demás, ya taladraban las ganancias. Por eso el capitalismo se encontraba obligado a reestructurar e intensificar sus maneras de apropiación . Esta crisis, como las anteriores que ha sufrido el capitalismo, tomó la forma que el proletariado fue demarcando. La historia posee una lógica solo cuando la subjetividad la dirige y es aquella producción de subjetividad la que genera las crisis y que también ilumina las alternativas. El poder constituido tuvo que responder a estas subjetividades reestructurando e intensificando las formas de apropiación existentes. Esa fue una de las grandes habilidades de este nuevo proceso organizativo: las formas actuales del capital ahora se apropian no sólo de la producción mercantil sino también de la producción de rebeldía frente a las formas de poder existente.

 

La historia del capitalismo es la rutina de romper con todas las barreras que se opongan al fenómeno de valorización del capital; la permanente expansión y sometimiento de formas de vida no-capitalistas. El capitalismo no puede concebirse como sistema autárquico, ni siquiera es capaz de autoabastecerse. Bajo el capitalismo para que la plusvalía se realice y mantenga le es necesario alimentarse de los escenarios no-capitalistas y prepararlos para su transformación e inserción al mercado mundial. Marx explicó este proceso devorador de formas productivas a través de la “subsunción formal” del trabajo. El capital, convirtiendo la creación libre en trabajo forzado, se ha encargado de conquistar el planeta en casi todos sus rincones (todos?). Luego, Negri y Hardt hablaron de una segunda forma de subsunción más intensa y amplia; la “subsunción real” [7] Y es solamente a través del riguroso e implacable carácter de estos procesos con los que podemos entender la apropiación de rebeldías en el capitalismo actual. La subsunción formal, clásica del capitalismo de fábrica, es incapaz de contener las subjetividades surgidas en su seno mismo. Por eso el fordismo ingresó en su crisis terminal, además de estar imposibilitado para administrar la superproducción ya era incapaz de contener a los movimientos surgidos en su contra. Frente a todo esto, otro proceso, ya no expansivo, más bien intensivo, surgió con las capacidades para disciplinar en un espectro más amplio a la sociedad beligerante. Las intensidades de la subsunción real han sobrepasado las fronteras de la vida laboral y las fábricas y han llegado a posesionarse de todas las esferas de la vida. Actualmente nuestras formas de vida son los verdaderos símbolos físicos del nuevo orden mundial capitalista. El capital va diseñando la sociedad a su gusto. Los artistas, los comunarios, los intelectuales, las mujeres, etc; todos están obligados a convertirse en asalariados y esa conversión en mercancía viva ahora tiene implicaciones más profundas.

 

Esta reestructuración laboral y, en general, todo el proceso de reorganización del capital desde la segunda mitad del siglo XX son procesos esenciales para comprender las esferas de poder actual. Las relaciones entre el trabajo y el capital se han revolucionado frente a la nueva organización. El capital ha encontrado distintas maneras de apropiación del trabajo y por eso sucumbieron las formas clásicas de resistencia y representación. Por esto, también, las posibilidades de emancipación social y las perspectivas de acción política de las clases subalternas se han visto trastocadas. Ya no podemos pensar en el obrero industrial como el solitario emancipador de la humanidad; esta concepción alimentada hasta el cansancio por el marxismo clásico y sustentada por su relación teórica con la Revolución industrial. “La vieja izquierda se imaginó que el desarrollo industrial preparaba racionalmente el advenimiento del socialismo, de tal manera que la concentración de la industria y la conciencia obrera evolucionaban y maduraban con el crecimiento de las máquinas y las líneas de montaje” [8] . La revolución de las fuerzas productivas implicó, entre otras, una revolución conceptual, la nueva forma predominante del proceso trabajo revolucionó las formas de construcción y concepción del movimiento social. Las pautas de confrontación social en los últimos dos siglos; los formatos clásicos de la representación y la política; el partido y el sindicato han roto sus funciones y capacidades. Las políticas de ajuste estructural han fracturado los procesos de desarrollo político que fueron comenzando a tomar relieve desde los sesentas.

 

 

·        la representación

 

 

Contradicción: el carácter privado de la apropiación capitalista con la forma social de la producción. Forma: Talleres o fábricas con grandes concentraciones obreras para obtener el máximo provecho en el proceso productivo; en una de esas fábricas a la vaca solo le perdonaban el mugido [9] . De esa manera es que los trabajadores de fábrica lograrían actuar como un verdadero sujeto social cohesionado y también se verían favorecidos por su natural antagonista ¾ el capital ¾ logrando así la anhelada liberación. Por eso a los trabajadores de fábrica les correspondería organizarse en torno a las formas establecidas; el desarrollo de las fuerzas productivas los colocó en una situación favorecida frente al resto de formas obreras. Gozaban, a nivel mundial, de una hegemonía política que, gracias a los esquemas heredados del marxismo clásico, duró más allá del proceso de transición al posfordismo.

 

A partir de esta lógica y bajo los marcos de la representatividad de la democracia es que se constituyen las “representaciones” obreras [10] . Una forma de organización de vanguardia y una de masas son los símbolos de este dualismo; partido y sindicato. El sindicato debía defender al obrero luchando por reivindicaciones cada vez mayores para él mismo. Pero en realidad, esta instancia puede potencialmente constituirse en el vehículo de reapropiación por los trabajadores de todos los poderes productivos, culturales, políticos y militares depositados en empresarios, funcionarios y generales [11] . El Partido, como forma organizativa auténtica y natural de la democracia representativa, estaba constituido para encabezar el proceso emancipador puesto que en él se debían encontrar los cuadros revolucionarios más esclarecidos. El partido era el conductor porque se le reconocía como una forma superior de educación. El sovietismo no sólo adoptó y divulgó estas teorías, más bien  las convirtió en las voces oficiales de la teoría marxista. Su verdad rezaba de la siguiente manera:

 

La lucha colectiva de los obreros contra los patronos por una venta más beneficiosa de la fuerza de trabajo, por mejorar su situación material, es, por necesidad, una lucha sindical, ya que las condiciones de trabajo en los distintos oficios son extremadamente diversas. Al propio tiempo, como subrayó Lenin, los sindicatos no deben limitarse a defender los intereses económicos de los trabajadores. Pueden desarrollar la conciencia de clase del proletariado y convertirse en un colaborador muy importante de propaganda política y de organización revolucionaria. Sin embargo, para ello es necesario que el sindicato esté dirigido por un partido revolucionario**. [12]

 

El sindicato, la organización de clase más inmediata y cercana al trabajador (de fábrica y de lo que sea), debía adherirse o, peor, someterse a lo que dicte el partido, porque “En sus filas se agrupan los proletarios de vanguardia, los más activos” [13] . La racionalidad moderna y la claridad intelectual a la hora de afrontar la historia eran argumentos para darle toda la capacidad representativa al partido.

 

Entonces la producción de rebeldía debía encausarse bajo las costumbres de algún partido. Aquella rebeldía, salvaje y espontánea, debía ser procesada en la fábrica de conciencias que era el partido. El hecho de ser militante comprometido también implicaba la necesidad de formar parte de uno de ellos. No era necesario formar parte de un partido para ser activista político pero se sobreentendía la idea de que hacer política real requería militancia partidaria. Como anotaba el sovietismo oficial, toda forma organizativa de las clases subalternas debía supeditarse a los partidos comunistas. Estas nociones fueron echando raíces a través del tiempo y con grandes niveles de profundidad. Las mentalidades inconformes se convencieron de que solo podían canalizar su necesidad de protesta e insumisión a través de algún partido. Las prácticas burguesas de la representación se fueron apropiando de las subjetividades rebeldes y las convertían en burocracia prorevolucionaria. La hegemonía política de acción y el uso de la voz del pueblo les pertenecía a los partidos; por el desarrollo histórico de las formas de confrontación social y luego por la influyente escuela de la URSS [14] . El tiempo se ha encargado de mostrar las limitaciones de los partidos y como esta hegemonía se torna cada vez más ilegítima.

 

La multitud siempre ha sobrepasado la influencia de los partidos. La racionalidad misma de los partidos progresistas cada vez se encuentra más cuestionada por las masas insurrectas. En realidad los partidos, por más progresistas que estos sean, en más de una ocasión no han sido más que un estorbo. Muchas veces los partidos se constituyeron una barrera burocrática para las formas de articulación alternativa que en su momento practicaron las clases subalternas. El siglo XX es el testigo de numerosos intentos, muchas veces exitosos y siempre originales, por escapar de la asfixiante limitación que ejercían los partidos [15] . Numerosos intentos innovadores se han dado a través de la historia. Nunca alguno de estos tuvo un manual.

 

Los sindicatos tienen una naturaleza distinta. Partamos de que los sindicatos, independientemente a la concepción clásica, son también una forma autoorganizada y natural de los trabajadores. No simplemente son una práctica representativa que heredamos de Europa. Entonces desde ahí podemos reconocer nuevas posibilidades para esta instancia. Además, estos sindicatos son una expresión más de la necesidad y no sólo una simple producción de la conciencia de clase y sus forjadores. Los sindicatos y agrupaciones trabajadoras autónomas al capital son la urgencia de los trabajadores por autodefenderse. La burocracia fue siempre el peor enemigo de los sindicatos. Es más, este es uno de los ejemplos más claros de cómo las formas de la representatividad se van internando en las organizaciones populares de manera implícita. Por eso devino la crisis del sindicalismo. Además las nuevas formas productivas han debilitado la capacidad de los sindicatos en su versión formal y tradicional. Aún así esta nueva organización racional de la apropiación le otorga al movimiento multitudinario posibilidades y capacidades insospechadas.

 

La resistencia ineficaz automatiza el sometimiento. La nueva racionalización de la empresa ha aislado a la fuerza laboral; la ha fragmentado sin dejar de explotarla en lo más mínimo. Gracias a esto la cooperación interna también se ha roto; los lazos “interior fábrica” se han quebrado. Las grandes industrias además de generar cohesión y solidaridad le otorgaban al obrero industrial de fábrica una posición estratégica a la hora de presionar; tenían el peso y el número. Luego de sobrevivir por un buen tiempo con prácticas políticas ineficaces, las clases subalternas  han emprendido nuevos proyectos; antes que una empresa emancipatoria  es un producto de la pura necesidad.

 

 

·        la necesidad

 

 

Las condiciones en las cuales los obreros de fábrica (que sobrevivieron a los despidos), los campesinos y demás grupos sociales fueron obligados a subsistir se tornaron insostenibles. La fragmentación de los centros productivos significó para muchos trabajadores la pérdida o devaluación de sus derechos laborales. Antes de que se pueda reiniciar el crecimiento capitalista se tenían que configurar las nuevas condiciones sociales de control de la fuerza de trabajo. Debe existir suministro suficiente de fuerza de trabajo además de salarios lo suficientemente bajos como para asegurar la ganancia. La reconfiguración de esas condiciones sociales fue el fomento al trabajo a domicilio, los contratistas y, en general, la informalización de los trabajadores. Se han ajustado las condiciones del empleo a los requerimientos de la producción justificando estos cambios en la competitividad empresarial. Toda esta reestructuración, que como ya dijimos antes debilitó a los sindicatos tradicionales, fue la que se encargo de precarizar las condiciones materiales de vida de las clases subalternas.

 

Además, el reemplazo del anterior modelo acumulativo por uno nuevo también trajo consecuencias duras para el capital y sus agentes. El cambio de eje en la acumulación no basta para impulsar un crecimiento sostenido de golpe, esto trae consigo drásticas implicaciones para aquellos que no ostenten el suficiente capital para sobrevivir y reacomodarse [16] .  La consecuente crisis determinó la desaparición de muchos capitalistas que no supieron mantenerse en competencia y, por ende, el cierre de sus centros de producción. De cualquier forma, el desmantelamiento de todo un aparato constituido en torno a un enorme taller significa que aquel taller se vuelve obsoleto. Aún sin crisis muchos capitalistas se hubieran visto obligados a salir de competencia por su incapacidad de mantenerse al día con los paradigmas productivos. Es la famosa polarización económica, el desempleo tenía que incrementarse y los ingresos iban a irse perfilando en un rumbo predominante. Esas eran las condiciones para reiniciar el proceso de valorización del capital. Los obreros debían someterse a aquellas nuevas condiciones sociales impuestas hábilmente.

 

En las últimas décadas la conciencia no fue suficiente a la hora de resistir, ahora las prácticas que surgen lo hacen sobretodo por la necesidad y gracias a las iniciativas y deseos del cuerpo. Por eso también estas nuevas iniciativas, como en los mejores días de la rebeldía, vuelven a surgir sin manual, teorías o modelos absolutos. Romper la conciencia para dar lugar al deseo [17] . Son prácticas del cuerpo que piensa y necesita que demuestran lo que el cuerpo puede. Las organizaciones autónomas y de gestión política directa son producto de estas condiciones.

 

Tenemos presente una gran oportunidad para revolucionar las relaciones en la sociedad y cambiar los roles a la hora de la confrontación. Pero en realidad tenemos que resaltar y reconocer que estas prácticas se dan, antes que nada, por la necesidad de los hombres y de las mujeres. Por eso es que no existen manuales ni recetas que las subordinen. Lo que si sucede es que estas nuevas prácticas están alimentadas por un vasto cúmulo de experiencias autónomas durante siglos. La necesidad le ha causado a los trabajadores, estudiantes, campesinos y al resto de los grupos subordinados muchas veces la urgencia de pensar en alternativas para sobrevivir. Es esta necesidad la que ha vencido a la conciencia y a sus creencias y ha convencido a estos nuevos grupos que es posible aceptar el desafío de crear. La autogestión productiva supera la frontera del hacer con el pensar hacer. Es más, supera a aquel hacer conciente y lo lleva a formas mucho más amplias; esto el hacer del deseo.

 

En realidad es en el hacer conciente residen muchas de las limitaciones del movimiento popular. La famosa concientización le ha ensañado a las masas cual es su función en los procesos productivos. Llegamos al mundo con una posición y una misión, algo castrante por más que la misión sea liberar a toda la humanidad. Los obreros industriales aprendieron que llegaron al mundo bajo un signo contradictorio. Ellos aprendieron que en el desarrollo de sus formas de producción residía la contradicción que los liberaría. Los productores de conciencias de clase les enseñaron que su poder aumentaría en la misma medida que aumentaba la producción en masa, que en ellos residía la contradicción fundamental. Pero cuando las condiciones objetivas ya se cayeron de maduras y el fordismo pasó a la historia ya no supieron que hacer. El obrero sabía que por las leyes del desarrollo social vendría el advenimiento del socialismo y se instauraría la dictadura del proletariado. El obrero sabía que era obrero y que era explotado por los burgueses, dueños de los medios de producción. El obrero sabía que era una fuerza productiva y que vendía su fuerza de trabajo. Lo que el obrero no sabía era que podía desplegar sus capacidades productivas sin necesidad de un patrón. La conciencia no solamente implicaba que la clase obrera actúe para si misma, también implicaba toda la estructura jerárquica del partido y los moldes de la confrontación social. Tanto el patrón como el partido se apropian y moldean las capacidades creativas del trabajador. Y cuando la conciencia ya no fue suficiente fue el hambre de la familia que empezó a abrirle los ojos.

 

Por suerte la conciencia se asienta más en aquellos iluminados del partido que en la inmadura multitud. El partido, lugar donde residen los más esclarecidos, es donde los cuadros revolucionarios se tienen que sentir más comprometidos y plenamente concientes. Por eso los burócratas de los partidos progres se niegan a aceptar el cambio trascendental que ha sucedido y muchas veces reniegan de estas prácticas [18] . En cambio, la conciencia de los obreros adoctrinados no es más que una escala de creencias que una situación concreta puede modificar. Esa conciencia pese a que, luego de generaciones y generaciones, se encuentra profundamente arraigada y sujeta en la mentalidad de las multitudes sigue siendo un objeto extraño. Sigue siento un objeto externo frente a la capacidad creativa de las masas.

 

Y fue una situación concreta la que arrancó los esquemas y estructuras jerárquicas producidas en la conciencia de clase e implantadas en el imaginario de los trabajadores. La pobreza y el sometimiento extremos.

 

La contundente derrota obrera de los ochentas y noventas abrió paso para que los empresarios y demás agentes del capital dieran rienda suelta a sus apetitos voraces. El fenómeno estaba revirtiendo las reivindicaciones que se fueron ganando los trabajadores durante muchas décadas. Y como dijimos antes, al obrero no le quedaba otra que plegarse a las nuevas condiciones impuestas por el capital para los asalariados en general. Durante las últimas dos décadas los obreros subsistieron bajo aquellas condiciones. Desde los más indiferentes hasta aquellos completamente politizados vieron como su certidumbre se caía a pedazos. Durante las últimas dos décadas se fueron acumulando en los cuerpos de los trabajadores necesidades y deseos que no guardaban relación con lo que les dictaba la conciencia de clase.

 

La creatividad surgió cuando más implacable era la necesidad. La multitud iba rompiendo con la conciencia jerárquica a medida que se le tornaba insoportable la pobreza o la humillación o ambos. El rescate de las experiencias autónomas apareció como el recurso desesperado en afán de sobrevivir. La subjetividad autonomista estalló luego de haber sido ahogada durante casi un siglo por las estructuras partidarias. Esas subjetividades participativas, que durante todo el siglo XX habían sido encausadas bajo formatos de representación, fueron adquiriendo mayor relieve y desbordaban las barreras clásicas cada vez más fuertemente. Cada vez que el movimiento social encontraba frustradas sus intenciones rebeldes por la incapacidad de los canales institucionales establecidos se iba radicalizando más y más. En las multitudes se empezaron a prefigurar probables valores constitutivos de la nueva sociedad a medida que se iba profundizando la crisis [19] . América Latina, en los últimos años, es un gran testigo de la constitución de nuevos actores sociales cada vez más abocadas y forjados en torno a la participación directa de sus componentes [20] .

 

Este surgimiento también era respuesta a la incapacidad de los partidos de izquierda y movimientos sindicales tradicionales. Aquí también se fracturaban procesos en torno a estas dos instancias. Este desborde ha cavado más la zanja en la que se encuentra la forma partido en su rol de representante de la sociedad civil aunque le ha dado nuevos designios, solamente que menos protagónicos. También observamos como esta nueva subjetividad rebelde está cambiando las dimensiones clásicas en las que se encontraba marcado el sindicato. Existe una permanente correlación entre el cambio estructural y la reacción social que está marcando el desarrollo de la vida política en América Latina. Como apuntamos más arriba, la reestructuración laboral y el consecuente desencadenamiento de fuerzas subjetivas que se han impulsado gracias a este proceso han abierto posibilidades y capacidades insospechadas para instancias viejas y nuevas.

 

·        la reacción

 

Precisamente es gracias a esas falencias de las instancias aglutinadoras clásicas las que dieron lugar a la reacción de las masas. La radicalización de la multitud se ha venido transformando en organizaciones autónomas y en un proceso signado por la autogestión en varios niveles.

 

La revitalización de las prácticas participativas y de autonomía popular son producto de una necesaria reacción social frente a la expansión del capital. Practicar la autonomía es, como señalaba Gramsci, una lucha intelectual y moral por vencer a la fetichización. Estas lógicas de acción directa son innatas a los trabajadores; reflejan la natural intencionalidad del trabajo por desplegar sus capacidades concretas y desplazar al capital. Ya anotamos arriba como las prácticas directas han sido desplazadas por la hegemonía representativa. Lo que si es relevante es que, pese a todo el proceso desplegado en el siglo XX que renunciaba a las formas de participación directa, nunca las clases subalternas renunciaron a estas. En realidad las formas autogestivas de producción surgen casi al mismo tiempo que la clase obrera industrial moderna [21] . Existen formas de cooperación que surgieron antes de los sindicatos o que luego devinieron en ellos. Estas formas son las mutuales y cooperativas obreras [22] .

 

Entonces, esta forma autoorganizativa rechaza las mediaciones exteriores.  Opta por la toma de decisiones de manera muy asambleísta y horizontalmente. La democracia directa es un detonante para las relaciones de poder; es precisamente cuando las multitudes se constituyen en un sujeto activo. La rebeldía, cansada de frustrar sus intenciones en las instituciones que le corresponderían, se desprende de la representatividad y abraza la acción directa. Además aquellas instituciones también se han visto trastocadas por este reflote de las formas autonómicas. Sus papeles han sido arrollados por esta emergencia de subjetividad tan fuerte.

 

La forma sindicato y sus similares son instancias de organización natural para las clases subalternas. No es solamente esa instancia en la cual los partidos de izquierda buscan una base social y reconocimiento, es la organización más cercana al trabajador y por tanto también la más sensible al sentir y al querer de las multitudes. Durante años toda la inconformidad y la bronca estuvieron marcando turno en las burocráticas sedes sociales del sindicato. Sin embargo el estallido de la nueva insurgencia no ha aplastado al sindicato como lo hizo con el partido. Los sindicatos, con toda la carga de sus viejas prácticas, han sido empujados por las nuevas subjetividades y muestran buenos síntomas frente a lo que era antes la burocracia obrera. Aquí no hay que engañarse; el sindicato sigue marcado por un sinnúmero de taras heredadas por tantos años de representatividad y burocracia. Lo que es digno de rescatar es que la urgencia de las condiciones materiales han retomado principios de participación olvidados en el sindicato. Las necesidades de la gente han tornado al sindicato en una instancia más directa y le han devuelto algo de la vigencia que había perdido en todos estos años.

 

Los partidos también tienen funciones nuevas. No podemos, basados simplistamente en la crisis de la representatividad, enviar a los partidos al basurero de la historia. No solamente podemos pensar al partido como instancia de representación absoluta. El partido también puede ser una organización de delegación en distintos niveles. Le estamos quitando ese papel protagónico al partido pero no estamos renunciando a contar con él para otras tareas. Si bien existen instancias formales que van perdiendo vigencia con el desarrollo de las condiciones sociales otras van redescubriendo sus funciones y posibilidades en otros planos [23] . En este sentido, y pese a que enarbolemos las banderas de la democracia directa y radical, no podemos cerrar los ojos y renunciar a las ventajas de una delegación frente al aparato estatal.

 

Aquí hay que reconocer principalmente la situación en la que nos encontramos. Como no podemos enviar al basurero de la historia a los partidos tampoco podemos renunciar a los espacios estatales y mucho menos ignorar su poder. Al Estado-Nación  le quedan todavía muchos años de vigencia política.

 

Entonces debemos aprovechar los supuestos que conlleva la concepción del Estado y de ninguna manera perder de vista su verdadera naturaleza. La base materias sobre la cual está constituido el Estado es el modo de producción capitalista. El Estado no es neutral; más bien funciona bajo intereses de clase, es el garante de la relación desigual en el capitalismo.. Sin embargo el Estado no se presenta a si mismo de esa manera. Más bien el Estado pretende posicionarse como una aparente institución constituida para sintetizar al interés general. El Estado al presentarse como velador del interés general abre grietas por las cuales podemos filtrar instancias útiles para proveer de recursos al movimiento social. Entendemos que el cambio de estructuras no reside inicialmente en la toma del Estado pero procuramos aprovecharlo para nuestra empresa.

 

Esto es el quiebre con las nociones que marcaron a la izquierda tradicional durante todo el siglo XX. No partimos del control del Estado para cambiar a la sociedad; más bien empezamos a creer en que la sociedad se empieza a cambiar desde abajo. Esto es utilizar al Estado sin perder nuestra autonomía ni tampoco limitándonos a ese escenario de acción. Ahí es donde rompemos con la clásica concepción de política como la conquista y  conservación del poder encarnado en el control de el Estado. De todas formas asumimos necesaria la conquista del Estado para lograr superar las formas de producción capitalistas pero comenzamos a vislumbrar y practicar la nueva sociedad desde ya. Se trata de rasgar, rasguñar, arrancar del Estado mismo las formas anticipatorias de nuevas relaciones sociales igualitarias y emancipatorias [24] .

 

Las prácticas autonómicas encuentran su esencia y valor en aquella idea: forma anticipatoria de las nuevas relaciones sociales. Es por eso que el control del Estado no es la premisa en las luchas políticas; las formas autonómicas son expresión de la nueva sociedad (socialismo) construidas desde abajo. La política no se limita ni se circunscribe solamente al ámbito del Estado; en ese aspecto la política es una potencia insaciable.  El capital ha demostrado que es perfectamente capaz de ir absorbiendo las formas de protesta que lo interpelan. Pero tendrá más problemas al enfrentarse a formas de vida ya constituidas en su seno mismo. Estas prácticas son victorias en la lucha por un sistema nuevo.

 

Por eso no podemos renunciar a instancias que, aunque aparentemente en vías de extinción, nos son todavía útiles. La democracia directa no se limita a decidirlo todo a través de asambleas y la representatividad, además de lógica burguesa, es una solución al complejo y diverso entretejido societal. Los partidos pueden ser, y en algunos casos son, instituciones de delegación frente al Estado con estrechos lazos con la multitud.  No hay por que renegar ciegamente contra los liderazgos y contra las formas organizativas de delegación. Se deben implementar medios para viabilizar el sentir de las multitudes. El asambleismo excesivo terminaría fracasando por la ausencia de convocatoria, deslegitimando realmente las decisiones.

 

Hasta ahora el asambleismo ha sido un eficiente conductor, pero generalmente en momentos de crisis, cuando todos tienen centrado su interés en el tema [25] . Otro reto para esta nueva vertiente creadora es saber desarrollar los procedimientos para mantener la participación sin necesidad de agotar el recurso de la asamblea. Crear estos procedimientos participativos forma parte de las tareas para esta nueva constitución de rebeldía emergente. No se puede escatimar en recursos creativos a la hora de resistir. Lo importante es creer en la posibilidad de producirlos. (La Paz, octubre del 2003)



* Resaltado  propio.

[1] Es formidable esta palabra. Al igual que la “utopía”, la rebeldía es una concepción atemporal; es decir, se mantiene como la permanente disconformidad y crítica a las sociedades constituidas.

[2] Raul Prada, “El Manifiesto comunista en los confines del capitalismo tardío”, en Garcia, Gutierrez, Prada y Tapia, El fantasma insomne, Muela del Diablo, La Paz, 1999, p.52.

[3] Luego la práctica demostró como los trabajadores no eran pensados como un sujeto de la transformación. El proletariado era usado como un objeto de legitimación del partido

[4] Gramsci calificó a esa certidumbre como la “creencia de los tontos”.

[5] Es cierto que todo este fenómeno de introducción de nuevas formas de organización y explotación  empezó, tanto para los países desarrollados como para los subdesarrollados, en los setentas.  Y en América Latina ,concretamente, se asentaron las bases reales y legales recién hasta los ochentas con ayuda de las primeras y débiles democracias (exceptuando al experimento inicial que fue Chile desde 1973 bajo la junta militar). En realidad el fenómeno trae tantas implicaciones que recién en los noventa, con nuevos aparatos productivos, estatales y privados, es que se concluye la delineación del nuevo orden mundial.

[6] Alvaro García Linera, Reproletarización, Muela del Diablo, La Paz, 1999, p. 77.

[7] Ver en Michael Hardt y Toni Negri, Imperio, la sección “La Subsunción Real y el Mercado Mundial”.

[8] Ignacio Vila, Crisis de la democracia participativa y contrapoder, publicado en www.rebelion.org el 9 de abril del 2003.

[9] Colectivo Situaciones, Contrapoder, De Mano en Mano.

[10] El movimiento “cartista” en Inglaterra es uno de los primeros referentes de partidos de obreros. El ingreso de los movimientos obreros a la lógica de la representación burguesa selló las maneras de confrontación. La representatividad supeditó condenó a la masa insurrecta a la necesidad de un mediador.

[11] Alvaro García Linera, op. Cit. p.55.

** Marcado en negrita por el autor

[12] Comunismo Científico – Diccionario, Editorial Progreso, Moscú, 1981, p. 346.

[13] Ibid., p. 291.

[14] Esta noción tuvo un gran efecto en el imaginario político de la sociedad. Aún los que se oponían a las prácticas soviéticas creaban partidos para confrontar a Moscú.

[15] Esta limitación asfixiante tuvo varias formas. Saboteó gestas como a la guerrilla del Che o directamente reivindicó su hegemonía a través del poder y la represión como en Praga.

[16] Para el caso de América Latina estas implicaciones son más significativas puesto que sus estructuras de acumulación son mucho más dependientes. Ver, Carlos Salas, “El modelo de acumulación y el empleo en América Latina”, en Reestructuración productiva, mercado de trabajo y sindicatos en América Latina, Grupos de Trabajo de CLACSO, Buenos Aires, 2000.

[17] Ver la explicación de Luis Mattini, Autogestión productiva y asambleismo: “Lo que el cuerpo piensa”, en Rebelión del 24 de junio del 2003.

[18] Hay que anotar también que los burócratas de estos partidos de ninguna manera sufren necesidades básicas.

[19] Eduardo Lucita, “Autogestión social y nueva organización del trabajo – Ocupar, resistir, producir”, en Revista Cuadernos del Sur, Buenos Aires, 2002.

[20] En América Latina observamos un gran resurgimiento de prácticas participativas en los últimos años. EZLN y Los Sin Tierra; las fábricas tomadas en Argentina; la emergencia y el poder de las movilizaciones campesinas de Bolivia y Ecuador, etc.

[21] Mandel apunta que ya en 1819 obreros ingleses del tabaco producían por su cuenta y en Francia en 1833 los trabajadores del vestido decidieron trabajar solamente en asociación. En Ernst Mandel, Consejos obreros, control obrero y autogestión, Carlos Mariátegui, Santiago de Chile.

[22] Mucho también critican algunos teóricos al reflote de estas formas de cooperación como un retorno al pasado. Como volver hacia algo ya superado. Al respecto creo que toca defender a estas formas, pese a todos los riesgos que implique hacerlo. No solamente porque no reconozcamos al presente como una instancia superior cuantitativamente al pasado, sino por el generoso despliegue de creatividad surgido en estos procesos. Inclusive pese a que, particularmente en la Argentina, el resurgimiento y desarrollo de las cooperativas está dando claras señales de que el sistema establecido es capaz de cooptarlas y reinsertarlas en las lógicas de la producción capitalista.

[23] En Bolivia los dos partidos de las clases desposeídas son el MAS y el MIP y ambos tienen bases sociales relacionadas con sindicatos y multitud en general. Estos mismos funcionan bajo formatos representativos pero también se les reconoce que tienen prácticas participativas directas, de control y de decisión. Inclusive el MAS no se reivindica como el partido representante de los oprimidos y se reconoce como un instrumento político, es decir una herramienta más al servicio de las masas.

[24] Mabel Thwaites Rey, Autogestión social y nuevas formas de lucha, La Fogata, 5 de junio del 2003.

[25] Las formas autonómicas y asambleístas implementadas durante la crisis que devino en la caída de Goni por los vecinos de El Alto y algunas zonas de La Paz son muestra de aquello.



* El autor es estudiante de sociología de la UMSA, La Paz. (othersubject@hotmail.com)

 

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